En un viaje aéreo desde Puerto Montt a Santiago, junto a David Gallagher y Juan Gabriel Vásquez, pasó algo curioso. Mientras subíamos, un pasajero nos miró a David y a mí y exclamó: “aquí van los liberales por Kast”. La primera sorpresa fue que los reconocidos fuéramos nosotros y no el destacado novelista colombiano. La segunda, esa idea de “liberales por Kast”, una frase que puede parecer irónica. Mi respuesta fue un simple y formal “a mucha honra”.
¿Sería inconsistente ser liberal y votar por Kast? Por varias razones no me parece. Lo que sí sería inconsistente para un liberal sería votar por una candidata del PC disfrazada de centro que ahora promueve una agenda de derecha.
Un liberal puede tener diferencias con un conservador o un libertario, pero todas ellas son nimiedades frente al abismo que nos separa del comunismo. Y no de cualquier comunismo, sino del chileno. Nuestro peculiar partido de la hoz y el martillo sigue su curso como si el Muro de Berlín no hubiera caído. Cuba es una democracia distinta, Venezuela todavía agita los espíritus revolucionarios y de Nicaragua mejor no hablar.
Después de leer “Dignos. Crónica del estallido”, de Pablo Ortúzar, y recordar el rol del PC, queda una sensación amarga, la cual se exacerba si leemos las “Resoluciones” del último Congreso del PC, en enero de este año. Al margen de su “vocación antiimperialista”, su lucha contra el neoliberalismo y su férrea defensa de Cuba, se concluye que “las movilizaciones expresaron el descontento y la frustración acumulados por décadas de desigualdad, abuso y exclusión. Estas demandas de dignidad y justicia social siguen vigentes, abriendo espacios para la disputa ideológica y el impulso de transformaciones”.
Agrega que valora “positivamente las movilizaciones de 2019 por su capacidad para generar conciencia sobre las condiciones de abuso, desigualdad e inequidad”, pero con una sola autocrítica: “faltó capacidad de anticipación y una lectura adecuada del contexto que permitiera liderar el proceso. En su lugar, se optó por una salida institucional que favoreció la preservación del statu quo”. El objetivo de defenestrar al Presidente Piñera fracasó.
Eso sí, tienen muy claro que “la movilización social históricamente se intensifica durante los gobiernos de derecha, como ocurrió en 2011 y 2019, con un incremento del interés en nuestro Partido”. Nada asegura que ese impulso haya cambiado. De ahí la amenaza a la paz social esgrimida por sectores de la izquierda.
El modus operandi del PC es simple: “Para cumplir con la tarea se requiere la elaboración de un plan de lucha que articule la movilización de amplios sectores”. Y para alcanzar ese objetivo “es fundamental buscar una construcción política hacia los sectores de izquierda que están fuera del oficialismo”. Sería ingenuo no suponer que la candidatura de Jara es funcional a ese propósito.
Aunque a cualquier espectador le puede resultar tan alentador como sorprendente que una abanderada oficialista, miembro del PC desde los 14 años, haga campaña promoviendo la seguridad, el crecimiento económico, la inversión y el empleo, sus credenciales y su pasado no calzan con este giro. Tampoco, su carácter. Esa candidata que parecía simpática y acogedora, ahora enfrenta y confronta. A diferencia de ella, Kast ha sido consistente. Y ha dado señales de apertura.
No se pueden negar los atributos de Jara, pero tampoco podemos desconocer su afiliación y trayectoria política. Por eso sorprenden los infundados ataques hacia su contrincante como representante de esa ultraderecha que no respeta la democracia. José Antonio Kast ha dado muestras de respeto a nuestra institucionalidad democrática. Solo recuerde que felicitó al entonces candidato electo Gabriel Boric, incluso antes que Daniel Jadue. Hechos, no palabras. O sea, consistencia sin sorpresas. (El Mercurio)
Leonidas Montes



