¿Solo palabras?

¿Solo palabras?

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A propósito de mi columna (miércoles) sobre la actitud del Presidente —“Cambiar de opinión”—, José Antonio Viera-Gallo sostiene (jueves) que en política lo que importa son los resultados, no las opiniones. Pedirle al Presidente que asuma la responsabilidad por lo que dijo y la conducta que tuvo frente a la violencia y la fuerza policial sería excesivo, equivaldría a confundir la política con el confesionario.

Lo correcto sería atender a los resultados.

Pues bien. Fuera del hecho de que atender a los resultados alcanzados por el Presidente tampoco sería, por lo pronto, muy alentador (¿acaso no son esos resultados lo que hoy causa alarma en la ciudadanía?), pienso que el problema que plantea ese punto de vista es de la máxima importancia porque permite discutir el valor de la palabra o del discurso en política.

Y asomarse a ese problema es especialmente relevante hoy cuando se está pronto a cumplir cincuenta años del Golpe.

Por supuesto las situaciones son muy disímiles, y las circunstancias, incomparables; pero el problema subyacente es el mismo. ¿Será cierto, como sostiene Viera-Gallo, que las opiniones en política no importan?

Examinemos el problema volviendo la vista atrás. Hace medio siglo la generación a la que Viera-Gallo perteneció emitió opiniones muy radicales y algunos de ellos creían que la violencia en política era inevitable y que la democracia era apenas formal. Por debajo de todo, decían, corría el agua de la dominación de clases y la violencia. Y muchos proclamaron, incluso con la Biblia bajo el brazo, que para alcanzar la justicia la violencia era imprescindible. No ejercieron violencia; pero eso era lo que decían. Nada de eso por supuesto (¿será necesario subrayarlo?) justifica la posterior dictadura y sus atrocidades. Pero, ¿debemos entonces considerarlos, por el hecho de haber emitido solo opiniones, exculpados de la crisis de la democracia? Es obvio que no. Eximirlos de toda responsabilidad en la crisis de la democracia diciendo que eran solo palabras y nada más que palabras, meras opiniones, sería inaceptable. Desde luego el socialismo no aceptaría decir eso, como lo prueba el hecho de que ha reflexionado sobre lo que alguna vez creyó y dijo y ha asumido explícitamente su responsabilidad en la crisis de hace cincuenta años.

Por eso no se entiende cómo Viera-Gallo, para exculpar la liviandad de tantas opiniones vertidas por el Presidente, pretende ahora que las palabras y las declaraciones no importan en política arguyendo que solo hay que atender a los resultados. Él (guardando, insisto, las inconmensurables distancias) no diría eso de su propia actitud de hace medio siglo y las consecuencias que ello acarreó; pero sin embargo pretende enseñar eso ahora a la joven generación: que las opiniones no importan y los gestos tampoco. ¿No salta a la vista el error en que se incurre al decir que lo que se diga o haga, los gestos que se realizan, no importan en política porque en ella valdrían solo los resultados?

¿Deben aceptar los ciudadanos, so pena de ser considerados poco menos que inquisidores, esa cesura absoluta entre las opiniones y la acción política? ¿Hay que olvidar lo que el Presidente dijo e hizo a la hora de evaluar su quehacer como si las palabras fueran solo eso, palabras, y no actos que influyeron en el acontecer? ¿Es el éxito en política (alcanzar el poder) algo que exime de toda responsabilidad por lo que se dijo o hizo previamente? Parece que en los tiempos que corren hay que responder que sí y enseñar a las nuevas generaciones que la frivolidad y el juego irresponsable no tienen importancia porque lo que de verdad importaría son los resultados. Por mi parte creo que en este tipo de puntos de vista que cohonestan objetivamente la liviandad intelectual y el apresuramiento de muchos jóvenes políticos radica una parte del abandono de las ideas en política y el deterioro de la esfera pública. Después de todo si lo único que importa en política son los resultados, a la luz de estos últimos valdría tanto ser frívolo como serio, sería lo mismo ser estudioso que ignorante, atender a las consecuencias previsibles de lo que se dice o hace como ignorarlos deliberadamente.

Pero no. Las opiniones en política importan, lo que en ella se dice o hace no es inocente, tiene consecuencias, y pretender que hay una cesura entre el discurso y lo que él produce en la vida pública no es aceptable.

Salvo, claro, que estemos dispuestos a enseñar a las nuevas generaciones que el descuido y la frivolidad no tienen ninguna importancia porque lo que importaría en política no son más que los resultados. Pero parece que para allá vamos. (El Mercurio)

Carlos Peña