Nos referimos a la negativa del Presidente Boric a recibir las cartas credenciales del embajador de Israel.
El episodio sería solo uno más de la incompetente diplomacia de un mandatario inexperto si no revelara un trasfondo mucho más grave: su obsesivo antisemitismo, expresado en su odio y doble estándar con el Estado judío de Israel.
Ello porque este incidente se suma a una larga lista de mal intencionadas acciones de desprecio que el Presidente ha ejecutado en el pasado hacia la comunidad judía de Chile que no pueden ser ignoradas.
¿Cuál será el trastorno que le provoca al mandatario el pueblo de Israel? Quizá es un recelo a lo que ha logrado en solo un tercio de la vida independiente de Chile, superando su desarrollo social en todas las dimensiones en que se los compare. O envidia a la capacidad de Israel de tener un sistema de salud y educacional de excelencia para todos sus ciudadanos cualquiera sea su origen y una red de protección social del más alto estándar mundial.
En otras palabras, al Presidente quizá lo altera que un país respecto del cual ignora su historia —pero odia a su gente y sus ideas— haya resuelto hace largo tiempo lo que a él le gustaría alcanzar mediante utopías fracasadas. Es lo que se denomina “transferencia de resentimientos”.
Es evidente que, con su infantil manejo de las relaciones internacionales, Boric nos revela la cara del fanático y del zombie, aquel que se esconde en eslóganes vacíos y construye su identidad a partir de los prejuicios. De allí que justo antes de su primera visita a las Naciones Unidas, prefiera alinearse con el eje de países antisemitas y negadores del holocausto como Irán y Venezuela, censurando a la única democracia de Medio Oriente.
Ojalá que aproveche este viaje para que países como Canadá, EE.UU., Alemania, Australia, Suecia u otros, puedan aconsejarle a llevar de mejor manera la política exterior. De lo contrario, las consecuencias para nuestro futuro en estas materias podrían ser muy costosas. (El Mercurio)
Gabriel Zaliasnik S.
Alejandro Weinstein M.



