Seis preguntas sobre la policía de la literatura

Seis preguntas sobre la policía de la literatura

Compartir

La pesadilla de George Orwell en su novela 1984 se torna realidad en Occidente: la reescritura de libros para ajustarlos a lo que una minoría considera la única forma correcta de describir o eludir asuntos controvertidos. Sueños de hegemonía cultural salpican hoy a Estados Unidos y Europa occidental, cunas de la libertad de expresión y creación. La pulsión procede de gente que no entiende el rol histórico crítico de la literatura. En lugar de entrar al debate teórico que se avecina, planteo preguntas sobre el tema.

Primero, a colegas escritores: ¿Aceptarían otorgar poder de censura a una editorial para que “expertos”, que probablemente nunca han escrito ficción, modifiquen lo que consideren “hiriente” para algunos; o se opondrán a eso y a la posibilidad de que sus textos sean modificados incluso tras su fallecimiento? Obras de Roald Dahl y de Mark Twain ya fueron “corregidas”.

Segundo: ¿Aprobarán los lectores la imposición de una reescritura permanente y de efecto retroactivo que vele por la “corrección política” de obras por publicarse o ya publicadas? En simple: ¿Tendremos el derecho a leer textos de autores -por ejemplo, de la antigüedad, la Ilustración, de los siglos XIX o XX- tal como los escribieron, o deberemos aceptar la versión “políticamente correcta”, redactada por “expertos” que imponen valores y vocabulario que estiman deben ser de carácter obligatorio? ¿Querrán los lectores el Don Quijote que escribió Cervantes o uno retocado por un “comité sensible”, nombrado por una empresa estatal o privada?

Tercero, pregunta para el mundo editorial: ¿El comité de “lectura sensible” impondrá su criterio de corrección a nivel continental o solo nacional, o desde una casa matriz global? ¿Y la censura regirá por lenguas o culturas, o se aspirará a una suerte de ONU literaria con un consejo con derecho a veto? ¿Operará el comité desde la sensibilidad de Nueva York, París, Moscú, Beijing, Harare o Buenos Aires? ¿En el norte o el sur del mundo? ¿Quién elegirá a los censores y ante quién serán ellos responsables?

Cuarto, una consulta a los libreros: ¿Qué deberán hacer con la versión original descontinuada (como modelos de jugueras o zapatos) de novelas o poemarios? ¿Serán retiradas del mercado? ¿Se las podrá reimprimir, o borrado queda el pasado? ¿Será castigada su comercialización, o tolerada la circulación samizdat o “clandestina” del original?

Quinto: preguntas para la academia: ¿Con qué texto enseñarán? ¿Con el original y también con sus variaciones? ¿Con qué criterio se evaluará al alumno? ¿Será aceptado que defienda el original?

Sexto: ¿Qué opinan la Sociedad de Escritores de Chile y el Ministerio de las Culturas al respecto?

Como escritor rechazo esta censura que viola el derecho de creadores y lectores. Quienes creemos en la relación escritor-lector no intermediada por censor alguno debemos condenar este ataque a la libertad. Fácil intuir que la medida conducirá a más restricciones en la creación. Los amantes de la censura tienen la posibilidad -respetando el derecho de autor, desde luego- a circular su versión “corregida”, pero esos textos deben llevar en portada la alerta de las cajetillas de cigarrillos: Su consumo daña mortalmente la salud de la literatura y la democracia. (La Tercera)

Roberto Ampuero