Revalorizando la democracia representativa

Revalorizando la democracia representativa

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El debate sobre la composición del órgano que deberá redactar la nueva Constitución de Chile se ha convertido en una gran oportunidad para volver a legitimar la democracia representativa.

Después de escuchar por tres años gritos del tipo “el pueblo unido avanza sin partidos” es hora de repetir fuerte y claro que no existe la democracia sin partidos. Precisamente porque la democracia representativa -la única que ha funcionado a nivel nacional en los últimos 100 años- requiere de organizaciones intermedias que ejerzan la representación. Los partidos políticos son un componente esencial en todas las democracias que funcionan bien en el mundo.

Una de las consecuencias del estallido social de 2019 fue la tribuna que lograron tener algunas voces que promovían formas alternativas a la democracia representativa.

Desconociendo el hecho que, en los últimos 100 años, todas las democracias a nivel nacional exitosas en el mundo se han basado en el concepto de representación -esto es, que la gente escoge representantes para que defiendan sus intereses y velen por su bienestar- algunos exaltados que leían en el estallido social una especie de refundación nacional propusieron distintas formas de debilitar a los partidos y reemplazar la esencial labor de representación que hacen, otorgándole más poder y herramientas a los mal llamados movimientos sociales (que en realidad debieran llamarse grupos de interés). 

Esto llevó a que, en las negociaciones para la composición de la Convención Constitucional, se permitiera que cualquier grupo social pudiera competir de igual a igual con los partidos políticos debidamente inscritos. Eso hizo que proliferaran listas de aspirantes a políticos de distintas organizaciones sociales en la contienda de mayo de 2021. 

De los 138 convencionales electos en distritos no indígenas, 48 (34,8%) fueron electos en listas de independientes o como independientes fuera de pacto. Si les sumamos los 17 representantes de pueblos originarios (entre los que hubo 2 que resultaron electos con menos de 100 votos cada uno y otros 4 que obtuvieron entre 100 y 1.000 sufragios), un 41,9% de los 155 convencionales fueron en candidaturas no patrocinadas por partidos políticos. 

Como siempre ha ocurrido en Chile, al menos desde 1989, los partidos políticos también presentaron como candidatos a algunos independientes. Pero a diferencia de los que compitieron en listas de partidos, los independientes que compitieron por fuera (el pueblo unido avanza sin partidos) no tenían ninguna obligación moral de unirse a grupos partidistas para poder hacer política en la Convención.

Precisamente porque la Convención debía redactar la Constitución Política de la República, era esencial que las deliberaciones fueran debates políticos. Pero como los representantes de los partidos políticos tenían tan poco peso en esa instancia, al final la Convención terminó haciendo cualquier cosa, menos forjar acuerdos políticos que pudieran ser legitimados por una amplia mayoría del electorado en el plebiscito de salida.

La política es el arte de lograr que personas que piensan distinto se pongan de acuerdo. Por eso, los políticos no pueden ser talibanes ni personas que abusen de la palabra intransable. Los intransigentes son malos políticos. Una persona que no está dispuesta a transar es un pésimo político.  La política, como cualquier otra profesión, requiere de personas que entiendan cuál es su tarea y qué deben hacer.

Como representantes de un electorado diverso y con posiciones cambiantes, los políticos no pueden dejar contentos a toda la gente siempre. Pero, en tanto, deben existir mecanismos de rendición de cuentas, esos representantes deben saber que, si hacen mal la pega, su electorado los va a castigar.

Cuando los políticos son militantes de partidos, aunque ellos no se presenten a la reelección, la gente puede castigar a sus partidos. Eso los hace pensar en la próxima elección y buscar el premio de la ciudadanía, en vez del castigo. En cambio, los independientes electos a la Convención sabían que no volverían a enfrentarse al juicio de la ciudadanía después de cumplir su tarea. Por eso, terminaron redactando una Constitución inaceptable para la ciudadanía, pero ellos no pagaron ningún costo electoral.

Ahora que se debate la composición del cuerpo que deberá redactar la nueva Constitución, se vuelve a intensificar el debate sobre qué atributos deben tener los representantes electos. Esperemos que el país haya aprendido la lección sobre la importancia de los partidos políticos.

Pero para que la democracia representativa funcione, también es esencial entender la importancia de los expertos. Igual que cuando una familia quiere construir una nueva casa, es esencial que los que la vayan a habitar participen con sus ideas y deseos. Pero para que la casa pueda ser construida, se necesita también la concurrencia de arquitectos, ingenieros y otros expertos en construcción. La casa soñada de una familia solo puede hacerse realidad si en el proceso de su diseño y construcción participan tanto los que la van a habitar como aquellos que saben construir casas.

En el complejo proceso de negociación para encontrar una vía que nos permita redactar una nueva Constitución para el país, no podemos olvidar la importancia ni de los partidos políticos ni de los expertos. No podemos volver a repetir el error que, tozudamente, cometieron aquellos que gritaban que el pueblo unido avanza sin partidos. Al final, sin partidos quedamos en el mismo punto de inicio y, peor aún, sufrimos de una fatiga constitucional que le hace profundo daño al país. (El Líbero)

Patricio Navia