Esta nota va dirigida a esos violentistas que se sienten portadores de ideales, aunque no sean todos iguales en sus visiones y propósitos.
Bombas en comisarías o enviadas a ejecutivos y políticos identificables, molotovs, rocío de combustible a profesores, destrucción de material educativo, bomba en el metro, años de fuego y violencia en La Araucanía.
He conocido de violencia revolucionaria. Si hago un balance solo de mi generación, ha sembrado con sangre joven, selvas, ciudades y cárceles de América Latina. El triunfo fue rara excepción. En los pocos casos que la violencia ha vencido, ganaron los “comandantes” entronizados como gobernantes autoritarios, no sus pueblos. No han traído prosperidad, paz y felicidad, sino miseria, dolor, emigración y estancamiento, cuando no retroceso. Habituados a la derrota y el fiasco, toda izquierda exitosa en su obra, como la chilena concertacionista, les es sospechosa de traición. Se condenan así, a la exaltación incesante del martirologio y los caídos, a descubrir terceros culpables de sus males y al castigo de todo intento de rebeldía o deserción. Vean la Nicaragua misérrima y convulsionada de ese comandante sandinista virado en dictador bananero o la agonía de Venezuela. Para peor, más vale advertirlo a tiempo, es difícil desembarazarse después de ellos. No creen en la democracia, sino en sus armas.
Instauran dictaduras fracasadas interminables, no paraísos.
El uniforme verdeolivo y los grados militares son el final del camino solo para algunos. Pero todos parten con la intolerancia, el odio y la funa a los “enemigos” y al “sistema”. Mas tarde, lanzan molotovs, envían bombas, incendian, disparan con arsenal precario. ¿Ha pensado como sería la vida en Chile si en vez de armas escasas y violencia dañina pero intrascendente, fueran el gobierno; la justicia y la ley; las FFAA más la policía; y tuvieran el monopolio legal de las armas?
Hay por último, un espejismo mediático en la bomba, el arma y la capucha. Se emborrachan con el escándalo mediático que provocan. Se creen protagonistas de alguna historia épica. Los engaña la permisividad de las democracias sabias que evitan legitimar la violencia recurriendo a ella como respuesta a la de esos aprendices de tirano. Optan por grabar en mente y corazón de mayorías, el rechazo a la violencia que ven o viven. Siembran así, valoración ciudadana a la convivencia y al acuerdo. Mientras no alarman de verdad, el fracaso de los violentistas es incruento. Solo sus propias bombas los hieren y las cárceles los aguardan. Pero la experiencia nos alerta. La sociedad va mejorando sus defensas. Si se impacientara sintiéndose de verdad amenazada, los violentistas tampoco vencerán. Tarde o temprano son sometidos. No digan después, que nadie se los advirtió. Y les dejo esta frase de Goya para la reflexión: “El sueño de la razón produce monstruos”.
Óscar Guillermo Garretón/La Tercera



