Reconstruir el alma de Chile-Isabel Plá

Reconstruir el alma de Chile-Isabel Plá

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“…quiero convocarlos a todos ustedes, a la generación del Bicentenario: primero, a reconstruir sobre roca y no sobre arena lo que ha sido destruido y a levantar nuevamente nuestras viviendas, las escuelas, los hospitales y, por sobre todo, ánimo, coraje y nuestra voluntad de lucha”.

Palabras de Sebastián Piñera Echenique el 11 de marzo de 2010, horas después de cruzarse la banda presidencial, para asumir sobre sus hombros la responsabilidad de conducir a Chile.

Eran días de dolor y desorientación. Un terremoto y un tsunami habían azotado a gran parte del país, causando muerte y destrucción.

A este flamante presidente de la República, con quien la derecha volvía democráticamente después de 50 años a La Moneda, le correspondía emprender, ni más ni menos, que la reconstrucción.

No estaba en el programa. No había hoja para esa ruta. La mayoría de sus ministros y subsecretarios estaban por primera vez en la vida pública.

Quiso Dios que fuera Sebastián Piñera quien encabezara esa tarea monumental. Precisamente quien concebía a la política desde las ideas, para propósitos concretos: datos irrefutables, plan ordenado y exigente, metas ineludibles. Y quien entendía su convicción por la libertad y la democracia solo si estaban al servicio de la dignidad de la persona humana (la verdadera batalla cultural, por encima de las consignas que en nombre de ella se vociferan hoy).

Fueron años preciosos, viviendo por primera vez la experiencia del servicio público desde un gobierno. Años, también, muy duros.

Cuando se esfumó la estela de unidad nacional a la que obligaba la tragedia, se levantó la oposición. Quienes habían gobernado ininterrumpidamente Chile durante dos décadas decidían, a partir de entonces, negar la legitimidad democrática del adversario. Con la derecha NO. Vocación de poder, no necesariamente de servir.

Para el 2011, la izquierda tomaba el camino que ha seguido hasta hoy. Era el inicio de la entrega de la Concertación, mansa y condescendiente, a la vocación de confrontar sin tregua. La progresiva renuncia a su propia obra.

Como usted y millones de chilenos, quiero creer que el reconocimiento del Presidente Gabriel Boric, en el respeto a las formas democráticas que mostró estos días su gobierno, organizando el funeral de Sebastián Piñera con la solemnidad que un representante de la República exigía, y la reflexión sobre la actuación de la oposición a su segundo mandato, tendrá frutos concretos.

Permítame mantener un prudente escepticismo.

Porque las palabras importan, la política se sostiene sobre una delicada trama de ellas. Pero son insuficientes. Quiero creer que un presidente joven, que ha confesado que desde el sillón de O’Higgins las cosas se viven de otra manera, las lleva a los hechos, pese a la presión de los suyos, que furiosos le reprochan hoy el reconocimiento de los excesos.

El alma de Chile está rota, mas no irremediablemente. La tragedia ofrece otra vez la oportunidad de reconstruirla. No es tanto lo que se requiere para responder a la esperanza. Y es mucho lo que millones de chilenos ansiamos recuperar, como hijos de una misma patria.

Breves líneas personales. Gracias, presidente Piñera, por su afecto y confianza, con reglas que nunca fue necesario escribir. Por desafiarnos una y cien veces, hasta el deber cumplido. Por reconocer a la Palestina de mis abuelos en su propia tierra. Y por el honor de convocarme a servir a Chile, junto a muchos otros.

Reproduzco su mensaje de WhatsApp en agosto pasado, en el que continuaba los versos de Gustavo Adolfo Bécquer, del titular de mi columna ese domingo, “Volverán las oscuras golondrinas”:

“…pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres….ésas… ¡no volverán!”  (El Mercurio)

Isabel Plá