Como ministro de Justicia durante el período 2010-2011, me involucré en forma especial en este tema, y si bien existen diferentes personas e instituciones que han realizado aportes mucho más significativos, el mío fue utilizar mi cargo para exponer esta situación y plantear la necesidad urgente de producir un cambio, proponiendo alternativas de mejoras de corto y mediano plazo. En esa tarea conté con el invaluable apoyo de la ex subsecretaria de Justicia Patricia Pérez y el decidido respaldo del Presidente Piñera.
En su momento, buscando fundamentar la necesidad de enfrentar esta necesidad incómoda, puse especial énfasis en señalar que condiciones de encierro como las nuestras infligen un castigo que va más allá de toda pena admisible, ya que despojan a la persona encarcelada no solo de su libertad, que es lo previsto, sino que también de su dignidad, que es lo inaceptable. Y es que los presos en nuestro país son sometidos a un nivel de hacinamiento, falta de higiene, precariedad alimentaria, inseguridad corporal, horas de encierro y vejámenes, que estoy seguro que la inmensa mayoría de los lectores de esta carta sería incapaz de tolerar, aunque fuera por horas. Recorrí las galerías y calles de la ex Penitenciaria, así como las de muchas otras cárceles, y pude constatar cómo en cubículos de cuatro metros cuadrados llegan a dormir hasta más de 10 personas, tendidas de costado porque de espaldas simplemente no caben.
Conocí el olor de la cárcel, que más que intolerable, es único y cala para siempre, porque exuda una mezcla de desesperanza, abandono e inhumanidad solo propios de un mundo que nadie planificó, sino que es el mero fruto de la desidia, sino desprecio, que provoca el preso.
En resumen, quise destacar en su momento que nuestra realidad carcelaria está mal, éticamente mal y en lo más profundo. Pero entendiendo que para muchos, especialmente para quienes han sido víctimas de la delincuencia, esta consideración puede no ser suficientemente persuasiva, me preocupé de agregar algo que tuve menos tiempo de explicar. Me refiero a que nuestra realidad carcelaria también es peligrosa. Y es que la forma más rápida de convertir a una persona no agresiva en alguien violento es sometiéndola a la experiencia de encierro que se vive en nuestro país. Los presos de hoy van a salir en un mañana, como el delincuente de hoy muy probablemente fue el preso de un ayer. De nosotros depende determinar el nivel de reinserción o, por el contrario, enajenación, rencor y violencia con que salen de la cárcel los hoy recluidos. Si seguimos como vamos, solo cabe pronosticar un nivel creciente de delincuencia, con unos presos que salen y entran de nuestro sistema penitenciario en una espiral que solo empeorará.
Se ha dicho que el grado de civilización de una sociedad, o más propiamente su alma, se refleja en la forma en que trata a sus presos. Quizás hoy día correspondería agregar que no solo el alma de la sociedad, sino que también su inteligencia se devela en ese trato.
Mientras las cosas no cambien, nuestra alma social seguirá estando enferma, y nuestra inteligencia social, atrofiada. Yo quiero una sociedad más humana y también más segura. Me consta que las actuales autoridades de Justicia también lo quieren. Falta que la sociedad y los medios se sumen y así exista un espacio de debate para hablar de esta realidad que por incómoda se hace invisible, y que no solo apela a nuestras conciencias, sino que impacta en nuestra seguridad de un modo directo, pero poco entendido. Nuestra realidad carcelaria está mal y es peligrosa.
Porque es justo y porque es inteligente, tenemos que darnos una nueva oportunidad de enfrentar este tema y producir cambios. (El Mercurio Cartas)
Felipe Bulnes
Ex ministro de Justicia



