Quedarse con la “chiflota”

Quedarse con la “chiflota”

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En el juego de naipes del mismo nombre, quien finalmente se queda con la reina de picas, la temida “chiflota”, tiene altas probabilidades de perderlo. A juzgar por las encuestas, la propuesta constitucional que se fragua se parece a la chiflota. El o los partidos que la defiendan corren el grave riesgo de quedar de perdedores, como le ocurrió al Gobierno en septiembre pasado, trance del cual salió tan magullado que no ha podido recuperar capital político para volver a liderar la agenda.

¿Quién quiere identificarse con el proyecto? ¿Quién quiere quedarse con la chiflota? Hay reservas de patriotismo en los partidos, quienes intentan fraguar un marco común para que, en las instancias que quedan, se logre un gran acuerdo transversal que sea suscrito por comisionados y expertos, avalado por partidos y luego defendido por líderes de opinión, como ocurrió con el Rechazo en la oportunidad anterior.

Ojalá resulte, pero será difícil por varias razones, la principal de las cuales es que, no obstante el largo proceso constitucional que hemos vivido, aún no se socializa un diagnóstico de los males constitucionales de Chile, ni surge un conjunto, sencillo pero potente, de ideas fuerza que le den estructura a un nuevo texto constitucional.

No conozco Constitución longeva que carezca de una espina dorsal, de un conjunto de ideas fuerza acerca de cómo debe estructurarse un Estado para salir de una crisis y enfrentar adecuadamente el porvenir. Esas ideas fuerza son las que abrazan, encarnan y explican a sus conciudadanos un grupo de líderes; cuestión que les resulta posible precisamente porque el texto responde a algunos propósitos que la informan. Entre nosotros fue así con los textos constitucionales de 1833, 1925 y 1980. Lo mismo puede decirse de las constituciones de los Estados Unidos, de Francia de 1958 y de Sudáfrica, entre muchas otras.

¿Quién encarnará este texto, lo explicará y convencerá de su necesidad? Difícilmente uno pueda imaginarse al Presidente haciéndolo, arriesgándose a quedarse con la chiflota nuevamente y ahora por un proyecto que difícilmente lo convence y pudiera encarnar convincentemente. Evelyn Matthei ya anunció, con notable franqueza, que no pondría (arriesgaría) su capital político en favor de este texto. Kast, el candidato natural, se mueve, por ahora, con enorme cautela, sin convicción de querer ser el abanderado de este proyecto.

Me temo que esta generalizada reticencia a identificarse con el texto, siendo producto de unas encuestas que, persistentemente, incrementan la tendencia a votarlo en contra, tenga una causa más profunda. Hasta aquí, ningún líder ha podido explicar, con vigorosa convicción, la docena de ideas fuerza que la informan y cómo es que ellas impactarán positivamente la vida de los ciudadanos. La ausencia de ese líder, me temo, se deba a que no están claras esas ideas fuerza, las que, a su vez, no han surgido por falta de un diagnóstico acerca de lo que, más allá de la ilegitimidad de origen, está fallando en nuestra estructura constitucional.

Se multiplicarán los llamados a un gran acuerdo transversal. Mientras ello no tenga contenido y ese contenido no sea capaz de convencer a la ciudadanía, es improbable que esos llamados resulten suficientes.

Tampoco será suficiente la negociación de esta o de aquella enmienda o agregado. Unos pocos parches difícilmente podrán atenuar la percepción, que me parece generalizada, de que, detrás de esta propuesta, no hay un cambio coherente para mejorar la política. Abrazarse a símbolos populares, la cueca, el rodeo o los bomberos, no servirá para generar adhesión al texto, como pensaron los republicanos, despreciando la sagacidad de la gente. Los ofertones, como la rebaja de impuestos, o las vanas promesas de seguridad tampoco moverán la aguja.

Por ahora, la Carta que se redacta es la reina de picas y, como es natural, nadie quiere quedarse con ella. Para cambiar este escenario, no bastarán los llamados a la unidad; tampoco los discursos que anuncien el infierno para los políticos si este texto se rechaza nuevamente. Tampoco será suficiente acordar una transacción en torno a las normas más polémicas. Para salvar la situación se requiere a un grupo de líderes creíbles que arriesguen su capital político abrazándose a la propuesta y expliquen, con sencillez y fuerza, por qué debe aprobarse. Para ello, sin embargo, el texto tendría que responder a un diagnóstico y tener una espina dorsal, de la que, hasta ahora, carece. Queda poco tiempo. Los expertos podrían dotarla de aquello. (El Mercurio)

Jorge Correa Sutil