Las manifestaciones de graves problemas institucionales en el país siguen haciéndose presentes. La última: el jefe de la policía civil aparece involucrado en una compleja operación contra el Estado.
Por otra parte, alcaldes de izquierda a derecha claman la presencia de militares en las calles para enfrentar a la delincuencia. Esto, sin sugerir restricciones ni poner sobre la mesa antecedentes internacionales comparables. Sostienen que es la magnitud de la violencia criminal lo que los impulsa, aunque nadie descarta motivos electorales. Da un poco lo mismo: lo que interesa es la fuerza que está tomando la idea de involucrar a las FF.AA. en asuntos de orden público, como una solución mágica al complejo escenario de seguridad.
En medio de este cuadro —que perfila una crisis de la capacidad de las instituciones para ajustarse a leyes de probidad y de solucionar los problemas del país—, los partidos políticos de oposición rompen en el Senado el acuerdo formal que habían comprometido acerca de cómo alternar la mesa de la Cámara Alta.
Nadie discute que una mayoría transitoria tenga el derecho a ejercer su poder, pero molesta que se utilice para ello un resquicio pueril y, sobre todo, que no se considere cuán urgente es hoy que el mundo político entregue señales constructivas.
Lo ocurrido en el Senado nos informa de dos asuntos acerca de la oposición: que prima su decisión de paralizar las reformas que promueve el Ejecutivo, y que fortalecer su unidad frente al nuevo ciclo electoral le parece más relevante que buscar acuerdos para solucionar las demandas sociales insatisfechas y los problemas institucionales emergentes. Eso, pese a que venimos saliendo, en menos de 18 meses, de dos procesos constitucionales fallidos rechazados ampliamente por la ciudadanía, en donde la voluntad de un sector de imponerse al otro fue el signo dominante.
Así, se va consolidando la idea de que la cooperación no es relevante.
Lo que vivimos es una realidad política que puede definirse como “ciclos de alternancia destructiva”: gobiernos de corta duración, sin reelección, que parten cargados de promesas pero que a poco andar enfrentan una durísima línea de base, ya sea proveniente de dificultades económicas o de conflictividad social, obligándolos a postergar sus agendas para resolver dichas emergencias. Se suma a ello un sistema electoral proporcional, con elecciones parlamentarias coincidentes con la primera vuelta presidencial, lo que complica enormemente la posibilidad de obtener en el Congreso una mayoría que les permita llevar a cabo sus programas.
Ha sido el caso de nuestros dos últimos gobiernos.
Por eso, la ruptura en el Parlamento de un mínimo espacio de cooperación política, es una pésima señal. Ni la lógica del facilismo ni la del desalojo —que hace girar la rueda de la alternancia destructiva— sirven para construir un país que amplíe oportunidades y donde las instituciones funcionen. Debemos darnos nuevas reglas de funcionamiento de la política. Ahora. Mientras se trabaja en ello, es fundamental actuar con conciencia de cuán deteriorado está el estado de las cosas. Crispando el diálogo, desconociendo pactos, rompiendo espacios de trabajo conjunto, nadie gana. La paradoja es que, en el futuro, al mantenerse una lógica de alternancia destructiva, si llegara al poder un gobierno de otro signo enfrentaría los mismos escollos, perpetuándose el inmovilismo. La política del espectáculo quizás sirva para ganar elecciones, aunque quién sabe, pues también el electorado comprende y se cansa. Lo que sí es claro es que se trata de una pésima receta cuando lo que se busca es construir una nación. (El Mercurio)
Ricardo Solari



