¿Qué hacer en la nueva Guerra Fría que ha asomado?

¿Qué hacer en la nueva Guerra Fría que ha asomado?

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El conflicto entre Irán e Israel, pese a no haber concluido, está dejando muchas lecciones. Todas, excepcionalmente novedosas e indicadoras que, también en cuestiones bélicas, el mundo se ha adentrado de forma definitiva en el siglo 21.

Y es que, como bien advierte Lawrence Freedman en su fascinante “Guerra Futura”, las litis interestatales siempre requerirán de dos facetas para su desenlace. Facetas muy complejas. Una, en el campo de batalla propiamente tal. Otra, en el plano político. La victoria definitiva se sella sólo cuando el vencedor consigue el triunfo en ambas.

Tiene plena razón. La experiencia histórica demuestra de forma contundente que, si ello no ocurre, la conclusión del conflicto no será duradera. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo. La arquitectura de la Liga de las Naciones se diseñó de manera tan defectuosa en lo político que fue incapaz de asegurar la paz. En tiempos más recientes, la abrupta salida de EE.UU. de Afganistán transcurrió de manera caótica y terminó con los talibanes de nuevo en el poder. En el polo opuesto, Kissinger intensificó sus esfuerzos en pos de un acuerdo político para sellar el fin de la guerra de Vietnam. Fueron los Acuerdos de París (1973). Aquel cierre permitió algo muy palpable en la actualidad. Relaciones bilaterales exitosas, dinámicas y satisfactorias para ambas partes.

Por eso, el conflicto entre Irán e Israel no ha concluido. La faceta política es aún un puzzle por resolver y emanan de ahí pulsiones particularmente difíciles. Puntos gravitacionales son lo nuclear y la integridad territorial de Irán. Y otros menores, como el destino de los palestinos de Gaza y la reacción que suscite en los países árabes la propuesta de erigir una ciudad en el sur de la franja donde albergar a dos millones de personas, el desgobierno en el Líbano, así como ese avispero llamado Yemen. Toda una complejidad subyacente.

Sin embargo, en la faceta estrictamente militar, el conflicto ya aportó numerosas novedades. Pese a la advertencia de Freedman en orden a la idea de que la guerra sería sólo “un nido de ideas pérfidas”, corresponde reconocer en aquellas novedades el germen de transformaciones definitivas de la guerra.

Por eso, un gran desafío para las élites políticas -no sólo las de aquella región-, será compenetrarse con la esencia y detalles de la operación “León Ascendente”, donde sobresalen tres grandes componentes: inteligencia, guerra electrónica y guerra sicológica. La operación en comento mostró un uso activo, simultáneo y sofistificado. Algo nunca antes visto.

Las diversas maniobras de la labor de inteligencia consiguieron resultados efectivamente asombrosos. Algunas de ellas fueron la identificación y localización milimétrica de los blancos necesarios. Gracias a ese quirúrgico trabajo se pudo poner en práctica la gran decisión política, la “decapitación estratégica” del rival. Una decisión de tales características no está documentada en la literatura especializada.

Para maximizar la letalidad, la inteligencia permitió también llevara a cabo otra acción (complementaria a las anteriores) y con impacto inusitado, como fue congregar a la mayor parte de los blancos seleccionados en muy pocos puntos. La ejecución y resultado de esto provocan necesariamente perplejidad.

Esto explica cómo, en el primer ataque, cayeron los cinco principales mandos, tanto de las FF.AA., como de la Guardia Revolucionaria, incluyendo el jefe de la Fuerza Aeroespacial. Objetivo específico de esta última maniobra fue disminuir la capacidad de respuesta aérea. Adicionalmente, se identificó e insertó en esta decisión de decapitar al alto mando militar, a otros 25 oficiales de alto rango con capacidad de tomar el relevo en la jerarquía.

Luego, la “decapitación estratégica” incluyó a los nueve principales científicos nucleares, directamente involucrados en la obtención de la bomba, consiguiendo, así, un retraso de años en el programa nuclear. El éxito de este diseño obligó a Irán a reaccionar de la única manera posible; con el lanzamiento de misiles de manera visiblemente descoordinada. Casi a destajo.

Una similar operación en las sombras, había sido ensayada por los israelíes en el caso del mortífero ataque del grupo Hezbolá en el Líbano en septiembre de 2024. La excepcional letalidad de aquella operación, marcada por la simultaneidad, quedó registrada con la eliminación de varios dirigentes del grupo terrorista que se encontraban en suelo sirio y estaban conectados mediante beepers y celulares con sus mandos en el Líbano.

Otra capacidad que bordeó la imaginación cinematográfica de la operación “León Ascendente” ocurrió con su segundo componente, la guerra electrónica. Se trató de un conjunto de procedimientos destinados a anular de forma instantánea los radares iraníes, especialmente los de los aeropuertos. De paso, cortó las comunicaciones entre las unidades militares y de éstas con los líderes de gobierno y del clero. El rival quedó desprovisto de casi todas sus redes de conexión gubernativa. Esta capacidad también había sido ensayada durante el ataque a Hizbolá del año pasado.

El éxito de este segundo componente se debió en gran medida también a la inteligencia. Las masivas descargas nocturnas de drones -en medio del silencio de la luna podría decirse- fueron esenciales. Los drones habían sido introducidos con un año de antelación en territorio iraní; algunos hablan de hasta dos años de preparación en terreno. Esta furtiva acción fue posible gracias a una delicada coordinación entre los grupos infiltrados. Coordinación indispensable no sólo para trasladar las partes de aquellos drones, sino armarlos en territorio hostil y luego lanzarlos de manera simultánea. Se dice que, gracias a los drones, la capacidad de respuesta iraní fue inutilizada justo en los momentos previos al ataque. Minutos, o quizás segundos antes.

Es por todo esto que los especialistas subrayan la profunda y muy vasta renovación del concepto de guerra surgida ahora.

Y es que, aún cuando igual que en tiempos pretéritos se busque devastar al enemigo, ahora se ha producido un cambio conceptual, donde todo lo anterior se matiza. El conflicto irano-israelí parece sugerir que lo más importante ha pasado a ser la capacidad de controlar el desenvolvimiento de los hechos. Privilegiar procedimientos destinados a anular la resistencia pareciera haber adquirido la mayor relevancia. La experiencia obtenida indica que eso puede llegar a ser más importante que las ofensivas descomunales y sangrientas vistas en las confrontaciones anteriores.

En conclusión, más allá de cómo termine la faceta política actualmente en curso, Israel ha alcanzado una victoria mayúscula en materia de guerra sicológica. Visto desde fuera del teatro de operaciones, las principales lecciones emanan sin lugar a dudas de la inédita y activa convergencia de los tres componentes.

Niall Ferguson ha señalado que las características de este conflicto serán pieza clave para entender lo que denomina la Segunda Guerra Fría; un proceso global que ya ha comenzado. (El Líbero)

Iván Witker