La ministra Isabel Plá, enterada de la convocatoria, se opuso a ella, dijo que se trataba de una agenda más bien política de oposición al gobierno. Y concluyó:
Pareciera ser una plataforma más bien de articulación de un sector de la oposición frente al gobierno del Presidente Piñera, por una parte, y de articulación de una agenda política (…) que excede los temas de la mujer.
Con esas declaraciones, la ministra develó involuntariamente la diferencia que media entre la derecha y la izquierda a la hora del feminismo.
Y es que para la derecha, muchos de los temas que la convocatoria incluye exceden los temas propios de la mujer. Los derechos sexuales, el derecho al aborto y la precariedad de la vida no están en opinión de la derecha necesariamente vinculados a la agenda feminista y constituyen una forma más o menos encubierta de emplear la cuestión del género como un catalizador de una oposición más o menos languidecente. Se puede ser feminista, piensa la ministra, sin reivindicar el derecho al aborto y la precariedad de la vida se distribuye por igual entre hombres y mujeres.
Para la izquierda, en cambio, todos esos temas -desde el aborto al tipo de modernización- forman parte de una agenda feminista.
¿Cuál es la diferencia? ¿Qué explica que la derecha y la izquierda conciban de manera tan distinta la cuestión del feminismo?
La diferencia deriva del distinto peso que, derecha e izquierda, confieren a la agencia o a la estructura.
Si usted cree que los problemas sociales poseen causas que se relacionan, ante todo, con la conducta de los individuos, con las elecciones mejores o peores que los individuos llevan adelante, con las decisiones que adoptan a la luz de un entorno de incentivos, usted está enfatizando la dimensión de agencia de los problemas. Es el agente -el individuo- allí donde, a su juicio, radicaría el problema fundamental. Resolver el problema entonces, creería usted, supone modificar el entorno de incentivos en base al cual los agentes de la vida social, hombres y mujeres, adoptan sus decisiones. Educar mejor en la igualdad, crear incentivos para que se incorporen, si así lo quieren ellas, al mundo del trabajo, aumentar las penas y la vigilancia penal para evitar la violencia en contra de las mujeres son algunas de las medidas que este feminismo suyo -un feminismo de derecha-impulsaría.
Si usted, en cambio, cree que buena parte de los problemas de la vida social se relaciona más con la estructura que con la agencia, si usted piensa que toda la división del trabajo en la vida social está organizada en torno a la distinción entre los géneros que pone del lado de lo femenino la reproducción de la vida y del lado de lo masculino, la creación del valor; si usted cree que los géneros no pertenecen a la naturaleza sino a la cultura; si usted piensa que esa división del trabajo se expresa inadvertidamente en el lenguaje y que los prejuicios que él porta se expanden por todos los intersticios de la vida social; y si usted cree, en fin, que las personas no son inmunes a todo eso, sino socializadas de esa forma hasta casi llegar a concebir su lugar en el mundo a partir de ella; entonces, usted pensará que no basta con modificar los incentivos o estimular la autonomía de las mujeres, usted será feminista de izquierda y abogará por una modificación radical de las estructuras (el lenguaje, la familia, el currículo, el sistema político, la división del trabajo) que reproducen esas prácticas.
La ministra Plá, entonces, estaba siendo estrictamente fiel a su lugar en la escena política -la derecha- cuando hizo esas declaraciones y rechazó el paro de este viernes.
Lo que queda por ver es cuál de esas dos formas de ver el problema -si el que acentúa la agencia o el que acentúa la estructura- hace más sentido a las personas. Porque cuando se trata de política, no se está hablando de dos puntos de vista conceptuales que se dirimen en la arena de una disputa académica, sino que se está hablando de dos narrativas acerca de la vida social cuyo árbitro final es la sensibilidad de la mayoría.
No se trata, entonces, de saber cuál tiene la razón, sino cuál poseería eficacia cultural.
Dadas las condiciones de la modernización chilena y los ideales que la legitiman -uno de los cuales es el ideal de la individualización-, es difícil que la narrativa de la estructura, si se la exagera, haga sentido a las grandes mayorías, porque tiende a disolver la forma en que sus miembros se ven a sí mismos. Y en la vida política no se trata de acertar en términos abstractos, sino que se trata de conciliar los ideales abstractos con la forma en que, de hecho, las personas conciben su propia vida.
Eso es la política, un homenaje no a la razón, sino a la sensibilidad de la mayoría.
En el gobierno anterior, la izquierda ya cometió el error de exagerar los conceptos abstractos y convertirlos en la clave de su narrativa. El resultado fue una distancia con la sensibilidad espontánea de la mayoría que vivía el consumo y el crédito no como una enajenación, sino como una experiencia emancipadora a la que históricamente habrían estado ajenos. No vaya a ocurrir ahora lo mismo con el feminismo, que por exagerar los conceptos, acabe distanciándose de la sensibilidad cultural de las mayorías; que triunfe, en suma, en los papers , pero sea derrotado en los votos.
Ese sí que sería un retroceso y una lástima. (El Mercurio)



