Puntos ciegos

Puntos ciegos

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Hay un momento, cuando vamos en la carretera, en que por el retrovisor no vemos al que nos está adelantando. Es el llamado “punto ciego”, en que se pierde de vista el auto que puede avanzar por el lado, lo que puede ser potencialmente peligroso. “Antes de hacer alguna maniobra, observa los espejos y, de ser posible, echa una rápida ojeada volteando la cabeza. Y procura no conducir por el punto ciego de otros vehículos o camiones”, recomienda una página web sobre tránsito.

En la toma de decisiones personales pasa algo parecido. Todos solemos tener “puntos ciegos” que nos hacen tomar opciones que después nos parecen inexplicables, ridículas, absurdas. ¿En qué estaba pensando?, debe ser una pregunta que muy pocos no se han hecho. En la mayoría de los casos, más tarde explicamos nuestros puntos ciegos a través del miedo, irresponsabilidad, desconocimiento, banalidad, precipitación, pero en otras ocasiones simplemente no lo entendemos. En el mundo privado es tema para los psiquiatras, los psicólogos o los amigos.

En el mundo público, material para la prensa, las redes sociales y en los casos más graves, materia para tribunales.

Pueden ser puntos ciegos decisiones de autoridades de llevar hijos a viajes con encuentros oficiales. O un ministro que el año pasado asistió a una actividad personal fuera de Chile con pasaje y viático del Estado, cuando estaba recién nombrado. O reunirse con un exfrentista en París sin avisar al partido. O elecciones internas bochornosas. Hay miles de ejemplos. En buen chileno, puros autogoles.

Algunos dirán que aquellas son actividades conscientes, torpes o incluso poco éticas desde el origen. Pero también pueden ser puntos ciegos. En cualquier caso, la pregunta que salta es: ¿cómo no se vio venir la reacción? ¿Cómo se compra un problema o más bien se crea uno alguien que en otros aspectos parece una persona tan eficaz, inteligente y planificada? ¿Cómo no vio venir el camión con acoplado?

Lo que para cualquier persona común son “secuestros del sentido común”, o para la ética clásica “imprudencias”, desde la psiquiatría se puede considerar “cegueras inconscientes” que sitúan estos “puntos ciegos” en un ámbito incontrolable: no vemos lo que debemos ver por incapacidad: el punto ciego del auto.

Puede ser también porque las personas habitamos formas de poder que no hemos elaborado y de las que no somos conscientes, pero desde ahí nos relacionamos y vemos el mundo. Algunos no son conscientes del poder que tienen, poder que es evidente para el resto. Otros carecen de empatía: los que manejan pensando que nadie más ocupa las calles.

Difícil saberlo. Difícil saber si pueden evitarse. Una vez a un académico le preguntaron si era posible evitar estos puntos ciegos. “Mi única esperanza —respondió— es que al menos la gente sepa cómo llamar al error después de haberlo hecho”.

 

Paula Coddou/El Mercurio

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