Luego de su triunfo en la primaria oficialista, Jeannette Jara saltó al primer lugar de las preferencias presidenciales con un porcentaje cercano al tercio del electorado que aprueba la gestión de Boric. Tal ascenso creó la impresión de que ella irrumpía con una fuerza tal que pasaba a disputar la Presidencia palmo a palmo con los candidatos de la derecha. Pero, ese apoyo constituía casi todo el capital oficialista, dado que, en los escenarios de segunda vuelta, las encuestas muestran que, ya sea que enfrente a Kast o que enfrente a Matthei, la derrota de Jara es categórica.
La aspiración oficialista de reproducir la confrontación de la segunda vuelta de diciembre de 2021, cuando Boric se benefició de los mayores recelos que entonces despertaba Kast, tiene poco sustento. El cuadro de hoy es muy distinto. La mayoría desea un cambio de rumbo. El gobierno de Boric ha sido una experiencia aleccionadora respecto de lo que no debe hacerse y, sorprendentemente, llega a su fin ofreciéndole al país un esquema de izquierdismo reforzado, con el PC a la cabeza del Estado.
Se justifica preguntar si los dirigentes socialistas, pepedeístas, radicales o demócratacristianos creen realmente que la candidata comunista puede convertirse en presidenta de la República. Nos atrevemos a decir que no creen, y que eso mismo, paradójicamente, les sirve para calmar el rumor de conciencia de ser vistos como los pavimentadores del acceso del PC al Poder Ejecutivo.
Ahora bien, si no creen en su triunfo, ¿por qué la apoyan? No hay misterio. Son tiempos de escasez, y necesitan aprovechar los 15 minutos de fama de Jara para arrimarse a su lado y aprovechar su “irradiación presidencial” para conseguir votos para los candidatos al Congreso. La necesidad tiene cara de hereje.
Si Jara tuviera reales posibilidades de ganar la Presidencia, habrían abundado las figuras de la antigua centroizquierda dispuestas a sumarse a su comando de campaña. Tradicionalmente, allí empiezan a destacarse los futuros ministros. En este caso, han abundado los preocupados de “no quemarse”.
En este contexto, es llamativo un tipo de análisis que pone la personalidad de Jara por encima de cualquier otra consideración. Se llega a sostener que el juicio político sobre ella no debería fijarse tanto en su militancia comunista, como en su calidez y buen trato. No habría, pues, nada que temer. Es como si ella hubiera venido desde un lugar en el que reina el espíritu de concordia.
Como tal enfoque sugiere que Jara piensa distinto a Carmona, Jadue o Lorena Pizarro, se podría suponer que habrá un momento en el que ella, al defender su propia visión de las cosas, chocará con el aparato partidario. ¿Qué pasará, entonces? No existe la posibilidad de que el aparato sea derrotado dentro de lo que se llaman “las normas leninistas”, que son las que aseguran que los discrepantes no lleguen demasiado lejos.
Es justo reconocerle a Jara la bonhomía que ha mostrado, pero es exagerado verla como representante de una corriente política y cultural ya separada del PC. Como se sabe, ella integra el comité central del PC y levantó en la primaria un programa elaborado por cuadros de confianza de ese organismo. Ahora, los aliados empezaron a preparar un nuevo programa. ¿Cuál de los dos reflejará su verdadero pensamiento?
Siempre puede haber sorpresas en las elecciones. Faltan tres meses para la votación de primera vuelta, y es mejor no creer que las encuestas dan cuenta de una realidad ya consolidada. Todavía no se inicia la parte medular de la campaña, en la que los electores definirán su cercanía o distancia respecto de los distintos mensajes.
Nadie previó que el factor comunista se iba a convertir en un elemento central de la campaña presidencial, y mucho menos los dirigentes del PC, que no esperaban tanto del desempeño de Jara, y a los cuales les acomodaba una fórmula electoral que les permitiera estar menos expuestos, en segundo plano, sin llamar tanto la atención. Pero, ahí está la compañera, convertida en figura nacional.
¿Se hacen una idea los dirigentes comunistas de la eventualidad de instalarse en la jefatura del Estado, con amplísimos poderes, con todos los focos encima? El solo imaginarlo debe ponerlos nerviosos. En confianza, quizás conversan sobre lo que podría venir después, o cómo encararían la inestabilidad política y económica, o lo que harían frente a los previsibles desórdenes, o la envergadura que podría alcanzar el frente opositor. (Ex Ante)
Sergio Muñoz Riveros



