Sebastián Piñera ha ¿sorprendido? esta semana con sus declaraciones sobre la adopción de niños por parejas del mismo sexo: no discriminará a nadie al momento de adoptar. Inmediatamente se nos viene a la cabeza el gesto realizado al incluir a Luis Larraín con su pareja en la franja electoral –en medio de la campaña del año 2009– en momentos en que se discutía sobre los acuerdos de unión civil entre parejas homosexuales. La historia no se repite, pero rima; y pareciera que el comando de Piñera ha desempolvado calculadora electoral.
¿Dan los mismo estas declaraciones? Hay dos maneras de abordar esta pregunta. En primer lugar, podría dar lo mismo si fuesen una formulación distinta de lo que ya existe –una especie de fraseo–, como ha pretendido Andrés Chadwick cuando ha salido a “aclarar” los dichos del precandidato (como si fuesen poco claros). Por el contrario, afirmar algo así implica un cambio en el estado actual de las cosas, ya que si bien las personas solteras pueden adoptar independiente de su orientación sexual, no pueden hacerlo como parejas del mismo sexo. El expresidente deja entrever, por tanto, que su candidatura contiene una propuesta de modificación legal en la materia: adopción (determinada judicialmente) por parte de parejas del mismo sexo.
Pero, en segundo lugar, cuando se abordan este tipo de temas (matrimonio, aborto, legalización de las drogas, etc.) siempre ronda una inquietud: ¿es posible –o incluso necesario– seguir discutiendo estos temas cuando la sociedad va cambiando? ¿se le puede pedir –exigir, diremos algunos– a un político que no claudique? En amplios sectores de la derecha política esta pregunta va acompañada de una que quizás la apremia más: ¿No está acaso la economía por el suelo como para preocuparnos también de estas cuestiones? En definitiva, ¿no dan un poco lo mismo?
Y se tranquiliza a sí misma, porque, a fin de cuentas, lo importante es reducir la miseria y lograr una estabilidad social. Pero, aunque la superación de la pobreza sea una de las metas más importantes de la política, es un de un materialismo simplón reducir la experiencia humana –y por tanto la política– al desarrollo material y al éxito económico. Y después del desarrollo, ¿qué? ¿Hacia dónde vamos como sociedad?
Abandonan la mitad de la cancha (y luego se extrañan que ya nadie piense como ellos).
Entonces no. No dan lo mismo estas declaraciones del candidato Sebastián Piñera: tanto por el cambio que promueven como por que la claudicación que ellas implican hará aún más difícil a muchos sectores apoyarlo. Quizás las encuestas y la calculadora encuentre otros nichos con quien reemplazarlos. (La Tercera)
Antonio Correa



