La pregunta ha estado dándome vueltas en la cabeza durante los últimos días y me resulta incomprensible, porque es algo que nunca me había ocurrido. Nunca me he sentido “anti” algo, aunque, como ustedes han podido constatar muchas veces, puedo llegar a ser muy crítico de algunas situaciones.
Pero, obligado por esa interrogante, pienso ahora que, si el prefijo “anti” se entiende como “opuesto” o “en oposición”, incluso como “rechazo”, quizás podría llegar a aceptar que soy “anti” muchas cosas. Soy “anti” la intolerancia, soy “anti” el racismo, soy “anti” la incapacidad de dialogar, soy “anti” la violencia y, sí, sin duda soy “anti” quienes son “antidemocracia”. Pero si “anti” se entiende como la voluntad de violentar a los violentos, de aniquilar a los intolerantes, o de impedir el derecho de todos ellos y de los racistas y antidemócratas a expresarse o aún de pensar cómo piensan, entonces no soy “anti”. O, quizás, sería un “anti” todo eso, es decir, una suerte de “anti anti”.
Si creo todo eso de mí, entonces ¿por qué la duda o aún el temor de ser catalogado de “anticomunista” me ronda la cabeza? Lo más probable es que me ocurra porque es una expresión que también ha rondado incesante, casi abrumadoramente, en los medios de comunicación y en innumerables programas durante las últimas semanas.
¿Cómo es que ha ocurrido tal cosa? ¿Es que acaso ha surgido en el país algún movimiento social o político que se defina a sí mismo como “anticomunista”? No, no es por eso: nadie en Chile parece atreverse a autodefinirse de esa manera actualmente. Más bien al revés: una de sus más distinguidas militantes acaba de ser consagrada como candidata a la presidencia de la República por una amplia coalición de partidos, luego de participar sin ningún impedimento en una larga campaña electoral. Por otra parte, pocas personas han sido más entrevistadas por la prensa en los últimos días que la propia candidata comunista o que el presidente del Partido Comunista; y a ambos se les pide justamente que expresen sus ideas, que expliquen sus objetivos y propósitos respecto de Chile.
¿Quién plantea entonces la cuestión del anticomunismo? Es el propio Partido Comunista.
Sí, es ese partido el que, gracias a la abierta, no excluyente, nada antipática atención que le prestan cotidianamente los medios de comunicación, los ha inundado con este epíteto, utilizándolo como arma arrojadiza en contra de todo aquel que se permite expresar sus críticas o fuertes discrepancias a la ideología, los principios o la política del partido. Es más: a todo aquel que se permita una crítica siquiera puntual a sus propuestas o al comportamiento de alguno de sus militantes.
Si debemos reconocer y recordar los episodios de persecución que sufrió el Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda en Chile, desde la “Ley Maldita” hasta la dictadura (repudiables todos), lo que es fundamental para sostener un debate honesto, sin borrar la historia. Pero ese reconocimiento no implica que debamos renunciar a la posibilidad de criticar ideas políticas actuales.
La madurez democrática, precisamente, permite disentir sin caer en estigmas ni reduccionismos. Pensar distinto o cuestionar doctrinas no es antidemocrático; es parte de la deliberación saludable que fortalece el tejido social. El desafío está en defender ese espacio sin que el pasado se use como barrera para el pensamiento crítico.
Ante tanto rigor, es lógico entonces que deba preguntarme si soy anticomunista porque, sí, seguramente he criticado muchas veces a militantes comunistas, sí, no comparto para nada la ideología comunista, sí, tampoco comparto los principios que han registrado en el Servel como propios, sí, no comparto y más bien repruebo sus opiniones acerca de regímenes políticos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, y sí, he estado en desacuerdo en múltiples ocasiones con sus decisiones políticas. Sería el único caso en que me convertiría en “anti”, por propia decisión del aludido, porque si antes he criticado a múltiples sectores políticos por o estar de acuerdo con sus planteamientos, pero eso no me convierte en “anti algo”.
Aquí podría terminar esta reflexión y dar por superadas mis cuitas sobre ser o no ser “anticomunista”, porque queda claro que ese parece ser un problema de los propios comunistas, no mío. Sin embargo, el tema me sigue rondando. Y me sigue rondando porque me doy cuenta de que me incomoda y me parece injusto que lleguen a decirme que soy “anticomunista”.
Y la razón es que el Partido Comunista ha logrado imponer en nuestra cultura la noción ética de que “anticomunismo” es reprobable en términos valóricos: digamos algo así como tirar el pan a la basura o escupir en la calle.
Y eso sí que es de llamar la atención. Porque así Chile se situaría, sin lugar a duda, en el primer lugar del ranking de la extrañeza: aquí no solo existe un Partido Comunista, lo que ya es raro, sino que este ya gobierna o es parte central del gobierno, lo que es más raro aún en cualquier democracia; y todavía más: una militante del Partido Comunista es candidata presidencial del oficialismo, lo que consagra que ese partido no solo está en el gobierno, sino que lo interpreta mejor que cualquier otro. Pero donde rompemos todos los límites y quedamos fuera de toda capacidad de comprensión es cuando debemos aceptar, además, que ese Partido Comunista ha logrado imponer en la cultura nacional la idea –que no aplica a ningún otro partido en el país– de que criticarlo es algo malévolo, que no tiene que ver ni con las ideas ni con la política, sino solo con la ética y las buenas costumbres.
A tal grado ha terminado por imponerse ese ejemplo de lo que Gramsci llamaría “hegemonía cultural” que, a raíz de la andanada de protestas comunistas por supuestos casos de “anticomunismo”, algunos de los más brillantes intelectuales de nuestro país, como Carlos Peña o Cristián Warnken han debido ofrecer sus puntos de vista y explicar que, en su opinión, “anticomunismo” no es lo que los comunistas creen.
Yo, por mi parte, y desde luego sin tener el brillo intelectual de ellos, prefiero rendirme a la evidencia. Si el Partido Comunista de Chile cree que soy anticomunista porque lo critico, allá ellos. No puedo hacer nada por convencerlos de lo contrario, aunque seguiré criticándolos y criticando también a todo aquel que quiere hacerlos callar.
Pero, por favor, no me cuelguen por ello el cartel de anticomunista. (Red NP-El Llanquihue)
Hardy Knittel



