Las drogas solo se tocan en relación con su oferta: el tráfico y el crimen organizado. Pero hay un Chile que sufre por la otra parte de esta moneda: el consumo.
Es tal el grado de destrucción que acarrea el uso de drogas, que sorprende esta omisión, si se trata de mirar el futuro. Preocupa, porque la historia debe servir: en los últimos 30 años, Corporación La Esperanza fue advirtiendo a tiempo cómo la droga penetraba Chile, cómo el consumo escolar crecía, cómo comenzaban a instalarse las drogas químicas, cuándo pasamos de ser un país de tránsito a uno consumidor y ya a un incipiente productor. Todo esto, sin ser atendido ni contenido. Y el país cambió, la droga nos cambió.
Más allá de los problemas ligados al narcotráfico, en Chile hay a lo menos 735 mil personas con consumo problemático. Un tercio son mujeres, el 30% de quienes trabajan sufre de esta condición y, según la Fiscalía, el 73% de quienes cometen delito actúa bajo los efectos de la droga. Senda solo ofrece 21.800 cupos para tratamiento.
La realidad de nuestra población infantil es más dramática aún. No hay programas para la primera infancia ni están en la mira los recién nacidos con síndrome de abstinencia y alteraciones neuromotoras por haber estado expuestos a drogas durante su gestación y que, muchas veces, son abandonados en hospitales porque no hay oportunidad de rehabilitación para sus mamás. La institucionalización de lactantes fue tema en el debate, pero sin abordar el origen, en su mayor parte la droga en sus padres.
Mientras, los escolares chilenos ocupan el primer lugar de América en consumo de marihuana, cocaína, pasta base y medicamentos sin receta médica. Estamos llegando tarde. Sí, es un tema de salud mental, pero incluye otras múltiples causas: soledad, falta de familia, proyecto de vida y oportunidades, necesidad de rendir en el trabajo y en los estudios, de sentirse aceptados y también de experimentar sensaciones nuevas tanto para pasarlo bien como para dejar de pasarlo mal.
El consumo se normalizó y pasó a ser parte de nuestra cultura.
Frente a ello no cabe el desánimo. No hemos perdido la pelea contra las drogas; simplemente no la hemos dado. Lo nuestro ya es un problema estructural. El tema hoy está en manos de Senda y del Ministerio de Seguridad Pública que hacen su labor. No concordamos con el candidato Parisi, quien afirmó que Senda “no sirve de nada”. Pero no dan, no tienen el músculo para abordar la complejidad de este desafío.
Le acabamos de entregar a cada candidato nuestras propuestas; el primer punto es la urgencia de un cambio institucional, que incluya un organismo suprapartidario de especialistas, encargado de construir, gestionar y evaluar un plan estratégico a 20 años. El punto que plantean los candidatos es que en el futuro gobierno no habrá tiempo para formular la propuesta. Todo quedaría igual.
Por eso, sería un gran aporte a la política pública que la academia y otros expertos ideen y propongan esa institucionalidad independiente y robusta, la que, una vez aprobada, nos permita revertir los actuales niveles de tráfico y de consumo.
Es un asunto por el que no se marcha ni protesta, pero hace tal daño que debiera imponerse como algo urgente de atender, que desafíe a la sociedad entera para ser un país distinto.
Ana Luisa Jouanne Langlois
Corporación La Esperanza



