Perspectiva internacional: la región

Perspectiva internacional: la región

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El triunfo de José Antonio Kast abre oportunidades y también nos introduce a un laberinto. Se habla de un continente dividido entre izquierdas y derechas, y podemos observar en televisión mapas que se presentan como nítidos, pero no es un cuadro estable. Lo que en las nuevas democracias se ha visto desde los 1980, en la medida en que se pueda sacar una lección, nos dice que el patrón que observamos es la constante oscilación entre las derechas y las izquierdas, algunas más radicales o expresivas que las otras.

En una encrucijada tan incierta, lo seguro es que hasta ahora han sido relativamente efímeras, lo que quizás afecta más a las derechas. Con todo, se ha eclipsado una fuerte corriente de gobiernos de izquierdas más o menos radicales. Conociendo la historia latinoamericana, es evidente que esto durará una sola jornada; ese tipo de creencia política es persistente en nuestros países.

Y la cooperación estratégica entre latinoamericanos, más allá de artilugios verbales de caudillos, no ha sido nuestro fuerte. Escasamente habría que tener en cuenta aquí a la OEA, ya que fundamentalmente esta sirve de comunicación regional con Washington. Ha sido útil como instancia de contacto de los latinoamericanos entre sí. Se podría decir algo parecido de la Cepal, si no fuera porque esta solo es vocera de un tipo de economía política mayoritaria, y ni siquiera de la mayoritaria en las últimas décadas. De las otras instancias, es para llorar a mares. Mercosur en lo básico es un acuerdo comercial brasileño-argentino, muy discutido por lo demás. Unasur, que tenía alguna razón de ser aunque quizás no daba para “organización”, pretendió ser el arma de los populismos de la izquierda radical y terminó extinguida. Prosur fue una breve hija de gobiernos de derecha, finiquitada cuando cambiaron los vientos. La Alianza del Pacífico, de sumo interés para nosotros, está por los suelos.

De genuinos gobiernos democráticos, hubo dos oleadas de cooperación que hacían sentido. La primera, entre fines de los 1950 y mediados de los 1960, de corta duración, aunque marcó un modelo que admitía diferencias pero no estrellatos deslumbrantes ni caudillismos egocéntricos. El segundo fueron las décadas de 1980 y 1990 (con algunas diferencias entre la primera y la segunda), el principal consenso democrático moderno, que a partir del 2000 comenzó a erosionarse si bien no desaparece del todo.

Y, ¿existe algún liderato regional de uno de los grandes actores, que sea razonable? Brasil sería el país llamado a desempeñar ese papel. De hecho, por muchas décadas lo ejerció de manera discreta, solo que defensiva, morigerando conflictos y velando, como no podía ser de otra manera, por sus propios intereses. Parecía marchar en la buena dirección con la redemocratización en los 1980 y su punto más brillante en los años de Cardoso. Con Lula —para no hablar del interludio algo errático de Bolsonaro—, en cambio, el liderazgo en la región ha sido tímido; solo ha roncado a nivel global con efectividad bastante cuestionable o sencillamente inexistente.

Frente a la actual crisis del sistema de reglas que eran punto de referencia, el grado de desconcierto que provoca, o de nuevos alineamientos apresurados, la perspectiva es particularmente turbulenta y sembrada de minas. La administración entrante del Presidente Kast tendrá que vérselas con tierras incógnitas, y sin olvidar los ahora dinamitados factores del derecho internacional que, supongo, al menos en parte, serán restaurados en algún momento. Deberá sortear mucha tormenta con destreza práctica, sin olvidar principios de civilización. (El Mercurio)

Joaquín Fermandois