La evaluación del cónclave de la Nueva Mayoría no ha sido buena. La crítica es que en él hubo pocas ideas y decisiones, con lo cual se termina fortaleciendo la percepción de que estamos ante un gobierno que reacciona lento y tarde. Pero más allá de la ideología, las diferencias en la coalición gobernante -que la mantienen en una suerte de inmovilismo táctico- parecen deberse, principalmente, a una distinta apreciación sobre elementos que son la base de cualquier estrategia.
El primero es una dispar apreciación acerca de la fuerza y naturaleza de la caída en el respaldo popular al gobierno. Es cierto que es inocultable la dramática caída en la aprobación de la Presidenta. Sin embargo, en sectores del gobierno y de la NM este hecho es objeto de una suerte de negación. Se dice que todo iba bien hasta el caso Caval. Esa es una falsa apreciación, pues en los diez meses que van desde la asunción al poder de la Presidenta hasta el estallido del escándalo, su aprobación bajó 20 puntos; es decir, a un promedio de 2 puntos cada mes. A partir de Caval -esto es, en los meses que van desde febrero hasta ahora-, ese ritmo se incrementó, pero no tanto, pues subió de 2 a 2,5 puntos mensuales. En consecuencia, los factores del deterioro hay que buscarlos en errores de diagnóstico y manejo, que van más allá de los fenómenos de corrupción. Además, hay que tener presente que el fenómeno no ha podido ser revertido ni aun con los esfuerzos de la Copa América, el cambio de gabinete ni el intenso trajín para volver a contactarse con aquella gente que no hace un año hizo creer que el carisma de Bachelet era incombustible. Peor, los análisis a futuro son pesimistas, pues lo que puede contribuir a tirar el carro de popularidad del gobierno, hacia arriba o hacia abajo, son características personales de la Presidenta, como el liderazgo, su cercanía con la gente, o el ser confiable; todos, factores que no dejan de bajar, apuntando a que, en materia de respaldo, lo peor no está atrás, sino probablemente hacia adelante.
El segundo es la consideración de las limitaciones económicas.Es evidente que ningún programa de gobierno -ni de ningún tipo- puede hacerse sin tener en consideración su costo y las disponibilidades de recursos para financiarlo. Y es evidente, también, que hasta la llegada del ministro Valdés, el gobierno había venido cometiendo en este campo una serie de errores que se han ido acumulando hasta alcanzar niveles preocupantes: (i) se subestimó la desaceleración de la economía china y su impacto sobre el precio del cobre; (ii) se subestimó la desaceleración de la economía regional y mundial; (iii) se sobreestimó el rendimiento de la reforma tributaria; (iv) se subestimó el menor ingreso tributario por efecto del menor crecimiento de la economía chilena, y (v) para no seguir alargándonos, se subestimó el costo de las reformas, particularmente de la promesa de gratuidad en la educación superior.
Es en torno de la rectificación de este hecho donde más han campeado la irracionalidad y la rudeza. Acusaciones de que «no vamos a aceptar la dictadura de los macroeconomistas» es tal vez el más peligroso consejo que puede recibir el Ejecutivo. Cualquiera sea la naturaleza de un régimen -dictadura o democracia; comunista, socialdemócrata o neoliberal-, los que no respetan las limitaciones de la macroeconomía están condenados a pagar precios muy caros en la forma de inflación, déficits fiscales, desempleo, bajo crecimiento o, llevado más allá, crisis cambiarias, de abastecimiento, y aun otros males.
El ministro Valdés ha tenido el coraje de poner estas limitaciones sobre la mesa. Y si sus advertencias no son consideradas, el gobierno deberá afrontar en 2016 un ajuste que será más penoso que si lo hace hoy, y menos oportuno, pues habrá de tener lugar en un año electoral.
El factor tiempo. Un pilar fundamental en la construcción de una estrategia es el tiempo y su uso. Lo que se pueda hacer depende del tiempo de que se disponga. Y el actual gobierno es muy corto. Constitucionalmente, su término son 48 meses, de los que ya han transcurrido 17; le restan 31 meses, pero no más de 25 si descontamos tiempos que serán muy difíciles para la acción gubernamental, como los tres meses anteriores a la elección presidencial y los tres que van hasta la asunción del nuevo gobierno.
En los próximos 25 meses, ¿qué razonablemente -y supuesto que los recursos económicos están- se puede proponer el actual gobierno? Lo que es claro es que no puede impulsar una gran multiplicidad de reformas. Al cabo de 17 meses la reforma tributaria aún está en trámite de aprobación e implementación, y la discusión sobre ella, lejos de haberse cerrado. Lo mismo, y de solución más compleja, ocurre con la reforma educacional.
La tesis de «la huida hacia adelante», que consiste en agregar cada mes una nueva reforma, es una manera segura de hacer al actual gobierno intrascendente. Quien tiene 20 prioridades no tiene ninguna, tampoco tiene foco ni «relato». Y quien en 25 meses se empeñe en completar 10 reformas esenciales, es seguro que no terminará bien ninguna y no será recordado por nada.
En los días que corren, el Presidente Obama está en la fase final de sus ocho años de gobierno. Su paso a la historia está tal vez asegurado, porque impulsó cinco reformas esenciales: una en salud (el Obamacare); la reapertura de relaciones con Cuba; el pacto con Irán, para impedir la producción por este último de una bomba nuclear; su ayuda indirecta para que la Corte Suprema reconozca el matrimonio homosexual en todos los Estados de la Unión, y un crecimiento económico que es bajo para una nación emergente, pero satisfactorio para la más desarrollada economía del mundo. Un caso eficaz de una agenda acotada. ¿Es necesario llevar adelante 10 o 15 reformas significativas (¿incluida una Asamblea Constituyente?) en los próximos dos años de tiempo efectivo?
El precio del voluntarismo. Nunca está de más mirar los malos escenarios, que, aunque puedan aparecer hoy como no tan probables, pueden transformarse en muy reales en una actividad como la política, donde la fortuna es veleidosa y esquiva. Hay varios «si» que mirar con cuidado. Si la popularidad del gobierno no se recupera, estabilizándose en el borde del 20 por ciento; si la economía, sin entrar en crisis dramáticas que no se ven posibles, registra el peor desempeño de los últimos seis gobiernos; si la agenda se diluye en una decena de proyectos reformistas que no se concretan y quedan a medio hacer y controvertidos; si «el relato» no tiene una estructura, sino que es una lista de supermercados de variadas iniciativas… entonces, de ser ese el curso de acción de los próximos dos años, la Presidenta Bachelet iría avanzando (ojalá me equivoque) a ser la Presidenta que elegida dos veces, dos veces terminó su mandato entregando el poder no a un sucesor de su mismo color, sino a la derecha.


