La noticia pasó rápido en algunos medios, pero merece mucha más atención. Lo ocurrido en Panamá no solo es un episodio diplomático, sino también una prueba de hasta dónde llega la presión china en la región y hasta dónde están dispuestos los países latinoamericanos a tolerarla.
El episodio: una presión diplomática inaceptable
La semana pasada, Panamá hizo público que la embajada de China intentó impedir que un grupo de diputados viajara a Taiwán. La Cancillería panameña reaccionó de inmediato y declaró que el país “no acepta ninguna injerencia en sus decisiones internas”. Este mensaje, poco habitual en la región por su claridad, evidenció una práctica que muchos gobiernos prefieren no discutir abiertamente: la presión constante de Pekín sobre asuntos internos de terceros Estados.
El “principio de una sola China” como herramienta de presión
Para entender el trasfondo, es necesario recordar que China utiliza el llamado “principio de una sola China” como una política exterior rígida. Según su interpretación, ningún país debe mantener contactos oficiales con Taiwán. En América Latina, esta exigencia se ha transformado en una herramienta que no solo limita el reconocimiento diplomático, sino que también intenta condicionar las actividades de parlamentos, autoridades locales, universidades e incluso actores privados. Cuando una potencia busca definir con quién puede reunirse un órgano legislativo extranjero, ya no estamos ante diplomacia tradicional, sino ante una forma de presión estructural.
La reacción habitual: la región que mira hacia otro lado
La realidad muestra que gran parte de América Latina ha optado por la prudencia o la resignación ante estas presiones. Desde que China expandió su presencia económica en la región mediante inversiones, préstamos y proyectos estratégicos, muchos gobiernos latinoamericanos han comenzado a evitar cualquier acción que pueda incomodar a Pekín. En varios países se ha reducido la interacción con Taiwán no por convicción, sino por temor a repercusiones económicas. Esta actitud ha alimentado la idea de que confrontar a China es demasiado costoso y que, por lo tanto, lo más conveniente es aceptar sus condiciones incluso cuando estas afectan la autonomía nacional.
El gesto inesperado: Panamá rompe el silencio
En este contexto, la respuesta de Panamá resulta especialmente significativa. Un país pequeño en términos geográficos y económicos decidió enfrentar públicamente a China y dejó claro que la soberanía democrática no es negociable. Esta postura se suma a una tendencia internacional creciente en la que diversas democracias comienzan a rechazar presiones externas que limitan su capacidad de acción. Panamá podría estar marcando el inicio de un cambio más amplio en la región.
Un ejemplo incómodo para los países más grandes
La pregunta central es evidente. Si Panamá, con un tamaño limitado y recursos modestos, fue capaz de defender su autonomía, por qué otros países latinoamericanos con mayor población, economía y presencia internacional evitan adoptar una posición igual de firme. El gesto panameño deja al descubierto que la defensa de la soberanía no depende necesariamente del poder material, sino de la voluntad política. En esta ocasión, Panamá mostró más determinación que varias democracias de mayor escala.
La lección para América Latina
La experiencia panameña entrega una enseñanza clara. En un mundo donde la influencia china aumenta en alcance y profundidad, mantener silencio ya no es una estrategia sostenible. La autonomía se protege mediante decisiones concretas que reflejen convicción democrática. Si un país pequeño logró trazar un límite y defender su institucionalidad, otros también pueden hacerlo. Lo que falta no es capacidad, sino decisión. (NP)
Andrés Liang
Analista en política internacional y relaciones Asia-Latinoamérica



