Por otra parte, paradójicamente, un pueblo que sufrió exterminio y persecución desde los inicios de los tiempos, hoy está liderado por un gobierno que utiliza los mismos métodos que se aplicaron contra ellos con el mismo objetivo: borrar de la tierra una raza, una etnia, una cultura.
El domingo 9 de junio, en un bello acto por la paz realizado en la Catedral Metropolitana, los pastores monseñores Fernando Chomali y Sergio Abad, católico uno y ortodoxo el otro, oraron juntos por la paz en un acto ecuménico de valor indiscutible. Sin embargo, en mi modesta opinión, debieron estar también hebreos e islámicos, es decir todos, sin exclusión alguna.
La paz es un estado de ánimo que obliga al perdón, a la reflexión, a la tolerancia, a la justicia, y a reconocer que a partir de tu dolor puedes reconocer el dolor de los demás.
El ortodoxo, monseñor Sergio Abad, cantó las bienaventuranzas: “Bienaventurados los que sufren persecución”. Monseñor Fernando Chomali expresó con vigor: “Este acto no es político, es humano”. El eco de sus voces cubrió las grandes arcadas de la Catedral, e hicieron derramar las lágrimas adolescentes de mis nietos y de quienes las escucharon esa tarde.
Escribo ahora a mis amigos israelitas, como el notable cineasta Amos Gitai, autor de películas como “La casa”, donde conviven en la paz posible árabes y judíos. Asimismo, me dirijo a intelectuales, artistas y poetas, con la utópica esperanza de contribuir como una gota de agua en la tormenta. Escribo desde lejos, mientras contra la lluvia viajamos a nuestra casa.
La guerra está lejos.
La angustia, muy cerca.
Las imágenes del genocidio, en la conciencia.
Pienso en mis amigos palestinos, en mis amigos judíos, con los cuales compartimos bandera y estrella, colores y recuerdos, inviernos y primaveras.
En definitiva, sus abuelos, como los míos, fueron perseguidos y sus raíces arrancadas de la sequedad de la tierra como las rosas que crecen entre espinas en Palestina, en los caminos pedregosos, en el olor a pólvora, en la visión dantesca de los cadáveres semiquemados, acumulados en los caminos y en los cielos cubiertos por los buitres que en Gaza alimentan a la muerte.
Si bien nosotros hemos vuelto a nacer, refundando nuestras culturas en Chile, permitiéndonos ser, contribuyamos con generosidad a la paz en las tierras de nuestros abuelos, desenterrando de nuestros espíritus el odio y la impotencia. Los hijos de Abraham son hermanos y tienen el derecho de habitar la casa de su padre. (El Mercurio)
Miguel Littin
Cineasta