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Crisis de legitimidad

La última encuesta del CEP trae noticias previsibles; aunque así y todo apabullantes. La encuesta constata una gigantesca crisis de legitimidad. Para advertir su magnitud basta constatar que el Presidente tiene una aprobación de apenas 6% y un rechazo que se empina por las nubes.

Pero el problema no es, obviamente, ni la personalidad ni el desempeño del Presidente. Piñera no lo ha hecho bien (más riguroso sería decir que no lo ha hecho de ningún modo); pero sería pueril e injusto culparlo solo a él de lo que ocurre.

¿En qué consiste y a qué se debe esa crisis de legitimidad?

La legitimidad alude a un elemento mudo sobre el que reposan todas las instituciones y desde luego el Estado: la creencia de que ellas merecen, por algún motivo, ser obedecidas. En las democracias contemporáneas las fuentes de la legitimidad (aquello que proveía motivos para obedecer) fueron tradicionalmente dos. Por una parte, el procedimiento electoral a la hora de asignar las posiciones de poder en el Estado, y por la otra, la capacidad del Estado para prestar servicios a las personas.

Y ocurre que ambas fuentes de legitimidad se han debilitado.

El procedimiento electoral que confiere el poder a las mayorías tiene el problema que las mayorías ya no existen. O mejor aún, hoy existe una multitud de minorías, cada una portando o reclamando intereses específicos. La vieja imagen del electorado que reflejaba las distintas posiciones en la estructura social —el proletariado, la izquierda; la burguesía, la derecha; la mesocracia, un centro que servía de eje— ha sido sustituida por una ciudadanía que se expande en múltiples direcciones e identidades.

Por otra parte, el Estado concebido ya no como poder político, sino ahora como administración destinada a atender necesidades de los sujetos, también se ha debilitado. Ha contribuido a ello no solo la expansión del mercado, sino también el hecho de que las necesidades de los individuos son menos estandarizadas. Mientras en el capitalismo inicial (el Chile avanzado el siglo XX) había necesidades de clase, por llamarlas de alguna forma, hoy las necesidades son más diferenciadas. Y muchas de las nuevas generaciones, las mismas que han hecho de la performance y de los insultos una protesta política (y de la crisis una ocasión para encontrar audiencias con las que de otro modo no contarían) son levemente incomprensibles. Hay, por supuesto, necesidades uniformes que han sido desatendidas; pero junto con las identidades múltiples han surgido demandas también múltiples (más tofu menos carne, más lesbianas menos pacos, los árboles serán liberados, esos grafitis de hoy son la caricatura de ellas) para las cuales la administración es incapaz.

El deterioro de esa doble legitimidad que el Estado poseía es, sin duda, una de las causas de lo que la encuesta CEP constata.

Pero hay otras de las que todos los políticos profesionales son responsables.

La representación política en una democracia supone una doble exigencia: que los representantes sean los mejores (que tengan capacidad técnica y narrativa, destreza para presentar intereses y promoverlos) y que al mismo tiempo tengan cercanía y presencia (que sean como aquellos que dicen representar).

Desgraciadamente los representantes no cumplen en la mayor parte de los casos ninguno de esos requisitos.

Desde luego se han ido volviendo sobre sí mismos, en un raro proceso de ensimismamiento, como si para ellos la realidad se redujera a lo que dicen, oyen, murmuran, traman, pelean y obtienen en las paredes del Congreso. Los miembros del Congreso han hecho realidad lo que afirmaba Gaetano Mosca: se han convertido en una clase con intereses y lenguaje propio, con una forma de ver la realidad en la que la gente no se reconoce. No es que discutan entre sí lo que molesta, el problema es que al hacerlo emplean todos la misma jerga incomprensible, despliegan los mismos gestos, se inclinan con igual prontitud ante las redes sociales, y ejercitan así el código no escrito de quienes integran la misma absurda clase.

Y se suma a ello la impericia técnica para conocer, y resolver, los asuntos de los que se ocupan. Entre los habitantes del Congreso hay demasiados que llegaron allí a punta de desplantes, redes, payasadas, disfraces y una pizca de suerte. Y otros, los más jóvenes, arribaron demasiado persuadidos de que la realidad es algo que se deduce de las ideas que acaban de descubrir y no de que la realidad es el muro que las ideas deben ser capaces de escalar.

Una mayoría sustituida (como efecto inevitable de la modernización) por una multitud de minorías; un Estado que no provee los bienes que esa ciudadanía múltiple demanda, y representantes que han confundido el espacio público con un espejo que se habla a sí mismo son algunas de las causas de esta crisis de legitimidad que es, no hay que olvidarlo, la antesala para la desaparición de las instituciones.

Y es que las instituciones descansan sobre ese puñado mudo de motivos que se llama legitimidad. Hoy no basta haber sido elegido o tener la fuerza para mandar. Por eso la imagen más antigua del poder es un sujeto tranquilamente sentado en un trono. Es lo que Talleyrand le recordó a Napoleón (lo sabe hoy el propio Gobierno y la fuerza pública) cuando le dijo que con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa, menos sentarse sobre ellas. (El Mercurio)

Carlos Peña

Congreso ha sesionado un 40% más desde el estallido social

Dos días después desde que estalló la crisis social en Chile, la Cámara de Diputados convocó a una sesión extraordinaria de la Sala. En ese caso lo hicieron porque el domingo 19 de octubre el Presidente Sebastián Piñera envió un proyecto para frenar el alza de $30 del Metro de Santiago y decidieron tramitarlo con la máxima agilidad, considerando que ese fue el detonante de la molestia ciudadana.

Desde ahí, prácticamente el Congreso no ha tenido semanas distritales y ha ajustado su calendario para legislar en días extraordinarios. La Cámara por reglamento sesiona en Sala de martes a jueves, mientras que el Senado lo hace martes y miércoles, pero ahora en las dos instituciones han incorporado este tipo de actividades en otros días.

Así ha avanzado en la agenda social y se seguridad propuesta por el Gobierno, la reforma que permitirá el plebiscito y otras materias que han surgido desde los propios parlamentarios.

Pero también se han enfrentado entre ambas corporaciones por el trabajo que se ha hecho en este contexto. «Eso de que ‘el Senado lo corrige’ se ha hecho algo recurrente, lo que muestra que en algún momento alguien está desatendiendo sus responsabilidades centrales«, dijo el sábado pasado a El Mercurio el presidente de la Cámara Alta, senador Jaime Quintana (PPD).

Los diputados se molestaron y en la sesión del martes recién pasado anunciaron el envío de una nota formal pidiendo «prudencia», además de la solicitud de un listado del estado de proyectos que se han enviado al Senado y el estado de su tramitación.

En el Hemiciclo, el diputado socialista, Jaime Naranjo, apuntó además al Senado diciendo que la Cámara ha sesionado -según sus cálculos- 51 veces desde el 18 de octubre, mientras que en el otro lado han realizado 36 sesiones de Sala.

COMPARACIÓN

Faltando dos semanas para que los legisladores inicien el receso de febrero, Emol realizó un conteo según la información disponible en la página web de ambas corporaciones y se determinó que el Congreso Nacional en su conjunto ha realizado un 40% más de sesiones comparado con el mismo período del año anterior (18 de octubre de 2018 a 17 de enero de 2019 frente a 18 de octubre 2019 a 17 de enero 2020).

En lo que va de este período legislativo (iniciado el 12 de marzo de 2019) la Cámara de Diputados ha convocado a 144 sesiones de Sala y 54 de ellas se han hecho desde el estallido social. La misma institución el período total pasado realizó 138 sesiones y 40 de ellas se hicieron entre mediados de octubre y mediados de enero.

Es decir, comparando estas últimas cifras y meses, los diputados han asistido a un 35% más de sesiones.

En el Senado también tienen más sesiones a su haber a causa de la crisis: si se comparan las realizadas entre octubre y enero de 2018 frente a las convocadas en los mismo meses en este período se demuestra que han participado de un 50% más. El período pasado los senadores tuvieron 95 sesiones en total y ahora aún faltando días para que se acaba este año legislativo, ya suman una más al total.

Asimismo 39 de ellas se han convocado desde el 21 de octubre, mientras que entre octubre y enero del período pasado sesionaron 26 veces.

SIN SEMANAS DISTRITALES

El presidente de la Cámara de Diputados, Iván Flores (DC), comentó a Emol que su Corporación se ha organizado tomando la decisión de sesionar los lunes y viernes cuando sea necesario, además se redujo el tiempo de debate de cada parlamentario de 10 a 6 minutos con el fin de poder tratar más proyectos en cada reunión. Asimismo, y considerando las consecuencias, se han suspendido total o parcialmente las semanas distritales.

«Nos hemos comido todas las semanas distritales, ninguna semana distrital desde el estallido social ha estado libre de sesiones en el único lugar que por obligación constitucional podemos sesionar que es Valparaíso. La gente nos reclama en los distritos, nos piden que estemos allá, hay problemas que coordinar, que gestionar, pero hemos estado concentrados en la Sala«, declaró.

Según el parlamentario «el año pasado resolvimos más de 80 proyectos y los despachamos y ahora desde el estallido social tenemos casi un 50% más de proyectos despachados y eso es un tremendo esfuerzo que, claro, no se refleja en la última Encuesta CEP (Confianza en el Congreso alcanzó 3%) porque tal vez no hemos sabido informarlo como corresponde o hay una animadversión que va a ser responsabilidad nuestra también resolver para que la gente confíe un poco más en nosotros. Que efectivamente estamos preocupados, tratando de colaborar y gestionar e incluso premeditar los cambios que Chile necesita», dijo. (Emol)

Boric: «En política se debe dialogar con el que piensa distinto»

Hasta el 18 de octubre, 2019 fue el año en que Gabriel Boric consiguió descansar de las polémicas y, según sus palabras, levantarse del suelo. El estallido, sin embargo, lo convirtió en protagonista inevitable del conflicto entre las instituciones y la calle, entre ultrones y amarillos, entre jóvenes y viejos. Por donde pasa una grieta, ahí está Boric. En esta conversación con La Tercera, explica por qué ha hecho lo que ha hecho, se pregunta qué es hacer política en Chile de aquí en adelante e invita a “tener cintura” para conversar con los más jóvenes, cuyos nuevos lenguajes, reconoce, también a él le resultan esquivos.

El 31 de diciembre escribió en Twitter: “Qué año. Cuánto aprendizaje”. ¿Qué aprendió el 2019?
La respuesta tiene muchas dimensiones, pero principalmente dos. La primera, más personal, es que te puedes levantar del suelo. Yo partí el año… No es algo que me guste recordar, pero mi 31 de diciembre de 2018 fue José Antonio Kast viralizando una foto mía con la polera de Jaime Guzmán. Eso después de haberse conocido el diálogo con Palma Salamanca, y eso después de haber estado internado producto de un trastorno obsesivo compulsivo, un proceso personal muy difícil… Con todo eso, mucha gente me decía “ya estás muerto”. Y, efectivamente, en política es todo muy fluctuante. A veces, algunos te inflan para después dejarte caer. Y otras veces, uno tiene un crecimiento de capital político, pero un error no forzado -como los que yo cometí- te puede costar muy caro. Entonces, en enero, definimos con mi equipo hacer un trabajo de hormigas, menos visible, centrado en tres áreas: salud mental, infancia y temas específicos de Magallanes. Y trabajé en eso muy intensamente, lo cual me permitió sentir que había salido del foco de la polémica y que mi trabajo tenía sentido, porque estaba dando frutos. Primer aprendizaje, entonces: cuando uno está en el suelo, puede levantarse. El 2019 fue mucho eso.

¿Y el segundo?
Esta tesis es arriesgada y muy provisoria, pero creo que, tal como Eric Hobsbawm habla del “siglo XX corto”, de 1914 a 1991, uno podría decir que el siglo XX chileno va de la Constitución del 25 al estallido social de 2019.

Diría que no se está acabando algo que empezó el 73, sino el 25.
Mitad y mitad, son las dos cosas a la vez. A la transición se le dio por muerta muchas veces, pero me atrevería a decirlo: esta es la definitiva. Ahora bien, hablo del 25, porque todas las instituciones que fueron pensadas para un mundo que se comportaba de cierta manera, y que lo volvían más o menos predecible, el año pasado quedaron desfasadas del momento histórico. A nivel mundial, no solo en Chile. La crisis climática está muy vinculada a esto, porque también obliga a las instituciones a cambiar. Y las instituciones no son gigantes dormidos: para que cambien, tenemos que cambiar nosotros, las personas. Entonces, segundo aprendizaje del 2019: hay que estar disponible para cambiar y eso significa tener la capacidad de conversar. No ser un fanático de tus propias ideas.

¿El rol que ha jugado en el proceso constituyente es lo más importante que ha hecho en la política?
Voy a decir algo políticamente correcto, pero porque lo creo. A mí no me tocó jugar ese rol por haber aparecido ahí de la nada. Si estamos ad portas de cambiar la Constitución del 80 es gracias a la movilización de un pueblo, y luego, a un aprendizaje colectivo de quienes ya habíamos integrado otros movimientos sociales: que sin movilización, la historia no avanza. Y que las élites son reticentes a ese avance, intentan cambiar algo para que todo siga igual. Pero yo creía necesario que ese proceso tuviera una expresión institucional, y me tocó jugar un rol en eso que creo que fue positivo, aunque habrá que juzgarlo por sus efectos.

¿Qué ideas pasaron por su cabeza cuando decidió firmar el acuerdo sin el visto bueno de su partido?

Bueno, yo lo conversé con Gael (Yeomans, presidenta de Convergencia Social), ella sabía que iba a firmar y yo sabía que tenía que hacerlo a título personal. ¿Y por qué lo hice? Porque si no estábamos nosotros, el resultado seguramente no iba a ser el mismo. Y, por lo tanto, era muy irresponsable, a última hora, después de pelear todo el día por sacar esto adelante, decir: “¿Saben qué? Muchas gracias, pero no vamos a hacernos cargo de los costos”. Yo había tenido un rol que no podía desconocer en ese momento. Y sentí que había cumplido el mandato que hasta última hora existía desde mi partido: conseguir el plebiscito sobre el mecanismo y que una opción fuera la asamblea 100% electa. Además, tuiteé el primer día: “Falta que sea paritaria, con escaños para pueblos originarios y electividad para los independientes”. Y, con mucho esfuerzo, logramos aprobar esos tres puntos en la Cámara. Espero que logremos lo mismo en el Senado y que el plebiscito del 26 de abril sea multitudinario.

¿Cómo interpreta la actitud que ha asumido el PC frente a ese proceso?

Yo me alegro de que el PC haya estado profundamente en contra y ahora decida ser parte, para crear una Constitución de manera democrática por primera vez en Chile. Y estoy seguro de que en ese espacio vamos a tener puntos de encuentro.

¿Pero cómo se explica, por ejemplo, que el alcalde Jadue afirme que usted pactó con la derecha a espaldas de la ciudadanía? ¿Hay distintas visiones de la democracia?
Creo que hay distintas visiones de la democracia. Para mí, debatir con la derecha en el Parlamento de la República no es hacerlo a espaldas de la ciudadanía. Mucho menos si fue absolutamente prístino qué se discutió y en qué términos. Quizás el setting final, a las 3 de la mañana, no fue el ideal. Pero yo creo que el alcalde Jadue tiene un problema para hablar con quienes piensan distinto a él.

Con la lluvia de críticas, ¿llegó a pensar que se había equivocado al firmar?
No. Estoy convencido de que es una oportunidad fantástica para volver a encontrarnos como país. Se ha hablado mucho, desde el urbanismo y la sociología, de la brutal segregación social de nuestras ciudades, pero esos sectores segregados no tenían expresión política. Y yo estoy haciendo política, reivindico la política, no me gustan los que se presentan como outsiders. Pero aquí quedó nítidamente demostrado -es cosa de ver la última CEP- que la política institucional, si no confluye con la sociedad, no tiene fuerza, es un barco sin motor. Y los barcos sin motor encallan o se hunden. Por lo tanto, yo no veo en la movilización social una amenaza a las instituciones, como la ven algunos en estos pasillos (del ex Congreso), que están como tembleques. Para mí, es el motor que les faltaba a las instituciones para que nos pueda llevar a todos el mismo barco. Y cuando veo a Allamand y otros senadores llamando a votar “rechazo” en abril, no puedo evitar recordar lo que enseñaba José Zalaquett: la tradición no consiste en la adoración de las cenizas, sino en la preservación del fuego.

Y pensando más allá del proceso constituyente, ¿qué puede hacer la política institucional para reencontrarse con la sociedad?
De partida, todos los partidos tienen que refundarse. Todos entraron en crisis después del 18 de octubre, sin excepción. Si no se refundan para que la sociedad pueda ver en ellos espacios de organización y herramientas de transformación, esos partidos van a ser eunucos que, por lo tanto, van a habitar instituciones eunucas, incapaces de reproducirse. Y eso sería gravísimo, porque el divorcio entre sociedad y política institucional se volvería total. El Frente Amplio (FA) nació precisamente para crear esos puentes, pero también quedamos desfasados. Para mucha gente en Chile, Guillermo Teillier y Jacqueline van Rysselberghe representan una misma frecuencia, y dentro de eso también estamos un poco nosotros. Tenemos que volver a preguntarnos a quién le estamos hablando.

Sería arriesgado decir que el FA está en condiciones de asumir la conducción política del Chile que despertó.
Nosotros solo vamos a ofrecer gobernabilidad si logramos ser interlocutores con el mundo social movilizado, que es mucho más heterogéneo que la Mesa de Unidad Social, así como las movilizaciones son algo mucho más amplio que la Plaza Italia o de la Dignidad. Hay que llegar incluso a la gente que apoya las movilizaciones pero no está en la calle. Para mí, esa es la pega del FA. Un gran problema de Bachelet 2 fue tener propuestas progresistas sin apoyo social. ¿Quién celebró la gratuidad de Bachelet cuando se aprobó? Y el FA gobernando sin la sociedad sería un rey en pelotas.

¿Qué significa, siendo bien prácticos, hacer política de la mano con la sociedad? A veces, mientras más lo repiten, menos se entiende a qué se refieren.
Un ejemplo concreto. En estos meses han funcionado cabildos en diferentes lugares de Chile, donde participó gente muy diversa, porque reconoció ciertas demandas como suyas. Bueno, nuestra pega es que esos cabildos, además de multiplicarse, tengan una incidencia real en la discusión constitucional. Y participar en ellos, sin que nos dé vergüenza pertenecer a un partido político. Ir a un cabildo y decir “yo soy parte del FA, defendemos tales posiciones”, para ir generando confianza en lo que hacemos. Ahí tenemos una oportunidad, porque muchos partidos no tienen la sensibilidad de participar en esos espacios. Mira, yo presenté el libro de Ignacio Walker, El fracaso de la Nueva Mayoría, en uno de estos salones (del ex Congreso). Y cuando miré al público, eran puros hombres sobre 65 años. Ahí pensé: ¿El fracaso de la Nueva Mayoría tendrá algo que ver con el carácter de esta audiencia? Porque es gente que hace mucho dejó de interactuar -más allá del rol a veces clientelista del parlamentario en su región- con los movimientos sociales que se iban organizando a partir de las contradicciones de este modelo de desarrollo.

En junio pasado, escribió en The Clinic: “Lo que parece realmente pobre es la propuesta alternativa que estamos presentando a Chile quienes no somos parte de este gobierno”. O sea, tampoco lo tenían tan claro.
En términos de propuestas, como FA seguimos al debe. Pero sí veíamos que esas contradicciones emergían como burbujas en ebullición, mientras la derecha y parte de la Concertación se negaron por décadas a discutir sobre ellas. Hasta que saltó la olla, ¡paaaaa!, y reventaron todas juntas. Y la gente de San Bernardo vio que una familia de Antofagasta sufría su mismo problema… ¡La variedad de demandas que aparecen en las marchas! “Son tantas weás que no sé qué poner”, decía un cartel. Eso es lo que hay que saber leer, más allá del discurso buena onda de decir “hemos escuchado”.

Buena parte de la derecha ya se convenció de que ninguna medida bastará para que la calle sienta que la escucharon. El acuerdo constituyente no lo consiguió.
Y yo nunca pensé que fuera a conseguirlo por sí solo. Eso tiene que avanzar en paralelo con otras dos vías. La primera, el cese de las violaciones a los derechos humanos, y luego la justicia y reparación para las víctimas. Y habrá que hacer una reforma profunda a nuestra policía, porque es imposible legitimar el uso de la fuerza con una policía que se comporta de esta manera. La otra vía es la agenda social, donde tenemos un problema grande, porque las iniciativas que implican gasto tienen que venir del Ejecutivo. Ellos dicen “planteamos muchas cosas y la oposición las rechaza”. Pero mira los números: la reforma tributaria va a recaudar 1/6 de lo que pretendía recaudar en régimen la reforma de Bachelet. Así no podemos dar las respuestas que se requieren hoy.

"Velatón" por hombre fallecido en el sector Plaza Italia tras caer en un pozo eléctrico al arrancar del carro lanza agua de carabineros, es reprimida por estos mientras se desarrollaba. (AGENCIAUNO)

¿Qué respuestas, por ejemplo?
Por ejemplo, equiparar las pensiones más bajas al sueldo mínimo. Eso costaría 3,2 puntos del PIB, no es poco. Pero una reforma tributaria más audaz, que apunte a la excesiva riqueza que -de manera socialmente ilegítima- han concentrado los más ricos, lograría parte de eso. Y lo otro es redistribuir presupuesto, cambiando prioridades. ¿Se justifica un gasto militar tan excesivo, en un contexto multilateral, cuando tenemos abuelos suicidándose porque no tienen cómo vivir? Creo que hay espacio para una agenda social centrada en pensiones, servicios básicos, medicamentos y salud pública, pero una cuestión que se note, que mejore la calidad de vida de las personas. Si no trabajamos estas cosas en paralelo a la Constitución, la sensación de crisis se va a mantener.

¿Que cese la violencia no es otra condición?
Todos queremos que se acabe, pero si el gobierno se obstina en atacar sus consecuencias y no sus causas, se hace difícil. Cuando un país tiene una justicia para ricos y otra para pobres, ¿no está ahí el principal foco de violencia? A quienes nos exigen ir más allá de la condena retórica, yo les pido exactamente lo mismo: ataquemos de una vez las causas. Y eso no se hace invocando los saqueos -que nosotros hemos condenado siempre- para aprobar leyes que criminalizan la protesta social.

Sobre la ley antisaqueos, dijo en su momento: “Las barricadas en el contexto de la lucha social nos parecen legítimas expresiones de resistencia”. Lo que hizo la Aces con la PSU, ¿también?
Cuando se persigue a dirigentes estudiantiles con la Ley de Seguridad del Estado, yo no puedo sino partir diciendo que estoy disponible para defenderlos. Segundo, el movimiento estudiantil lleva mucho tiempo advirtiendo -sin ser escuchado- que la PSU actúa como una condena a jóvenes que no son responsables de la educación que recibieron. Dicho eso, yo creo que los medios que se usan para alcanzar un fin deben ser nobles, en el sentido de no pasar a llevar los principios que guían la acción. Y en esos términos, no comparto la estrategia de la Aces. Pero mucho menos la persecución estatal con que se los ha amenazado.

Para resumir, ¿cree que, en el curso del estallido, ustedes han sido ambivalentes o vacilantes respecto de la violencia?
No.

DUDAS Y CONVICCIONES

Seguramente ha sido el político más aplaudido y más denostado durante estos tres meses. ¿Eso también ha sido fuente de algún aprendizaje?
Mucho. Pero esos aprendizajes son de largo plazo, no cuajan altiro. Ante el reconocimiento, hay que mantener los pies en la tierra y no pasarse tantos rollos. Pero yo lo agradezco mucho, porque en momentos difíciles, saber que hay gente que reconoce, te ayuda a seguir. Y, por el otro lado, entiendo que hacer política en función de convicciones, y no de quedar bien, implica disgustar a alguna gente. Como dice Juan Pablo Luna, el punto es que en ese proceso no te separes de los tuyos.

¿Los que lo funaron son de los suyos?
Eh… Cuesta mucho distinguir a individuos entre una masa que actúa en un contexto así. Si hablamos de quienes se han movilizado, yo me siento parte de la gran mayoría. Pero hay algo que voy a defender de manera muy categórica, casi existencial: para hacer política, tú tienes que dialogar con el que piensa distinto. Una de las acusaciones que me hacían ese día era “tú eres amigo de Chadwick”, por esa portada de La Segunda donde aparezco dándole la mano el día de la acusación. Que él sea mi adversario, y que yo esté ahí acusándolo de graves errores políticos, no me impide saludar a esa persona. Ni soy su amigo por eso. Lo que yo vi en esa funa fue una rabia contenida hace mucho rato, aunque expresada de mala manera. Pero con parte importante de quienes se han molestado por decisiones nuestras, creo que podríamos llegar a entendimiento. Uno tampoco tiene que victimizarse.

Ni victimizar a quien lo agrede.
Tampoco. Pero sí tratar de entenderlo en su mérito y dado el momento en el que estamos.

Se le vio muy estoico en esos videos, pero dicen que el incidente lo golpeó.
Bueno… Fue más largo y más peligroso de lo que se ve en los videos. Y mi reflexión ha sido que uno tiene que tomar medidas de precaución, pero no puede renunciar a estar en el espacio público. Y, sobre todo, no puede dejarse amedrentar y empezar a callar las ideas que defiende. Un gran peligro de este tipo de actos es que generan autocensura.

A quienes lo consideran un traidor, ¿aspira a seducirlos o a dejarlos en minoría?
De partida, esto de “traidor”, “vendido”, es moralizar la política y no me gusta. Hay que discutir en torno a ideas y hechos. Y yo tengo la certeza de no haberme vendido a nadie ni haber traicionado a nadie. Y cuando me he equivocado, como nos pasó con la ley antisaqueos producto de la vorágine y la tensión en la que estamos, salimos a reconocerlo. Ahora, me preguntas si a esos quiero aislarlos…

O si va a insistir siempre en tratar de convencerlos.
No. Llegado un momento, la gente que no quiere discutir con quienes piensan distinto va a quedar aislada del proceso democrático que implica construir un nuevo Chile, una sociedad común. Muchos críticos del acuerdo te dicen: “Había que hacerlo de otra manera”. Ya, ¿de qué manera? “Sin la derecha”. Pero necesitamos dos tercios del Congreso para modificar ese capítulo de la Constitución. “Entonces hay que hacerlo sin la Constitución”. Ah, tú me estás proponiendo una vía insurreccional, pero sin armas. ¿Cómo sería? “Con asambleas populares autoconvocadas”. Y a los millones que no participan ahí, ¿les decimos que no cuentan? La gente que solo cree en imponer la idea propia se puede quedar más tranquila conversando ante su espejo. Conseguir transformaciones a través de la política implica preguntarse cómo se hacen las cosas y empujar para que se hagan, negociando… o sea, sí, también negociando, pero sobre todo conversando con quien no piensa como tú.

Para algunos, usted está pagando los platos que ayudó a romper. ¿Siente que contribuyó al desprestigio de la política institucional?
La política institucional venía con olor a podredumbre desde mucho antes. Atribuirlo a un par de jóvenes porque dijimos que los sueldos eran excesivos, o que los aportes velados a las campañas estaban mal, creo que habla más de quienes hacen esa imputación que de nosotros.

Cuando lo acusan todos los días de ultrón y de amarillo, ¿no se le pierde la brújula?
Más que ser ultrón o amarillo, yo creo que en política hay que tratar de equilibrar dos cosas. La primera, tener convicciones firmes, y que esas convicciones resulten de una formación, no solo de intuiciones. Y hay dos maneras de formarse que son complementarias. Una es estudiar, cosa que alguna gente que se dedica a esto deja mucho de lado. Y digo estudiar no solo el proyecto de ley que toca votar, sino los procesos que están ocurriendo, leer historia, abrir los ojos más allá de lo que te toca hacer.

Tomás Moulian y Carlos Ruiz siempre dicen que al FA le falta leer historia.
Creo que a toda mi generación le falta leer historia. Ayuda mucho a tener perspectiva. Y la perspectiva, en política, te hace más fácil los caminos largos. Pero la otra fuente de formación es vivir en caliente, no mirar desde lejitos. En el fondo, arriesgarte.

¿Arriesgar qué?
Tu capital político, por ejemplo. Yo me he formado con ese tipo de momentos: el 2006, el 2011 y el 2019. O quebrando el binominal en Magallanes, el año 2013, cuando nadie daba un peso por que pudiéramos quebrarlo. Entonces, lo primero, estudiar y arriesgar capital político para formarse convicciones. Pero de esas convicciones, a la vez, uno tiene que ser capaz de dudar. Esto lo repito mucho, pero es clave un. Mi frase de cabecera es la de Albert Camus: “En política, la duda debe acompañar a la convicción como a sombra”. Si no, te achatas en tus creencias y te vuelves un fanático de ellas. Eso le hace mucho daño a la política.

¿Quiere seguir en el Congreso?
Sé que no voy a ser candidato a diputado. Existe alguna posibilidad en el Senado, pero post 18 de octubre hay que pensarlo todo de nuevo. No es para nada un salto obvio. Además, creo mucho en que un buen liderazgo implica no volverse imprescindible.

¿Pero le gusta estar acá?
Hasta ahora, creo que he podido ser un aporte. Si la pregunta apunta más a lo personal, claro, no soy alguien que esté profundamente cómodo en el Congreso. Qué sé yo, trato de almorzar solo, de leer otras cosas… Ahora me puse la meta de escuchar un disco nuevo todos los días.

¿En qué momento?
Sí, es imposible, pero al menos estoy escuchando tres discos nuevos a la semana. Me bajé esa lista de “1.001 discos que hay que escuchar antes morir” y le voy haciendo ticket.

¿Y el WhatsApp le respeta esos espacios?
Es que también estoy tratando de ponerle límites al teléfono, pero eso es más complicado. Lo que hago ahora es salir a trotar, y en una hora de trote te escuchas un disco. Y en las noches siempre leo, ojalá literatura.

¿Qué familiaridad siente con los jóvenes de ahora? Se le ubica en ese grupo, pero con 33 años ya tiene una pata afuera.
Es un tremendo tema… A mí me cuesta mucho dimensionar que Kurt Cobain murió seis años más joven de lo que yo soy ahora.

Espere a que no queden futbolistas de su edad.
También lo he pensado harto, ya estoy en la pitilla con eso. Pero lo de Kurt Cobain es muy simbólico, porque fue un referente generacional. Nosotros crecimos con ese lenguaje del grunge, cuya traducción en Chile, algo más pobre, fue el “no estoy ahí” del Chino Ríos, y después construimos nuestro propio lenguaje con las movilizaciones estudiantiles de 2001, 2006 y 2011. Esa es mi generación, que escuchaba Silverchair, algunos Cardigans, otros Silvio, que partió viendo a Chico Trujillo en el Galpón Víctor Jara… Pero ahora veo que el tiempo ha pasado y que hay un corte generacional con los que vienen detrás: ya nos cuesta mucho acceder a su lenguaje, y viceversa. Siento que hay muy poca preocupación por eso. Yo he tratado en mi tiempo libre de buscar atisbos, para no perder el diálogo con esos mundos. Hace un tiempo me compré Chupa el perro, el libro de Germán Garmendia, el youtuber, para entender el lenguaje.

¿Y cómo le fue?
No, me costó cachar. Traté de ver a otros youtubers populares, algunos españoles, y tampoco agarraba mucho la frecuencia. Ahora me bajé la aplicación TikTok, que es como de baile, de hacer como que uno canta en videos de 20 segundos… no, no entendí mucho. Pero en Punta Arenas siempre voy a colegios, no a hacer proselitismo, sino a contar cómo se hacen las leyes, por qué la política tiene sentido, y ahí sí es súper interesante dialogar con los cabros. Uno aprende.

Muchos políticos están temiendo que las nuevas generaciones vienen formateadas de tal manera que es casi imposible vincularlas a la polis.
Lo imposible, creo yo, va a ser vincularlas a la polis que vivieron los políticos que tienen ese miedo. Estas generaciones, de las cuales nosotros somos como la puntita de arriba, van a construir una polis nueva. Lo que pasa, quizás, es que los más viejos tienen un trauma y una dicotomía muy grande entre democracia y autoritarismo. Pero hay que pensar fuera de la caja, porque es posible que surjan otros modelos de relacionarnos políticamente. Y hay que tener cintura para poder escucharlos y debatir con ellos, defendiendo lo que haya que defender de lo viejo. El desafío post 18 de octubre tiene mucho que ver con cómo se dialoga. No solo con los más jóvenes, sino con todo un sector social que estuvo excluido siempre de la política y ahora dijo “viejo, yo soy protagonista”. Ante eso, nadie se puede plantear desde el Parlamento y decir “yo o el caos”. El problema es que estar en el Congreso mucho tiempo te va achatando esa apertura a lo nuevo, porque tiendes a repetir todo el rato lo mismo. Por eso, la literatura es para mí un escape tan importante, porque te permite pensar otros mundos. Lo que me falta es conversar más con gente distinta, y creo que también es un desafío para el FA.

¿Vienen tiempos mejores?
Busquemos otros términos: vivimos tiempos interesantes, y de que haya un diálogo social integrador va a depender que sean mejores o no.

¿Vienen tiempos tolerantes?
Yo quiero que la sociedad en la que voy a vivir, y en la que eventualmente mis hijos van a crecer, sea una sociedad muy tolerante. Y voy a dar lo mejor de mí para que así sea. Y voy a luchar contra los intolerantes, además. Ya gobernaron Chile durante 17 años. (La Tercera)

La tiranía de la vergüenza

Que las redes sociales traen consigo cambios en los comportamientos es evidente, pero resulta interesante atender a sus consecuencias en la ética y la política, y cómo nuestra izquierda las ha resuelto.

Uno podría distinguir dos tipos de éticas: la de la culpa y aquella de la vergüenza. La primera pone énfasis en lo que hacemos y en nuestra reacción cuando obramos el mal. Más allá de que alguien pueda vernos, en tales casos sentimos remordimientos de conciencia, que nos pueden llevar a un cambio de actitudes. Por eso, figuras como el rey David pueden ser ejemplares, no obstante haber tenido algunos comportamientos malísimos.

Distinto es el caso de las éticas de la vergüenza. Ellas no enfatizan aquello que hacemos y el consiguiente dictamen de nuestra conciencia, sino el juicio que nuestro comportamiento merece de los demás. Aquí no basta con arrepentirse y cambiar, sino que en ciertos casos el único comportamiento digno es desaparecer del mapa. Un ejemplo es la práctica japonesa del harakiri, donde para enfrentar el oprobio social solo queda quitarse la vida.

No se trata, por cierto, de dos posibilidades absolutamente excluyentes. La primera de esas concepciones reconoce la importancia de la vergüenza, pero la sitúa en un lugar subordinado. Lo verdaderamente relevante es si actuamos bien o mal, aunque nadie nos aplauda o nos abuchee.

Una consecuencia del reinado de las redes sociales es el debilitamiento de la idea de culpa: hoy solo importa la opinión que se tenga de nosotros. Es la cultura del like, una de cuyas expresiones está dada por la llamada corrección política. En este ambiente, cuando se producen sentimientos de culpa no llevan a enmendarse, sino que simplemente paralizan.

En este nuevo escenario, la izquierda no democrática y también la poco democrática se sienten como en su casa. En efecto, los encapuchados digitales, el PC y parte del Frente Amplio han logrado situarse en una situación absolutamente privilegiada. Se han atribuido una infinita superioridad ética y, como consecuencia, la facultad de someter a juicio a los demás mortales.

Lo raro no es que alguien crea que está en un pedestal moral (aunque sea paradójico en el caso de los comunistas). Siempre ha habido personas que piensan que son Napoleón y mientras no cambiemos nuestras vidas para satisfacer sus caprichos resultan inofensivas. Lo extraño es que hayan tenido éxito, y que tanto en la izquierda democrática como en la derecha muchos actúen como si esos grupos fueran los árbitros de la historia.

Así, nuestros izquierdistas radicales se dedican a utilizar la vergüenza como arma política. Las primeras víctimas de estos jacobinos son los integrantes de la antigua Concertación. Es impresionante el efecto que han producido, porque en los últimos meses se han visto inmovilizados y solo hacen y dicen lo que permite esta nueva forma de censura. Después se extrañan al leer en la CEP que la confianza en los partidos esté en los suelos: uno no puede pretender que los demás crean en quien carece de ideas propias.

Según sus redes sociales y sus funas, nosotros habríamos estado engañados durante décadas, con un error culpable que no quiso advertir que nos hallábamos en el país más desigual, injusto y abusivo de Latinoamérica. El hecho de que hayan venido a vivir entre nosotros centenares de miles de extranjeros en los últimos años es irrelevante. Los hechos no existen para esa izquierda y, en todo caso, los inmigrantes serían víctimas del mismo engaño en que hemos estado sumidos nosotros, del que esa izquierda ha venido a liberarnos.

Con todo, en su búsqueda de gente a la que doblegar con el arma de la vergüenza también se dirigen contra la derecha. Parten por quitar legitimidad a la represión de la violencia privada, que es una de las razones básicas de existencia del Estado. Así lo expresó un mayor de Carabineros ante el alcalde Sharp, esta semana: “¿Cómo restablezco el orden público si no me dejan usar la fuerza que el Estado me entrega?”.

La vergüenza como arma política ha mostrado una eficacia incomparable. Esta manipulación emocional paraliza al adversario, o lo lleva a tomar medidas insignificantes antes actos tan graves como impedir a miles de chilenos rendir la PSU.

Todo se tergiversa o se reviste de apariencias inocentes. Así, estudiar en vez de apoyar un paro es falta de solidaridad. Si se castigan delitos, se está “criminalizando la protesta social”. El presidente de la Cámara llegó a afirmar que la práctica “el que baila, pasa” no sería más que “parte de la efervescencia” y no debería estar penada. Le pido a ese parlamentario que me pegue, me aplique una tortura leve (supuesto que exista) o me encarcele, pero que nunca me someta a ese ritual tan innoble.

Cuando reina la ética de la vergüenza ya no hay cosas objetivamente malas; todo depende del veredicto de sus redes sociales. A quien disiente solo le queda el harakiri. Con esto inmovilizan a parlamentarios, gobernantes, rectores, periodistas, dirigentes estudiantiles, padres de familia y a quien se ponga por delante. La culpa, sin embargo, no la tienen solo ellos, sino quienes se asustan y les hacen caso. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro

Pensiones, reparto y promesas-Bettina Horst

Justo 40 años después que se implementara en Chile un sistema de pensiones que en su corazón tenía la promesa y la garantía de que la plata que se tomara del sueldo del trabajador para pensiones efectivamente estaría disponible el día que jubilara, el Gobierno del Presidente Piñera ha propuesto una reforma en que esa promesa, parcialmente, se relativiza.

En los últimos años y con motivo de diversas propuestas, se han discutido ampliamente distintos aspectos del sistema, en sí mismos muy importantes y en los cuales voces técnicas de gobierno y oposición han debatido sobre cuál es la mejor fórmula, cuál el guarismo apropiado. ¿Cuánto aumentar la cotización? ¿Quién paga el aumento? ¿Ente o no ente? Pero hasta hace unos días, desde el Gobierno actual (e incluso antes, desde la oposición al gobierno de la presidenta Bachelet) nunca se ofreció una propuesta que relativizara esa promesa central: la cotización previsional se mantenía en una cuenta personal amparada por el derecho de propiedad. Puesta en un contexto histórico, nacional o internacional, considerando la experiencia de nuestro barrio latinoamericano, por ejemplo, esa promesa tenía y lamentablemente sigue teniendo un profundo sentido de realismo práctico para los trabajadores.

Sobre la importancia sustantiva y política del tema poco se puede agregar a la realidad dibujada por los números que al respecto ofreció la encuesta CEP hecha pública esta semana. No es coincidencia que el proyecto anunciado sea el tercer intento en tres años (y dos gobiernos) de modificar el sistema de pensiones. Pero es llamativo cómo ha fluctuado el eje del debate político en torno al tema en estos años.

No cabe duda de la centralidad de la cuestión de las cotizaciones previsionales en sí. Hay realidades obvias e ineludibles: desde que se creó el sistema, la expectativa de vida ha aumentado en forma importante (se espera que hombres y mujeres vivan 8 y 10 años más, respectivamente, que cuando se diseñó originalmente el sistema), y si vivimos más años, necesitamos más ahorros.

Pero con motivo de la propuesta de la entonces presidenta Bachelet, la discusión se centró en la introducción de un elemento “de reparto” (2%) y en la creación de un nuevo “ente” estatal responsable de administrar el 3% de mayor cotización que se destinaba a ahorro individual. La propuesta fue duramente criticada tanto por el elemento de reparto como por la creación de un ente que carecía de justificación técnica, encarecía el sistema y por ende, afectaba negativamente las pensiones. Dicha reforma no prosperó.

El Gobierno del Presidente Piñera propuso inicialmente aumentar en 4% la cotización obligatoria destinándola íntegramente a las cuentas de ahorro personal y mejorar las actuales pensiones por medio de un mayor aporte de recursos fiscales. En torno a la administración de esa cotización adicional, la propuesta respetaba la libertad de elección del afiliado y ofrecía alternativas a las AFP. Luego el Gobierno abandonó su propuesta y —sin aportar justificación técnica— abrazó al “ente” que antes criticó y se sumó a la prohibición de que las AFP administrasen dicha cotización adicional.

Ahora en esta nueva propuesta recién dada a conocer, como es sabido, el Gobierno insiste en el Ente, crea un impuesto al trabajo y abraza el sistema de reparto. Cuesta reconocer en ella alguno de los criterios técnicos y principios desde los que argumentó en el pasado.

Para justificar la creación de un impuesto al trabajo, financiando así un sistema de reparto, probablemente se aluda a la estrecha situación fiscal. Pero no solo las arcas fiscales están estresadas, también el mercado del trabajo, en una economía debilitada y afectada por incertidumbres. ¿Estará calculado el impacto neto de esta realidad en materia de las propias pensiones? Porque sabemos exactamente cuánto contribuyen a una cuenta individual o a un fondo de reparto las cotizaciones de un puesto de trabajo que deja de existir: cero.

Al comienzo de esta columna dije que el proyecto del Gobierno relativiza una promesa central del sistema de pensiones actual. Pero alguien, con razón, me podría decir que las “promesas relativas” simplemente no son promesas, que por más seria que sea la intención con que se plantean hoy, por sincera que sea la voluntad con que la autoridad política gira hoy a cuenta de los recursos públicos de mañana, todo trabajador sabe que nadie le garantiza y que no puede girar a cuenta de esa promesa política, porque esa plata simple y jurídicamente va a dejar de ser suya.

El punto es válido y si usé la expresión “relativa” fue como sinónimo de “parcial”, dado que la propuesta del Gobierno en este punto afecta al 50% de la cotización adicional propuesta y no al total.

Porque además la propuesta de crear un componente de reparto por parte del Gobierno abre un riesgo de relativización política total de esa promesa esencial del sistema a los trabajadores: la propiedad de sus ahorros previsionales. Así previsiblemente lo entendieron quienes, desde la oposición, en menos de 24 horas, reaccionaron invitando a no limitarse a cuestionar “cuánto va a la cuenta individual y cuánto no, sino la lógica total del sistema”. (El Mercurio)

Bettina Horst

Mitterrand, Lagos y nosotros-Daniel Mansuy

Pensiones: ¿El gato a cargo de la carnicería?-Bernardo Fontaine

Educación superior: sistema sin dirección

La desastrosa gestión de la PSU, que hace tiempo exhibe fallas, volvió a mostrar la débil gobernanza de nuestra educación superior (ES). Hay más improvisación que previsión; las decisiones suelen ser reactivas más que propositivas. Y, al final, no se sabe quién asume la responsabilidad.

Es cierto que la gobernanza de sistemas complejos es un asunto, ella también, de extraordinaria complejidad. La ES chilena atiende a alrededor de 1,3 millones de estudiantes, distribuidos en 452 sedes a lo largo del territorio nacional, que cada año gradúa cerca de 250 mil profesionales y técnicos, 40 mil de ellos en el nivel de posgrado. Trabajan en este sistema alrededor de 87 mil personas como académicos, 40% con grados de magíster o doctor, que ofrecen 11 mil programas en 151 instituciones. De ese personal, unos 9 mil son académicos investigadores que publican en torno a 11,5 mil artículos anuales en revistas indexadas (Scopus). El gasto total en ES —de fuentes públicas y privadas— es cercano a 2,3 puntos porcentuales del PIB, equivalente a más de 7 mil millones de dólares (valor de cambio promedio 2018). En relación con el producto nacional, Chile es uno de los tres países de la OCDE con mayor gasto en este nivel educacional.

Esta significativa inversión en capacidades humanas —el capital humano de los economistas— es un elemento clave en una sociedad que pretende usar, de manera cada vez más intensa, conocimiento avanzado en sus procesos productivos, de gobierno y coordinación, culturales, y de convivencia y comunicación.

La gobernanza de este estratégico sistema involucra un conjunto de actores e instancias: (i) al Estado y, en particular, el gobierno de la nación; (ii) a las propias instituciones que gozan de un especial estatus de autonomía, con sus comunidades de maestros y estudiantes, y (iii) a los diversos mercados donde las instituciones compiten por estudiantes, académicos, personal directivo y gerencial, recursos e insumos de todo tipo, y por prestigio (rankings) que, de manera imperfecta, señaliza su calidad.

Los organismos públicos directamente vinculados a la gobernanza del sistema —subsecretarías de ES, nuevo ministerio de ciencia e investigación, agencia de acreditación, superintendencia del sector, Consejo Nacional de Educación, CRUCh, instancia coordinadora de universidades estatales, comité de expertos para regular aranceles, consejo asesor de formación técnico-profesional y otros— constituyen un vértice directivo de reciente creación (Ley 21.091 de mayo 2018).

Pero hay más partes involucradas a la distancia en la conducción del sistema: empresas y mundo ocupacional, colegios profesionales, medios de comunicación, sociedad civil y ONGs, iglesias, sistema nacional de innovación, sistema escolar y otras.

Adicionalmente intervienen varios organismos internacionales que determinan estándares y criterios de calidad, regulan el reconocimiento de títulos y grados, evalúan comparativamente el desempeño académico y norman el comercio internacional de bienes y servicios de conocimiento.

Como pudo observarse durante la reciente crisis de aplicación de la PSU, dicha estructura carece de visión estratégica, no se mueve coordinadamente y sus piezas claves son frágiles y no generan liderazgo. La subsecretaría, igual que el Mineduc, prácticamente no asumió su rol directivo, proyectando una imagen de irrelevancia.

El CRUCh continúa su trayectoria declinante, sin peso propio y con actuaciones improvisadas. Al final, tanto el antiguo controlador de la PSU (CRUCh) como el nuevo administrador del sistema de admisión a partir del próximo año (subsecretaría) aparecen confundidos en un mismo plano de incompetencia (falta de oficio). ¡Nada alentador de cara al futuro!

En efecto, la gobernanza en general del sistema —con todos sus organismos e instancias— se halla en cuestión. Desde su gestación durante los años 2014 a 2018, hasta su consagración legal y su desempeño actual, exhibe varias fallas; las principales: improvisación de las decisiones, ausencia de fundamentación técnica de las mismas y carencia de consulta pública, en serio, con las instituciones de ES.

Estos defectos persiguieron al incoherente proceso de adopción de la gratuidad universal, la cual, a pesar de su aplicación gradual y focalizada, está provocando una serie de efectos negativos. Lo mismo ocurre con la fijación del precio de los aranceles; el objetivo de transformar a todas las universidades en instituciones de investigación, meta equivocada e inviable; el anuncio del nuevo esquema de crédito estudiantil contingente al ingreso que permanece bloqueado en el Congreso, y la aspiración de financiar el costo creciente de la ES únicamente con dinero fiscal, justo en el momento en que el Estado enfrenta cuantiosos compromisos en otros sectores.

En suma, la gobernanza de la ES se ha tornado errática y goza de poca confianza. No ofrece un marco institucional adecuado. Tampoco una estrategia que garantice el desarrollo sustentable del sector. Hay escasa visión prospectiva y exceso de decisiones atrabiliarias. Se restringe la autonomía de gestión de las instituciones al tiempo que se las fuerza a competir más intensamente. No existe un canal institucionalizado de consultas entre la autoridad y las instituciones. Y la capacidad de reacción de los principales actores es limitada. El futuro está en entredicho. (El Mercurio)

José Joaquín Brunner

Informe “Big Data”: Correlaciones vs. evidencia

Barco sin quilla

La encuesta del CEP fue un misil a nuestro sistema político institucional, el Presidente con un nivel de apoyo tan bajo que no se ha visto antes; el Congreso peor aún y las instituciones en general reposan en la lona de la valoración ciudadana y no sabemos si se van a levantar antes de la cuenta de diez. Cómo salimos de aquí es la pregunta del momento, pero es la pregunta equivocada; lo que importa resolver es otra cosa: ¿cómo llegamos aquí?

El liderazgo consiste en alterar un sistema social, sacándolo de su estado de equilibrio para llevarlo a un nuevo punto que, una vez alcanzado, será mejor que el anterior. Pero el beneficio final no se conoce por el grupo, sino hasta que se logra el objetivo de cambio; visto así, se comprende por qué no existe liderazgo que no transite por una etapa de impopularidad. Los líderes no siguen las encuestas, las cambian.

En la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson, éste recuerda que el creador de Apple nunca hizo un estudio de mercado y lo justificaba citando a Henry Ford, quien decía que “si le hubiera preguntado a la gente lo que quería, me habría respondido: un caballo más rápido”.

Nuestra política se ha vuelto incapaz de tolerar la impopularidad, que es lo mismo que decir que se ha vuelto incapaz de ejercer alguna forma de liderazgo; por el contrario, captar y sintonizar con lo que la gente quiere es valorado como talento, al punto que los mismos medios que se escandalizan por la caída de los políticos son los que informan las encuestas atribuyendo la condición de “ganadores” a los que suben en popularidad y como “perdedores” a los que bajan.

El gobierno, en el sentido más amplio de la expresión, no me refiero al poder Ejecutivo únicamente, se ha vuelto una especie de oficina de atención al cliente. Hay hasta algunos jueces que entienden su labor como el deber de responder las demandas de justicia de “la gente” y, supongo que como expresión simbólica de ello, acuden a sus marchas o hacen declaraciones adhiriendo a sus reivindicaciones.

Pero una sociedad sin liderazgo, sin fuerzas que la impulsen en una dirección determinada, se convierte en un barco sin quilla, sin rumbo, a merced de los vientos y las mareas, hasta que la gente pierde progresivamente la fe en esa suerte de aduladores que siguen los impulsos emocionales de aquellos a quienes están llamados a gobernar por la razón. ¿De qué sirve la popularidad para alcanzar posiciones institucionales a las que los mismos electores han perdido todo respeto?

El fenómeno es global y de alguna manera todos estamos cautivos en este dilema del prisionero, pero alguien tiene que romper esta lógica y ofrecerle a la gente algo diferente a un caballo más rápido, aunque eso sea lo popular y lo que la gente quiere. (La Tercera)

Gonzalo Cordero