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“Enchular a las viejas”

“A mí me encanta que les vaya bien a los mineros, ojalá que se compren una camioneta más grande, ojalá que enchulen a la vieja si quieren, porque ellos todo el día están preocupados de cómo vivir”. Tales palabras fueron emitidas por Franco Parisi en un reciente encuentro de aspirantes a La Moneda, organizado por estudiantes de Ingeniería de la Universidad Católica. Apenas pronunciadas, ellas dividieron a la audiencia. Mientras unos premiaron su locuacidad con una carcajada, otros emitieron una sonora “pifia”. Parisi dijo no entender esta última reacción. Y, tras el debate, su entorno se ha esforzado por descartar el significado subterráneo que muchos atribuyeron a sus dichos: sexismo. Así, su vocero, Pablo Maltés, adujo que la fórmula empleada por el candidato (“enchular a las viejas”) aludía a las camionetas y no a las cónyuges (o parejas) de los mineros. ¿Qué tan creíble es esta versión? En verdad, muy poco. De hecho, en el mismo foro, y antes de proferir la polémica frase, Parisi aludió, reiteradamente, a los mineros, llamándolos: “esos viejos que están ahí”.

¿Es esto un traspié cualquiera o una mise-en-scène cuidadosamente planeada para atraer la atención mediática? (la tesis de Pamela Jiles). Más que un ejemplo cualquiera de acto fallido, me parece que este caso ilustra bien un fenómeno emergente: el uso del lenguaje sexista encubierto como estrategia política. Su objetivo es sintonizar con un electorado que valora un conjunto de rasgos o atributos tradicionalmente considerados la esencia de lo masculino. Estos rasgos presuponen y legitiman la subordinación de mujeres y diversidades sexuales; y rechazan formas de masculinidad igualitarias.

Hay sexismo encubierto si, por ejemplo, un hablante devalúa o denigra lo femenino y, acto seguido, lo niega o le atribuye otro propósito a su discurso. Quienes recurren a esta estrategia retórica resignifican las palabras sin el menor pudor. Apelan a la broma, a la ironía o –como ocurrió con Parisi– al simple malentendido (según ellos, originado más en la impericia de los oyentes que del hablante). En resumen, el sexismo encubierto consiste en insinuar más que decir, y esconder la mano luego de lanzar la piedra. ¿Por qué lo hacen? Así consiguen pasar un mensaje a su electorado, e inmunizarse o, incluso, victimizarse frente a sus críticos. Si quien critica es una mujer, logran presentarla como exagerada o sobreideologizada, haciéndose de esta manera con un triunfo simbólico.

¿Cómo identificar esta clase de sexismo? No siempre es tarea sencilla, pero el orden en que los términos son emparejados y la correlación entre estructuras lingüísticas e ideológicas pueden ayudar a descifrar el estatus desigual que subyace a ciertos enunciados. De muestra un botón: en el discurso de Parisi las mujeres son equiparadas a cosas o posesiones (como las camionetas), cuya virtud principal consiste en conferir a través de su belleza (de ahí la referencia al “enchulamiento”) estatus a los hombres.

Yanira Zúñiga

Profesora Instituto de Derecho Público Universidad Austral de Chile

Gorduras-Jaime Mañalich

A través de los siglos, el jinete apocalíptico de la muerte por enfermedades infecciosas va quedando atrás, salvo pandemias o pestes que asolan al mundo esporádicamente. Hoy, la posibilidad de contraer una enfermedad está en el ámbito de las enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes, hipertensión arterial, depresión, cáncer, y accidentes cerebro vasculares que dan cuenta del 85% de las muertes. El registro de estas condiciones en los certificados de defunción produce una información útil; pero no permite visualizar las causas raíz, o basales, que contribuyen a la aparición de estas dolencias. El Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington, produce información detallada de cada país para distinguir las explicaciones de fondo en el comportamiento de la carga de enfermedad de todo el mundo. Si se revisan los datos respecto a Chile, hay una primera causal que aparece con nitidez: la obesidad y el sobrepeso. Es decir, el Índice de Masa Corporal (IMC) elevado es la explicación más importante del sufrimiento de salud en nuestro país. Se asocia con cáncer, infarto, diabetes, estigma social, pancreatitis, apnea del sueño, reflujo gastroesofágico, artrosis, dolor lumbar, ovario poliquístico, diabetes e hipertensión en embarazo, ….

Sin embargo, y a pesar de su obvia importancia sanitaria, no hay consenso para declarar el IMC elevado (o como se prefiera medir) como una enfermedad, en criterio de la Organización Mundial de la Salud. Es un error. Datos: en Chile, para las mujeres, la frecuencia de obesidad o sobrepeso el año 2021 era de 77%, y para hombres, 80%. Para el año 2050, estas cifras llegarán a 85,6% y 87,9% respectivamente. Si bien cada vez hay más tratamientos efectivos para controlar esta epidemia, no hay financiamiento adecuado, el márgen de ganancia de los laboratorios es exorbitante y la cirugía no se ha generalizado como debería. Por otra parte, la influencia de la industria proobesidad es incontrarrestable y mal regulada.

El enfoque de clasificar la obesidad como una enfermedad tiene riesgos, por supuesto, si no va acompañado de una estrategia global y equitativa, pudiendo agravar la inequidad que ya existe en el acceso a la salud. El esfuerzo en educación debería ser la prioridad número uno; pero es insuficiente. Nuestra especie se desarrolló durante un período de glaciación, lo que define que la preferencia por las grasas y azúcares haya sido una estrategia seleccionada para sobrevivir, y genera un condicionamiento biológico del que no podemos desprendernos, y la industria lo sabe. Una aproximación interesante para nuestro país, que ya se ha iniciado en otras naciones, sería vincular el etiquetado de alimentos a un impuesto específico, como ya se hace con el alcohol.

Hace algunos años, el Congreso aprobó por unanimidad la ley que crea el sistema Elige Vivir Sano. Su foco, es la prevención de la obesidad y la promoción de la salud. Vale la pena ponerla en vigencia. (La Tercera)

Jaime Mañalich

Confusiones ideológicas en la era de la torre de Babel

Esta columna analiza la confusión ideológica contemporánea, comparándola con una “torre de Babel” política. Examina la disolución de categorías clásicas en izquierdas y derechas, revelando escenarios marcados por incertidumbre y desorden comunicacional.

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La nota es sobre las confusiones ideológicas en la esfera política; es decir, en el plano de las ideas y visiones de mundo, los relatos y enunciados declarativos, la memoria y los futuros imaginados, los medios de comunicación y las redes sociales, los partidos y el Congreso Nacional, la intelectualidad y los mandos medios del diarismo de opinión, el alto clero funcionario y los technopols, la academia, sus entornos y la blogósfera.

Estos ambientes están especialmente agitados en Chile, en estos días de intensa competencia electoral y discusiones programáticas, de influencers en las redes y el espacio público, de lecturas entrecruzadas y proliferación de polémicas, de conversaciones en la radio y televisión, sesudas entrevistas de prensa y andanadas críticas subsecuentes.

Es la vieja imagen de la ciudad donde se levanta la torre de Babel. Hay confusión de las lenguas, dispersión de significados, batallas culturales. Y la política está condenada a reflejar ese desorden a través de la interminable lucha de interpretaciones.

El fenómeno Babel afecta a izquierdas y derechas y, es sabido, cuando “todo se desmorona / [incluso] el centro ya no puede sostenerse” (W. B. Yeats). La prensa y los círculos interpretativos que acompañan a la esfera política, a veces llamados columnistas, tienen sus días de gloria y máxima actividad. Salen diariamente a la caza de los pronunciamientos dando golpes a diestra y siniestra en esta polis babélica. Denuncian incongruencias literales, olvidos, falsedades, ambigüedades terminológicas, significados torcidos, cadenas de sinsentido. Se reprocha a las candidaturas -situadas en una y otra vereda- problemas de vocería, ausencia de relatos coherentes, una falta de narrativa-país, puntos de prensa no planificados; en fin, equivocadas políticas comunicacionales.

Por un instante cada día de la semana, en la mañana cuando se leen los diarios de papel o digitales y al anochecer cuando termina la jornada y se escuchan las noticias en la TV o se atiende a los panelistas encaramados en la torre de Babel, parece que el mundo estuviese fuera de su eje. Para recordar otra vez a Yeats, allí parece que los mejores no tienen convicción y los peores rebosan de febril intensidad.

La explicación de tanta agitación de superficie -ver verdaderos escándalos semántico-discursivos– no radica sin embargo en la confusión de las lenguas sino en la pulverización de las ideologías y el descentramiento de los conceptos. Es esto lo que hace que los agentes de la política actúen o piensen de modo disperso o desordenado.

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Al costado izquierdo de nuestra torre de Babel ideológica, el edificio conceptual entero del siglo XX se ha venido abajo, al punto que los pilares fundamentales han dejado de sostener el mundo de interpretaciones. Por ejemplo, comunismo y socialdemocracia se confunden con sus resonancias bolchevique y menchevique, de revolución y reformismo, de dictadura del proletariado y Estado de bienestar (nórdico). Todas esas esenciales distinciones pierden sus fundamentos y densidad histórica convirtiéndose en escombros, letra muerta, significados sepultados, meros ritos verbales cuyo sentido cambia según las circunstancias.

Surge entonces un terreno fértil para las confusiones. ¿Nacionalizar o no el cobre y el litio? ¿Es Venezuela otra forma de democracia o una oligarquía militar corrupta? ¿El horizonte buscado es la destrucción, superación o el mejoramiento del capitalismo? ¿A qué sistema de salud, previsión, educación aspiramos, con cuánta participación estatal y privada, con qué tipo de administración y con cuál gobernanza? ¿Nuestra estrategia de desarrollo es volcada hacia dentro o hacia fuera, basada en sustitución de importaciones o estimulación de las exportaciones, con eje en recursos naturales o en tecnologías de información y conocimiento, verde, celeste o rosada? ¿Estamos a favor de La Moneda o de la calle, de la Convención Constitucional o la Constitución de los expertos, del Estado de derecho (liberal burgués en su origen) o de un Estado de democracia popular movilizada (con base económica socialista en su destino)? ¿Consideramos que cualquier derecha conservadora es de hecho, o tendencialmente, fascista o aceptamos que aún los ultraconservadores pueden ser parte del pluralismo democrático? ¿Estamos con EE.UU. a pesar de Trump o con China gracias a Xi?

Como izquierda moderna, ¿mantenemos un filón cultural liberal o anhelamos dejarlo atrás por estimar que todo liberalismo es secretamente una semilla neoliberal? ¿Son nuestros partidos todavía partidos de clase o más bien interseccionales, diversos, agrupaciones contingentes (o sea, “grupo, conjunto de personas o cosas que se distingue entre otros por su mayor aportación o colaboración en alguna circunstancia”, según la RAE?

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Así como para las izquierdas postcomunistas, antisoviéticas, tardío-modernas, social liberales, democrático-experimentales, en transición hacia lo desconocido, un mundo de palabras altamente estructurado ha explotado a su alrededor, dejando confundidas a sus figuras dirigenciales en los laberintos de la torre bíblica, algo similar ocurre con las derechas, dentro de sus propias lógicas y trayectorias culturales.

Basta contemplar el panorama global para constatarlo, partiendo por el gran giro ideológico del trumpismo, manifestación más reciente del desplome de un partido de derecha burguesa, liberal-comercial, de identidad republicano-conservadora, tradicionalista, de base ético-religiosa, nacionalismo abierto y amante de la estabilidad. ¿Para ser sustituido por qué?

Por un movimiento personalista-populista, de identificación carismática con el jefe, rupturista, de derecha abajista, ideología excluyente, democracia protegida, seguridad nacional, autoritarismo, valores familiares jerárquicos, instinto agresivo, generador de caos, amante de un capitalismo de Estado-MAGA (la nueva clase del poder). Los núcleos más activos y supuestamente atractivos de esta neoderecha dura, radical, están hoy en torno a figuras fuertes, de carisma impositivo, como Netanyahu, Putin, Bukele, Orbán, Milei y otros líderes (variopintos) en ascenso, encabezando movimientos de ese mismo estilo (adaptado a los diferentes cuadros nacionales) en Alemania, Argentina, Austria, Brasil, España, Francia, India, Italia, Países Bajos.

Tan diverso grupo de países y personalidades muestra por sí mismo el avanzado grado de descomposición de las derechas convencionales, tradicionales, soft, herederas de filosofías liberal-conservadoras, para dar paso a esta verdadera confusión babélica donde coexisten lado a lado corrientes ideológicas claramente antagónicas, a veces contrastantes. Pero que -como fondo común– guardan un mismo sentimiento de temor y desprecio frente a las izquierdas y sectores culturalmente disidentes, cuestionadores, de ideologías románticas, intelectualizados, de profetas desarmados que se lo pasan anunciando liberaciones y emancipaciones (sobre todo de los cuerpos y sexos), siempre al borde del wokismo.

Habitualmente esos sectores de izquierda son tachados de no ser decisivos, de procrastinar, carecer de una ética del trabajo, desconfiar del emprendimiento, de las grandes empresas y sentirse cómodos, en cambio, entre disidencias sexuales, veganos y animalistas, vanguardias estéticas, cuidadores de bosques y bird watchers, pingüinos y turberas.

En nuestro medio, a medida de las costumbres locales y en pequeña escala, las derechas y sus personalidades -que siempre se proclaman moderadas y castigan la grandilocuencia- transitan también en esa dirección. Son, a fin de cuentas, herederas de Pinochet y su régimen de fuerza (brutal); una figura avant la lettre del derechismo duro, radical, securitario y de cruzada anticomunista/izquierdas (en general). Tras de sí -hasta ahora mismo- nuestra derecha deja una huella psicohistórica de profunda “complicidad pasiva” con aquel pasado feroz que, en su momento, denunció Piñera, el líder menos derechista (en el nuevo sentido) de la derecha chilena contemporánea.

Según las nuevas expresiones de ésta, pero con raíces en la historia corta y larga de la nación, esa derecha emergente -en torno a Kast, Kaiser, Parisi y Matthei (descendientes todos de inmigrantes, ajenos a la tradición de apellidos con abolengo local)- es parte de una ola global que la empuja. Sus figuras más representativas son modestos caudillos -en comparación internacional- de una tendencia donde lo que vale es una ideología de valores familiares, moral de trabajo, mano dura y democracia protegida. Esto fertilizado por una ideología de mercado, libre elección, laissez faire económico-bancario (pero jamás de opciones woke), individualismo competitivo pero, a la vez, anhelo de una comunidad jerárquico-tradicional (compasivo-filantrópica), admiración por la gestión empresarial, fronteras rodeadas de altas empalizadas (físicas y electrónicas).

Se halla recorrida por fuertes tensiones entre corrientes tecnocrático-gerenciales (modelo piñerista), corrientes gremial-populistas-valóricas (modelo Guzmán-Longueira) y, ya casi apagándose, corrientes de fronda aristocrática (Carlos Larraín). Aunque hoy surgen nuevas aristocracias partidarias, particularmente fuertes en RN, pero activísimas también en el resto de los partidos de Chile Vamos; de sus aliados de “centro desmoronado” y del parisismo-populismo-de-la gente. Al igual también que en la derecha extrema, esto es, en las nuevas agrupaciones de republicanos, libertarios y socialcristianos.

Interesantemente, en las actuales derechas chilenas conviven todas esas confusiones ideológicas propias de la época, con elementos variados y variables de pensamiento liberal-conservador, nacionalista, autoritario, cristiano en una amplia gama, economicista-neoliberal, libertario, populista, ex-concertacionista, tradicionalista, así como con las nuevas expresiones de pensamiento trumpiano-autoritarios.

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En suma, si bien en la superficie tenemos una verdadera guerra comunicacional con intensa explotación mediática de lo que se hace aparecer como errores, desinteligencias de equipos, perfiles programáticos borrosos, liderazgos fake y discursividades oportunistas, bajo la primera capa hermenéutico-interpretativa hay todo un subsuelo laberíntico de ideologías en disolución y recomposición. Donde a derechas e izquierdas hay un desmoronamiento de los respectivos núcleos de ideas que antaño permitían distinguir entre concepciones de mundo y de país, hoy existe, a ambos lados, una suerte de acumulación de escombros de significados y una emergencia incierta de variados elementos aún en estado líquido.

De allí precisamente la confusión, los lenguajes tentativos, el aparente desorden programático, la ausencia de imaginarios relativamente estructurados y de ideas-fuerza que logren integrar horizontes utópicos y escenarios de futuro claros y distintos. Estamos atrapados en una época de quiebres ideológicos y de aceleración de la historia, todo lo contrario del fin de la historia y también del dominio universal de una filosofía política hegemónica.

La nuestra es una época de ausencia de mapas conceptuales y de confusiones, donde los programas electorales, el discurso de los candidatos y los relatos partidistas y de bloques apenas son débiles señales de identidad; intentos por retener -en medio de la veloz rotación de los signos- un sentido de acción colectiva y una relativa consistencia (al menos estilística) de los liderazgos. (El Líbero)

José Joaquín Brunner

Parientes lejanos-Joaquín Trujillo

Los parientes lejanos constituyen en sí una experiencia un tanto bizarra.

Desde que era niño mi abuelo materno nos explicaba cuál era nuestro parentesco con las personas más curiosas.

—Ese el padre de mi abuelo, o sea, tu chozno.

No solamente nos daba a conocer vínculos con personas de renombre, sino con parientes que nadie en su sano prejuicio quisiera obtener, porque desconocer esos lazos era propio de gente arribista, que se acuerda de parientes ricos o famosos, ninguno pobre ni N.N.

Y, a veces, me sorprendí informándole a uno de esos lejanos que éramos parientes y la mala cara que recibí en lugar de respuesta, me hizo pensar que en esa relación el pordiosero tenía que ser yo.

Luego, leí que según Víctor Hugo la nobleza francesa llamaba parientes hasta a personas relacionadas en el decimoquinto grado. Pero que en Chile los hijos de primos son ya extraterrestres.

Hay quienes creen que los parentescos es un murmullo de apellidos cuando, en conformidad al estricto rigor genético, estos son solo ruidos casi nominales.

Últimamente, gracias a mis problemas visuales, he tratado a parientes lejanos que padecen la misma anomalía. Como es un gen que transmiten las madres y desarrollan los hijos varones, quienes, a su vez, se los entregan a sus hijas, los apellidos, que son aglomeraciones de varonías, son siempre la última carátula del gen. Por eso, solo coinciden remotamente, como si hubiera que trepar demasiado alto en el verde naranjo genealógico para arrancar la naranja.

El recientemente fallecido historiador y actor Julio Retamal —al que Chile, por supuesto, negó su merecido Premio Nacional— hizo un encomiable favor a nuestra República al revisar uno por uno todos los árboles chilenos y concluyó que formaban parte de un mismo huerto o hasta que poseían un tronco común, lo que vino a confirmar la intuición de algunas tías democráticas o simplemente perezosas que repetían; al final todos somos parientes.

Pero cuando la internet encuentra un individuo idéntico al otro lado del mundo, uno se pregunta si acaso los parientes no son otra cosa que las miles de ediciones intermedias que separan dos igualdades a través de un espectro de similitud.

Además, los parentescos ya no en sentido horizontal, sino vertical, sugieren algo inquietante.

Tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 trastatarabuelos, 64 bitatarabuelos, 128 pentabuelos… Descontados los casos de endogamia, que a veces los hace coincidir en una misma persona, la cifra sigue duplicándose hasta que, precisamente esa endogamia, comienza a explicar que haya muchos títulos para pocos titulares.

Es en ese viejo momento del viaje de las luces en el cosmos, que tantos de ellos quedan reducidos al Adán cromosómico y la Eva mitocondrial, que según algunos estudiosos nunca pudieron haberse dado la mano, al igual que esos matrimonios de sabios que si funcionan es a distancia.

Joaquín Trujillo

Investigador CEP

Liderazgo militar para candidatos presidenciales

Recientemente tuve la oportunidad de repasar la historia de cómo el mariscal británico Bill Slim logró primero expulsar y derrotar a los japoneses desde Burma, actual Myanmar, y después completar la tarea en el resto del sudeste asiático en la segunda guerra mundial.

La historia de lo que hizo Bill Slim, que partió su vida como un profesor normalista en Birmingham, queda muy bien retratada en el libro «Defeat Into Victory: Battling Japan in Burma and India, 1942-1945», una que parte con Slim organizando una retirada ordenada de su ejército desde Burma a la India, para después de reorganizarlo, adoctrinarlo, entrenarlo y equiparlo adecuadamente, reconquistar todo el territorio perdido y derrotar a los japoneses en 1945.

El mariscal William Joseph Slim llego a ser el jefe del Ejército Imperial Británico a fines de los 40 y gobernador general de Australia. Siendo en origen un inglés de clase media fue hecho vizconde por sus victorias militares. Algunas lecciones del liderazgo que nos entrega Slim y que pueden ser aplicables por parte de los candidatos presidenciales en competencia son:

  • Slim nunca perdía la calma, siempre proyectaba estar al mando, o in command como dirían los angloparlantes, que no es más que partir por estar en control o a cargo de uno mismo, condición sin la cual no se puede proyectar tranquilidad, confianza, dar órdenes y lograr que las sigan y ejecuten bien. Ustedes podrán darse cuenta de que hay candidatos que lo hacen mejor que otros o les sale más fácil hacerlo, algo que todo presidente que se plazca de tal sabe hacer correctamente, algo en que Ricardo Lagos era imbatible, pero en donde tampoco lo hacían mal Eduardo Frei hijo o Patricio Aylwin.
  • Slim aplicaba en buena forma el concepto de mission command, un concepto creado por Von Moltke el viejo, y que no es otro que lograr que los mandos subordinados entiendan claramente la intención estratégica del comandante, tengan una doctrina común, estén entrenados para llevar a cargo las órdenes, pero aplicando iniciativa cuando sea necesario, cosa que se pueden permitir por entender tanto el rol que ellos y sus unidades cumplen en el esfuerzo general que se está realizando, y por entender cuál es el propósito del todo. En este sentido, ustedes podrán observar candidatos que lo hacen mejor que otros, o los cuales han estado preparando sus equipos para el camino a la victoria desde hace un tiempo. Los que no han hecho las tareas aún tienen tiempo para hacerlo. Claramente es más difícil de realizar cuando se lidera alianzas, y no un partido único cohesionado.
  • Slim permitía la iniciativa por parte de sus mandos subordinados en el entendido de que ellos comprendían el propósito del todo y como ellos contribuían al esfuerzo general, pero más importante aún, generó una cultura en que el error era aceptado y deseado, esperando generara aprendizaje y cambios de conducta. No aceptaba la repetición de errores, casos en los cuales cambiaba a los comandantes sin contemplaciones, ya que en la guerra como en otras actividades riesgosas, no hay espacio para la incompetencia.
  • Para mandar grandes ejércitos y a grandes distancias Slim tenía un buen jefe de estado mayor. Evidentemente una sola persona no lo puede hacer todo. El rol del general en jefe es liderar y mandar, en dar las directrices principales, pero no puede estar en los detalles, en la planificación y en cada uno de los temas. El jefe de estado mayor organiza y hace que las cosas pasen, y si es bueno y confiable, mejor aún. José Antonio Kast tiene a Arturo Squella desde la presidencia de Republicanos, y Evelyn Matthei a Juan Sutil como nuevo jefe de campaña, una persona que producto de su carácter, experiencia y conocimiento hará que con rapidez las cosas funcionen correctamente.
  • Slim tenía un muy buen ojo estratégico. Sabía cuándo y cómo comprometer recursos, o cuando se debía protegerlos. Tenía muy claro el objetivo, tenía una visión sistémica de las cosas y los procesos. Una campaña política no es muy distinta a una campaña militar. Ambas no admiten cambios permanentes de objetivos estratégicos, ya que, de hacerlo, lo único seguro será la derrota. En ese sentido, es recomendable que los candidatos mantengan el rumbo general y solo hagan ajustes tácticos, ya que, de lo contrario, las tropas se pierden y confunden, pudiendo cambiar de líder si es algo muy frecuente.
  • Slim se conocía bien a sí mismo, se automotivaba y siempre andaba positivo, y más importante aún, reconocía sus errores y los corregía. Se reía de sí mismo cuando era necesario y nunca perdía el sentido del humor. No era el general más simpático del Ejército Británico, pero si conocía bien a sus soldados, sus capacidades y sus problemas. Se comunicaba bien con ellos, en el idioma que fuera necesario. Era un soldiers general, el equivalente británico del general Patton.
  • Slim lideraba con el ejemplo, no exigía nada que el no pudiera hacer y entendía que el ejemplo es autoridad moral en el ejercicio del mando.
  • Slim tenía inteligencia intuitiva, que no es más que la profundidad del conocimiento acumulado y la experiencia en la materia. No se puede llegar a puestos de alta dirección y ser exitoso sin esta condición, la que obviamente es necesaria para ser presidente.
  • Slim entendía que para que una estrategia fuera ganadora debía ser simple, fácil de entender y ejecutar hasta para el más joven de los soldados. Cuando se cumple esa condición los errores de ejecución se minimizan. En la guerra al igual que en los deportes y la política, no siempre gana el que más goles mete, sino el que evita que se los metan.
  • Finalmente, Slim al igual que otros grandes lideres militares, sabía que la victoria era 90% ejecución y 10% de estrategia. Una vez decidida la estrategia se aplicaba a que se cumpliera.

Dejo a los lectores concluir qué candidato es más aplicado en seguir las reglas del Mariscal Slim, y, por otro lado, como son de fácil aplicación, cualquiera podría eventualmente aplicarlas. Cosa de aplicarse, ser disciplinado, casi al punto de ser alemán. Evidentemente, ser el candidato de una coalición es más difícil que serlo de un partido que juega solo, de memoria, adoctrinado, y con disciplina prusiana. (El Líbero)

Richard Kouyoumdjian

Un tropiezo grave para una educación de calidad

El liderazgo imposible de Jeannette Jara

El buque de la candidatura de Jeannette Jara comienza a ponerse a prueba ahora que zarpó y está mar adentro de la campaña presidencial, que es cuando se conoce de qué madera está hecho, si está bien estibada la carga y la naturaleza humana de los marinos.

Y las cosas no pintan bien.

Si bien la candidata ha hecho todos los esfuerzos por mostrarse como la carta de una coalición amplia, de centro a la izquierda, y no del Partido Comunista (PC), este posicionamiento comienza a mostrar sus límites por el simple expediente de que no hay tal coalición.

Lo hemos dicho insistentemente, el animus societatis del sector no está amalgamado por proyectos y sueños colectivos, sino por un inveterado temor a perder el poder y por la posesión de una fracción de una franquicia -la centro izquierda- que da derecho a sentarse en una mesa a negociar candidaturas y cargos. Detrás de eso, hay proyectos contradictorios y desorientaciones varias, que hacen incongruente la alianza, lo que lleva ineludiblemente al conflicto.

Eso es lo que hay de fondo en el bochornoso episodio en el que José Antonio Kast le propinó un golpe certero a Jara en un debate, al decirle que las nacionalizaciones del cobre y el litio son “ir para atrás”, ante lo cual la candidata terminó desmintiendo su propio programa de primarias, donde efectivamente se propone esas estatizaciones. Jara trató de salir del paso diciendo que había cometido un error, pues lo que dice el programa es indesmentible, pidiendo disculpas por ello y anunciando que respecto del tema todavía no hay definiciones. También informó que se restaría de nuevas instancias de debate como la que acababa de tropezar, entrando así en un peligroso “cuartel de invierno”.

El problema es que con el arribo de la ambigüedad, la candidata no solo no corrige el error, sino que profundiza en el mismo. Así, surgió la rápida intervención del economista Luis Eduardo Escobar, quien torpemente intentó fijar la gramática económica de la candidatura de Jara, no solo negando las pulsiones iliberales de ésta, sino que comprando ideas mileistas, como la reducción del aparato estatal. Con eso probablemente Escobar quiso sacudirse de quienes habían apostado por un proyecto más de izquierda en la fase de primaria, pero al costo de desfigurar un proyecto con reales pretensiones progresistas.

Esto pasa porque la lucha no se dio en el puerto, como debió darse, antes de zarpar, por lo que se está dando ahora en el barco, lo que supone un riesgo de naufragio y una amenaza al liderazgo de la almirante, quien -en alta mar- deberá arbitrar rápido hacia dónde ir, y nombrar su estado mayor, en detrimento de marinos ya embarcados. No sirve esconderse en su camarote, pues es imposible resolver así la crisis programática, orgánica y disciplinaria que avisa este episodio.

Jara parece no comprenderlo, y comete los mismos errores que hicieron naufragar a Carolina Tohá en la primaria. Sus contraalmirantes hablaban por ella, intentando forzar sus posturas ante problemas cuya definición tiene costos ineludibles. Así, Óscar Landerretche fue el Escobar de Tohá, quien trató de alejar a su abanderada de Jara y de cualquier compromiso político más allá de los que indican los excel que hacen cálculos electorales.

Es por eso que Jara debe suspirar y asumir que no tiene el capital político ni electoral de Michelle Bachelet, que es la creadora de la comunicación política con vocación ecuménica, que le permite navegar en la ambigüedad, los silencios y las ausencias. La ex Presidenta lo lograba no porque era simpática, como Jara, sino porque era una tromba electoral -sin la mochila de una militancia conflictiva-, que le permitía hacer lo que quería sin comprometerse.

De este modo, Jara no puede seguir escondiéndose en una “cariñocracia” que solo funciona con la Bachelet original, de una década atrás. A la candidata no le queda otra que decir lo que piensa y quiere, so riesgo de quedar varada en el océano, y expuesta a los motines que tanto teme. (La Tercera)

Cristóbal Osorio

Profesor de Derecho Constitucional, Universidad de Chile.

Correlación de fuerzas

No es ni tonta ni distraída Jeannette Jara. Es articulada y disciplinada. Por eso creo que sí leyó su programa de siete páginas, que lo entendió y que, dado el escaso tiempo transcurrido, no se olvidó de su contenido.

Otra cosa es que para ella el programa haya sido nada más que un simple “mamotreto”, como decía de uno suyo Michelle Bachelet. ¿Un mamotreto para cumplir con el Servel? Tampoco lo creo. Pienso que sí la representa ese programa. El tema es que ella quiere ser Presidenta. Por lo que tiene que practicar cierta duplicidad en su estrategia comunicacional. Practicar lo que en algunos países llaman política de silbato para perros.

Es una estrategia que emplea varios recursos. Por ejemplo, usar palabras que entusiasman a los adherentes más duros y que son oídas solo por ellos, así como solo los perros oyen silbidos en frecuencias ultrasónicas. Así se mantiene firme el voto duro y no se pierden votantes moderados. O decir algo y después negarlo. Decir que se va a nacionalizar la minería. Después negarlo. Los duros quedan conformes. Saben que lo negado es lo que la candidata quiere. Y los más moderados se tranquilizan: ¡lo negó!

Jara es comunista y para desplegar política de silbato para perros emplea el término mágico de su mentor, Lautaro Carmona: alude a la “correlación de fuerzas”. Queremos tal y tal cosa, pero por ahora no nos favorece “la correlación de fuerzas”.

Un ejemplo. En su programa dice “pondremos término a las AFP”. Es lo que buscaba cuando negociaba la reforma previsional. Fracasó gracias a la oposición constructiva de Chile Vamos. Jactarse de esa reforma ahora tiene réditos con votantes moderados, pero no con los duros. Por eso en este caso ni pretende que fue “un error”. Pero para que los moderados no se asusten, acude a la fórmula de Carmona. Dice “si las AFP se pueden terminar o no, va a depender mucho de la correlación de fuerzas”. Y como la correlación actual no permite implementar casi nada del programa entregado al Servel, los socialdemócratas pueden quedar tranquilos.

¿Y si lo permitiera algún día? Allí, claro, se nacionaliza la minería y se eliminan las AFP, así que también los duros pueden tener esperanza. Mientras tanto, para los moderados hay otra agradable noticia. ¡En el PC son ahora socialdemócratas! Siempre lo fueron, incluso en la UP, nos cuenta el diputado Diego Ibáñez. ¡Pobres socialdemócratas! Avergonzados, se rinden ante la extrema izquierda para descubrir, después, que, tras avasallarlos, esta se apropia nada menos que de su identidad.

Ahora bien, si hasta en la extrema izquierda piensan que tienen que aparentar ser socialdemócratas para llegar a la presidencia, por algo será. Habrán estudiado las encuestas del CEP, que muestran que más chilenos se ubican en el centro que en la derecha o izquierda.

¡Ojalá ese mismo hecho influyera en la derecha! Tiene una candidata, Evelyn Matthei, que no necesita desplegar duplicidad comunicacional porque, a diferencia de Jara y Kast, no tiene preferencias que tenga que esconder o postergar. A Matthei no le hacen falta silbatos para perros. Por eso creo yo que derrotaría a Jara en segunda vuelta con mucha más holgura que Kast, porque además de los votantes de derecha, atraería a una masa de votantes de centroizquierda a los que no les nace votar por Jara, para qué hablar de Kast. Es cierto que en las encuestas semanales le va bien a Kast contra Jara, incluso un poco mejor que a Matthei, por lo que no se repetiría lo de 2021, pero es muy difícil para los encuestados ponerse en situación de segunda vuelta cuando todavía está tan lejos la primera.

Por otro lado, está el tema de la gobernabilidad, de la eficacia del gobierno una vez elegido. Solo Matthei podría hacer un gobierno de acogida amplia. En un tema candente como la seguridad, es lo que necesitamos. Porque allí no basta con golpes de efecto. Hay que hacer cambios profundos y estos requieren consensos amplios. (El Mercurio)

David Gallagher

Kast: «No he dicho algo distinto de que cumpliré la Constitución y las leyes»

Tras recibir esta miércoles las propuestas de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), José Antonio Kast (republicanos), explicó sus dichos sobre el Congreso, señalando que «jamás he dicho algo distinto de que voy a cumplir la Constitución y las leyes».

El presidenciable fue consultado por las críticas a sus dichos de ayer sobre que «el Congreso es importante, pero no es tan relevante como ustedes imaginan». Incluso el ministro del Interior, Álvaro Elizalde, señaló que la frase debe ser «rectificada y aclarada».

«Cuando uno se postula a Presidente es para hacer el trabajo y hoy tenemos, por ejemplo, una autoridad contralora que con las mismas normas ha cambiado gran parte de los destinos de Chile», comentó Kast.

Y agregó que «hoy llega una nueva contralora y hace el trabajo. Yo le diría al Gobierno hagan la pega, hagan el trabajo, hoy las leyes están. Yo jamás he dicho algo distinto de que voy a cumplir la Constitución y las leyes, fui parlamentario igual que el señor Elizalde, creo que él tiene claro cuando existen campañas de desprestigio y de mentiras».

El candidato dijo que ante las elecciones: «Las campañas de mentiras, difamaciones, noticias falsas, titulares falsos de los cuáles algunos se toman para hacer campañas de desprestigio y difamación, está recién comenzando. Por tanto, decirle al ministro Elizalde haga la pega, preocúpese de lo que a usted le corresponde».

CRÍTICAS A ESTRATEGIAS DE JARA

Sobre el anuncio de su contendora Jeannette Jara (PC), de no ir a debates presidenciales para desplegarse en terreno. Kast comentó que «yo creo que aquí hay algo un poco más profundo que ir o no ir a los debates. Yo valoro todas las instancias de discusión, porque se van aclarando dudas, cuestionamientos que van quedando como olvidamos y que uno tiene que confrontar».

«Es lo que ocurrió en el foro de minería, en una pregunta directa la candidata miente. Es lo que ocurrió en otro debate cuando se habla del tema de los retiros y de nuevo se le sorprende en una mentira», sostuvo.

Y agregó que hay dos tipos de candidaturas: «Las candidaturas que enfrentan a la opinión pública diciendo las cosas por su nombre, manteniendo una línea en el tiempo de manera permanente, la que nosotros hemos llevado adelante. Y otra que reiteradamente diciendo que no iba a mentir, miente, y eso tiene que terminar».

Kast insistió que ella tiene que disculparse. por acusarlo de mentir. En su caso, Kast complementará despliegue con debates. «Entiendo que tenga que ir a terreno (Jara), pero eso no quiere decir que se tenga que restar de debates importantes. Entiendo que el tiempo no alcanza para todo, pero decir que ‘no va a ir a más debates, porque solo va a estar en terreno’, de nuevo va en la línea de no decir las cosas por su nombre, de no decir la verdad».(Emol)

Todos los asesores de campaña están ayudando a Kast…

En política, solemos imaginar que la competencia electoral es un enfrentamiento entre campañas: mensajes que se perfeccionan, equipos que se afinan, recursos que se distribuyen con astucia, financiamientos y el despliegue de publicistas y expertos comunicacionales. En ese imaginario, (pensamos que) el candidato que domina el arte de la persuasión —con mejores redes sociales, discursos más emotivos, gestos más humanos— tendría la delantera. Sin embargo, no siempre es así.

Y es que esta visión es incompleta. Las campañas no se desarrollan en el vacío: habitan un escenario, un espacio social específico, con valores dominantes y marcos interpretativos que no son eternos, sino contingentes. El espacio social no está vacío, no es como el espacio del universo físico. El escenario social y político no es solo un telón de fondo. Es un ecosistema con su propia atmósfera simbólica, sus coordenadas cardinales, sus zonas de luz y sombra. Y, como todo ecosistema, favorece a ciertas especies y dificulta la supervivencia de otras.

En algunos períodos históricos, el aire que se respira es propicio para las promesas de transformación; en otros, para la defensa del orden; en otros, para la antipolítica y el descrédito general. Lo decisivo no es cuán brillante es el mensaje, sino cuán bien sintoniza con la frecuencia dominante del momento.

El espacio social y la narrativa restauradora

El ciclo político chileno entre 2011 y 2021 tuvo como valor central la transformación. Las movilizaciones estudiantiles, las marchas feministas, el estallido social y la apertura del proceso constituyente se anclaban en un imaginario expansivo: ampliar derechos, redistribuir poder, repensar las reglas del juego y un proceso de destrucción de las bases institucionales a partir de un alma destituyente de la transición.

Ese ciclo terminó abruptamente en 2022 con el cierre fallido, en el horror político, de la Convención Constitucional. Desde entonces, el contexto cambió: el nuevo escenario se ordena alrededor de valores defensivos, contractivos, que priorizan la seguridad, la certeza, el orden y la simplicidad. Por cierto, siempre queda algo. La nueva derecha, por ejemplo, terminó aceptando la crítica a la transición. Hoy la izquierda y la derecha con mayores probabilidades de pasar a segunda vuelta son críticas de la transición y de los acuerdos.

El espacio político y social se configura. No se trata de una coyuntura efímera: hablamos de un ciclo de contexto, una etapa que puede durar varios años y que define los puntos cardinales del mapa político. En este tipo de contextos, los candidatos no compiten en igualdad de condiciones. Quien logra encarnar la estructura simbólica dominante o, al menos, da vida a una respuesta pertinente a la crisis existente, tiene mayores probabilidades. Hoy es un hecho que la restauración del orden frente al caos percibido está siendo fundamental. Es lo que dispone de un viento a favor que no se neutraliza con mejores slogans ni con un mayor gasto publicitario.

Pero, ¿puede cualquier candidato acercarse a esto? No. Es el problema en donde mueren candidaturas. Se observa que esa respuesta funciona y todos entran allí. Es el error publicitario, es el problema de no saber de política o tener tanto miedo que (se asume) lo mejor es jugar en las coordenadas dominantes. Es el lugar típico donde mueren los candidatos: la cancha que no es propia. ¿Por qué es habitual el error? Porque es cierto que es muy difícil modificar el contexto y, por tanto, todos los profesionales alrededor sugieren adaptarse. La tesis es que una adaptación total al contexto es suficiente. Pero no.

La conjunción de candidato y contexto supone un pliegue: los valores del candidato y los del contexto se encuentran en un punto y comienza un ejercicio de plegamiento que puede terminar en un ballet o en un choque.

Y es que la política no solo disputa contenidos; disputa el perímetro mismo de lo que es pensable, deseable y legítimo. Y ese perímetro no lo define la voluntad individual de los candidatos, sino la sedimentación de experiencias colectivas, traumas y expectativas acumuladas. El que quiera ganar debe, o bien adaptarse al perímetro vigente, o bien modificarlo. Lo primero es difícil; lo segundo, rarísimo.

En el Chile actual, la atmósfera simbólica favorece el relato restaurador. La inseguridad, la fragmentación y la desconfianza funcionan como un campo magnético que atrae cualquier discurso hacia el eje “orden = legitimidad”. Todo aquello que no se conecta con esta frecuencia se evapora. Y ahí aparece la gran lección estratégica: no basta con hacer una buena campaña; hay que saber si el escenario mismo está diseñado para que tu propuesta florezca o para que se marchite.

Si observamos el actual ecosistema político chileno desde la matriz de valores dominante —seguridad, orden, certeza y simplicidad—, descubrimos que no todos los candidatos están respirando el mismo aire. El espacio social en el que se juega la elección no es neutro: está configurado para favorecer a quienes puedan narrar la crisis en clave restauradora, y en este momento, José Antonio Kast es el único que lo hace de forma completa y coherente. Y si alguien quiere hacer la misma lectura, solo le regalará más votos a Kast. Es entrar en su territorio. Es lo que hizo Matthei desde hace meses, primero con Kaiser y luego con Kast, jugando en territorio enemigo y sin construir su propio espacio.

José Antonio Kast y su modelo restaurativo

José Antonio Kast es el habitante natural del escenario actual. Su modelo es el restaurativo. El país aparece como destruido o amenazado y la misión es devolverlo a un orden perdido. Esta narrativa no solo es clara, sino que está alineada con la frecuencia emocional del momento: miedo al caos, nostalgia de estabilidad y desconfianza hacia cualquier experimento. Es muy interesante porque no ofrece un futuro, sino que ofrece el pasado. Y sin embargo, su solución es al menos una respuesta al momento histórico y por tanto, aun cuando su respuesta sea pobre (no es futuro), es el único que tiene una respuesta.

Kast ofrece un paquete simbólico cerrado —familia, trabajo, autoridad, mérito— que da a sus votantes una “seguridad cognitiva” frente a la desorientación política. No importa si su propuesta es técnicamente deficitaria o cargada de contradicciones: en este escenario, la coherencia interna y la simplicidad narrativa pesan más que la viabilidad de las políticas.

Incluso episodios que podrían dañarlo, como la reciente crisis de los bots, terminan reforzando su imagen dentro de la derecha, porque el marco interpretativo dominante lo protege. El caos, en su relato, siempre confirma la necesidad de un restaurador.

Jeannette Jara y su épica del ascenso

Jeannette Jara es la épica del ascenso, pero no tiene solución a la crisis. Jara representa un modelo proyectivo a partir de su propia historia y experiencia. Habla desde una historia personal (ascenso social) y de la historia política, de avances truncados por los de arriba. Jara promueve un horizonte de bienestar y justicia. Su base identitaria es sólida en sectores progresistas y su biografía popular le permite hablarle al “pueblo” con credibilidad.

Sin embargo, su narrativa choca con el clima actual: para un electorado dominado por el miedo al crimen organizado y la búsqueda de certezas, la promesa de transformación se percibe como un riesgo. Esto obliga a Jara a extremar la prudencia, pues cualquier error puede ser amplificado en un ambiente hostil. Pero no puede cuidarse, porque está perdiendo en segunda vuelta y debe tomar riesgos para ganar.

Su desafío es hacer que la justicia social parezca una condición de estabilidad, no de cambio abrupto. Y sus últimos errores han restado credibilidad, que es el corazón de su capital para despegar.

Pero lo más importante es que, más allá de sí misma, no ha logrado construir un escenario simbólico que compita con el escenario que favorece a Kast. De momento, ni siquiera lo ha intentado. Chile vive una crisis desde 2011 y la izquierda se quedó sin respuestas después de la Convención Constitucional. A Jara no le sirve una buena campaña. Necesita una respuesta histórica, un reconocimiento de los errores de la izquierda, pues necesita que población contraria al proyecto constitucional de la izquierda pueda abrirse a votar por ella. Nuestra era se define por el estallido y sus consecuencias.

El problema de fondo, lo que inquieta, no es la delincuencia en sí mismo, sino su señal de decadencia, caos y pérdida de certezas. Jeannette Jara apostó los primeros días a disputar el poder con José Antonio Kast, pero en realidad el diálogo que podía tener no era contra él. Era su objetivo, pero no necesariamente el objeto de su acción.

Evelyn Matthei vive entre dos mundos sin relato propio

Matthei flota entre el campo restaurador y el popular-identitario, pero no domina ninguno. Su capital político está en la gestión y la autoridad técnica, no en una épica movilizadora. Esto le da flexibilidad para atraer apoyos cruzados, pero la deja vulnerable a la percepción de tibieza o falta de relato. Su posición es correcta, pero sin tracción.

En un escenario ácido como el actual, esa neutralidad no es virtud: es vacío simbólico. Para competir con José Antonio Kast tendría que plegar elementos del orden (sin caer en el autoritarismo) y de la justicia social (sin sonar rupturista), construyendo una nueva narrativa —algo así como “la guardiana de lo posible”— que pueda respirar en el mismo ecosistema sin quedar atrapada en la gramática apocalíptica de Kast y Kaiser. Necesita promover y equilibrar una base de optimismo y el despliegue de una convicción de un camino para Chile. Matthei debe ofrecer una respuesta a la época. Al igual que Jara, no puede vivir en el mundo de Kast.

Franco Parisi

Parisi es el outsider sin estructura. Encarna el modelo frustrado o escéptico, capitalizando la decepción ciudadana, pero sin proponer un proyecto estable. Es un apéndice de Kast. Es útil para castigar a la clase política, no para conducir un país. En este escenario, puede obtener apoyos tácticos, personas que buscan dar cuenta de su voto de protesta, pero no pretende ni podría consolidar hegemonía. La volatilidad de su electorado y su densidad simbólica baja lo convierten en un actor satélite.

Johannes Kaiser

Kaiser ha ingresado a una etapa de incomparecencia simbólica. En este corpus, ni siquiera logra activar marcos narrativos potentes en el electorado popular. Su ausencia simbólica lo deja fuera del perímetro de disputa. Aunque tenga presencia mediática en ciertos nichos, no ha construido una figura presidencial viable en el actual ciclo. Su enorme crecimiento hace cuatro meses no solo se detuvo, sino que demostró que su crecimiento comunicacional carecía de conexión de época. Existiendo en la misma zona Kast, capaz de leer el momento, se queda con poco.

Hay un único corredor con pendiente a favor: José Antonio Kast

El núcleo estratégico está hoy en Kast, pero ese escenario no solo es fortaleza, sino que puede ser trampa bajo ciertas condiciones (de todos modos improbables). Y es que hoy Kast tiene el único relato que respira con naturalidad en el ecosistema político chileno. Los demás están adaptando su mensaje a un clima que no es suyo. Esto significa que la verdadera disputa no está en quién hace la mejor campaña, sino en quién puede cambiar las coordenadas del escenario.

Si nadie lo hace, la ventaja estructural de José Antonio Kast seguirá intacta. Si alguien logra alterar los valores cardinales del debate —por ejemplo, desplazando la seguridad desde la represión hacia la estabilidad institucional con justicia social—, el predominio restaurador podría volverse discutible. Solo el futuro puede cambiar el escenario, no hay más. Pero mientras eso no ocurra, el aire seguirá siendo ácido para los rivales de Kast. Y por ello no podrán equivocarse, e incluso acertando, estarán hablando en un idioma que no es el suyo.

En resumen, la política chilena de hoy se parece menos a un debate de ideas que a un juego en un tablero inclinado. No todos los jugadores están peleando en el mismo terreno, ni con las mismas reglas invisibles. Hay un único corredor con pendiente a favor, y ese es el de la narrativa restauradora. José Antonio Kast corre allí. Los demás suben cuesta arriba.

Esto no es fruto de un diseño maquiavélico ni de la casualidad: es el resultado de un cambio de ciclo. Del 2011 al 2021, el aire se llenó de expectativas transformadoras; del 2022 en adelante, ese aire se espesó de miedo, fatiga y demanda de certezas. Cambió el perímetro del debate. Cambiaron los puntos cardinales. Hoy, orden, seguridad, certeza y simplicidad no son solo demandas: son las llaves simbólicas para entrar en la conversación nacional.

Kast posee un relato que encaja como pieza exacta en esa cerradura. No necesita inventar un lenguaje nuevo: habla el idioma del momento. Su mensaje no discute las premisas del escenario, las encarna. Por eso, incluso en crisis, sobrevive; y en cada crisis que ha vivido (como los bots), puede fortalecerse.

Los demás candidatos, en cambio, o bien intentan traducir sus ideas a un idioma que no es propio —como Jara tratando de vestir la justicia social con ropajes de estabilidad—, o bien se refugian en la técnica y la gestión, como Matthei, sin dotar a su figura de una épica que respire en el mundo ácido actual. Parisi y Kaiser, por su parte, viven al margen de la gramática central, operando más como síntomas del malestar que como arquitectos de soluciones. Ambos construyen pilares o cavan trincheras para Kast.

El riesgo para el país es evidente: un escenario sin disputa estructural es un escenario sin política real. Y un escenario donde solo una narrativa es plenamente viable es, por definición, un escenario empobrecido. El verdadero desafío para quien quiera disputar el poder electoral a Kast no está en ganarle un debate televisivo ni en viralizar un video, sino en mover el perímetro, en alterar el magnetismo que ordena el mapa simbólico. Esto requiere algo más que táctica comunicacional. De hecho, exige una operación de alta política, capaz de resemantizar los valores dominantes. No se trata de negar la importancia del orden y la seguridad, sino de transformar su significado.

En la historia reciente, quienes han logrado estos cambios no han sido los que gritaban más fuerte, sino los que supieron leer el momento y reescribir su gramática. La Concertación lo hizo al transformar el “Nunca más” en alegría y alivio; Michelle Bachelet lo hizo al convertir la autoridad en cuidado; Gabriel Boric lo intentó al vestir el cambio de épica generacional. Pero hoy ese guion se ha agotado.

Chile vive atrapado en un guion restaurador que solo favorece a un actor. La pregunta para los demás es simple y brutal: ¿van a seguir jugando en un tablero que no está hecho para ustedes, o se atreverán a construir otro? Mientras esa pregunta no se responda, las campañas seguirán compitiendo en creatividad, gasto y forma… pero no en el único terreno que realmente importa: el terreno del escenario, el terreno a la respuesta acuciante de un país que suma catorce años de crisis.

Por eso estimado asesor, jefe de campaña, publicista; por favor, deja de humanizar al candidato, deja de caminar por el camino de la adaptación; deja de buscar los principales valores de la época. Tu único camino es patear el tablero, cambiar el escenario, modificar el juego. A menos que trabajes para Kast. (Bio Bio)
Alberto Mayol