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Oposición alerta por «hoyo fiscal» que heredará próxima administración

El lunes, el Gobierno chileno fue doblemente convocado al Congreso para dar explicaciones sobre los posibles recortes presupuestarios que se estarían evaluando para el año 2026 en áreas clave: programas de seguridad pública y los fondos asignados a gobiernos regionales, la mayoría liderados por la oposición.

La citación, impulsada por parlamentarios de oposición, se originó tras la filtración de una minuta preliminar del Gobierno que anticipaba estas disminuciones de recursos. A pesar de los esfuerzos del ministro de Hacienda, Nicolás Grau, por desmentir la minuta y asegurar un posible aumento en el financiamiento para seguridad, las oposiciones mantuvieron su alarma.

Este episodio marca el inicio de una batalla presupuestaria que se anticipa más compleja que en años anteriores, ya que coincidirá con la campaña presidencial. La discusión estará fuertemente politizada, especialmente porque las encuestas sugieren que el próximo gobierno podría estar en manos de la derecha. La oposición está intensificando su interés en influir en la asignación de recursos debido a la preocupación por el «hoyo fiscal» que heredará la próxima administración. El ministro Grau solo ha adelantado que el presupuesto 2026 «va a crecer menos que el de años anteriores».

Los comandos de los candidatos presidenciales de derecha, Evelyn Matthei (Chile Vamos) y José Antonio Kast (Republicanos), ya están activamente involucrados en la discusión a través de sus equipos económicos, coordinando estrategias con think tanks y bancadas parlamentarias. El principal objetivo de la oposición es asegurar que la Ley de Presupuesto 2026 incluya recortes significativos al gasto fiscal. Una comisión asesora del gasto público ya recomendó recortes por cerca de $2.000 millones.

La candidata Matthei ha propuesto recortes del gasto público por $2.000 millones anuales. Su equipo, liderado por Ignacio Briones, Juan Antonio Coloma y Gonzalo Sanhueza, busca que el presupuesto caiga al menos un punto en términos reales para asegurar la convergencia fiscal. Briones critica que el gobierno de Boric ha incumplido consistentemente sus metas de reducción del déficit estructural.

Por su parte, Kast ha prometido una reducción del gasto fiscal aún mayor ($6.000 millones en 18 meses) y su equipo, coordinado por Jorge Quiroz y Carmen Soza, se centrará en el debate presupuestario para dar luces sobre sus recortes, poniendo énfasis en evitar los «amarres de plata» para financiar activistas o las transferencias corrientes sin control que facilitan el clientelismo y la corrupción, aunque han descartado tocar programas de seguridad y salud (listas de espera). El Partido Comunista, en el oficialismo, ya ha advertido que no respaldará recortes que comprometan beneficios sociales o políticas públicas.

La oposición, a pesar de no haber actuado unida en discusiones previas sobre recortes, planea insistir en la necesidad de materializar disminuciones de gasto en el proyecto de ley para no destinar recursos a «programas que carecen de eficacia» en un escenario de estrechez fiscal. El Gobierno tiene hasta el 30 de septiembre para presentar el proyecto de Ley de Presupuesto de la Nación 2026 al Congreso.

Candidatos presidenciales fijan posturas por sueldo mínimo

El debate sobre el salario mínimo se ha convertido en un tema central de la carrera presidencial en Chile, impulsado por una advertencia del Banco Central en su Informe de Política Monetaria (IPoM). Dicho informe señaló que tanto el aumento del sueldo mínimo como la reducción de la jornada laboral han impactado negativamente en el empleo, generando una discusión en el ámbito político con el Gobierno manifestando sus «discrepancias». Los ocho candidatos presidenciales han tenido que definir sus posturas sobre cómo mejorar los ingresos de los trabajadores sin deteriorar el mercado laboral.

Las propuestas se dividen en dos enfoques principales: algunos candidatos favorecen un rol estatal más activo a través de subsidios y apoyos directos, mientras que otros enfatizan la necesidad de fomentar la inversión y la productividad para lograr mejoras salariales sostenibles. Esta divergencia ha puesto de manifiesto profundas diferencias en cuanto al rol que el salario mínimo debe desempeñar en la economía chilena, abarcando desde propuestas de aumentos progresivos con acuerdo social hasta ideas de diferenciar el sueldo base por sector o incluso buscar que se convierta en una referencia prescindible gracias a un mayor dinamismo económico.

Las definiciones de los candidatos presidenciales son diversas. Evelyn Matthei, a través de su comando, prioriza la generación de un millón de empleos formales y propone un subsidio directo a las familias para mejorar sus recursos sin distorsionar el mercado laboral ni afectar la creación de empleo. Jeannette Jara propone un ingreso vital de $750.000 con apoyo a las PYMEs, con el objetivo de que el salario mínimo siga subiendo por sobre el costo de la vida, de manera responsable fiscalmente y en línea con la estabilidad inflacionaria, rechazando el congelamiento real.

Johannes Kaiser plantea un salario mínimo diferenciado según actividades debido a las distintas productividades, abogando porque cualquier decisión futura sea con criterios técnicos y considerando la amenaza del desempleo, esperando que su política pro crecimiento aumente la demanda de mano de obra y haga que el salario mínimo se convierta en un recuerdo irrelevante. José Antonio Kast se enfoca en la emergencia laboral y, en lugar de proponer incrementos directos, sugiere un crédito tributario asociado al pago de remuneraciones con cotizaciones formales para las empresas que mantengan o contraten trabajadores de bajos ingresos, buscando mejorar salarios mediante la recuperación del dinamismo económico a través de la baja de impuestos y la facilitación regulatoria.

Franco Parisi ve el sueldo mínimo como un instrumento de emergencia distributiva y no de desarrollo, proponiendo una rebaja tributaria focalizada para generar empleo formal masivo y un polinomio para reajustarlo anualmente con criterios técnicos, buscando el aumento de la productividad a través de tecnología y crecimiento económico con menor gasto fiscal.

Harold Mayne-Nicholls propone una mejora progresiva del salario mínimo con un enfoque de diálogo y responsabilidad en una Mesa de Diálogo Social para acercarlo a un salario digno, apoyando a las microempresas con subsidios transitorios y reforzando mecanismos como el Ingreso Mínimo Garantizado (IMG) y la Pensión Garantizada Universal (PGU).

Marco Enríquez-Ominami prefirió no entregar una posición. Finalmente Eduardo Artés propone subir inmediatamente el salario mínimo vital a $750.000, vinculando esta medida directamente a la reindustrialización y a la producción y consumo internos para garantizar la ocupación efectiva, señalando que sin estos ejes, cualquier aumento salarial será insuficiente. (NP-Gemini-Emol)

Comando de Jara deja foco en sectores de centro para fines de campaña

En una actividad de campaña realizada en el bar Victoria de Pedro Aguirre Cerda, coincidiendo con el inicio de las Fiestas Patrias y la campaña oficial, la candidata presidencial Jeanette Jara buscó proyectar una imagen de unidad del oficialismo y defender sus capacidades para vencer a la derecha.

Para contrarrestar las críticas sobre la falta de apoyo del Socialismo Democrático, Jara apareció junto a figuras que se habían mantenido distantes de su precampaña, como la exministra Carolina Tohá y el diputado Gonzalo Winter, además de dirigentes de todas las colectividades de la coalición de gobierno. Sin embargo, la ausencia del presidente y la secretaria general del Partido Comunista, Lautaro Carmona y Bárbara Figueroa, evidenció el profundo quiebre existente entre la candidata y un sector de su propio partido.

Jara también aprovechó el evento para responder a las dudas generadas por su débil desempeño en el primer debate presidencial, donde se la percibió abrumada y molesta. La candidata, quien reconoció no haber quedado conforme con su rendimiento, se mostró sonriente y centró su discurso en el «Chile real», prometiendo seguridad y certeza y repitiendo palabras como «desarrollo» y «crecimiento económico».

Su mensaje principal al electorado de centroizquierda fue asegurar su capacidad para gobernar con el apoyo de una amplia coalición que va desde su partido hasta la Democracia Cristiana, reconociendo el carácter sorpresivo de su rol como líder de la izquierda y el difícil panorama electoral para el oficialismo.

Fuentes cercanas a la candidata señalan que el tránsito a ser la líder de todo el sector fue abrupto y generó una gran presión. Su principal asesor, Darío Quiroga, ha insistido en una estrategia de que Jara mantenga su esencia y personalidad. En su reciente gira por 16 regiones, enfocada en sumar adherentes no militantes ni votantes de izquierda, Jara comprobó el peso de representar a un gobierno con alta desaprobación, recibiendo comentarios sobre las principales debilidades de la administración Boric, como las listas de espera en salud, la crisis de inseguridad y el alza del desempleo.

Jara también ha tenido que lidiar con el constante torpedeo interno de su propio partido, en particular de Carmona y el exalcalde Daniel Jadue, quienes ven su liderazgo como una amenaza a la línea más radical del PC. La candidata ha reconocido estar desilusionada de su colectividad y ha explicitado que su relación con Carmona está definitivamente rota.

Además, ha cargado con el costo de haber dejado fuera de carrera a Carolina Tohá, la candidata preferida por sectores de La Moneda y el Socialismo Democrático, lo que generó críticas sobre su fair play. Las «luces amarillas» en el oficialismo se mantienen por dudas sobre su idoneidad y energía para la recta final, avivadas por su inasistencia al tradicional tedeum católico por «temas personales».

A pesar de la presión por realizar cambios, Jara ha mantenido a su círculo de confianza en el equipo de campaña. Para mañana, está agendada la presentación de su nuevo programa de gobierno, sobre el cual la candidata y la directiva comunista sellaron un pacto de no cuestionamiento, aunque los «guiños al centro» se guardarían para las vísperas de la primera vuelta. (NP-Gemini-La Tercera-Juan A. Quezada)

Reino Unido reconocería este domingo al Estado palestino

El Reino Unido tiene previsto reconocer formalmente al Estado palestino este domingo, según reportes de la prensa británica, lo que marca un giro político significativo y ha sido rechazado enérgicamente por Israel, su aliado histórico. La decisión se produce después de meses de intensas operaciones militares israelíes en Gaza y una creciente crisis humanitaria en el territorio palestino.

El primer ministro británico, Keir Starmer, había condicionado este reconocimiento en julio, señalando que se concretaría si Israel no daba «pasos sustantivos» hacia un alto el fuego con Hamás antes de la Asamblea General de la ONU de septiembre, un plazo que ha coincidido con una escalada de destrucción y escasez de alimentos en Gaza.

El anuncio de Starmer, que será este domingo según la BBC y Press Association, busca ser una «contribución hacia un proceso de paz real» y un impulso para la solución de dos estados. Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha criticado duramente la medida, acusando al Reino Unido de premiar el «terrorismo monstruoso» y beneficiar la ideología «yihadista.»

El reconocimiento británico se suma a la iniciativa de al menos otros 10 países, incluyendo Francia, que también planean reconocer a Palestina durante la Asamblea General de la ONU. Estos movimientos diplomáticos tienen lugar mientras Israel mantiene una ofensiva contra Ciudad de Gaza, donde la ONU ha declarado una situación de hambruna. (NP-Gemini-Emol-AFP)

Gasto público: es hora de actuar

Durante cuatro meses, trabajamos como Comisión de Gasto Público (CGP) para cumplir el mandato encomendado por el Ministerio de Hacienda y la Dirección de Presupuestos: identificar oportunidades de reducir, contener y racionalizar el uso de los recursos públicos en un contexto que exige reformas estructurales para asegurar la sostenibilidad fiscal en el mediano y largo plazo. La Comisión propuso 34 medidas que fueron aprobadas por unanimidad de los miembros. En conjunto, las medidas de reducción y contención de gasto público alcanzan US$ 4.500 millones. Un total de 16 iniciativas por US$ 2.000 millones destinadas a reducir el gasto y 18 medidas adicionales, equivalentes a US$ 2.500 millones, enfocadas en contener su crecimiento futuro.

Las medidas propuestas se enmarcan en cinco grandes ámbitos:

1.- Sectores sociales y presión fiscal. En la última década, el gasto en protección social, salud y educación ha aumentado del 14,3% al 17,2% del PIB. El gasto público en salud se ha consolidado como uno de los ámbitos con mayores presiones sobre el gasto público. Explicado por cambios estructurales como el envejecimiento de la población, la alta prevalencia de enfermedades crónicas y la creciente complejidad de los casos clínicos.

En salud, la Comisión propone fortalecer su gestión, gobernanza, plan de inversiones y atención primaria como puerta de entrada a la salud. Con respecto al sistema educacional, resulta indispensable ajustar las dotaciones de docentes y asistentes en la educación pública y municipal considerando los ratios alumnos/docentes comparables en el sector particular subvencionado. Respecto de la gratuidad en educación superior, se propone restringir el financiamiento hasta el decil 7, sujeto a existencia de holguras fiscales.

La Comisión no realiza recomendaciones en la Pensión Garantizada Universal (PGU), ya que cuenta con mecanismos adecuados para contener su gasto.

2.- Estrechez fiscal, exige mayor disciplina presupuestaria. La trayectoria de la deuda pública es preocupante, la que se encuentra a menos del 3% del PIB de su límite prudente del 45% del PIB y, en consecuencia, el margen para desviarse de los compromisos se agotó. Esto conlleva, además, crecientes pagos de intereses, lo que deja menos espacio para el gasto social, por lo que cumplir las reglas fiscales debe ser una prioridad.

De este diagnóstico surgen medidas orientadas a limitar la flexibilidad presupuestaria, que hoy permite al Ejecutivo exceder el gasto aprobado en la ley de presupuesto, ya sea mediante la subejecución de las inversiones, el uso de la provisión de financiamientos comprometidos o la utilización de los activos del Tesoro Público. Proponemos reforzar la necesidad de indicar claramente las fuentes de financiamiento en los proyectos de ley de carácter permanente y establecer reglas de reasignación presupuestaria más estrictas, para que el gasto efectivo refleje fielmente lo autorizado por el Congreso

3.- La evaluación y monitoreo de programas públicos no puede ser un ejercicio formal, deben tener consecuencias. Los ciudadanos merecen una atención de calidad, eficiente y oportuna para responder a sus necesidades. Por ello, aquellos programas que no cumplen con sus objetivos deben enfrentar consecuencias claras: corregir sus deficiencias o cerrarse.

De los 706 programas sociales y no sociales, el 20% del gasto se concentra en solo 554 programas, evidenciando un alto grado de fragmentación.

En este contexto, identificamos 124 programas que ya sea por bajo desempeño, debilidades reiteradas en los indicadores de monitoreo, limitada cobertura o alto costo administrativo, no pueden continuar operando en su forma actual.

4.- Empleo público basado en el mérito para el ingreso, progresión por desempeño, movilidad interna y mecanismos de término transparentes y efectivos. El empleo público del gobierno central está caracterizado por su fragmentación jurídica, rigideces y una creciente presión fiscal en áreas como salud y educación. Por esto, la CGP recomienda una reforma integral al Estatuto Administrativo que permita abordar de manera sistémica estos desafíos. Como medidas inmediatas de contención del gasto, se propone congelar la dotación, permitiendo la movilidad horizontal dentro del sector público y avanzar en reducir significativamente la brecha de ausentismo laboral respecto al sector privado, lo que generaría importantes ahorros tanto en la administración pública como en Fonasa.

5.- Poner freno al uso indebido de beneficios sociales. Observamos en casos como la gratuidad en educación superior (beneficiarios que no cumplen los requisitos) y en el Transantiago (usuarios que no pagan), que dichas acciones terminan aumentando los gastos por sobre lo programado, además de ser poco éticas. Si esto ocurre en dos programas importantes, nos preguntamos: ¿qué pasa en los otros 120 programas que usan el Registro Social de Hogares (RSH) como filtro de selección?

La respuesta es aumentar rigurosamente la fiscalización, avanzar en verificación ex ante con cruces masivos de datos, auditorías aleatorias y seguimiento de casos, inhabilidad temporal para recibir subsidios ante fraude acreditado y sanciones a operadores que no controlen el debido acceso a los programas sociales. La viveza es, simplemente, quitarles la oportunidad a otros de acceder a beneficios que verdaderamente los necesitan.

Cada una de estas 34 medidas conlleva su propia complejidad en la implementación. Sin embargo, confiamos en que el trabajo unánime de la CGP constituya un aporte para facilitar su adopción tanto en el Poder Ejecutivo como en su discusión en el Parlamento.

Ad portas de la discusión del proyecto de ley de presupuestos 2026, hacemos un llamado para avanzar con sentido de urgencia en esta agenda. Se trata de una oportunidad concreta para contener y reducir el gasto público. Es hora de actuar. (La Tercera)

 
María José Abud
Matías Acevedo
Paula Darville 
Sergio Granados
Osvaldo Larrañaga

Miembros de la Comisión Asesora para Reformas Estructurales al Gasto Público

X. Rincón: «La vendetta se craneó desde la oficina de Álvaro Elizalde»

No han sido días de festejo para Ximena Rincón. A una delicada situación familiar se sumó la decisión del Tribunal Calificador de Elecciones (Tricel), que acogió el requerimiento de partidos del oficialismo y la DC para dejar sin efecto su candidatura a la reelección por la Región del Maule. El lunes se informó que se rechazaba su aspiración.

Entre los protagonistas de la trama que terminó por dar vuelta la aceptación de su candidatura que había hecho el Servel están la senadora, timonel del PS y competidora por la misma región, Paulina Vodanovic; el abogado del PS, Gabriel Osorio y el exparlamentario DC y hoy ministro del Tricel, Gabriel Ascencio, quienes, según Rincón, orquestaron su baja por secretaría.

A juicio de Rincón, «la resolución del Tricel que me deja fuera de la papeleta es claramente fruto de una vendetta política por haber defendido lo que creo que fue correcto y haberme transformado, sin quererlo, en rostro del Rechazo».

Acusó además que su baja «se craneó desde la oficina de Álvaro Elizalde, con su abogado Osorio, Paulina Vodanovic como presidenta del partido y obviamente la Democracia Cristiana». Lea más en una nueva edición de El Mercurio. (Emol)

El avance del wokismo

En estos días dieciocheros, en que la chilenidad se despliega en las fotos de las páginas sociales que muestran a ejecutivos disfrazados de huaso y en los noticieros dedicados a la ingesta de choripanes, también han ocurrido cosas dignas de análisis. Como consecuencia de comentarios suscitados por el asesinato de Charlie Kirk, importantes figuras de la televisión norteamericana han sido, apenas ayer, enmudecidas por decisión de las propias cadenas a las que pertenecían.

El asunto ha sido presentado como un caso de censura; pero bien mirado, es más bien el resultado de un clima cultural que no demorará mucho en llegar hasta acá.

Se trata del parentesco secreto entre la cultura woke y su tendencia a la cancelación (asociada a la izquierda) y la cultura de control que, por estos días, y a propósito del asesinato de Charlie Kirk, muestra la derecha.

Ambas sensibilidades son, cuando se las mira de cerca, parientes, distintas formas de wokismo. Ambas son extremadamente sensibles y solo cambian los motivos para que se sientan igualmente agraviadas.

En el caso de lo woke el tema de la identidad aparece como el concepto central. Y como la identidad se define como una suma de rasgos o características (asociadas a la identidad sexual, el género, lo étnico o lo alimenticio, según los casos), cualquier frase o práctica que amenace esos rasgos, los critique o los ridiculice, es calificada de violenta y debe ser cancelada y quien la profiere o escribe, condenado al ostracismo social, al menos en las redes. En Chile ha habido abundantes muestras de esa actitud, especialmente entre los más jóvenes. Se acentuó en octubre del 19 y si bien luego ha decaído, aún sigue presente.

El asesinato de Charlie Kirk ha dado ocasión para que ahora asome, en cierta derecha, un ansia de control o de cancelación semejante, solo que ahora los pretextos son otros. Una comentarista de televisión en los Estados Unidos dijo algo tan sensato como que una cosa es “condenar un asesinato” y otra, distinta, “celebrar una vida” (queriendo decir que la condena a la muerte violenta de Kirk no debía ser obstáculo para criticar lo que decía y las ideas que difundió) para que entonces se le excluyera del medio. Y un comediante tuvo la ocurrencia de decir que el asesino de Charlie Kirk pudo pertenecer al mismo sector cultural que había dado origen a este último (sugiriendo que víctima y victimario eran hijos del mismo clima cultural) para que, entonces, se suspendiera indefinidamente su programa. Un cierto buenismo repentino transformó en ofensa o injuria cualquier mirada tibiamente crítica acerca del fenómeno Kirk, sobre las creencias que difundía y la forma en que las esparcía entre adolescentes.

En ambos casos lo que hay, o parece haber, es, para usar una expresión de David Rieff, una subjetividad autoritaria, la convicción de que es el propio yo, en un caso progresista, en el otro conservador, el que debe tener en la esfera pública la última palabra.

El problema que todo esto plantea es una profunda crisis de lo que se suele llamar esfera pública, que es el ámbito donde se desenvuelve la política y que es la base de la democracia.

La esfera pública exige (al contrario de lo que se cree hoy) el abandono del yo y de la propia subjetividad. Existe una esfera pública allí donde las personas salen de su subjetividad y se esmeran, hasta donde eso es posible, en reemplazarla por la razón. Y se esfuerzan entonces por formular un argumento que valga con prescindencia de las circunstancias personales. Esto es lo que diferencia a la esfera pública de cualquier otro ámbito de la vida social. Mientras en el mercado es el yo y sus preferencias lo que manda, o en la Iglesia sus convicciones más profundas alcanzadas por la fe, o en el espectáculo futbolístico la adhesión irracional adquirida en la infancia, en la esfera pública, en los medios de comunicación, en las universidades, en el Poder Judicial, se trata de hacer valer no lo que uno es o la historia de que es portador, sino las razones que es capaz de argüir y demostrar.

Pero todo eso parece estar en crisis hoy día como consecuencia de la cultura woke y la idea surgida en la derecha de que la mejor forma de oponérsele no es exponer ideas, sino transformarse en el contendiente entusiasta de una batalla, encendido por una sensibilidad opuesta y provisto de un radar capaz de detectar herejías y decretar el silencio. De esta manera, la esfera pública se transforma en un choque permanente de sensibilidades opuestas y de simplismos, donde cada partícipe agita una convicción y en vez de discutir aspira a condenar al adversario al ostracismo. (El Mercurio)

Carlos Peña

La arrogancia paga mal-Isabel Plá

El titular de una columna del periodista Carlos Pagni en La Nación resume el clima político de Argentina hoy: “Milei ya no es el Emperador”.

En menos de dos semanas, ha enfrentado tres derrotas. La primera, en las elecciones legislativas de la Provincia de Buenos Aires. La segunda, cuando la Cámara de Diputados rechazó los vetos a mociones que destinaban fondos a las provincias, universidades y al hospital pediátrico Garrahan, muy querido por los argentinos y cuyo presupuesto fue recortado por el gobierno. La tercera fue al día siguiente, con el rechazo de esos vetos en el Senado. Lo que vino después no sorprende: aumento del riesgo país, subida del dólar, etcétera.

Es cierto que los vecinos viven una crisis desde hace muchos años. La elección de Javier Milei en noviembre de 2023 fue una de sus consecuencias. Hartos de todo lo demás, de la corrupción y una inflación que se devoraba los salarios en pocos días, los argentinos eligieron al outsider de discurso incendiario, que proponía una revolución liberal, el fin de la casta, déficit fiscal cero y “domar” la inflación (un verbo que sus seguidores usan insistentemente en las redes, lo que ya indica el ánimo que los entusiasma).

Hay un momento, sin embargo, en que los acting estrafalarios y la verborrea agresiva deben guardarse en el clóset para hacer, ni más ni menos, que lo único que sostiene a un gobierno y le permite mantener su hoja de ruta: política, apego a las instituciones, respeto por la opinión pública y una dosis de sensibilidad, perfectamente compatible con los principios de la libertad.

Es cierto que Milei ha cumplido varias de sus promesas. La inflación ha bajado del 200% cuando recibió el mandato a cerca de 30% en el último año. Puso fin a la entrega de subsidios sociales a los “punteros” —que recortaban una tajada— y hoy se asignan directamente. Y la pobreza, aunque sigue siendo escandalosamente alta, ha caído de manera significativa en el último año. Y por esas razones mantiene una aprobación sobre el 40%.

Pero nada de eso es suficiente si el ajuste fiscal afecta a millones de personas. Cuando la paciencia social empezaba a agotarse, en lugar de ampliar sus alianzas y balancear una alta autoestima con algo de modestia, Javier Milei ha dinamitado sus relaciones políticas. Se peleó con su vicepresidenta, Victoria Villarruel, a la que niega incluso el saludo institucional; califica de “ratas asquerosas” y “liliputienses” a quienes plantean diferencias con sus decisiones, y “ensobrados” a los periodistas que escrutan, critican o informan sobre eventuales casos de corrupción en su gobierno.

Milei nunca tuvo mayoría propia en el Congreso, pero contaba con los parlamentarios del PRO y un sector de los radicales, que respaldaron incluso sus reformas más impopulares. Hasta que optó por humillar al macrismo en las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires; someterlos en la siguiente elección a una lista con el nombre y colores de su partido, La Libertad Avanza, y abrir competencias para amenazar a quienes respaldaban públicamente sus políticas.

El peronismo se soba las manos y la calle ha vuelto a ser protagonista. El gobierno, lejos de apaciguar los ánimos, responde apelando a la épica de la batalla cultural. La advertencia implícita que transmite su entorno más fiel al resto es la obediencia o ser lanzados a la esquina de los enemigos.

No ha sido buena idea erigirse desde la pureza inflexible, la descalificación moral y el monopolio de la valentía para confrontar con los adversarios. Un ánimo que ronda también en la elección presidencial de Chile. Y estamos viendo sus resultados en tiempo real al otro lado de la cordillera. (El Mercurio)

Isabel Plá

Presupuesto y déficit 2026: legado fiscal de Boric-Bettina Horst

Lamentablemente, hablar de disciplina fiscal se ha vuelto un poco como hablar de la dieta de Año Nuevo: se anuncia con más o menos convicción, pero luego no se cumple. Si bien en diez días más conoceremos tanto el presupuesto que el Gobierno presentará al Congreso para el 2026, así como sus estimaciones de ingresos y gastos para los próximos años, si estos vienen cargados de supuestos poco realistas, difícilmente se podrán encauzar nuestras cuentas fiscales por un camino sostenible en el tiempo.

Para entender la magnitud del desafío fiscal que enfrentamos y tener una discusión en serio al respecto, se debe sincerar las cifras.

Con la información hasta ahora disponible –el Informe de Finanzas Públicas del segundo trimestre y la ejecución de ingresos y gastos presupuestados hasta julio de este año– ya se pueden realizar algunas estimaciones iniciales para enmarcar la discusión que se viene.

La credibilidad de esta administración en materia fiscal está, por decir lo menos, debilitada. En enero de 2024 se comprometió con un déficit de 1,9% del PIB como meta para el Balance Estructural. Sin embargo, durante el año fue “sincerando” sus proyecciones, cerrando con un déficit de 3,3% del PIB. Es decir, casi US$ 5.000 millones de diferencia.

Para este año, la situación no es mejor. En el último Informe de Finanzas Públicas (julio), se estableció que el déficit fiscal cíclicamente ajustado será de 1,8% del PIB, es decir, unos US$ 6.300 millones. Esta nueva proyección en realidad descansa en supuestos optimistas: considera ingresos que difícilmente se materializarán y medidas correctivas que suponen iniciativas administrativas o legislativas que, siendo realistas, no alcanzarán a implementarse ni a generar impacto fiscal en los escasos tres meses que restan del año.

El Gobierno insiste en que los ingresos crecerán 7,6% en términos reales. Pero los datos a julio muestran que, lo más probable, crecerán solo un 5%. Y creer que se va a frenar la inercia del gasto público en plena temporada electoral es, por decirlo amablemente, de una ingenuidad adorable.

Así, en un escenario más realista y conservador, no se puede descartar que el déficit cierre más cerca de 2,9% del PIB, es decir, otros US$ 3.800 millones adicionales.

Para el 2026, el panorama es aún más oscuro. Según la Dirección de Presupuestos, el déficit se ubicaría en torno a US$ 5.700 millones. Pero todo indica que esa cifra está fuertemente subestimada.

Primero, porque parte de los ingresos estimados para el 2025 están inflados respecto de un escenario más realista, tal como ya sucedió este año. Si efectivamente no se da el crecimiento de ingresos que la autoridad estima para este año y, por consiguiente, la base para proyectar los ingresos del próximo año es más baja, por el solo hecho de contar con menores ingresos a los estimados, se podría agregar unos US$ 2.000 millones más al déficit proyectado. Segundo, en materia de gastos, el déficit estimado para el 2026 incluye solo los gastos comprometidos, es decir, solo los gastos que ya están aprobados. En consecuencia, no considera el reajuste del sector público que se negociará durante la actual administración luego de la aprobación de la Ley de Presupuestos en el Congreso, que, si tomamos como referencia el reajuste del año pasado, implica un nuevo gasto adicional por unos US$ 1.650 millones. Tampoco considera el inicio de ninguna nueva obra de infraestructura, así como tampoco los US$ 720 millones que en promedio siempre se dejan provisionados cuando asume un nuevo gobierno. En suma, el déficit real del 2026 podría acercarse más bien a los US$ 10.000 millones.

Esto significa que, para cumplir la meta de un déficit estructural de 1,1% en 2026 –y empezar la tan ansiada convergencia fiscal–, el ajuste de gasto debería bordear los US$ 6.000 millones en un solo año. Nada menor.

Si bien estas cifras son preliminares y recién comienza la discusión presupuestaria, es fundamental dimensionar y sincerar el desafío fiscal que el Gobierno del Presidente Boric deja al país. En vez de gastar energía descalificando propuestas de ajuste desde el mundo académico o político, sería más útil sumar voluntades. El costo político de un ajuste fiscal serio es evidente, se ha postergado irresponsablemente, pero cuanto más se dilate, será mayor. Y este es del tipo de cuentas que siempre terminan pagándose. (El Mercurio)

Bettina Horst

Las paradojas de la eutanasia

Los defensores de la eutanasia suelen recurrir a un concepto central para defender su agenda: la autonomía. Según ellos, la legalización del suicidio asistido es una consecuencia natural del reconocimiento de la autonomía individual: si un enfermo terminal, expuesto a grandes sufrimientos, prefiere morir, nuestra única respuesta legítima es permitirlo. Allí donde la autonomía se pronuncia, las otras razones han de callar. Más aún —insisten sus partidarios— la ley no obligará a nadie a hacer tal o cual cosa, sino que aumentará nuestro margen de libertad. Hasta acá, la argumentación es límpida e impecable: ¿por qué habríamos de inmiscuirnos en decisiones de otras personas? ¿No parece lógico que cada cual decida en función de sus propios criterios?

Sin embargo, la cuestión es más delicada de lo que parece, por varios motivos. El primero guarda relación con las condiciones de ejercicio de la autonomía. La autonomía no se erige sobre la nada, sino que supone un terreno sobre el cual desplegarse. El primero de ellos es el carácter indisponible de la vida, y la regla moral que se funda sobre ese hecho: no es lícito atentar contra la vida del inocente. En este caso, el problema surge porque el propio agente solicita la muerte. ¿Es ese un motivo suficiente para saltarnos la regla moral? ¿O bien cabría pensar que la misma autonomía supone que esa regla moral debe ser inviolable?

Para comprender la cuestión, puede ser útil recordar una cuestión elemental: no somos mónadas aisladas. En efecto, nuestras decisiones se insertan en un contexto que las hace posibles y pensables, y la autonomía necesita de ese contexto. No existe la decisión libre y desconectada de otros: ese es un sueño ilustrado que, a estas alturas, sabemos equivocado. En consecuencia, resulta absurdo suponer que las condiciones de la autonomía no se verán modificadas por la mera posibilidad de recurrir a la eutanasia. A primera vista, parece tratarse de una ampliación de la libertad, pero la verdad es que también se oculta una enorme restricción. Basta imaginar una situación banal y corriente: un anciano enfermo, que se percibe a sí mismo como una carga para sus familiares y cercanos. Con mayor o menor razón, ese anciano no puede dejar de ver en el rostro de otros un reproche por el tiempo y los recursos que deben destinarle a su cuidado. ¿Quién no conoce esa mirada dolorida?

Pues bien, si la eutanasia es autorizada, ese anciano débil y vulnerable deberá dar cuenta del hecho de querer seguir viviendo. En una palabra, deberá dar cuenta de su vida. El reproche —real o imaginado— ya no será solo por el cuidado que requiere, sino por querer mantenerse en vida. ¿En qué medida su consentimiento será independiente de la nueva posibilidad abierta por la ley? Si concebimos las decisiones humanas desde la pura individualidad, seremos ciegos a esta dimensión. Pero no hay nadie más dependiente de otros que ese abuelo. Por lo mismo, el anciano se verá enfrentado a un dilema tan radical como injusto: deberá dar cuenta, de modo más o menos tácito, de la decisión de seguir viviendo. Quedará expuesto a un reproche que la eutanasia vuelve posible, y eso cambia drásticamente las condiciones de su autonomía. En ese sentido, ayudar (con todos los medios disponibles) a reducir el sufrimiento es muy distinto a poner la propia vida sobre la mesa.

Así, la eutanasia hará pesar sobre los más vulnerables la carga de su decisión: elegir la vida tendrá peso, no será baladí. La pregunta es si, en esas condiciones, la autonomía puede ser ejercida. La paradoja es que la eutanasia horada el terreno sobre el cual se constituye la autonomía. Por supuesto, nos podremos engañar, y avanzar suponiendo que todas las decisiones son perfectamente libres y desconectadas del entorno. Sin embargo, en ese caso estaremos legislando sobre fantasías que no consideran la textura de la vida. Que la izquierda, siempre tan atenta a las condiciones del consentimiento y a las opresiones estructurales, defienda con tanto ahínco esta normativa es sintomático de sus extravíos intelectuales: al convertirse al más estricto de los individualismos atomistas, la izquierda ha dejado de ser de izquierda.

Esto puede explicarse de otro modo. Si el argumento central es la autonomía, ¿por qué restringir la eutanasia a casos calificados de enfermos terminales? ¿No constituyen esas limitaciones una restricción insoportable de la autonomía? El único modo coherente de defender el razonamiento es llevarlo hasta sus últimas consecuencias: toda persona, más allá de su edad y condición de salud, debería estar autorizada a solicitar el suicidio asistido, y nosotros deberíamos concederlo. ¿Están dispuestos todos los defensores de la eutanasia a sostener el argumento hasta el final? ¿Deberíamos permitir a un joven, o una persona aparentemente sana recurrir al suicidio asistido? ¿Qué horizonte vital estaríamos ofreciendo? ¿No se modificarían radicalmente las condiciones de la autonomía en una sociedad en la que cualquiera pudiera solicitar el suicidio asistido?

Michel Houellebecq —quien ha escrito las mejores páginas sobre la eutanasia en una de sus novelas— afirma que una civilización que autoriza la eutanasia no merece ser respetada. No es necesario ir tan lejos para percatarse de que un cambio de este tipo afecta muy profundamente el modo en que nos tratamos unos a otros: la propia vida pasará a ser un elemento más del juego social. Nada bueno podrá salir de allí. (El Mercurio)

Daniel Mansuy