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La hora de la verdad

Uno de los errores o ilusiones que la ciudadanía se hace en tiempos electorales es que la realidad está a merced de nuestra voluntad o a merced de la voluntad de quien elegimos. Por alguna extraña razón esa creencia, mil veces derrotada por los hechos, vuelve una y otra vez cada cuatro años.

Esta vez no será, por supuesto, una excepción. Es cosa de imaginar el discurso de esta noche anegado de entusiasmo, enmarcado en banderas, humedecido de lágrimas felices. Todos imaginando que, por fin, la realidad estará a la altura de los deseos.

Es la fantasía de que los problemas que nos aquejan serán resueltos por la voluntad de quien obtenga la adhesión de la mayoría, Jara o Kast (nombrarlos a ambos viene impuesto por el deber de la imparcialidad, no por la probabilidad que favorece al segundo). Y se verá a quien gane, bañado o inundada, según sea el caso, de entusiasmo. Y la gente, exultante, aplaudirá como si los problemas que, hasta hace unas horas, cuando la cabeza estaba fría, se sabían profundos y necesitados de reformas lentas y de largo plazo, al compás del triunfo se desvanecieran.

Y, sin embargo, por detrás de esa ilusión, todos saben que no será más que eso.

Una fantasía de que la realidad obedece a los deseos.

La vida social transcurre en el tiempo al compás de una cierta inercia que le viene de la cultura, de la historia, de las cosas transcurridas que van dibujando el ámbito de posibilidades de una sociedad. Son la cultura, la historia, las cosas acaecidas (en suma, la realidad previamente existente) las que van dibujando el ámbito de lo posible en las sociedades y no, como en estos días suele creerse, la voluntad de la persona que es elegida. Por supuesto la voluntad de la persona electa no es del todo impotente; pero no cabe duda de que en una amplia medida lo es a la hora de realizar los gigantescos objetivos que en las campañas suelen prometerse como si estuvieran al alcance de la mano.

Por eso hay que tener cuidado (especialmente en días como estos, en que las promesas sencillas abundaron, tanto en Kast como en Jara) en aumentar y hacer crecer las expectativas más allá de lo que se sabe razonable. Porque si algo así ocurre, si, como producto del entusiasmo, se cree verdadero todo lo que en la campaña se escuchó o leyó, o se lo hace creer como si fuera verdadero, entonces la frustración (que siempre acaba acompañando a la política y alimentando el desorden) se erguirá muy pronto.

En uno de sus textos sobre educación Émile Durkheim, uno de los clásicos de la sociología, advirtió acerca de los peligros de lo que entonces llamó “el mal del infinito”. Este mal consistiría en desearlo todo, descuidando lo que por esos mismos días se llamó el principio de realidad. Se trata de un mal, explicaba Durkheim, puesto que la vida siempre exige algún tipo de renuncia. Y por eso si bien es propio de quien ejerce el oficio de la política estimular las expectativas hasta rozar el infinito (¿hay delincuencia? Habrá sosiego total, promete quien aspira al poder; ¿no alcanza a fin de mes? Alcanzará para todos, jura. Y así). Y esa tendencia es fruto del sentimiento y el entusiasmo que el político insufla a su quehacer. Pero la pasión que empuja los grandes logros no es lo mismo que el sentimiento. La pasión debe estar atravesada por el principio de realidad, porque el valor en el que el político cree debe realizarse en el mundo. No se trata, pues, de desear o prometer, se trata de acercar lo que se anhela al suelo de la realidad, y como esta última ofrece resistencia, todo lo que se haga estará siempre por debajo de las aspiraciones que el político promete, sin más, satisfacer. La política consiste, a fin de cuentas, en realizar en el mundo, en este de ahora, lo que se anhela y ello exige ser dócil con los límites de lo real, y por eso el político responsable debe hacer saber de algún modo a la ciudadanía que el principio de realidad existe.

Por eso, fueren de quien fueren los brazos alzados de esta noche, los de Jara o los de Kast, quizá sería un buen síntoma que el discurso que pronuncie, en vez de atizar el fuego del entusiasmo por lo que se sabe irrealizable en el corto plazo, principie a decir la verdad y oriente las expectativas y los esfuerzos hacia lo que es simplemente posible.

Esta noche, en suma, será la hora de la verdad; pero no porque sabremos quién obtendrá la victoria, sino porque será el momento de comenzar a decirla o reconocerla. (El Mercurio)

Carlos Peña

Extremos-Gonzalo Cordero

La elección de este fin de semana, ha sido planteada por algunos como expresión de un país polarizado, obligado a elegir entre extremos. No faltan los que, añorando lo que nunca existió, suspiran por una segunda vuelta Matthei–Tohá. ¿Será verdad que dirimir entre Kast y Jara es optar entre extremos? No me parece.

¿Qué es ser extremo? Despejemos lo obvio: no es tener convicciones firmes, ni absolutamente contrarias a las de sus adversarios. Pensar distinto, en una sociedad pluralista, no puede ser penalizado per se. Si aceptáramos esa subjetividad tendríamos que definir quién o quiénes determinan cuál es el espectro dentro del cual los proyectos políticos se aceptan como moderados. También es obvio que la regla de las mayorías es inaplicable, porque la mayoría votó -o va a votar- por las opciones supuestamente extremas.

La única regla objetiva, y bastante simple, es la adhesión que los proyectos tienen a los principios que constituyen el Estado Democrático de Derecho. Si un candidato promueve una forma de organización social que respeta esos principios, por más que se le considere equivocada, está dentro de los márgenes de las opciones legítimas y, por definición, moderadas. Lo que constituye un proyecto en extremo es el hecho de salirse de los límites que configuran ese orden político y jurídico.

En esta elección se ha aceptado con una facilidad sorprendente que, a la candidata oficialista, militante desde su adolescencia en el Partido Comunista, se le reconozca como de centroizquierda o socialdemócrata. Pero, como muy bien nos recordó Cayetana Álvarez de Toledo, militar en el PC significa adherir expresa y formalmente a una ideología que tiene una historia equivalente, si es que no peor, al nazismo. Su carácter internacionalista le impide excepcionarse en una supuesta particularidad del PC local. De hecho, recordemos que ha sido de un estalinismo obsecuente que, en su momento, apoyó todas las barbaridades del régimen soviético.

Es que ahora es diferente, dirán. Hasta que a la candidata le preguntan por Corina Machado, ahí emerge, por los entresijos del discurso de campaña, su pensamiento real: la premio Nobel de la Paz es golpista y el usurpador Maduro es, en consecuencia, el gobernante legítimo. Mientras todas las sociedades libres del mundo celebran el heroísmo democrático de la líder venezolana, nosotros tenemos una candidata presidencial que toma partido contra ella. ¿Moderada? ¿Centroizquierda?

Las propuestas de Kast, como bajar impuestos, reducir el gasto público, cerrar las fronteras, expulsar a los inmigrantes ilegales y otras, pueden molestar, considerarse equivocadas, irritar, incluso pueden ser vistas como un retroceso grave por la mentalidad de izquierda, pero están claramente dentro del sistema democrático.

Por eso, sospecho, esta elección se va a parecer al plebiscito de 2022, porque los chilenos, sabiamente ven que esta no es una elección entre extremos, sino entre el país que quieren recuperar y el extremo que lo ha deteriorado gravemente.

Gonzalo Cordero

Abogado

El cierre de un ciclo, ¿con cicatrices?-Bettina Horst

Probablemente, hoy se cierre un ciclo político que comenzó en octubre de 2019. Con un eventual triunfo de José Antonio Kast, muchas de las consignas que marcaron esos años podrían quedar atrás.

Los traumas dejan cicatrices. Los últimos seis años dejaron huellas profundas en la economía, en la institucionalidad y en la convivencia democrática. Tenerlas presentes es indispensable para comprender el punto en que estamos y el país que heredará la próxima administración, es una manera de ser justos con los que se van y con los que llegan.

En lo económico, el entusiasmo más o menos aplicado por el “anticrecimiento” condenó a Chile a un estancamiento pocas veces visto en nuestra historia. El PIB tendencial se mantuvo bajo el 3% y terminó estabilizándose en torno al 2%, mientras que el crecimiento efectivo fue el más bajo en al menos cuatro décadas. La consecuencia es clara: una tasa de ocupación dos puntos por debajo de la de 2019 y 255 mil empleos menos. Aunque en este período se generaron 392 mil puestos de trabajo, eso fue insuficiente para sostener la participación laboral. Se habría necesitado, al menos, un 65% más. Ese freno estructural limitó significativamente las opciones de progreso de miles de familias.

En materia constitucional, el país vivió un péndulo marcado por presiones y expectativas desmedidas. Tras ser capturado por actores que desde hace décadas responsabilizan a la Carta Magna de todos los males nacionales, el proceso iniciado en 2019 abrió paso a un itinerario que incluyó dos convenciones y dos rechazos contundentes. Aunque el texto vigente no fue reemplazado, sí quedaron instalados quorum de reforma en mínimos históricos, lo que vuelve la Constitución más vulnerable a los ciclos políticos y puede tensionar la estabilidad institucional futura. Lo contrario de lo que el país requiere.

La seguridad pública también enfrentó un deterioro evidente. Consignas como “refundar Carabineros” dañaron la legitimidad y capacidad operativa de la institución en un contexto de creciente amenaza criminal. No es casualidad que, según cifras de la fiscalía, los secuestros hayan aumentado más de un 50% y las extorsiones, un 150% en estos años. El avance del crimen organizado encontró un Estado más débil, más dividido y con menor capacidad de respuesta. Y sobre la debilidad de nuestras fronteras, ya está todo dicho.

El ámbito fiscal, históricamente uno de los pilares del prestigio chileno, tampoco salió indemne. La crítica a la disciplina de décadas anteriores abrió espacio a un aumento acelerado del gasto, financiado parcialmente con deuda. En seis años, la deuda pública se duplicó: aumentó US$ 74 mil millones y pasó del 28% al 43% del PIB. Los fondos soberanos, como el Fondo de Estabilización Económica y Social, se redujeron a un tercio. Y todo esto acompañado de cuatro reformas tributarias que no lograron encauzar las cuentas fiscales. A ello se sumaron presiones políticas hacia el Consejo Fiscal Autónomo, justo cuando alertaba sobre el deterioro financiero del Estado. Hoy, Chile no solo exhibe peores cifras fiscales, sino también una menor voluntad de respetar la institucionalidad que debía ayudar a resguardarlas.

Finalmente, el Estado de Derecho vivió un debilitamiento preocupante. El Ejecutivo evitó cumplir fallos judiciales sobre usurpaciones de terreno —con la situación de San Antonio como caso emblemático—, mientras que el Legislativo insistió en promover proyectos que vulneran la iniciativa exclusiva del Presidente. La práctica de presentar reformas constitucionales para eludir normas básicas, como ocurrió con los retiros de fondos de pensiones, revela un avance del populismo y un menosprecio creciente por las reglas del juego. Nada de esto es inocuo: sin certezas jurídicas, se erosiona la confianza necesaria para invertir, emprender y avanzar.

Es de esperar que hoy se cierre un ciclo. Pero ese cierre no resolverá, por sí solo, los problemas que arrastra el país. La incertidumbre, la fragilidad institucional, la economía estancada, la frontera porosa y la trayectoria fiscal que no asegura convergencia son parte del punto de partida del próximo gobierno.

Porque en realidad, y decirlo es de justicia tanto para con los que se van como para con los que llegan, lo que hay en todas estas dimensiones no son cicatrices de traumas o crisis superadas, sino que heridas todavía abiertas. Sanar de verdad requerirá perseverancia del nuevo liderazgo y responsabilidad democrática de todos. (El Mercurio)

Bettina Horst

Cinco claves de la definición entre Kast y Jara-Jorge Ramírez

El margen de votación entre Kast y Jara será decisivo no sólo para definir el destino político de Jeannette Jara y su eventual rol en la oposición, sino también para calibrar la fuerza simbólica del mandato ciudadano de cambio con el que José Antonio Kast llegue a La Moneda. Los benchmarks son claros: el 38% del apruebo en el plebiscito constitucional de 2022, el 30% de aprobación promedio de Gabriel Boric y, sobre todo, el 45,4% obtenido por Alejandro Guillier en la segunda vuelta de 2017, la peor cifra de un candidato de la izquierda o centroizquierda en un ballotage desde el retorno a la democracia.

Si Jara alcanza el 40%, podrá argumentar que mejoró en diez puntos la valoración electoral del Gobierno; si queda por debajo del 45%, quedará registrada como la candidata de peor desempeño histórico de su sector. Por contrapartida, si Kast supera el 54,6% obtenido por Sebastián Piñera en 2017, su victoria marcará el mayor respaldo electoral a un líder de derecha en la historia republicana. Con todo, es un hecho que, de triunfar, Kast será el Presidente con más cantidad de votos de la historia, producto del voto obligatorio.

2-Nulos y blancos.

Otro foco estará en el volumen de votos no válidamente emitidos: nulos y blancos. Aquello, por tratarse de una definición entre posiciones polares como por el llamado explícito de Franco Parisi a anular o votar en blanco. Pero conviene ser cautos: correlación no implica causalidad. Con el voto obligatorio ya hemos observado peaks relevantes de sufragios nulos y blancos, como en la elección de consejeros constitucionales de 2023, donde superaron los dos millones (21,5% del padrón), sin que Parisi fuera un factor de decisión. Lo mismo ocurrió en la última elección de diputados, coincidente con la primera vuelta presidencial, donde se registraron 1,7 millones de votos nulos y blancos (20% del padrón), pese a que el PDG presentó candidatos en todos los distritos.

Hasta ahora, no existe un patrón claro de voto nulo y blanco en definiciones presidenciales con voto obligatorio. En elecciones presidenciales con voto voluntario, estos votos nunca superaron el 4%. En la primera vuelta reciente, ya bajo obligatoriedad, alcanzaron el 3,7% del padrón.

3-Boric: ¿airoso o apabullado?

El futuro político de Gabriel Boric estará estrechamente ligado al desempeño de Jara, aunque en sentido inverso. Una derrota amplia de la candidata comunista podría dejarle el camino despejado para intentar liderar la oposición, probablemente desde una identidad más socialdemócrata, coherente con la plasticidad que ha mostrado en el ejercicio del poder. En cambio, si Jara no logra superar el 45% de Guillier, se impondrá la lectura de que esta elección operó como un plebiscito sobre la gestión del Gobierno, donde Boric no sólo sería copartícipe de la derrota, sino su principal protagonista.

4-Las señales y el tono.

La metamorfosis de Jara, desde un arquetipo bacheletista hacia una candidata más incisiva y, en ocasiones, confrontacional, parece haber buscado anticipar el tono de la futura oposición en caso de derrota. Queda por ver si ese registro se mantendrá, si será acompañado por su sector y si persistirá su lealtad con la militancia comunista. En la vereda opuesta, una eventual victoria de Kast probablemente lo lleve a profundizar el tono templado y convocante que ha venido exhibiendo, incorporando liderazgos y rostros más allá de la derecha tradicional, como anticipo del que podría ser el carácter de su instalación y el ethos de su primer gabinete.

Así las cosas, más allá del resultado, el tono que adopten vencedores y derrotados esa misma noche será la primera señal concreta de si el país entra en una etapa de confrontación prolongada o en un ciclo de recomposición política bajo liderazgos llamados a desempeñar nuevos roles a la luz del resultado.

5-El nuevo clivaje y el fin de un ciclo.

Si el resultado se aproxima al 60/40 del plebiscito constitucional de 2022, no habrá duda de que ese eje podrá consolidarse como la nueva fisura sociopolítica de nuestro tiempo, desplazando tanto el antiguo clivaje del Sí/No como otros intentos explicativos, en la lógica dicotómica de élite/pueblo. Una mala noticia para la izquierda, porque reemplazar un clivaje no es rápido ni trivial.

Si ese clivaje se consolida, la política chilena -y particularmente la izquierda- deberá asumir que el conflicto central ya no pasa por identidades heredadas ni relatos del pasado, sino por una disputa mucho más directa sobre orden, autoridad, crecimiento y gobernabilidad; la antítesis de las premisas del ciclo octubrista. (Ex Ante)

Jorge Ramírez

Los “Guzmán boys”

Hace algunas semanas, Pablo Longueira afirmó que los encargados de conducir el nuevo ciclo político serían los “Guzmán boys”: dirigentes formados en la UDI al alero de su fundador. La frase es reveladora de un hecho fundamental: tras décadas de frustraciones presidenciales, el semillero del gremialismo está ad portas del Palacio de la Moneda. Sin embargo, la paradoja es que el camino no fue construido desde la UDI. Para saber quién es José Antonio Kast resulta indispensable comprender esta historia.

El año 2016, siendo diputado, Kast renunció a la UDI. Según él, a esas alturas el partido había extraviado su auténtica vocación. El problema era doctrinario y político: en su diagnóstico, la UDI estaba convertida en una máquina clientelar, interesada exclusivamente en la conquista del poder. Sin embargo, el proyecto de Guzmán era muy distinto. En el diseño original, la tienda estaba llamada a ser un partido pequeño e influyente. Esto era posible si se conjugaban los siguientes factores: formación de cuadros, cohesión doctrinaria, disciplina parlamentaria y liderazgo incontestado (y esto explica que el Partido Republicano haya sido severo con la disidencia interna: no aparece en el libreto). La convicción de Guzmán era que un partido ordenado y pequeño podía ser más gravitante que una gran colectividad sin unidad, sobre todo considerando que el principal objetivo era proteger la institucionalidad heredada de la dictadura. La UDI, entonces, no fue concebida como un proyecto de masas ni de grandes mayorías: para eso estaba el desorden de RN.

Sabemos que el paso del tiempo desdibujó ese proyecto. El auge del lavinismo y el éxito parlamentario modificaron el plan original, hasta el punto de pensar en un gran partido popular. La coherencia se fue diluyendo, y el partido mutó a algo que ganaba en amplitud todo lo que perdía en unidad. Kast lideró la oposición interna al nuevo rumbo, aunque no tuvo éxito: fue derrotado dos veces en la interna. Este es el contexto que explica su renuncia a la UDI. Su motivación era nítida: recuperar la fuente de inspiración de la UDI, y construir un grupo cohesionado con capacidad de influencia. Ese fue el tono de su primera candidatura presidencial del 2017, donde rozó el 8% frente a Sebastián Piñera. Si la derecha se estaba inclinando demasiado al centro, Kast buscaba presionar desde la derecha. El 2021, Kast aspiraba a llegar a los dos dígitos y consolidar una base parlamentaria. Ocurrió entonces lo inesperado: la candidatura de Chile Vamos se derrumbó y el rechazo más duro al octubrismo empezó a ganar aire. Así, Kast se vio en segunda vuelta sin estar realmente preparado para una contienda de esa naturaleza. El resto es historia conocida.

La paradoja es la siguiente: el Partido Republicano fue fundado para re-crear la experiencia de la UDI noventera; pero, en el camino, encontró una coyuntura imprevista. El poder estaba más cerca de lo que se suponía y el proyecto fue reformulado. En principio, esta es una buena noticia: al fin y al cabo, todo partido aspira a conectar con los anhelos ciudadanos y representar a las mayorías. No obstante, aquí reside la tensión fundamental de la tienda de Kast: no es lo mismo un partido de cuadros con vocación de influencia que un partido llamado a ejercer el poder; no es lo mismo una tienda que le habla a un nicho —a una barra— que una tienda que debe articular mayorías políticas. Esto permite comprender el enorme desafío que, de ganar la elección, enfrentará José Antonio Kast: elaborar una síntesis que incluya todos estos elementos, síntesis que permita darle soporte a su gobierno y responder a las enormes expectativas.

La pregunta es, desde luego, si el gremialismo de pura cepa cuenta con herramientas para un reto de ese calado. La pregunta es legítima, porque hay buenos motivos para pensar que se trata de una doctrina demasiado rígida como para adaptarse a contextos cambiantes. Con todo, llegados a este punto, cabe recordar que nadie fue más pragmático que Jaime Guzmán. El fundador de la UDI tenía unos pocos principios intransables, pero era extraordinariamente flexible a la hora de aplicarlos a circunstancias concretas. Guzmán comprendía cada escenario, y actuaba en consecuencia. Ese fue su talento, que le dio una ventaja hermenéutica insuperable respecto de sus rivales. El ejemplo más ilustrativo es, desde luego, el apoyo a Gabriel Valdés a la presidencia del Senado en 1990. La movida fue audaz y logró modificar las categorías del cuadro político: ese es el tipo de gestos que serán necesarios. En cualquier caso, el Partido Republicano ha mostrado bastante de esto: todos conocemos sus convicciones y su domicilio político y, no obstante, ha sabido reformularse en función de cada contexto. Con todo, el desafío que viene es de otra magnitud y consiste —ni más ni menos— en darle gobernabilidad al país. Todo el talento de Kast, y de sus consejeros más cercanos, habrá de ser puesto al servicio de esta causa. Esto exigirá volver a reinventarse, y dejar atrás todos los modelos conocidos (incluida la UDI). Para construir algo nuevo, será indispensable responder al presente, lo que supone comprenderlo a cabalidad. Como nunca, los “Guzmán boys” deberán estar a la altura de su mentor. (El Mercurio)

Daniel Mansuy

Bailar apretado

No podría haber mejor día que éste, en que nuevamente vamos a celebrar la fiesta máxima de la democracia que es la concurrencia de personas libres e iguales a depositar en una urna el voto que expresa su decisión política, para elogiar la manera como llegamos en Chile a este día y a este momento.

Esa manera la hemos llamado “transición a la democracia” y en nuestro país tuvo el mérito de ser lograda por una vía también democrática. No somos el único país en el mundo que lo ha hecho -Sudáfrica, España e incluso países de la órbita soviética y la propia Unión Soviética vivieron procesos análogos- pero lo que hicimos nosotros sirve bien de ejemplo del principio de que la democracia sólo se puede defender desde la democracia y que ningún acto antidemocrático -el uso no legítimo de la fuerza el primero de ellos- puede llevar a la democracia.

Entre el 11 de marzo de 1990 y el día de hoy, en que celebramos una elección en plena democracia, han transcurrido casi 36 años de ese proceso. A lo largo de él y en la medida en que fue posible por el consenso de las partes que lo protagonizaron, se fueron dejando atrás instituciones portadoras de aspectos restrictivos de la democracia hasta llegar a lo que tenemos hoy. Con mucho análisis y discusión -a veces ríspida sin duda- y también con momentos de extrema tensión –por qué olvidar en este elogio movimientos de enlace o caras pintadas- pero nunca, en ningún momento, con violencia o coerción de ninguna parte.

Y ese proceso, demasiado lento para algunos quizás, en la medida que fue posible y de modo paulatino aunque ininterrumpido, se fue ampliando hasta alcanzar logros que ahora  parecen naturales. Entre ellos, en un somero resumen: eliminación de senadores designados y vitalicios; reducción del mandato presidencial a cuatro años; finalización del rol político del Consejo de Seguridad Nacional; reorganización del Tribunal Constitucional; fortalecimiento del Congreso Nacional y del Ministerio Público; juicio y prisión de personas que cometieron delitos contra los Derechos Humanos durante la dictadura; eliminación de atribuciones excepcionales del Presidente de la República; separación de la elección de alcaldes y concejales; nueva ley de financiamiento electoral; reducción de la duración del periodo presidencial a cuatro años; inscripción automática de electores; regulación de las elecciones primarias; elección directa de los Consejeros Regionales; voto de los chilenos en el exterior; restablecimiento del sistema electoral proporcional con rediseño de distritos y circunscripciones; modificación de la Ley de financiamiento electoral y de la Ley Orgánica Constitucional de partidos políticos; creación del cargo de gobernador regional con elección directa.

Cada una de estas decisiones, y muchas más, se alcanzaron con la participación de todos y todas, aunque no contara con la aprobación de todos y todas. La transición, pacífica y constructiva como fue, no se habría logrado sin la concurrencia a ella de las Fuerzas Armadas que dejaban el poder político, de partidos políticos que se identificaban con la obra realizada durante el período en que esas Fuerzas Armadas detentaron ese poder y de los partidos que habían sido opositores a ese régimen dictatorial.

La democracia liberal de la que hoy disfrutamos, que no mantiene vestigio alguno en el plano político de ese orden dictatorial, fue alcanzada, así, incluso con la decisión de quienes querían perpetuar aspectos de él. Y es que una transición política -y esto es algo que se tiende a ignorar- es como bailar apretado. Sólo se puede hacer si las dos partes están completamente de acuerdo en hacerlo y en ella cada paso hacia delante de una de esas partes debe complementarse por un paso atrás de la otra; de no ocurrir así, se corre el riesgo del enredo de las piernas y que ambas partes terminen rodando por el suelo.

Pero en Chile nadie rodó por el suelo y así pudimos lograr esta democracia liberal cuyo acto principal celebraremos a lo largo de este día. Y si alguna obra, ordenamiento económico o aún aspectos culturales de la dictadura militar permanecen, ello ocurre sólo porque en el contexto de la práctica de esa democracia liberal, mayorías electorales y consensos nacionales así lo han decidido.

Esa voluntad y la forma de construir el Chile democrático de hoy, fue ignorada durante años recientes en que, principalmente de entre quienes por su edad no habían vivido la experiencia de transición a la democracia, hubo quienes hicieron gala de esa limitación ignorando aquella voluntad y aquella forma. En su lugar buscaron “refundar” lo alcanzado y aprobaron o justificaron la violencia con que algunos trataron de expresar esa idea o aún imponer esos cambios.

Hasta ahora esa actitud ha sido rechazada por la mayoría, una mayoría que se ha expresado en plebiscitos constitucionales y elecciones de autoridades. Es de desear que de la elección presidencial que protagonizaremos hoy, emerja el impulso de proyectar  hacia el futuro la voluntad que animó nuestra transición. Para que las chilenas y chilenos podamos seguir viviendo en democracia, nuestro país pueda seguir prosperando… y podamos seguir bailando apretado. (El Líbero)

Álvaro Briones

Servel informa horarios, local y mesa de votación para este domingo

Más de 15 millones de ciudadanos chilenos están llamados a las urnas este domingo para participar en la segunda vuelta de la elección presidencial. Los votantes deberán elegir entre los dos aspirantes que pasaron a esta fase: Jeannette Jara o José Antonio Kast.

Dado que rige el voto obligatorio, quienes no concurran a sufragar se arriesgan a multas que oscilan entre 0,5 y 1,5 UTM. Las mesas receptoras de sufragio estarán abiertas entre las 6:00 y las 18:00 horas.

Para votar, es esencial presentar la cédula de identidad física o el pasaporte con una vigencia de al menos un año. Adicionalmente, se recomienda llevar un lápiz de pasta azul.

El Servicio Electoral (Servel) recordó que la consulta del local y mesa de votación debe realizarse directamente en su sitio web, ingresando el RUN.

VOTO ASISTIDO

Se han dispuesto diversas opciones para garantizar el derecho a voto de personas con discapacidad:

Acompañamiento: Pueden ir con una persona de confianza mayor de 18 años.

Asistencia de mesa: El presidente de mesa puede asistir al votante (solo fuera de la cámara secreta para doblar y cerrar el voto).

Discapacidad visual: Disponibilidad de plantillas ranuradas o con Sistema Braille.

Discapacidad auditiva: Pueden solicitar el voto asistido mediante lengua de señas o por escrito.

Cabe recordar que las personas con credencial de discapacidad o pensión de invalidez podrán eximirse de la multa por no votar. (NP-Gemini-Bio Bio)

La amenaza interna

Con la amplia ventaja de José Antonio Kast en las encuestas, y el sentimiento en la calle, es razonable comenzar a mirar el diseño y la estructura del gobierno que viene.

Por lo pronto, es un tema importante considerando que la última vez que la derecha estuvo en el poder, se terminó dividiendo, de manera de permitir la apertura de un proceso constitucional fútil e innecesario y de, además, potenciar la primera victoria de la izquierda en el país en más de 50 años.

En efecto, la crisis política generada para debilitar el gobierno de Sebastián Piñera funcionó tan bien que terminó con la derecha más dura desconociendo el liderazgo del Presidente por su prudencia en neutralizar las movilizaciones, y la derecha más blanda abandonado sus convicciones por completo, convencidos de que no quedaba otra alternativa que darse la mano a torcer.

El resultado fue una implosión que dejó a la derecha sin conducción, sin relato y sin cohesión.

Lo mismo no puede ocurrir otra vez. No solo como condición de éxito político de Kast, pero por el bien del país. Lo peor que podría ocurrir en Chile no son el retorno de las tácticas de desestabilización, que sin duda vendrán, sino que la derecha se divida otra vez, abriendo las compuertas de la inestabilidad una vez más.

La pregunta, entonces, no es meramente ideológica. Es operativa. La pregunta es sobre el diseño del gobierno. Cómo se puede estructurar el poder en un sector que por definición tiende a la división, como muestra la experiencia reciente. Cómo se puede construir una coalición de gobierno para poder procesar diferencias internas, ante la inevitable presión externa que se apresta a caer.

Para responder estas preguntas, conviene mirar más allá de la experiencia chilena y hacia modelos comparables.

En ese ejercicio, el caso italiano aparece como un espejo útil. No por afinidad cultural ni por mimetismo político, sino por similitudes estructurales. Como Chile, Italia enfrenta un estancamiento económico, una presión migratoria y un profundo desgaste del sistema político. Y, como en Chile se apronta a pasar, allí también llegó un gobierno de derecha tras un largo ciclo de políticas que prometieron mucho y resolvieron poco.

Italia está gobernada por la derecha no como accidente, sino como reacción. Un backlash frente a políticas que terminaron en insatisfacción acumulada. Giorgia Meloni no llegó al poder diluyendo su mensaje, sino afirmándolo con claridad. Esa coherencia le permitió construir una mayoría política reconocible, disciplinada y eficaz.

Desde octubre de 2022, su gobierno ha mostrado una longevidad poco habitual para los estándares italianos, superando con holgura el promedio histórico de duración de los gobiernos en ese país. Esa continuidad se expresa también en la estabilidad del gabinete, con solo dos cambios desde el inicio del gobierno, y una cadena de mando clara que ha terminado con la rotación de solo dos subsecretarios.

Parte importante de ese diseño se observa en la cúpula política. Meloni gobierna con dos aliados de perfiles distintos: el ministro de Infraestructura y Transporte Matteo Salvini, de La Lega (un partido originalmente secesionista), por la derecha nacionalista e identitaria y el ministro de Relaciones Exteriores Antonio Tajani, de Forza Italia (el partido fundado por Silvio Berlusconi), por el flanco más moderado y europeísta. Las diferencias existen, pero están ordenadas. Nadie confunde quién conduce ni cuál es el proyecto central.

Ese espejo importa porque lo que enfrenta Kast no es muy distinto. Si llega a La Moneda, deberá gobernar con una coalición inevitablemente heterogénea. A su izquierda política estará Chile Vamos, con liderazgos como Evelyn Matthei, portadores de una derecha más institucional, pragmática y con experiencia de gobierno. A su derecha estarán los libertarios de Johannes Kaiser, con una lógica más confrontacional, menos dispuesta a transacciones y con incentivos permanentes a presionar por coherencia ideológica.

La clave no será eliminar esas tensiones, porque es imposible, sino ordenarlas. Kast no podrá gobernar como si Chile Vamos fuera oposición ni como si los libertarios fueran simples aliados circunstanciales. Ambos serán necesarios para sostener mayorías, pero también contener potenciales focos de desestabilización.

Si no existe una jerarquía clara y una arquitectura política bien definida, el proyecto colapsará.

La experiencia reciente muestra que los liderazgos que no fijan límites temprano terminan atrapados entre presiones cruzadas. Basta mirar el caso de Boric que, en vez de diseñar su gobierno para conseguir resultados, lo hizo para premiar ciertos discursos políticos. Ese error inicial, no solo lo obligó girar de la izquierda al centro al poco andar, sino además confundir al electorado con respecto a su verdadera naturaleza y capacidad.

Ceder permanentemente hacia un lado u otro para evitar conflictos suele generar rebeliones. La gobernabilidad, en ese sentido, no se juega solo en el Congreso ni en la calle, sino en la capacidad del Presidente de ejercer autoridad dentro de su propio sector. Kast debe hacer un gabinete pensando en un solo tiempo, que dure los cuatro años, y no dos o tres, como ha sido la tónica en gobiernos anteriores.

En ese sentido, el dilema no es entre convicción y pragmatismo, sino entre improvisación y previsión. Entre quedar atrapado en la reacción permanente, o asumir desde el primer día el costo político de ordenar el poder. La historia reciente demuestra que los gobiernos que no anticipan sus propias fracturas terminan gobernados por ellas. La unidad no se decreta, se construye, y exige jerarquías claras, roles definidos y una comprensión realista de que la principal amenaza para un gobierno de derecha rara vez proviene de la oposición, sino de su propio sector. (Ex Ante)

Kenneth Bunker

Bus Red fue quemado en Qta. Normal antes de jornada electoral

Un bus del sistema Red de la Región Metropolitana fue completamente quemado anoche por un grupo de desconocidos en la comuna de Quinta Normal, en un incidente ocurrido horas antes de la segunda vuelta presidencial entre Jeannette Jara y José Antonio Kast.

El hecho se registró alrededor de las 23:20 horas en la intersección de Gaspar de Toro con Vicuña Rosas. Según los antecedentes policiales, unos 15 sujetos armados interceptaron la máquina, obligaron al chofer y a los pasajeros a descender y posteriormente arrojaron un artefacto incendiario en el interior del bus para luego huir.

A pesar de que el vehículo resultó destruido, no se registraron personas lesionadas. Las autoridades han señalado que, fuera de este incidente, no se han reportado otros hechos que alteren la normalidad de la jornada electoral. (NP-Gemini-Emol)

Las tareas de Kast: conducción, industria e ideología

Hoy Kast ganará.

Desde mañana tendrá que enfrentar arduas tareas.

Conviene despejar la caricatura ideológica que se ha hecho de Kast desde la izquierda. Se dice que es “de extrema derecha”. Se lo analoga con Milei y con el populismo de Trump. Esto lo dicen no sólo políticos, sino estudiosos de papers.

Kast no solamente carece del estilo de dirigentes altisonantes y agresivos populistas o de derecha extrema de otras latitudes.

Además, si se considera con cuidado el asunto, hay una diferencia radical entre Kast y extremistas y populistas: nunca ha criticado la institucionalidad desde fuera, como podrida en su base. Sus críticas siempre son desde dentro, con el afán de mejorar lo que está funcionando mal, para que “el sistema” mejore.

Kast tiene una trayectoria política conocida. Es un ex militante histórico de la UDI, desde la universidad. Fue gremialista, discípulo de Guzmán. Sus equipos de confianza provienen de esa misma tradición (Squella, Álvarez, Frontaura, etc.). Kast fue sucesor de Pablo Longueira (el mismo Longueira que pactó con Ricardo Lagos en un momento delicado).

Con ese tronco político -Guzmán, Longueira, Kast- se puede estar de acuerdo o en desacuerdo. Lo que no corresponde es estamparlo como “populista” o “derecha extrema”.

Lo que sí encarna Kast es, ciertamente, el hastío. Refleja el fastidio ciudadano ante élites que han perdido cercanía con la situación. Kast da cauce a ese desagrado, a la repulsión con abusos que se vuelven costumbre. Sin embargo, el rumbo que propone Kast no es de ruptura, sino el de la restauración. De restauración de las buenas prácticas democráticas. Que no sea la tónica la ineficacia y la corrupción, que tiene a exministros como Jackson en un exilio práctico.

El gobierno de Kast, sin embargo, se enfrentará a desafíos inmensos.

Primer desafío será la seguridad pública. Cabe sostener, con Weber, que nuestro Estado está perdiendo lo más básico: el monopolio legítimo de la violencia, y con ello, su autoridad efectiva. Hobbes advertía que sólo un Estado protector puede exigir obediencia. “Porque te protejo, te obligo”, esa es la máxima del Leviatán.

Kast deberá modernizar las policías, reforzar los aparatos de inteligencia, coordinarse con fiscalías y aduanas, mejorar la vigilancia fronteriza. Debiese crear colonias, con militares y civiles voluntarios, con beneficios especiales; especies de kibbutzs, con escuelas y todos los servicios básicos, interconectados entre sí, a lo largo de sus fronteras más críticas. Las tecnologías del agua ya permiten instalar esos enclaves, necesarios para detener la inmigración descontrolada.

Segundo desafío es la productividad, estancada desde 1999. Nuestra economía se esclerosó, acusa pobreza de innovación. Thorstein Veblen lo describió como sustitución de creatividad técnica por acumulación pecuniaria. Las clases inútiles prevalecen sobre las productivas. Habrá que renovar la economía, multiplicando varias veces el gasto en innovación y ciencia, y efectuando una reforma profunda a la escuela y capacitación laboral avanzada.

Se ha olvidado que la industria no es sólo un sector productivo. Es, también, lugar donde se adquieren hábitos humanos y laborales, capacidades vitales y productivas. Cuando un país desarrolla industrias propias dota a sus trabajadores no sólo de mejores ingresos, sino de habilidades poderosas y la convicción de estar contribuyendo al desarrollo nacional, con productos cuya excelencia está a la vista. La industria genera orgullo en los oficios, eleva estándares culturales, fortalece la clase media y produce un tipo de identidad laboral que ninguna economía basada eminentemente en servicios y extracción puede ofrecer. El clamor de Encina, en 1911, sigue valiendo: “no basta enseñar a especular la realidad, se ha de enseñar a transformarla”.

El camino industrial debe comenzar con educación en sectores estratégicos, donde ya hay experiencia, potencial y bolsones inmensos de recursos disponibles. Me refiero a las industrias de la defensa, la minería y el agua. Chile está obligado a gastar inmensidad de recursos si no quiere comprar equipamiento de segunda mano, mantener sus ingresos mineros y contar con el agua cuya falta hoy seca sus valles. El proyecto de construcción de fragatas en astilleros nacionales no es una extravagancia, sino una puerta de entrada a un ecosistema de ingeniería naval, metalurgia avanzada, electrónica, software crítico y formación especializada. Es una apuesta visionaria, que merece apoyo desde el gobierno. Chile fabricó vehículos acorazados, bombas de racimo y sistemas de defensa y ataque aéreo. No es admisible sostener la falta de capacidades.

En países avanzados, la industria de defensa ha sido palanca de modernización que se expande espontáneamente hacia progresos civiles. Si el de Kast ha de ser un gobierno con sentido nacional, debe disponerse a producir sistemas de armas propios. Donde no se pueda aún, a generar colaboración con industrias extranjeras para familiarizar a los equipos técnicos autóctonos con las tecnologías de punta.

El gobierno que se elige hoy tendrá la oportunidad de iniciar un ciclo económico auténticamente fundacional.

También deberá abordar el rezago inveterado de la infraestructura: carreteras saturadas, puertos trabajando al límite, ferrocarriles vetustos y amputados, ciudades sin orden ni medida. Urge impulsar un ciclo al estilo de los grandes reformadores, como Balmaceda e Ibáñez, y los planificadores urbanos, Brunner en Santiago, Lowey en Viña del Mar; obras públicas a gran escala, puertos, carreteras, una red ferroviaria nacional robusta, astilleros vigorosos, y planificación territorial rigurosa.

Para que todo esto funcione, se necesita en el mediano plazo una burocracia profesional, lejana al amiguismo partidista. No puede ser que el cambio de gobierno signifique cambiar al menos 3.000 personas. En los países más avanzados cambian sólo unas decenas. El resto son profesionales, que están en sus puestos porque tienen competencias para desempeñarlos.

La regionalización es otro punto crucial. Macro-regiones son aquí el camino. Lagos lo propuso. Deben ser construidas con atención a la historia y al equilibrio entre unidad nacional y diversidad territorial. Provistas generosamente de recursos para que atraigan cuadros humanos calificados.

La salud es también labor urgente. Listas de espera donde muere gente, son inaceptables. Se ha de modernizar la gestión y la infraestructura, aumentar drásticamente los especialistas, controlar la corrupción. Aquí no está en juego sólo la eficiencia, sino la vida y muerte de las personas. El sistema puede ser mixto, pero bajo un régimen de colaboración recíproca.

Y está la eterna crisis escolar. Chile carece de toda proyección favorable si su escuela continúa en el deterioro abismal, que incluye: falta de disciplina y violencia; adelgazamiento y banalización de contenidos; un magisterio, salvo excepciones, ruinoso. Pende una reforma profunda y dolorosa. Para acelerar los reemplazos, se debe permitir la incorporación masiva de profesores extranjeros calificados. Sería un acto de inteligencia nacional, para elevar el estándar cultural a mínimos aceptables. Hay antecedentes de este tipo de colaboraciones: el Pedagógico, la U. Sta. María, multitud de colegios privados, religiosos y laicos, las Escuelas para Normalistas, las Escuelas de Minas, la Escuela militar, etc. se conformaron con contingentes europeos.

Ningún gobierno de las derechas superará, sin embargo, la crisis de época que vive Chile si no se emplea en las tareas anteriores con la mente puesta en abordar la fractura más profunda: la desconexión del Estado (y sus élites) con el pueblo. Urge rehabilitar la legitimidad institucional. Casi todos los resortes de poder acusan franco deterioro: Congreso, partidos, municipios, tribunales, policías, etc.

Mario Góngora entendía que un Estado se sostiene no sólo por normas, sino, eminentemente, por la capacidad de ofrecer al pueblo un destino histórico común y orientar, en consecuencia, su acción. Kast no tendrá éxito, si no logra reconstruir la confianza pública, desde un lenguaje político eficaz, e iniciativas y acciones, que recuperen la continuidad con los momentos de prosperidad de la nación.

Aquí ocurre algo especialmente grave en las derechas.

Ya no rinde la combinación que diseñó Jaime Guzmán hace 35 años: de Gremialismo (con subsidiariedad negativa, o sea, un Estado que, salvo excepciones, no interviene) y Neoliberalismo de los discípulos de Friedman, de mercado desembozado y Estado mínimo. El agotamiento de ese modelo se expresó en el fracaso político-intelectual de dos gobiernos de derecha (sin perjuicio de la buena gestión), así como de dos candidaturas de centroderecha: de Sichel y Matthei.

¿A qué discurso o pensamiento político atenerse, entonces, para ni arriar las banderas ni caer en fanatismos o populismos?

Republicanismo popular

Aquí entra un concepto decisivo, cuyos aspectos preliminares articulamos junto a Mario Desbordes hace unos años: el “Republicanismo Popular” (véase aquí el documento completo del Manifiesto “Republicanismo Popular”). Se trata de la síntesis de dos principios.

El republicanismo reconoce el significado del equilibrio de poderes (entre Estado y mercado; y al interior del Estado y el mercado), la integridad institucional y el respeto al Derecho. El principio popular apunta a integrar y expresar al elemento humano, sus anhelos y pulsiones, en decisiones e instituciones adecuadas. Una república en forma sólo puede sostenerse si integra y expresa al pueblo, esa energía inmensa, usualmente latente, pero que a veces estalla incontrolable. El principio popular requiere superar la nuda tecnocracia que reduce al pueblo a números y estadísticas. No se trata, empero, tampoco, del tosco populismo, que subordina la ley a la emoción y termina regalando electrodomésticos.

“Republicanismo popular” es una síntesis perpetua, que combina instituciones y participación, derecho y comunidad. En lo básico: un Estado fuerte y dinámico, pero no distante; y un pueblo poderoso, pero no desbordado.

Lo que se busca es una república donde la ley y la vida se reconcilien.

El republicanismo popular -no, en cambio, una autocracia o un neoliberalismo “Chicago-Gremialista”- aparece como el camino más realista para las derechas, en la época presente, especialmente apto para superar la crisis epocal nuestra.

Chile no se recompondrá sólo con más policías o la insistencia en el modelo económico actual agotado. Se recompondrá recién cuando vuelva a sentirse comunidad; cuando tengamos cosas en común y se difunda un espíritu colaborativo; cuando el trabajador y el industrial se sepan parte del mismo país, pues poseen -ambos- poderes y conocimientos transformadores de la materia, y niveles culturales con elementos en común; cuando el Estado recupere prestancia y su burocracia se profesionalice; la educación forme ciudadanos preparados para tareas transformadoras y no sólo especulativas.

En este contexto general, revivir la industria nacional —en especial la de defensa— deja de ser asunto técnico. Es una palanca de reconstrucción del vínculo material y simbólico entre la producción y el pueblo.

Kast deberá gobernar con prudencia, fuerza de conducción y sentido nacional. Con un pensamiento político pertinente, del cual las derechas carecen. Y, sobre todo, habrá que convocar al país a participar en un proyecto de reconstrucción republicana y popular, que es más, mucho más, que sólo la importante persecución del crimen bajo el paradigma de la excepción.

Chile espera. El esperar chileno está usualmente provisto de sobriedad patriótica. Podrán volver las manifestaciones masivas. Pero este no es aún el momento. De hecho, con conducción dinámica e ideológicamente orientada en las áreas de marras, será difícil que el “frente rojo” se articule pronto. Como pocas veces, un gobierno se enfrenta a un desafío de tanto alcance. De que avance o no en dirección a superarlo, depende nada menos que la salida o la persistencia de la Crisis del Bicentenario, que ya lleva quince años activa. (El Mostrador)

Hugo Herrera