Otra cosa es con guitarra

Otra cosa es con guitarra

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El triunfo presidencial de Javier Milei por más de 11 puntos sobre Sergio Massa fue un terremoto político en Argentina. Se impuso la bronca y el hastío hacia el gobierno, la política tradicional y las élites por sobre el temor a la pérdida de subsidios y el salto al vacío con un político extravagante como Milei. El ahora Presidente personificó el descontento ciudadano, el “basta de lo mismo”, y un sentimiento antisistema y rupturista.

Después de apenas dos años en el escenario político, Milei y su grupo no pensaban en gobernar, y se encontraron con un triunfo avasallador e inesperado. Ahora tienen que prepararse para gobernar y honrar las promesas de campaña.

Según Juan Luis González, autor del retrato biográfico “El Loco”, Milei no tiene predisposición negociadora. González afirma que Milei no tiene la habilidad de cambiar: “Es el mismo y seguirá siendo el mismo; muy talibán con sus ideas… extremadamente fanático”. Milei corroboró este perfil en su discurso de victoria, expresando: “No hay lugar para el gradualismo, para la tibieza; no hay lugar para las medias tintas”. Su propósito es un viraje brusco, con reformas drásticas. Días después de su triunfo, Milei aseguró que hará “un ajuste de shock” para conseguir un equilibrio fiscal y que la inflación caiga en 2025.

El problema es que, como outsider, no tiene experiencia gubernamental ni los votos en el Congreso para establecer la dolarización, cerrar el Banco Central, privatizar empresas públicas, hacer el ajuste fiscal de 15% del PIB, descentralizar el sistema de enseñanza otorgando vouchers a los padres para que elijan el colegio de sus hijos, cortar el financiamiento a las provincias, o derogar la ley del aborto.

El nuevo Presidente argentino verá pronto —como ocurrió en un inicio del actual gobierno chileno— que “otra cosa es con guitarra” y tendrá que abrirse a negociaciones y gradualismo en sus reformas, reservando su capital político para las batallas más encarnizadas por las reformas emblemáticas. O bien Milei negocia, o enfrentará problemas de gobernabilidad y conflictividad social.

Milei no podrá gobernar como disruptor de la política, y para negociar tendrá a su favor un triunfo avasallador que nadie puede ignorar como expresión del nuevo humor ciudadano. Una primera señal en sus primeras entrevistas como Presidente electo es que, si bien confirmó que privatizará diversas empresas públicas, descartó privatizar la salud y la educación, al menos en el corto plazo.

El partido de Milei, La Libertad Avanza, contará apenas con 38 diputados en la Cámara de 257 miembros, y ocho senadores de un total de 72. Necesitará los votos de la fragmentada coalición Juntos por el Cambio de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que podrían sumarle un tercio más en ambas cámaras. El expresidente Macri seguramente tendrá presencia en el gobierno y orientará a Milei hacia la dura realidad. Pero el nuevo gobierno estará lejos del quorum de 129 necesario para aprobar proyectos de ley y deberá negociar con las fuerzas políticas provinciales, con exmiembros de Juntos por el Cambio e, incluso, con legisladores del peronismo.

Además, dos de las reformas emblemáticas, la dolarización y el cierre del Banco Central, requieren modificaciones de la Constitución, pues esta estipula que habrá un “banco estatal” a cargo de “emitir moneda y de fijar su valor”. Una reforma constitucional necesita que dos tercios de cada Cámara del Congreso aprueben la reforma de la Carta Fundamental. Y como recuerda el columnista trasandino Joaquín Morales Solá, solo dos líderes de peso político y parlamentario, como Raúl Alfonsín y Carlos Menem, pudieron, en los tiempos modernos, cambiar algunas normas de la Constitución, exceptuando su preámbulo y lo establecido en materia de derechos y garantías.

Milei sugirió durante su campaña que podría someter a plebiscito aquellas reformas que considere fundamentales. Sin embargo, las consultas populares vinculantes deben pasar por el Congreso para ser convocadas, y los “decretos de necesidad y urgencia”, a los que Milei podría recurrir en su calidad de Presidente para saltarse el procedimiento regular de sanción de las leyes, no están exentos de control legislativo del Congreso.

En política exterior, Milei tendrá que decidir si abraza el enfoque de fronteras ideológicas, de afinidades de pasiones políticas y combate cultural, en el estilo de Donald Trump, o adopta una política más pragmática. Algunas decisiones, como, por ejemplo, salirse del Mercosur, requerirían una ley del Congreso. Como primeras definiciones, ha identificado a EE.UU. e Israel como países prioritarios.

Las relaciones entre Argentina y Chile, pese a las diferencias políticas entre los dos gobiernos, debieran poder canalizarse por las vías institucionales y en el marco de los tratados bilaterales. Así lo ha entendido el Presidente Gabriel Boric al anunciar que asistirá a la toma de posesión de Milei, dejando de lado la distancia ideológica entre ambos gobiernos en favor de las razones de Estado. En el plano económico, las exportaciones e inversiones podrían crecer si, al otro lado de la cordillera, disminuyen los obstáculos proteccionistas y los controles cambiarios. Pese a las diferencias políticas, se abre una nueva oportunidad.

La ciudadanía argentina votó por un profundo giro, y la continuidad del apoyo al proyecto rupturista dependerá de su ejecución y de cuánto tiempo tome. La impaciencia ciudadana y las breves “lunas de miel” con los nuevos gobiernos son una característica instalada de los tiempos presentes en América Latina, y, probablemente, el gobierno de Milei no será una excepción. (El Mercurio)

Heraldo Muñoz