Hace ya casi cuatro años que apareció en el escenario internacional un concepto nuevo: “operación militar especial” (OME). Se trata de un conjunto de maniobras poco convencionales, pero sí basadas en la fuerza, y que se han ido incrementando en los últimos años. Guarda reminiscencias con operaciones previas, de hace ya algunas décadas, con la diferencia de poseer mayor fuerza narrativa que antaño.
La expresión fue acuñada por el presidente ruso Vladimir Putin al iniciar su intervención en la frontera con Ucrania el 24 de febrero de 2022. Pocas veces escuchada antes, la noción comenzó a ganar visibilidad a partir de aquellos acontecimientos en el antiguo territorio soviético. Luego, con casos sucesivos en otros puntos del planeta, la opinión pública mundial ha ido familiarizándose con sus características. Por de pronto, ya se sabe que, tal cual lo hacían esos dioses de las turbulentas poleis griegas -Ares y Enio-, las OME se caracterizan por la devastación, muertes y desolación.
Eso es lo que se divisa en Rusia/Ucrania, en Gaza, en Irán, en el Líbano, en Yemen, en la frontera indo-pakistaní y en varios otros lugares, donde han estado presentes. Sin embargo, aún es prematuro para una definición consensuada. Sólo hay, por ahora, unas cuantas ideas borrosas.
En ellas es posible divisar ciertos elementos explicativos, los cuales entregan una aproximación a sus características.
Algunas pueden delinearse a partir de un breve excursus en el tiempo. El listado histórico de operaciones análogas, con características equivalentes, se inicia con aquellas ejecutadas por la URSS en Hungría (1956) y Checoslovaquia (“Operación Danubio”,1968). La misma Rusia protagonizó más adelante otras, en algunos espacios post-soviéticos, como fueron dos OME con Chechenia (1994-1996 y 1999-2009) y otra con Georgia (2008). Una operación análoga fue ejecutada por Turquía en Chipre (1974).
En nuestro hemisferio también hay ejemplos parecidos. La operación en Panamá (1989) y, anteriormente, en Grenada (1979) también caben dentro de esta noción. En África igualmente se pueden rastrear algunas, pero menores en cuanto a su impacto global, aunque sí muy sangrientas.
Otros elementos explicativos de este concepto se encuentran en su fuerza traccionadora.
Por ejemplo, todas tienen fuertes motivaciones políticas. El escenario muestra una potencia mayor actuando sobre actores menores y siguiendo un libreto geopolítico muy específico. Casi todas obedecen a una pulsión para hacer valer –manu militari– una determinada voluntad. Sea ésta para modificar aspectos de un orden político o para cambiarlo de raíz. Esa es justamente la fuerte motivación política (con poderoso sustrato emocional), lo que convierte a las OME en decisiones rodeadas de fuerte controversia.
En la misma línea debe considerarse que la potencia ejecutante se plantea sólo unos cuantos objetivos, avisados con antelación, aunque sea de forma muy genérica. Ello evita una declaración de inicio de hostilidades y presupone plazos relativamente breves para su ejecución.
Viendo en detalle los casos señalados, en Hungría y Checoslovaquia, por ejemplo, se buscó acabar por la fuerza con procesos liberalizadores percibidos como ajenos o potencialmente peligrosos por la potencia geopolíticamente dominante. En Chipre, en tanto, los turcos buscaron proteger a su minoría y para ello no trepidaron en llevar a cabo una operación que terminó dividiendo a la isla. Otro caso similar, más reciente, y donde intervino Turquía, fue el de la guerra civil siria (2019) buscando no sólo asegurar sus fronteras, sino impidiendo estampidas migratorias (esas mismas que terminaron generando muchísimos problemas en Alemania y otros países centroeuropeos). Aunque no pretendió cambios territoriales, en esa oportunidad, Turquía actuó de manera muy activa en lo militar. La denominó “Manantial de Paz”.
En tanto, en Panamá, EE.UU. procuró la captura de Manuel Noriega, debido a su involucramiento en el crimen organizado. La llamó “Operación Causa Justa”. Por su parte, en Grenada (“Operación Furia Urgente”), fue para poner fin a un experimento propiciador de una peligrosa expansión de Cuba, especialmente hacia África.
En fechas recientes, también tuvo ribetes mediáticos tremendos la OME efectuada en Irán (“Operación León Ascendente”), destinada a destruir las plantas enriquecedoras de uranio, un asunto percibido como una amenaza existencial por parte de Israel.
Del mismo modo, en el Líbano, los israelíes buscaron decapitar los segmentos armados y políticos del grupo Hizbollah mediante una acción súbita y excepcionalmente sorprendente (“Operación Buscapersonas”). Su objetivo, acabar con un grupo muy intimidante y al servicio de Irán, su principal hipótesis de conflicto. En tanto, en Yemen, las OME se entienden como golpes de advertencia a las milicias hutíes, cuyo accionar amenaza no sólo a Israel, sino también a la navegación comercial internacional.
Este sobrevuelo al concepto indica que en el deseo subyacente de estas operaciones se encuentren una ejecución relámpago y un final planificado. Para que aquel deseo tenga posibilidades de transformarse en acción real se requieren datos de inteligencia estratégica. Es decir, algo más allá de lo estrictamente militar.
El problema que presenta este concepto -al ser revisada su evolución histórica- es lo imprevisible de su desarrollo. Hay casos donde su dinámica ha tomado un curso distinto al planificado. Eso le ocurrió al presidente Lyndon Johnson.
Como se sabe, éste calificó inicialmente el involucramiento estadounidense en Vietnam como “acción militar limitada”, en el cual descansa sobre la misma idea que las OME. Sin embargo, la equivocación de Johnson fue mayúscula.
Los extensos textos de Kissinger sobre la situación política y bélica en Vietnam son indicativos de las enormes turbulencias desatadas cuando estas operaciones se incrementan de manera desmedida y asumen dinámicas inesperadas o develan deficiente planificación. En este caso hubo descontrol. Se pensó que el destino del mundo occidental se jugaba en aquellos tan apartados del mundo. Por eso, la acción -prevista por Johnson en términos limitados- se transformó en una guerra y en un desdichado asunto político doméstico en EE.UU. Esto último terminó sellando el destino de todo el involucramiento y marcando a fuego la historia reciente del país.
Lo más grave, mirado en perspectiva histórica, fue su impacto global. Permitió, el surgimiento de un movimiento anti-bélico por todo el mundo. “La guerra no se está perdiendo en las selvas de Vietnam, sino en los hogares de cada familia estadounidense”, insistía por aquellos años el periodista Walter Cronkite, famoso por su postura anti-bélica. Demás está subrayar también la contribución de esta guerra a acrecentar las revueltas estudiantiles europeas en 1968.
Es justamente este sugerente y dramático ejemplo el que se abalanza sobre cada OME en estos años. El caso de Ucrania bien pudiera estar rozando estos límites conceptuales.
Probablemente, debido a esta sensación ambiente, varios voceros gubernativos ya han empezado a utilizar otras expresiones para referirse al conflicto. Será “una guerra de facto, contra Occidente, si llegan a Ucrania determinados pertrechos balísticos”, se dijo hace pocas semanas.
La referencia es clara. La entrega a Ucrania de los letales misiles Tomahawk de EE.UU. o del Taurus de Alemania contribuiría a re-pensar necesariamente el tipo de conflicto existente. La OME podría tomar una derivada peligrosa.
Y, como suele decirse, last but not least, no hay motivos para descartar a América Latina como escenario de alguna OME. La tensión en torno a Venezuela es una clara posibilidad. Algunos movimientos recientes podrían tornarse material acelerante. Por ejemplo, el evidente distanciamiento entre los gobiernos latinoamericanos en lo referido al combate al crimen organizado. O también la designación de varios carteles de la droga por parte de EE.UU. y algunos otros países como organizaciones terroristas.
Reflexiones sobre estas consideraciones preliminares parecen más que pertinentes. (El Líbero)
Iván Witker



