No hemos ganado nada

No hemos ganado nada

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Han sido semanas de incertidumbre en un país que en más de cuarenta días ha dejado expuestas las fisuras de una democracia de apariencia saludable, pero que escondía enormes fallas. La oportunidad de construir un sistema político y social es todavía una posibilidad, pero lo cierto es que más allá de las agendas que se abren para hacer frente a las demandas que se expresan en la ciudadanía, aún no hemos ganado nada y sigue nuestra convivencia estando cada vez más en juego.

Lo que ha ocurrido en estos días es grave. No solo por la constatación que tenemos de la violación a los derechos humanos que ha ocurrido durante las movilizaciones, hoy ya imposible de desconocer a partir del contundente informe de Human Rights Watch, sino que porque en distintos lugares la violencia, en vez de ceder al camino institucional que se ha ido delineando, se ha recrudecido. Y con violencia me refiero tanto a los actos deleznables que han hecho que, por ejemplo, una mujer trabajadora haya perdido la visión en manos de una acción de la policía -engrosando la lista de las víctimas-, sino que también, porque han emergido nuevos focos de violencia de parte de turbas que han buscado sembrar el terror mediante saqueos, incendios y acciones que han ido incluso en contra de los propios ciudadanos, afectando infraestructura privada y también pública, como fue el incendio en parte de las dependencias del hospital de Coquimbo la semana pasada. Violencia es también ver a personas enfrentándose con otras en lugar de buscar caminos de empatía y escucha.

Me perdonarán lo políticamente incorrecto, pero no tiene ninguna épica social ni generacional la agudización de un conflicto que, de no mediar solución, solo puede traer más víctimas y poner en riesgo la posibilidad de construir un país donde las formas de entendimiento escapen a la razón y se resuelvan por otros medios. Ello no implica obsecuencia y tampoco resignación, implica exigir que los distintos espacios de toma de decisión estén a la altura de las circunstancias.

Lo que ha quedado en evidencia en estos días es que estamos en el límite de la desmesura y que la conquista tanto de una agenda social como de un proceso constituyente participativo e inclusivo que ha sido la conquista de millones de ciudadanos movilizados (y no de un conjunto de gremios, ni de los partidos) pende de un hilo, en la medida que no seamos capaces de buscar un entendimiento razonable sobre un país que era, hasta hoy, para unos un oasis y para otros una fuente de abusos.

El principal problema para que esto tenga un buen resultado es la capacidad de la política, ese espacio insustituible para hacer frente y canalizar las demandas ciudadanas, de ver de frente el fenómeno, abandonar las trincheras y lograr por fin dar un camino de solución a lo que ha sucedido. En esto las respuestas aún están al debe, porque si bien se han enarbolado agendas para lograr canalizar parte importante de las demandas, sigue siendo una gran interrogante como allanar adecuadamente este camino, en ausencia de paz social.

Sin duda el camino será sinuoso, porque si algo hemos constatado en estas semanas es que tenemos una sociedad que hoy es consciente de sus profundas fisuras. Pero si queremos construir un país donde todas las realidades y las miradas sean parte, en igualdad de condiciones, del futuro, entonces no queda más que intentar generar las condiciones para que ello sea posible. Eso no es otra cosa que la capacidad de generar acuerdos, al menos, sobre los mínimos que el país requiere para volver a mirar de frente a nuestra democracia. (La Tercera)

Gloria de la Fuente

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