Ni Boric se la cree-Pilar Molina

Ni Boric se la cree-Pilar Molina

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Resulta irónico oír a la izquierda a una voz proclamar que la candidatura de Michelle Bachelet a la secretaría general de la ONU es una política de Estado, algo histórico para Chile, y una oportunidad para que los candidatos de la oposición (uno de los cuales ganará la presidencial, a todas luces) “muestren credenciales de estadistas”, apoyándola.

En castellano, promover las ideas de la izquierda fracasada desde este organismo multilateral sería algo “histórico y una política de Estado”. Para la risa, cuando la única proyección internacional que le ofrecían a nuestro anterior Presidente era sentarse en un tribunal internacional de justicia, simplemente porque era adversario político.

Eso también era histórico para Gabriel Boric, cuando amenazaba con ello a Sebastián Piñera. Agrandado, ante la asamblea general en Nueva York, aunque ante un plenario más cercano a vacío que pleno, anunció la candidatura de Bachelet, porque le toca a Latinoamérica, porque es mujer, por su currículum.

Pero en verdad, ni él se la cree. Si realmente apostara por ella, se habría preocupado de hacer las cosas de otro modo. Empezando por socializar la decisión con los candidatos presidenciales a los cuales les tocará hacer la nominación el próximo año y, lo más importante, movilizarse buscando apoyos, a un alto costo personal y de la Cancillería que exigirá sacar de las arcas fiscales (que entregarán sin ninguna holgura) a lo menos un millón de dólares.

Si se la creyera, tampoco se habría obsesionado en disparar al Presidente del país más poderoso del mundo, incluso en su discurso ante el pleno (aunque no lo mencionara), porque si “Trump representa todo lo que rechazo”, como lo criticó Boric en abril, él no es mucho más que “nada” para el estadounidense. Una hormiga en el cacho del elefante.

Si apostara por Bachelet, tampoco se habría dedicado a criticar a sus aliados y a ofrecerle en la misma sede de la ONU un juicio a Netanyahu, conociendo cuál es la postura de Trump respecto al conflicto que inició la toma de rehenes israelitas por parte de Hamas.

Si confiara en la nominación de la socialista, no se habría esmerado tampoco en criticar al Presidente de nuestro principal vecino fronterizo en una reunión con sus colegas de la izquierda latinoamericana, más el español Pedro Sánchez. Sabe que Javier Milei es el líder regional favorito de Estados Unidos, al punto que le ofreció 20 mil millones de dólares de apoyo financiero. Pero, además, porque los gustitos no terminan, se tomó una foto con Axel Kicillof, quien acaba de derrotar a Milei en las elecciones locales y aspira a sucederlo.

Boric no pierde nada postulando a la ex Mandataria, que siendo socialista, difícilmente sucederá a otro socialista como Antonio Guterres, más aún cuando Trump tiene alergia a la izquierda y a la cultura woke que ha empujado en Occidente. Si gana el cargo, él podrá atribuirse el mérito de “este nombramiento histórico para Chile, las mujeres y el mundo”. Si pierde, podrá culpar al próximo gobierno de no haber hecho los esfuerzos suficientes, haciendo caso omiso del hecho que existen otros candidatos de América Latina mejor posicionados (si fuera cierto que de ahí deber emerger el próximo secretario general)  y que es casi imposible que Bachelet supere el veto de Trump, facultad que tienen también los otros cuatro miembros del Consejo de Seguridad.

Pero la jugada de Boric es otra, hacer una ganancia en lo local: torear a los candidatos punteros de la oposición para que la respalden, exacerbando el nacionalismo. ¿Se le habrá olvidado tan rápido la plurinacionalidad que pretendía imponer el proyecto constitucional que empujó para que primara sobre una única identidad nacional? Le está regalando una cartita a su candidata de continuidad, la comunista Jeanette Jara, para que se sume al desafío que se hará muy popular.

Aunque no sea popular no promoverla, es de esperar que la oposición no olvide que Bachelet lideró una serie de transformaciones en su segundo mandato con el PC y el Frente Amplio en materia de educación, laboral, sistema electoral y una reforma tributaria que condujeron a condenar a Chile a la ingobernabilidad y al estancamiento general. La educación no es de calidad, los colegios y las universidades están desfinanciadas, en el mercado laboral se ha alertado la emergencia que significa no haber sido capaces de recuperar los trabajos pre pandemia; qué hablar del crecimiento económico exiguo desde 2014 y el Congreso, por último, se transformó en un club de tribus.

Las ideas de Bachelet eran y son malas. Si eran y son malas para Chile, ¿por qué queremos que ella ayude a promoverlas desde el organismo multilateral más importante del mundo? (El Líbero)

Pilar Molina