Una insólita pelea, con tonos de gresca, ha tenido lugar estas últimas semanas entre el dictador venezolano y el empresario tecnológico, Elon Musk. “Si yo gano, él renuncia como dictador de Venezuela; si él gana, le doy un viaje gratis a Marte”, dijo Musk. Pese al carácter algo bizarro del altercado, éste tiene un trasfondo de mucho interés. Es una gresca imposible de no verla instalada en el horizonte de los países latinoamericanos. Hay en ella toda una simbología. Una representación de opciones.
¿A quién sería más sugerente tener en el horizonte? ¿A Musk o a Maduro?
Desgraciadamente, para los latinoamericanos se trata de símbolos contra-puestos. Maduro, junto a Ortega y Díaz-Canel, representan el camino hacia regímenes brutales. Enemigos de Musk, desde luego.
Y son símbolos, en tanto ejercen atracción sobre sus respectivos entornos. Encarnan regímenes sobre los cuales pesa una imagen poco amigable con la democracia y con la prosperidad. Depositarios de permanentes denuncias sobre violencia, despotismo y arbitrariedad.
En el polo opuesto, Musk y sus planes de llevar al hombre a Marte, se ha situado cómo ícono para mentes emprendedoras, ejerciendo fascinación con sus planes en las más diversas áreas. Se le asocia con la innovación y creatividad extrema.
Llegar a Marte, por ejemplo. Con precisión, ha dicho que aquello debe ser tomado como un proyecto simbólico, movilizador hacia una meta, encaminador de deseos, de búsquedas. Como idea macro destinada a satisfacer el alma de una nación. Para que eso ocurra -indica- tales proyectos deben ser necesariamente grandes y algo quiméricos. Deben amalgamar un impulso esencial, para que el grueso de los integrantes de una nación se levanten temprano por las mañanas, llenos de entusiasmo, en pos de un objetivo común.
Esto significa que, ubicados en polos opuestos, Maduro y Musk, con su gresca verbal, muestran los horizontes que tienen ante sí las naciones latinoamericanas. Son parte del universo observable, como suelen decir los astrónomos.
Como es menester subrayar, en esta disputa de emblemas, Maduro no está solo. Lo acompañan Ortega, Díaz-Canel y uno de otro por ahí. Pero Ortega y Díaz-Canel son resabios totalitarios y representantes de un pasado divisivo, cuyas ideas hacia el futuro no son más que un conjunto de desvaríos políticos e irracionalidades económicas. El gran drama de todo esto es que simbolizan un pasado que se niega a morir (por razones que combinan intereses geopolíticos con buenismo y con planteamientos igualitaristas descabellados), pese a cada una de las evidencias disponibles. Esa amalgama de razones tuvo su apogeo con Fidel Castro y Ernesto Guevara allá por los sesenta y setenta.
Hoy en día se admite que, en aquellas décadas, la arcadia cubana no era tal. Que ocurrían cosas atroces. Se destruía la economía, se utilizaba de manera masiva el paredón contra los opositores y se aplicaban purgas demenciales, o denigrantes, a quienes disentían al interior del régimen. Hay slogans ilustrativos que parecieran haber sido depositados en el desván de cosas inútiles, pero son luces de aquellos desvaríos. “Crear uno, dos, tres Vietnams” en la región. Hay decenas de discursos de Castro y Guevara llamando a transformar los Andes en una Sierra Maestra.
Pese a todo, La Habana fue la capital imaginaria de muchos y hoy se le sigue justificando. Sea por inercia, por resabios variopintos o por mantenerse junto al tibio calor de esa mitología del bloqueo, tejida con tanta habilidad. Del mismo modo, hoy asombra Ortega con su manera tan despiadada de manejar ese otro edén revolucionario, llamado Nicaragua. Lo impresionante es la sorpresa que causa su conducta. ¿Qué se podía esperar si la bestialidad de los primeros años de la revolución incluyó el lanzamiento de opositores, aún vivos, a los volcanes?
¿Y qué decir del régimen chavo-madurista ahora que se cometió allí un fraude tan descarado, si ya han lanzado a casi ocho millones de personas al exilio y tienen supermercados vacíos, sosteniéndose sólo gracias a colectivos bolivarianos sembrando el terror?
A diferencia de lo que representa Musk, el poder gravitacional que mantienen estos regímenes es cada vez menor, justamente por el futuro opaco que encarnan y cuya opción para el devenir se limita a seguir levantándose por las mañanas para reprimir más y más. O, en algunos casos, se levantan sólo para seguir administrando estructuras anquilosadas, carentes de entusiasmo ante posibles nuevos logros, y comprobadamente empobrecedoras de la población.
El gobierno chavo-madurista no puede hacer caso omiso -y bien lo recordó Musk- del desplome del ingreso per cápita venezolano. De uno anual en los años 50 que llegaba a los US 7.424 (ocho veces superior a Corea del Sur) hoy apenas roza los US 1.800.
Lejos del entusiasmo que provoca Musk, en los propios círculos progresistas genera bochorno la retórica irracional de Maduro respecto a estas materias. Lo mismo sus decisiones hilarantes. ¿Cómo cabría calificar esa idea de crear en 2013 un Viceministerio para la Felicidad Social Suprema del Pueblo? O ahora su declaración de guerra a Tik Tok y a WhatsApp, acusando a Pekín de aliarse al imperialismo en contra de la revolución bolivariana.
Los últimos acontecimientos en Venezuela reiteran la apreciación respecto al gran problema de las democracias frágiles, como las latinoamericanas. Son las reverberaciones maduristas. Esas que se expresan en hiperideologismos, desapegados ya del proletariado, pero subyugado por tentaciones plurinacionalistas o revoluciones ciudadanas.
Las democracias latinoamericanas presentan dificultades serias para deshacerse de aquellas tendencias a escarbar ad nauseam en la historia y a buscar cómo seguir explotando aquello que Carlos Alberto Montaner designaba como estado de insatisfacción permanente con que la región latinoamericana nació.
Musk representa un contra-símbolo a todo aquello. Sintetiza la idea del pragmatismo para avanzar en la solución de los problemas reales y debiera ser visto como ícono de esa opción hacia un futuro interesado en la prosperidad y en la generación de capital. De concebir un país como si fuera una start-up.
Ha sido una gresca instructiva. Conviene tomarla como un momento en que se pudieron sobre la mesa cuestiones importantes para el futuro regional. (El Líbero)
Iván Witker



