Los ritos de la democracia

Los ritos de la democracia

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La masiva votación que tendrá lugar el próximo domingo -se estima que sufragarán unos 13 millones de electores- busca elegir al noveno gobernante que regirá los destinos del país desde la recuperación de la democracia en 1990. Se cumplirán así 35 años -mucho más de la mitad de la vida adulta de la mayoría de los chilenos- en los que se realizaron, unos tras otro sin tropiezo, impecables actos electorales en los que cinco chilenos y una chilena fueron elegidos para gobernar en La Moneda (como sabemos dos de ellos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera fueron reelegidos para un segundo mandato).

En ningún caso, ni de cerca, a alguno de ellos se le ocurrió desafiar las reglas establecidas para su presidencia, ni tampoco intentó de algún modo alterar el funcionamiento de las instituciones de la democracia, para limitarla o restringirla “desde adentro”, como ocurre en no pocos países del mundo. Ninguno de los mandatarios que ejercieron la más alta magistratura en nuestro país se dejó tentar por los aires del nuevo autoritarismo que soplan últimamente por doquier, que -como escribió Carlos Peña en su última columna- accede al poder mediante la regla de la mayoría y en elecciones competitivas, pero que luego y desde allí -ésta es su singularidad- irrespeta las normas de las instituciones que establecen límites al poder del Estado.

Los siete que culminaron sus mandatos -el Presidente Boric se apronta a hacerlo en cuatro meses- cumplieron escrupulosamente con los ritos de la democracia y dejaron el poder sin haber imaginado por un instante siquiera -ni mucho menos haberse dispuesto a semejante aventura- la extensión de su ejercicio más allá de los plazos dispuestos en la Carta Fundamental. Ninguno acarició la idea, que suele encontrar entusiasta aceptación entre los gobernantes latinoamericanos, de modificar la regla que impide la continuidad del mandato a través de la reelección del presidente en ejercicio, para desde allí dar pasos hacia el iliberalismo del siglo 21.

Tras 35 años practicando sin falta los ritos de la democracia, incluso cuando durante el estallido social se amenazó seriamente con interrumpirla, solemos dar por hecho el que es sin dudarlo el logro más extraordinario de la modernidad: la alternancia en el poder a través de las reglas de la democracia. No hay que dar por sentado de ningún modo que nadie osará faltarles el respeto-, entre otras cosas porque la democracia es altamente vulnerable al ataque de sus enemigos, como resulta fácil comprobar en las innumerables ocasiones en las que ha sido conculcada aquí y allá en el mundo. También lo es cuando se exacerban sus propias falencias -como afirmó Churchill, «es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás»-, agudizadas últimamente por la polarización que dificulta seriamente el acuerdo político entre los partidos oficialistas y la oposición, la virtud democrática por antonomasia.

Aunque se ha venido presagiando, entre nosotros, que el nuevo autoritarismo podría hacerse del poder en nuestro país por la vía democrática, no hay señales de que ello pudiera ocurrir próximamente en Chile. No hay un riesgo previsible de que los candidatos presidenciales que mejor se proyectan para gobernar durante el próximo mandato pudieran estar madurando iniciativas neoautoritarias. Pero no hay que bajar la guardia: la democracia es un sistema extraordinariamente vulnerable a la complacencia y pasividad de los ciudadanos ante las amenazas de las que suele ser objeto. Hasta que se la pierde irremisiblemente y ya es tarde.

Los jóvenes millennials y los menores que les siguen, que han vivido sus trayectorias vitales en democracia y no han experimentado la dramática experiencia de perderla, harían bien en valorar sin reservas el rito electoral que nos aprontamos a cumplir el próximo domingo. No hay algo más importante que acudir a los recintos de votación para decidir libremente sobre el destino de la nación, porque cuando los ciudadanos perdemos ese derecho son otros los que deciden casi todo por nosotros, incluso sobre el rumbo de nuestras vidas. (El Líbero)

Claudio Hohmann