«Conócete a ti mismo» mandataba el Oráculo de Delfos. Desde otro ángulo, Sun
Tzu, el estratega militar y filósofo chino, en su libro ‘El arte de la guerra’, recomienda
conocer al enemigo. Analicemos las dos caras de esa moneda en el contexto de la batalla
cultural donde la política identitaria del nazi Carl Schmitt ha permeado todos nuestros
vínculos. Así es como han logrado crear y tensionar los antagonismos entre el ser
humano y la Pachamama, el presente y la tradición, las mujeres y los hombres, los hijos y los padres, los trabajadores y los jefes, las minorías étnicas o sexuales y las mayorías,
etc.
La aplicación del concepto schmittiano de la política implica una praxis que considera
al otro un enemigo existencial. Su máxima expresión en el caso del feminismo es la frase
«aborta al macho». Y es que, en el marco de la política identitaria, por el solo hecho de
existir, los hombres serían enemigos de las mujeres al punto de que la sobrevivencia de
ellas dependería de la aniquilación de ellos. ¿De orates? Sí, la esquizofrenización de
nuestra sociedad es parte del proceso de subversión en que está sumido Occidente,
avanzando no solo el desmantelamiento del orden institucional, sino un proceso de
transvaloración que afecta incluso a quienes se dicen de derecha dura y creen ser
distintos de frenteamplistas, a pesar de dedicarse a lo mismo: la desacralización de
nuestros símbolos cristianos a partir de la hipersexualización psíquica que les afecta
producto del proceso de deconstrucción al que han sido expuestos.
Puede parecer complejo, pero si no comenzamos a interesarnos en la psicopolítica y los dispositivos con los que nos están deconstruyendo, nuestra civilización tiene pocas posibilidades de sobrevivir. ¿Se ha dado cuenta de que hemos perdido el pudor, la decencia y el resguardo de lo íntimo? Estamos ante el fenómeno de la desterritorialización que provoca el derrumbe de las fronteras de los “territorios sociales” en que se sostiene toda civilización: la pública, la social, la privada y la íntima. Nada queda de aquella frase con la que muchos de nosotros crecimos, «la ropa sucia se lava en casa».
Hoy los gustos privados, lo más íntimo y las emociones son parte de la esfera pública, sin importar la presencia de niños -hasta hace poco considerados sagrados- o de personas a las que no tendrían por qué hacer partícipe de las “performances” lingüísticas y/o corporales transmitidas por redes, medios de comunicación masivos o desplegadas en la vía pública. Antes, el lenguaje, la vestimenta y el comportamiento debían adecuarse a dichas esferas y estaba claro el límite entre ellas. Ahora todo lo íntimo es público, es decir, objeto susceptible de intromisión política. Esta es la fórmula totalitaria del progresismo, politizar hasta los aspectos más íntimos de la vida de modo que los tentáculos de los ingenieros sociales puedan inmiscuirse incluso en la “sexualidad” de los niños de tres años. Esto es lo que «nos» está pasando, el progresismo con sus cinco caballos de troya -ideología de género y climática, estatolatría, feminismo y wokismo- está destruyendo nuestro mundo común.
¿Quién es el enemigo número uno en la batalla cultural? Los hombres. ¿Y
quiénes son las encargadas de destruirlos? Mujeres manipuladas psíquicamente por la
política identitaria. ¿Cómo se las manipula? Activando el arquetipo psíquico de Medea, es decir, de la venganza, representado en la tragedia griega de Eurípides donde la protagonista asesina a sus dos hijos porque su marido la deja por otra. Este arquetipo se
activa después de la inoculación de ideas feministas que las transforman en eternas
víctimas de los hombres. Basta que ellos cometan el más mínimo error, como, por
ejemplo, no someterse a sus designios o buscar la felicidad bajo otro techo.
Es en este contexto que debemos significar y entender la introducción de la “perspectiva de género” en nuestra judicatura, a pesar de ser inconstitucional, puesto que quiebra con la igualdad formal ante la ley y suspende el derecho a la presunción de inocencia de los hombres. Pero, además, nos impone la igualdad sustantiva y la interseccionalidad (100% wokismo).
Ambos principios constituyen la avanzada jurídica de la deconstrucción progresista de
Occidente y los chilenos los rechazamos en los dos plebiscitos constitucionales.
De modo que, violando el mandato ciudadano ya sea por razones fundadas en el
emotivismo político o intereses ocultos, parte de la derecha ha respaldado leyes que
sirven a la consumación de los objetivos de la extrema izquierda en el contexto de la
batalla cultural: quebrar psicológicamente a los hombres, disolver las familias y dañar a
las nuevas generaciones.
¿Cómo lo hacen? Con psicopolítica, legislando bajo el paraguas ideológico del progresismo y transformando a nuestro Poder Judicial en un conjunto de tribunales revolucionarios que, gracias a la perspectiva de género, ha llegado al extremo de negar la inocencia de Jorge Tocornal, aunque su propio hijo admitiera que sus denuncias fueron falsas. ¿Qué vida le espera a ese joven? ¿Cómo es posible que su madre y todos los que lo manipularon salgan limpios de polvo y paja? Ideología pura y dura.
En este contexto es una muy buena noticia la presentación del proyecto de ley de los nacional libertarios que, con apoyo de distintas bancadas, penaliza con cárcel a las mujeres que denuncien falsamente a los padres o manipulen a sus hijos con dicho fin. Es hora de dar un portazo al avance del progresismo a través de nuestra legislación y de encerrar la fuerza psíquica de Medea tras las rejas de la ignominia para que las mujeres se recuperen de la intoxicación feminista y, en lugar de odiar a los hombres, vuelvan a amar a sus hijos. (El Líbero)
Vanessa Kaiser



