En su introducción, los hermanos Arteaga Alemparte, que definen su obra como “un libro imparcial”, se preguntaban si la influencia del Congreso Constituyente de 1870 iba a ser “benéfica o funesta” para el país. Advertían sobre “nuestro vicioso sistema electoral”, y los hábitos y prácticas electorales existentes, advirtiendo que “nuestras costumbres políticas son mucho peores que nuestras leyes”. Distinguiendo entre cinco grupos políticos (liberales moderados o partidarios del gobierno de José Joaquín Pérez, ultramontanos o conservadores clericales, nacionales o montt-varistas, radicales y reformistas o miembros del Club de la Reforma), advierten que “todos ellos parecen de acuerdo en la conveniencia y oportunidad de la reforma constitucional”.
Sin embargo, lo que fascinaba a Frei Montalva en aquella conversación de comienzos de los años 80, no era el color político de los autores ni el análisis político que compartían, sino la calidad de los congresales de 1870. Domingo Santa María, José Victorino Lastarria, Manuel Antonio Matta, Miguel Luis Amunátegui, Manuel Rengifo, Aníbal Pinto, Manuel José Irarrázabal, Zorobabel Rodríguez, Federico Errázuriz, José Manuel Balmaceda, Joaquín Blest Gana, Pedro León Gallo, Antonio Varas, Carlos Walker Martínez, Domingo Fernández Concha, Ramón Barros Luco, Diego Barros Arana y Abdón Cifuentes eran solo algunos de los 109 congresales constituyentes, representantes de un variopinto espectro político.
Como se puede apreciar, la fascinación de Eduardo Frei Montalva no era exageración.
En los albores del siglo XXI, en la era de la política-espectáculo y de las redes sociales, ¿estaremos a la altura en la Convención Constitucional que aprobaremos (así lo espero) en octubre próximo? (El Mercurio Cartas)
Ignacio Walker



