Los 37 de la Convención

Los 37 de la Convención

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Hoy se cumplen tres años del día en que Chile se salvó. La propuesta de una nueva Constitución fue tajantemente rechazada por la ciudadanía.

Se pueden escribir mil historias de lo que ocurrió, pero hay un grupo al que no le cuentan cuentos. Somos los que estuvimos ahí: 37, que, en condiciones muy difíciles, defendimos los valores que heredamos de los fundadores de la República.

Logramos formar un bloque unido de convencionales UDI, republicanos, Evópoli, Renovación Nacional e independientes. Cada uno con su estilo jugó un rol irreemplazable. Entre nosotros hay posiciones distintas de cara a las próximas elecciones, y las hubo en las pasadas, pero la lucha que dimos en la Convención nos unirá para siempre.

Asumimos con todo en contra. En la ceremonia inaugural, marcada por la violencia, la presidenta Elisa Loncon, después de saludarnos en mapudungun, nos notificó que Chile sería plurinacional. La izquierda tenía los votos; por tanto, algo tan relevante como la fractura de Chile en distintas naciones quedaba resuelta, literalmente, el día uno.

Los 37 pusimos la bandera chilena en nuestros escritorios. Fuimos inmediatamente atacados por algunos que tuvieron la audacia de considerar ese gesto como “una provocación”. Enfrentamos descalificaciones, censura, mentiras, incumplimientos de reglas del juego, pero nos mantuvimos firmes. La victimización no estaba en nuestro ADN.

Nuestra estrategia se articuló a partir de tres premisas: desafiar las consignas de la izquierda argumentando desde el sentido común; comunicar a la gente lo que se decidía en la Convención, para que al momento del plebiscito votara plenamente informada; y presentar propuestas alternativas a todas las iniciativas que rechazábamos.

La primera exigía navegar contra la corriente y oponerse a normas a las que se les atribuía un aplastante apoyo mayoritario. Nos decían, por ejemplo, que negarse a la plurinacionalidad era una “causa perdida”. Desafiamos ese fatalismo, y los argumentos contrarios al concepto empezaron a desplegarse y hacerle sentido a la gente.

La segunda demandaba dar una verdadera batalla para lograr que la prensa pudiera entrar y conocer el trabajo del Pleno y comisiones. Los dirigentes más experimentados de la izquierda sabían que la transparencia era su enemiga y por ello defendieron con fuerza, pero sin éxito, el hermetismo.

La tercera requería levantar nuestras ideas. Obligamos a que cada vez que la mayoría aprobaba un artículo, antes debía votar una propuesta nuestra. En esto cumplió un rol esencial nuestro equipo de jóvenes asesores que nos ayudaron a redactar las indicaciones y aportaron a su defensa.

Durante la campaña del plebiscito esta estrategia demostró su valor. Cuando se argumentaba, por ejemplo, que el texto de la Convención no protegía la propiedad de los fondos de pensiones y la izquierda nos acusaba de levantar “fake news”, bastaba recordarles su votación en contra de una norma expresa nuestra que sí garantizaba la propiedad individual. O cuando insistían que en una expropiación el “precio justo” era lo mismo que “valor de mercado”, era suficiente mostrarles que habían votado en contra de una indicación nuestra que así lo aseguraba.

La derrota del proyecto refundacional de la izquierda se forjó durante la Convención. Las principales encuestadoras señalaron, posplebiscito, que la gente definió su voto en abril.

Los 37 fuimos una minoría, pero el 4 de septiembre de 2022, con el trabajo de muchos, especialmente de las organizaciones ciudadanas, se expresó en las urnas la mayoría que salvó a Chile, y le propinó a la izquierda la más grande derrota cultural e ideológica de su historia.

Se rechazó así una Constitución hermanada a la violencia que debilitaba las herramientas que tenía el Estado para enfrentarla; una Constitución que socavaba la democracia eliminando los contrapesos al poder político; una Constitución que asfixiaba la libertad y frenaba el desarrollo; una Constitución indigenista que destruía la nación chilena y arrasaba con la igualdad ante la ley… para siempre. Los privilegios que la propuesta otorgaba a los pueblos originarios no se podían modificar sin su consentimiento, y como estos atravesaban todo el texto, se transformaba, en la práctica, en una Constitución irreformable.

De los grandes se aprende. Churchill alguna vez dijo: “el éxito no es definitivo, la derrota no es fatal, solo el coraje importa”. A no olvidar. La izquierda da por zanjados los debates que gana y deja siempre abiertos aquellos que pierde. (El Mercurio)

Marcela Cubillos Sigall