Lo más seguro es que quién sabe

Lo más seguro es que quién sabe

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Como millones de chilenas y chilenos, el pasado martes fui víctima, por algunas horas, de la suspensión del servicio de energía eléctrica. Para muchos de esos millones de personas, quedar sin ese suministro significó quedar, además, sin suministro de agua o con el riesgo de que ésta dejara de fluir, obligados a subir o bajar centenas de peldaños, sin locomoción colectiva que les permitiera volver a sus hogares, incomunicados de amigos y familiares y sin recibir información acerca de qué estaba en realidad ocurriendo. Y para muchas empresas, grandes y pequeñas, significó la paralización de actividades y la pérdida de insumos y bienes finales. Cuando “la luz” volvió, Chile había hecho grandes pérdidas. Pérdidas económicas (los primeros cálculos hablan de una disminución que puede llegar al 0.25 en el Imacec de febrero), pérdida de confianza en nuestra solidez estructural como país, pérdida de prestigio internacional y una sensación de inseguridad que quizás sea la mayor pérdida de todas.

Esta última deriva del hecho que el “apagón” fue un gigantesco recordatorio de lo dependiente que hemos llegado a ser de algunos servicios, entre los cuales la energía eléctrica parece ser el principal. La situación se solucionó en horas, es verdad, pero, ya que como todo parece indicar el lamentable fenómeno que paralizó prácticamente a todo el país fue originado por una falla propia del sistema -sí sólo una y no mal intencionada- no podemos dejar de pensar qué ocurriría si, malintencionadamente, manos perversas provocaran varias fallas parecidas, simultáneamente y en muchas partes del territorio.

Probablemente esa pregunta va a ser contestada por expertos que dirán que el sistema está diseñado para que cada falla de este tipo se solucione rápidamente, apelando a fuentes diferentes e independientes unas de otras. Sin embargo, el martes pasado nada de eso ocurrió: la normalidad demoró muchas horas en ser restablecida, a pesar de que el problema había tenido un origen singular y fácilmente identificable. Es más, a juzgar por las explicaciones que hasta el momento de escribir estas líneas se siguen escuchando, lo más cercano al resumen de la explicación parece ser una frase de Cantinflas que, ante una pregunta, contestó: “puede que sí o puede que no, aunque lo más seguro es que quién sabe”.

Hasta este momento, efectivamente lo más seguro es que quién sabe, porque los actores principales apuntan cada uno en la dirección que más le conviene. El gobierno, desde luego, en voz del presidente de la República en persona cargó derecho y sable en ristre en contra de las empresas. Lo pude ver en televisión cuando apenas se había restablecido el suministro en mi barrio. Fue claro y enérgico y aseguró que habría consecuencias para las empresas culpables del desaguisado. No creo que su amenaza de castigos a sus enemigas de siempre, las empresas, trajera tranquilidad a quienes estábamos intranquilos por lo que habíamos vivido. Castigar a los malos no trae consigo ninguna seguridad de que la maldad no se vaya a repetir y menos en este caso en el que el “malo” a castigar resulta ser el comodín al que recurre el presidente cada vez que quiere encontrar culpables de los problemas del país.

La empresa en la que se concentraron las miradas adustas y los índices acusatorios fue Isa InterChile (de capitales colombianos, lo que la hace aún más sospechosa). ¿Qué ocurrió? Algo que el presidente del Coordinador Eléctrico Nacional, Juan Carlos Olmedo, a quien también vi en televisión poco después del Primer Mandatario, describió como equivalente a que fallaran los fusibles (de la empresa o de la línea de transmisión, eso no me quedó claro).

Hasta ahí una parte de los actores ¿qué dijo la otra? Isa reconoció que habían tenido una falla, pero, agregaron, ellos se demoraron exactamente 44 minutos en repararla. A partir de ahí, concluyeron, la coordinación de la reposición del servicio recaía justamente… en el Coordinador Nacional.

La parte oficialista tenía una respuesta a esa réplica, esta vez en boca del ministro Pardow: es que no se pudo volver más rápido a la normalidad porque también fallaron la Central  Termoeléctrica Ventanas de Aes Andes (ajá, el malvado original tenía un cómplice) y la Central Hidroeléctrica Rapel de ENEL (algo así como el cómplice del cómplice) y también Transelec que administra la plataforma SCADA (¿el cómplice del cómplice del…?). Y agradezcamos que, para no confundirnos más, nadie se acordó de preguntarle al Coordinador por qué, si esa institución es la autoridad directa en el área, no se preocupó de supervisar el funcionamiento de lo que debió haber sido la primera empresa a la que le falló la operación, es decir por qué no revisó los fusibles.

El hecho es que, desde aquel día fatal, la pelotita ha seguido rodando entre quienes se acusan mutuamente, porque “lo más seguro es que quién sabe”.

El último capítulo de esta tragedia es aquel que, como consecuencia del apagón, puso en evidencia la necesidad de revisar los modelos. No sólo el tarifario que parece ser el único que preocupa a la autoridad y a la opinión pública, sino también el de las nuevas líneas y los sistemas de control y coordinación. En ese capítulo los protagonistas, hasta el momento, han sido los proyectos de nuevas líneas. Hemos conocido, así, la existencia del proyecto de línea de transmisión Kimal-Lo Aguirre que, se anuncia, irá de Antofagasta a Santiago, y transmitirá 3.000 megawatts de energía renovable. El único problema es que el proyecto está en manos… del sistema de Evaluación Ambiental, esto es está exactamente en el lugar al que van a morir los proyectos que pueden traerle prosperidad a nuestro país. Una carta a El Mercurio, el jueves pasado, revelaba que exactamente el mismo día en que se producía el “apagón” y quizás -por qué no-a la misma hora, el Servicio de Evaluación Ambiental publicaba el segundo informe de observaciones al proyecto. Este contenía 1.391 observaciones de más de 50 servicios públicos. Hacia el futuro, además, las empresas que intentan sacar adelante el proyecto deberán tramitar 50 permisos sectoriales.

¿Irá algún día a ser aprobado este proyecto, perdido como está hoy junto con tantos otros en el laberinto del Sistema de Protección Ambiental? Lo más seguro es que quién sabe. (El Líbero)

Álvaro Briones