Sucesos relevantes han tenido lugar en estos días en aquella región del orbe, Medio Oriente, que en lo absoluto y en lo contingente —escenario de los más grandes conflictos desde mediados del siglo XX— tiene una relevancia única en el mundo.
En la zaga del gesto profético de Pablo VI en 1967 que visitó al Patriarca Atenágoras —acto repetido de ida y de vuelta por cada uno de sus sucesores—, León XIV ha visitado la pasada semana al Patriarca Bartolomé de Constantinopla (Estambul) coronando casi sesenta años de avance ecuménico con la Iglesia ortodoxa. Entre otros, Bartolomé ha hecho mención a los progresos en el trabajo de las comunes comisiones de estudio, particularmente la que trata sobre el dogma de la infalibilidad papal, definida por la constitución “Pastor Aeternus” en el Concilio Vaticano I (julio 1870).
De Estambul, León ha volado al norte de Israel, al castigado Líbano, nación muy vinculada a Francia y su cultura principalmente desde el Mandato de 1920 y a su vez de fuerte identidad maronita. Este ha sido el primer Papa que visita la encaramada cima de Anaya, donde descansa el cuerpo de san Charbel Maklhouf, canonizado por Pablo VI en 1977, venerado hoy universalmente, en especial en los países de presencia libanesa.
El lema de la visita, “Bienaventurados los hechores de la paz”, ha permitido al Papa saludar la resiliencia de esta nación, excepcionalmente afectada por las tensiones globales, invitando a su gente a permanecer en la propia tierra, a regresar a ella los que partieron y, a los jóvenes, a tener el coraje de no emigrar.
La presencia de libaneses es siempre destacada en el extranjero —Francia principalmente, pero también Estados Unidos y Brasil— siendo ejemplo de ello el caso del escritor Amin Maalouf, nacido en Beirut en 1949, autor de una relevante obra, designado “Secretario perpetuo” (2023) y máxima autoridad de la Academia francesa. (El Mercurio)
Jaime Antúnez Aldunate



