La dificultad para escapar de la llamada “trampa de Tucídides” es el planteamiento central de uno de los libros más importantes de los últimos años, Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?. El autor, Graham Allison, presagia allí una posible hecatombe en la nueva disputa global entre China y EE.UU. Su hipótesis se basa en el estudio de 16 casos de enfrentamiento entre superpotencias a lo largo de la historia. Desde Atenas/Esparta en adelante. Doce terminaron en guerras catastróficas.
La historia parecería demostrar que siempre se observa un choque perturbador e inevitable de intereses y valores de unos versus los del otro. Llegada una coyuntura límite, todo colisiona. Incluso, el final del misterioso micro-cosmos maya parece haber respondido a esa misma lógica. Guerra terminal entre las grandes ciudades.
Lo de Allison es una advertencia severa frente el orden mundial que empieza a configurarse. Sin embargo, hay también algunas diferencias no menores. En esta oportunidad, las grandes potencias no son la única fuente del dilema entre intereses y valores. También está el poder de un sinnúmero de grandes países pivotes, como India, Alemania, Japón y Rusia. Luego están aquellos con capacidades intermedias. La sinergia puede ser de tal magnitud que la tendencia global podría tomar varios cursos. O la catástrofe de Allison se cumple o bien la sinergia termina creando contrapesos vitales y se impide lo peor.
Una mirada caleidoscópica a la Guerra Fría ofrece también una diferencia importante. No concluyó con una hecatombe nuclear. No se sabe si por miedo a lo desconocido (la mutua destrucción asegurada) o por mano divina. Lo concreto es que sólo se vivieron conflictos regionales aislados y convencionales.
No debe olvidarse, además, que pese al respaldo estadístico, la hipótesis de Allison no pasa de ser una disquisición teórica. La praxis política contemporánea bien podría generar clivajes nuevos, debido a su mezcla tan intrincada. Los focos de ahora no son ideológicos, sino una amalgama de cuestiones étnicas, religiosas, económicas y, que ante todo, se sitúan en feudos tecnológicos.
Esta maraña de conflictos lleva a pensar en la dificultad que tendrán los países para evitarlos o salir de ellos, si por alguna circunstancias se han visto envueltos. La evidencia disponible es poca, pero ya indica que será insuficiente el alineamiento de manera mecánica -o por simple sumisión- como en tiempos pasados. Estar en la categoría de cómo Roosevelt calificó a “Tacho” Somoza o cómo Khrushov trató a Fidel Castro tras retirar los misiles no proporcionará buen albergue.
Para tener un lugar digno, todos tendrán que practicar un imprescindible ejercicio de comprensión compleja y desarrollar capacidades efectivas. Esto es, una diplomacia aguda, prudencia, flexibilidad y astucia, más una fuerte inversión en Inteligencia Estratégica y modernización profunda de las FF.AA. Esta vez, los intereses y fricciones producirán entrecruces que agobiarán a las capacidades de los Estados.
Sobre el horizonte ya se observan varias de estas tendencias, imposibles de entender fuera de la óptica plutoniana, como las describe G. Steingart. Es decir, de naturaleza volcánica, donde fuerzas altamente expansivas chocan en diversos niveles. Ya lo vemos en Gaza, en Siria, en Ucrania, lugares donde, incluso las llamadas propuestas de paz contienen ingredientes altamente abrasivos. ¿Quién ha ofrecido alguna solución a lo que ocurre en Yemen?
Estos ejemplos, y que son recién iniciales, ilustran cómo la complejidad volcánica empieza a incardinar con reacomodos territoriales de nuevo tipo, donde las dificultades para su reversión o apaciguamiento son reales. Basta ver lo que ocurre entre Pekín y Taipei. Durante toda la Guerra Fría, ambas partes pudieron coexistir y resulta que ahora Pekín anuncia el fin de su paciencia y el consiguiente esfuerzo militar para integrar a Taiwán cuanto antes en su territorio. Eso describe un ambiente plutoniano.
Valores e intereses podrían colisionar también de manera volcánica en América Latina. ¿Quién hubiera imaginado hace pocos años que se iba a incubar uno en el Esequibo, entre Guyana y Venezuela?
Cabe preguntarse si hay respuestas satisfactorias para todos en este nuevo ambiente global.
Todo indica que no. Los conflictos que están emergiendo muestran fuertes demandas por más hobbesianismo. Muestran también que la competencia por el predominio tecnológico dejará un reguero de fracasos y frustraciones, con consecuencias imprevisibles. Grosso modo:
- La competencia por el liderazgo económico global, reflejada en la lucha por la inteligencia artificial, los semiconductores, etc., está siendo feroz, y se han invertido los papeles. El capitalismo estatal chino es ahora el más necesitado de mercados abiertos.
- La ayuda al desarrollo se ha convertido en nueva arma geopolítica, destinada a influir en sectores estratégicos (minería, puertos, tierras agrícolas). Una faceta de esto es la llamada “diplomacia de la deuda” (dependencias de largo plazo y créditos fáciles).
- Las guerras comerciales afectarán inevitablemente las cadenas de suministros. Tariff is the most beautiful word in the dictionary, repite Trump hasta el cansancio.
- La agudización de prácticas de espionaje industrial y la disputa por recursos energéticos, especialmente de fuentes fósiles, ya es una cuestión cruenta. Y se tornará más peligrosa en torno a las energías renovables y a la pugna por la supremacía en un mundo descarbonizado.
- El enfrentamiento por los minerales estratégicos (especialmente tierras raras), imbricará cada vez más intensamente con el desarrollo de la minería lunar (especialmente para obtener Helio-3), con consecuencias profundas, pues está reservado a potencias altamente tecnologizadas.
- El control de las vías marítimas estratégicas del Estrecho de Ormuz (Irán), el Canal de Panamá, Bab el Mandeb (Djibuti) y muy especialmente la ruta ártica, la cual se reflejará más adelante en nuevas definiciones antárticas, implicando enormes gastos en Defensa.
- El fortalecimiento de las FF.AA. chinas, mediante la construcción de portaaviones, submarinos nucleares de última generación y con capacidad de lanzamiento de misiles, nuevos cazas de combate y drones sofisticados puede desatar choques por doquier. No se sabe si la respuesta de EE.UU., vía nuevas alianzas, como AUKUS (Australia, Reino Unido y EE UU) y QUAD (Australia, India, EE UU, Japón), será suficiente.
- La ciberguerra se ha tornado primordial, y seguirá creciendo pues determinará la superioridad en materia de redes satelitales.
- Finalmente, la batalla por la narrativa global (las proyecciones de valores), provocará nuevos bloques y muy dinámicos alineamientos en torno a las nuevas potencias, anunciándose lo que algunos autores ya denominan tecno-feudalismo a lo largo y ancho del planeta.
E. Hobsbawm, un reconocido historiador marxista británico, escribió que el siglo XX fue una era de extremos. Probablemente tuvo razón en cuanto a la extensión geográfica de los conflictos vividos. Abarcaron el planeta casi por completo. Los que se aproximan de ahora en adelante -y lo confirma ese listado preliminar- marcarán otra era de extremos, pero esta vez en cuanto a intensidad y a números de factores intervinientes.
Las superpotencias, las potencias pivotes, las naciones con ambiciones imperiales, los países intermedios y pequeños, todos, están empezando a ser desafiados por los lados, por enfrente, por atrás, por arriba y por abajo. Es decir, un ambiente con innumerables frentes.
Abordarlos no es tarea fácil, ni menos para los latinoamericanos -adoradores del experimentalismo, como dice Sloterdijk-, acostumbrados en su corta vida independiente a ensayar modelos de desarrollo basados en el lirismo, pero rara vez compatibles con grandes expectativas de desarrollo y prosperidad. (El Líbero)
Iván Witker



