Las sillas de Boric

Las sillas de Boric

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Finalmente llegó el día. El tan anunciado cambio de gabinete se produjo, no libre de desprolijidades. Primero se pusieron siete sillas, luego se sacó una y más tarde se sacó otra. Unos nerviosos ministros irrumpieron ordenadamente en el salón Montt Varas, sin espacio —esta vez— para que la parentela pudiera ir a vitorear a las nuevas autoridades.

Entremedio, durante toda la mañana aparecieron ministros salidos, nombres de reemplazo que se cayeron y toda clase de especulaciones. ¿Qué pasó con los que “no fueron”? Será objeto del comidillo posterior.

Mientras tanto, quedan otras preguntas por resolver…

¿Era el momento adecuado para el Gobierno para hacer un cambio de gabinete? La respuesta es, a todas luces, no. Haber hecho ayer el cambio imposibilita intentar crear un relato sobre las “bondades” del primer año. Mal que mal, los cambios se producen siempre en momentos de crisis, y un Gobierno que empezaba a tener un segundo aire se fuerza a conmemorar su primer año reconociendo que, como diría un futbolista chileno, “no se han dado las cosas”.

¿Fue relevante el cambio de ministros? La respuesta también es no. Peor aún, el haber anunciado con tanto tiempo que el cambio venía dio pie para que existieran largos listados, de casi todos los ministros, para justificar su probable salida. De esa forma, el Gobierno gatilló un análisis crítico en todas las áreas. Que Montes no ha funcionado, que el ministro de Educación está fuera, que en Minería no se ha hecho nada, que Grau salía sí o sí… El dejar abierto, por tantos días, que venía el cambio, subió a la picana a demasiados. Y al final salieron muy pocos.

¿Son adecuados (y qué representan) los nombres que llegan? En términos generales, son buenos nombres y reemplazan en todos los casos a ministros con serios déficits de gestión. Van Klaveren es respetado; Jessica López y De Aguirre tienen capacidad de gestión; Pizarro conoce el área y Etcheverry es competente. Todos, salvo esta última, tienen tatuado el arcoíris de la Concertación. Cada uno tuvo su puesto de combate en los 30 años y están lejos de quienes —parafraseando a Jackson— tienen “otra” escala de valores.

¿A quiénes no tocó? En primer lugar, a los amigos. Grau, Jackson y Orellana cuya gestión ha sido paupérrima. Pero ya es sabido lo que les cuesta a los presidentes sacar amigos. Le costó a Bachelet con Peñailillo, le costó a Piñera con Hinzpeter y Chadwick, le costó a Aylwin con Jiménez. En segundo lugar, a los blindados. A quienes, por alguna conveniencia, equilibrio, paridad o falta de reemplazante, no se tocaron pese a que debían salir. De ellos el más emblemático fue el ministro de Educación. Pero hay varios más.

¿Fue a nivel de subsecretarios un cambio cosmético? Definitivamente no. No solo por el número de quienes salen, sino por la señal. El cambio de ayer está marcado por la salida de Ahumada, víctima del septembrismo del país, y de Cuadrado en Salud, víctima de todas sus propias acusaciones a la vacunación de Piñera. De los nombres que llegan hay nombres interesantes como Gloria de la Fuente o Heidi Berner y otros más desconocidos. La suma total mueve necesariamente algunos grados más hacia el centro al Gobierno, equilibra las fuerzas internas y sembrando algunas semillas más de autoflagelación futura en las almas más refundacionales.

¿Fue adecuado el discurso de Boric? No. Se trató de un mal discurso. Primero, arjonísticamente, enumerando todo lo que se ha hecho (lo que no se condeciría con la necesidad de hacer el cambio de gabinete) y luego con un diálogo directo con cada ministro, una fórmula muy usada por Maduro, que le quita total solemnidad a cualquier mensaje. Qué decir el agregar el apodo “Káiser” a Jaime Pizarro al momento de juramento, algo casi escolar. Es indudable que un gran atributo del Presidente es la cercanía y la credibilidad, pero que en este caso su argumentación fue pobre y su informalidad chunga.

¿Qué viene ahora? El Gobierno se enfrenta, más allá de los obvios temas de gestión (delincuencia, inflación, empleo) a tres desafíos gigantes. El primero es ver qué hacer con las reformas. ¿Avanzar “en la medida de lo posible” o morir con las botas puestas culpando a la oposición? El segundo es el proyecto de retiro de las AFP, una fiera que —desde la primera vez— ha mostrado no ser domesticable y que ha embestido en la popularidad presidencial. Y, en tercer lugar, una elección —tan compleja como incierta— de consejeros constitucionales.

Pero hay más. A ello se agrega, hacia final de año, la posibilidad de que un término exitoso del proceso constitucional —lejos de beneficiar—perjudique a un Gobierno que estuvo con el otro proyecto. Si los chilenos aprueban la moderación será el contraste al proyecto refundacional apoyado entusiastamente por el Gobierno. Y eso, sin duda, lo afectará.

Hoy se inicia la segunda mitad del primer tiempo. Tal vez sea el momento de recordar a Adenauer: “En política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias