Ad portas de la llegada del Papa Francisco, los temores por una expresión suya que pudiera complicar la situación de Chile con Bolivia parecen haber pasado. Las señales que han dado desde el Vaticano es que el Santo Padre no quiere convertir su visita en un lío para Chile. Al menos en ese tema.
Pero la propia agenda del Papa muestra que tampoco Francisco quiere pasar inadvertido y cada una de las cosas que diga podrían abrir una serie de recriminaciones mutuas entre los actores políticos, en un momento en que las sensibilidades están a flor de piel.
Para el gobierno el sueño sería que Francisco bendijera su legado, como hicieron ver en una columna firmada por la propia Presidenta de la República. Para la derecha sería un regalo que el Papa se refiriera al valor de la familia y así dejar en incomodidad manifiesta la agenda valórica del oficialismo.
Los organizadores de la visita han evitado ambas agendas políticas y han dicho claramente que Francisco hablará de la migración en Iquique, de los pueblos originarios en La Araucanía, y en la Región Metropolitana visitará una cárcel. En los tres temas el Estado de Chile tiene grandes deudas pendientes.
La situación migratoria en Chile se ha vuelto una bomba de tiempo. Una explosiva llegada de extranjeros en los últimos años, con fuerte presencia de colombianos y haitianos, ha mostrado las precariedades de un país que no se ha querido actualizar. En las ciudades del norte ha aumentado el rechazo a los migrantes, en especial en los sectores populares que deben compartir los pocos bienes públicos a los que tienen acceso con nuevos vecinos. Los municipios, claramente sobrepasados, reciben solo silencio cuando claman por más recursos. Quienes vienen a Chile esperando mejores condiciones encuentran en muchos casos verdaderos infiernos, con abuso sostenido a sus derechos laborales, discriminación y condiciones de vida miserables que los llevan a campamentos. Este año el gobierno se comprometió a una reforma migratoria, que no ha sacado, y sus propios enredos llevaron a la salida del encargado del tema en el Ministerio del Interior.
Sobre el conflicto mapuche se ha escrito lo suficiente, pero no que hay demasiados compromisos pendientes. Aunque en las palabras todos parecen de acuerdo en dar un reconocimiento constitucional a los pueblos originarios, en un sector ofrecen balas y stormtroopers, y en el otro parecen inmovilizados. Los mapuches prefirieron hacerse del poder político con alcaldes, y ahora diputados y senadores. El Papa en sus palabras podría mostrar las precariedades y las deudas del país, generando una larga discusión sobre las culpas de cada coalición.
La visita a un centro de reclusión tampoco es un tema agradable. El INDH y el Poder Judicial han descrito la situación de los derechos humanos de los reclusos, en buena parte producida por el hacinamiento y los pocos recursos que posee Gendarmería. La jubilación millonaria y fraudulenta otorgada a una funcionaria ligada al Partido Socialista dejó en muy mal pie al gobierno en su política carcelaria. Francisco, que como buen jesuita suele ser políticamente incorrecto, podría con sus palabras en este tema también generar un vendaval.
Para el guion que se ha construido respecto a que Francisco viene a un Chile mejor o a un infierno de abortos y derechos gays, las palabras del Papa sobre carencias en políticas públicas para sectores más desprotegidos como los mapuches, los reclusos o los migrantes pueden dejar a todos en muy mal pie. (La Tercera)
Carlos Correa


