Las ideologías de lado

Las ideologías de lado

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El viernes pasado fui con una colega a almorzar a un restaurante al que voy con frecuencia para cerrar distendidamente una semana pesada. Cuando terminábamos, distingo en un rincón a un viejo compañero de colegio al que me referí alguna vez en este mismo espacio. Es un tipo bonachón que ha dedicado su vida a hacer negocios, con los baches propios de esta actividad, pero que tiene un buen pasar. Es marcadamente derechista. Sabiendo que tendría que escribir esta columna, donde me sería imposible eludir la cuenta presidencial sin contar aún con el veredicto de las encuestas, me despedí de mi colega y me acerqué a su mesa para conocer su opinión.

“¿Qué te pareció Boric?”, le pregunté a bocajarro. “Insoportablemente largo. Nadie le prestó atención. No subirá ni una décima en las encuestas”, respondió sin vacilar. Asentí; luego dije, con cierta timidez: “pero imagina si hubiese sido corto: le habrían acusado que no tenía nada que mostrar”.

Me miró dudoso. “Es que ha dicho tantas cosas y se ha dado vueltas tantas veces que uno ya no sabe qué pensar”, señaló. Entonces le lancé la cantinela de siempre: que es joven, que lo que hay que ver es su curva de aprendizaje y su potencial, que los cambios han ido en general en la dirección correcta; en fin, que en tiempo de tanta aceleración el liderazgo que sirve no es el que se aferra a los planes y programas, sino el que se sabe adaptar a circunstancias cambiantes.

No se inmutó. Era obvio que mi raciocinio le había resbalado. “El tipo se ubica, es sensible. Hasta me cae bien. Pero lo rodea gente fanática y poco preparada”. Esto ya me irritó. “¿A quién te refieres?”, le dije, y en seguida hice un recorrido por las principales figuras del gobierno. Rematé con una afirmación que creí inexpugnable: “Si lo miramos fríamente, creo que no hay una mejor tripulación para normalizar al país después de haber estado cerca de la catástrofe”.

Asintió con la cabeza, mas no se rindió. “Pero mira el resto. Puros novatos que se la pasan haciendo embarradas”. Recordé en ese momento algo que me señaló el máximo ejecutivo de una de las mayores empresas chilenas. “He conversado con gran parte de la primera línea del gobierno, y la verdad es que no me he encontrado con ningún ignorante ni obcecado. Son gente bien formada, aunque por cierto no en Chicago. Que saben lo que no saben, y que por lo mismo escuchan y se muestran dispuestos a aprender. Los del gobierno anterior, de capitán a paje, creían saberlo todo. No dejaban hablar: daban clase”. Pero me lo callé y preferí ser empático. “Te concedo que a nivel de los mandos medios hay mucha gente incompetente o que derechamente rema en contra, y que a nivel parlamentario a veces parece un gallinero. Pero esto viene de antes; desde que se perdió el poder cohesionador de la transición y el Estado se quedó atrás ante las nuevas demandas de la sociedad”.

Otra vez noté que mi argumento le resbalaba. Lo dejé hasta ahí. Me interesaba otro tema. Quería saber qué le había parecido el tono conciliatorio y poco confrontacional del discurso presidencial. “No te engañes”, reaccionó en seguida. “Si estuviera realmente interesado en la unidad habría omitido la referencia a los 50 años y a Pinochet”. Quedé pasmado. “Pero, ¿cómo va a obviar un evento histórico que es clave para el país y para las corrientes que representa? No me pareció que lo mencionara para acusar, sino para aprender que el respeto a los derechos humanos y la democracia es el límite de la política”.

Mi amigo guardó silencio unos segundos. Luego me dijo, con evidente ánimo de cerrar la conversación: “este país va a avanzar cuando se dejen las ideologías de lado”. Hice un gesto de consentimiento, aun sabiendo que ambos teníamos en la mira blancos diferentes. El viernes volveré sin falta al mismo restaurante, a ver si me lo topo. Pero esta vez llevaré bajo el brazo la encuesta Cadem. (El Mercurio)

Eugenio Tironi