La tiranía de las encuestas

La tiranía de las encuestas

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Un fantasma recorre Chile.

No es un fantasma animado de buenas intenciones, como el de Sir Simon al que, en “El fantasma de Canterville”, Oscar Wilde describe tratando de ahuyentar sin éxito a los norteamericanos de su castillo familiar. Y mucho menos es un fantasma amistoso, como el Gasparín de las caricaturas que entretuvieron mi niñez. Este es un fantasma tiránico, que ha impuesto su dictadura sobre la política y la opinión pública y parece a punto de controlar las decisiones personales de chilenas y chilenos en las próximas elecciones presidenciales.

Ese tirano es la encuesta. No una en particular, sino el concepto mismo, elevado a oráculo infalible. Las encuestas no solo miden lo que supuestamente pensamos, sino que dictan lo que debemos pensar y, en muchos casos, hacer. Son el nuevo GPS moral de la República: si una candidatura presidencial sube, todos a celebrar; si baja, ¡a cambiarnos de preferencia de opinión, rápido! No vaya a ser que nos descubran decidiendo por cuenta propia. ¿Quién necesita deliberación democrática si tenemos gráficos de barras y márgenes de error de empresas que, con ellos, nos muestran lo que pensamos y lo que queremos?

Pero resulta que quizás no pensamos como esas empresas nos dicen. Porque los métodos que ellas usan para lograr sus resultados son tan precarios e imprecisos, que harían sonrojar a un estudiante de primer año de estadística.

Lo anterior lo demostraron los doctores en estadística Francisco Cumsille, Sergio Muñoz y Carlos F. Henríquez, profesores de la Universidad de Chile, de la Frontera y de Valparaíso, en un artículo publicado el 16 de abril recién pasado por el Diario U. de Chile de la Radio de la Universidad de Chile. En su artículo nos recuerdan que para que una encuesta pueda ser generalizable a la población de origen, el subconjunto que constituye la muestra debe ser seleccionado sobre la base de la teoría de muestreo probabilístico que determina el tamaño de la muestra. Pero -según los autores- ese está lejos de ser el método utilizado por encuestas como las de “Pulso Ciudadano”, “IPSOS”, “Criteria”, “Tú Influyes”, “La Cosa Nostra (LCN)” o “Black and White”, puesto que sus encuestas están aplicadas a un panel constituido por personas voluntarias predispuestas a participar en estudios de mercado. Es posteriormente que, de ese panel, se selecciona una muestra, por lo que la población original pasa a ser substituida por dicho panel de voluntarios.

Y aquí es donde se deben aclarar algunas cosas que los autores de las encuestas no parecen dispuestos a explicar: ocurre que el panel, al ser de voluntarios, no tiene por qué guardar relación con las proporciones o características de la población sobre la cual se supone que se quiere aplicar la encuesta. Esa población original se suele definir como de chilenos y chilenas de más de 18 años de las 16 regiones del país. Las proporciones de edad, sexo, distribución geográfica y otras, de esa población, que deberían estar presentes en la encuesta nacional estratificada, desaparecen en el panel de voluntarios puesto que puede resultar que esos voluntarios tengan una composición de edad completamente diferente de la nacional, tiendan a agruparse territorialmente de manera distinta de la distribución territorial de la población del país, tengan una composición por sexo diferente a la del país y así con todos las características  que se deben tener presente en una estratificación. Y lo más serio y grave si se tiene en consideración que en este momento prácticamente todas las encuestas versan sobre las preferencias electorales de la población: es posible que las personas que finalmente acceden de forma voluntaria a integrar el panel, tengan por coincidencia una misma orientación política o un mismo estado de ánimo o un mismo carácter estable o inestable y que esas características no guarden relación alguna con aquellas de la población en general. Lo cierto es que todo es posible. El panel no es una muestra aleatoria y estratificada sino un conjunto de personas de buena voluntad reunidas por la casualidad.

Pero no es todo. Como anoté antes, de este nuevo universo o población que es el panel, que probablemente ya tenga poco que ver con el Chile real, se “selecciona” una muestra… que en realidad no es una muestra sino el conjunto de personas que contestaron el teléfono o respondieron el cuestionario que recibieron por Internet. En otras palabras, la “muestra” se ha formado sin ningún criterio -excepto el de la buena o mala suerte de haber contestado el teléfono o atendido a Internet- reuniendo a un conjunto de personas que bien podrían acentuar las distorsiones ya presentes en el panel. A esas alturas, la calidad probabilística y la estratificación de la muestra sobre la cual se hace la encuesta termina por desvanecerse del todo, para dejar lugar a un conjunto de personas reunidas al buen tun-tun, cuya opinión sólo un prodigio de buena suerte puede hacer coincidir con la de las chilenas y chilenos que se dice haber encuestado.

La situación descrita es la que explica que las encuestas raramente se acerquen a los resultados reales de los eventos electorales, aunque, por aquello de la buena suerte, alguna de ellas llegue a aproximarse provocando los gritos de júbilo de sus autores que alimentarán con esa coincidencia la propaganda de su producto hasta la nueva elección. Sin embargo, los más sesudos analistas y los más famosos opinólogos siguen construyendo análisis y opiniones sobre la base de lo que esas encuestas muestran. Es más: la agenda política toda tiende a estar orientada por las encuestas que parecen guiar las reacciones de electores y de candidatos, tanto de quienes se creen triunfantes como de quien se sienten perdedores. Ya está dicho: las encuestas están imponiendo su dictadura sobre nuestra política y nuestra sociedad.

Deberíamos hacer algo por cambiar esa triste situación, pero, probablemente por inercia o por comodidad, cada mañana los programas de televisión y radio, así como análisis y opiniones, seguirán basándose en esa realidad distorsionadas que nos ofrecen las encuestas. Frente a esa realidad fantasmagórica, prefiero mil veces al simpático fantasma de Canterbury o a Gasparín. (El Líbero)

Álvaro Briones