La ternura del verdugo-Roberto Astaburuaga

La ternura del verdugo-Roberto Astaburuaga

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Daniel Loewe celebra la eutanasia como “una buena noticia”: signo de una civilización tan madura que el médico puede escoger si curar o matar según el gusto del paciente. Pero la realidad -esa señora que no lee a los sofistas- dice otra cosa: en Países Bajos las muertes por soledad y trastornos mentales crecieron un 10% en 2024, y Canadá debió postergar su expansión a enfermedades psiquiátricas tras constatar abusos. Cuando la compasión se vuelve política, se transforma en máquina, y las máquinas no tienen remordimientos. Chile, en cambio, ya reconoce el derecho a cuidados paliativos integrales y sedación terminal. Podemos aliviar el dolor sin administrar la muerte.

Loewe invoca la autonomía como fundamento moral supremo, pero su razonamiento gira sobre sí mismo: “La vida vale si la deseo; no la deseo, luego no vale”. Un espejo que se aplaude por coherente. Así, el pluralismo se convierte en dogma y el yo autónomo en religión de Estado. Paradójicamente, hay que respetar la valoración subjetiva de quien quiere morir, pero no la de quien niega ese axioma impersonal. La libertad se impone por decreto: el nuevo paternalismo ordena ser autónomo.

El Estado, antaño protector de la vida, ahora acompaña a la muerte con formulario y testigos lúcidos. No tutela para vivir, sino para desaparecer con protocolo. Y ese pluralismo que niega todo valor común acaba siendo un vacío compartido: si la vida es relativa, también lo son la libertad y la democracia.

Toda comunidad, incluso la más laica, necesita bienes indisponibles: la vida, la verdad, la justicia, la dignidad. Sin ellos no hay suelo común, sólo cálculo. Pero la panacea de la autonomía se desintegra: el individuo moderno, reducido a molécula moral, termina revelándose como un niño que juega a ser rey sobre una silla. Su “mayoría de edad” no es otra cosa que una rabieta perpetua contra todo padre, humano o divino.

En realidad, toda vida comienza como deuda: nadie se da el ser ni sobrevive sin otros. La autonomía existe sólo en relación. Cada argumento de Loewe que pretende entronizar al soberano autónomo se apoya en vínculos que muestran la ilusión: el pedestal nunca existió. El liberal cree sostenerse solo, cuando en verdad vive gracias a los demás.

No. La eutanasia no es una buena noticia: es la antesala del último formulario del Estado moderno: “Marque con una cruz si desea seguir existiendo”.

Y entonces, el liberal sonríe, el médico asiente y el paciente -libre, autónomo, plural- se convierte, al fin, en el ciudadano perfecto: el que ya no respira y, por lo mismo, ya no piensa. Cuando una sociedad autoriza a matar en nombre de la compasión, pronto descubre que la compasión es cara y la muerte, barata. Y así, el tan celebrado progreso liberal se revela como lo que es: la administración racional de la desesperación. (El Líbero)

Roberto Astaburuaga Briseño

Abogado de Comunidad y Justicia