La seguridad, un proyecto nacional

La seguridad, un proyecto nacional

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Las declaraciones del Presidente Gabriel Boric este viernes —luego del asesinato, otro más, de un carabinero— deben ser objeto de análisis, por el valor que, bien miradas, revisten.

¿Qué dijo el Presidente?

Dijo que el logro de la seguridad debía ser un esfuerzo compartido y que en ese esfuerzo la distinción entre izquierda y derecha no solo es impertinente, sino que contribuye a que la delincuencia se expanda. Subrayó entonces la necesidad de convenir una misma actitud frente al crimen organizado, como si fuera no una cuestión gubernamental, sino una tarea nacional.

Y ese es el punto que vale la pena destacar.

Una tarea nacional.

Cuando se habla de tareas nacionales o de proyectos nacionales, suele pensarse en grandes gestas inspiradas por una imagen del futuro que evoca el logro de bienes largamente apetecidos, en verdaderas proezas: el desarrollo, la igualdad en base al mérito, la justicia, la desaparición de cualquier desmedro y así. Es como si el entusiasmo de la gente y el sentido de unidad solo se despertara cuando la imaginación se desata y se inflama con imágenes finales donde aguarda el bienestar.

Pero, en ocasiones, las sociedades, como las personas, recuerdan que sostener lo más básico de la vida, eso que hace posible que se logre y se alcance todo lo demás, puede ser también un esfuerzo con sentido nacional. Es verdad que la imaginación política está colmada, anegada de ideas gigantescas como la igualdad, la justicia o la libertad; pero, bien mirado, ninguna de esas cosas puede ser alcanzada si primero no se alcanza la seguridad, si no se logra que la vida social y la interacción entre las personas se guíe por reglas que la hagan predecible y calculable y que, de esa forma, hagan posible la cooperación. Después de todo, es hora de recordar que, sin seguridad, sin que la gente sepa a qué atenerse en la dimensión más básica de la vida —como transitar sin peligro en la calle, estar seguro en el hogar— ninguno de esos otros bienes es posible de lograr. No hay libertad posible en medio de la selva o el desorden; tampoco es posible una distribución justa de oportunidades cuando el azar del balazo o la encerrona en el barrio es lo que decide; menos hay voluntad de cooperar cuando en vez de la cortés hipocresía hay simple incivilidad.

Y es que la seguridad —saber a qué atenerse en el resguardo de lo que más nos importa— es el a priori funcional de la vida.

Hay, pues, una cierta escala ordinal, jerárquica, una cierta prelación de bienes en la vida social: si no se alcanzan algunos de ellos, los demás se hacen simplemente imposibles. Puede decirse, en términos algo más técnicos, que la seguridad, lograr que impere un orden predecible de conductas e interacciones en la vida social es la condición de posibilidad de todo lo demás. Usted puede ser de izquierda o de derecha, republicano, UDI o comunista, y debido a esa pertenencia aspirar al logro de bienes muy disímiles a los de sus competidores; pero todo eso es un juego grotesco si primero no se construye y se sostiene la circunstancia que es la condición de posibilidad de todo lo demás. Sí, es cierto, la vida democrática es inevitablemente, y está bien que así sea, una permanente lucha de convicciones donde cada uno persigue bienes finales distintos y a veces incompatibles con los que empujan y por los que abogan los otros, de manera que cuando el acento se pone en ellos inevitablemente las posiciones se alejan. Pero si se repara en que ninguna de esas convicciones tiene sentido, y a la gente han de parecerles frívolas, si primero no se asegura un orden predecible y legítimo de reglas, porque este último es la condición que hará posible todo lo demás. Después de todo, solo hay vida social genuina allí donde cada uno sabe qué cuenta como regla exigible en su relación con los otros y se somete a ellas porque sabe que, si no lo hace, la fuerza legítima del Estado lo coaccionará para que lo haga.

Es por eso un gigantesco error dejar entregado el tema de la seguridad a un solo sector político, como si la seguridad fuera un bien frente al que optar, al que se pudiera, llegado el caso, desechar para preferir otros más apetecibles y relevantes. También sería un error (aunque es probable que eso ya esté ocurriendo) erigir a la seguridad enfrente de la inseguridad como el nuevo clivaje del sistema político, el lugar que separa las aguas entre la derecha (que estaría empeñada en alcanzarla) y la izquierda (ignorante de su relevancia y preocupada de otros bienes como la igualdad). Si eso ocurriera, si en la competencia electoral la seguridad se erigiera en el nuevo parteaguas, si el tema de la seguridad estructura un nuevo clivaje (donde unos están a favor de alcanzarla y los otros no), entonces el esfuerzo común para luchar contra el crimen organizado se hará difícil si no imposible y el resultado será que el problema, al menos en el corto plazo, se acrecentará.

Ese es el sentido que se puede advertir en esa intervención del Presidente Gabriel Boric que sí, es cierto, ha dicho y hecho muchas cosas a veces contradictorias y opuestas entre sí; pero esta que acaba de decir o insinuar, que el logro de la seguridad debe ser una tarea nacional y no tema de frívolos u oportunistas o pícaros electorales, es de las cosas más sensatas de todas las que ha dicho y es de esperar que, luego de oírlas, los frívolos, los oportunistas y los pícaros que suelen encontrar aquí un tema para favorecer su propio punto de vista sin atender a la verdadera índole del asunto, enmudezcan. (El Mercurio)

Carlos Peña