La elección de José Antonio Kast no inaugura un simple giro pendular, sino un nuevo momento de la espiral política chilena. A la luz del gobierno de Boric, sugiero aquí simetrías, tensiones internas y riesgos ideológicos del bloque que hoy accede al poder, en un contexto marcado por el miedo, la demanda de orden y la tentación de una “democracia protegida”.
En el espejo retrovisor
Si con la debida perspectiva histórica uno observa la sucesión de bandas presidenciales durante la última década y media en Chile, la tentación de recurrir a la metáfora del péndulo resulta casi irresistible para analistas apresurados y opinólogos que desean evitar el espesor de la historia. Dirán que ésta oscila mecánicamente: tic, tac; izquierda, derecha; Piñera, Bachelet, Piñera, Boric y ahora Kast.
Por mi parte, quisiera sortear esa figura de física elemental que sugiere un movimiento perpetuo y predecible en el vacío. Lo que hemos vivido, y lo que se consuma ahora con la elección del Presidente electo José Antonio Kast, no son oscilaciones mecánicas de izquierda a derecha y viceversa, sino contingencias complejas en circunstancias históricas determinadas.
No estamos frente a un reloj de pared, sino atrapados en una espiral dramática que, desde hace ya un tiempo, nos arrastra desde las ilusiones gerenciales de Piñera 1 a las reformas estructurales de Bachelet 2, del colapso de expectativas con Piñera 2 al fallido ímpetu generacional de Boric y ahora, finalmente, al experimento restaurador del orden prometido por Kast.
La elección de Kast el domingo pasado lo sitúan a él y a su gobierno frente a problemas similares —a la vez que distintos y en un diferente contexto nacional y global— a aquellos que debió enfrentar Gabriel Boric tras su triunfo en aquel verano de 2021. Hay ciertas simetrías de origen que merecen ser desmenuzadas para anticipar lo que podría significar el nuevo gobierno comparándolo en el espejo retrovisor con aquel que asumió hace cuatro años.
La trampa del maximalismo y la inflación de expectativas
En efecto, si miramos con detención, ambos candidatos ganaron montados sobre plataformas maximalistas. Boric lo hizo convencido de que la desigualdad estructural era el cáncer terminal de Chile; Kast lo hace ahora bajo la premisa de que el desorden y la anomia son nuestra gangrena. Ambos operaron con una idea matriz subyacente: que el país está crónicamente enfermo, “se cae a pedazos”, y requiere una urgente refundación o restauración; en un caso de su base constitucional y modelo de desarrollo; en el otro, de orden moral-cultural y sus bases de autoridad.
Ambos llegaron al poder, entonces, enarbolando grandes —e incumplibles— promesas, desatando una inflación de expectativas. Si la izquierda prometió dignidad y derechos sociales universales casi por decreto, la nueva derecha promete seguridad total y un retorno al crecimiento, promesa que desafía las leyes de gravedad de la sociedad actual. El riesgo es idéntico: crear una brecha entre las promesas de campaña y la irrealidad de su concreción posterior, momento exacto cuando nacen las crisis de legitimidad. En uno y otro caso, la falta de recursos de todo tipo —de liderazgo, directivos, de gestión política, técnicos y presupuestarios— volvían previsible el incumplimiento de la promesa resultado desde el momento mismo del triunfo electoral.
Más profunda aún es la similitud en la autopercepción de los respectivos elencos gubernativos en ese momento inaugural. Ambos se conciben a sí mismos como encabezando a unas nuevas élites políticas, dispuestas a remover y reemplazar a la élite previa de su sector que consideran agotada y carentes de proyección hacia el futuro.
Así, Boric levantó una alternativa de élite fundada sobre una nueva generación de jóvenes, reminiscente de aquella juventud creadora y adánica que proclamó el poeta Vicente Huidobro en su Balance Patriótico: “El país no tiene más confianza en los viejos, no queremos nada con ellos. […] Entre la vieja y la nueva generación, la lucha va a empeñarse sin cuartel”.
Kast, por su parte, llega rodeado del germen de una nueva élite de derechas que busca sustituir a la “derechita cobarde”, tibia y consensualista; aquella que, a ojos de republicanos y nacional-libertarios, traicionó los principios al ceder frente a la hegemonía cultural de la izquierda. La vanguardia renovada se fundaría sobre la base de un núcleo conservador cristiano y un neoliberalismo recargado, heredero de una concepción de “democracia protegida” y un énfasis absoluto en la “seguridad nacional” entendida como seguridad interior del Estado, en línea con la doctrina inaugurada durante la dictadura de Pinochet. Dicha vanguardia es continuadora, por ende, de una tradición de derecha dura, situada en las antípodas de los liberales de antaño y de las modernas ideologías liberal-democráticas.
La geometría de los anillos: gobernar con adversarios
Quizá el desafío arquitectónico más complejo que enfrentará Kast, el cual replica casi con exactitud matemática el drama de Boric, es la composición de la base de sustentación de su gobierno. Ni uno ni el otro llegan al poder con una fuerza monolítica, ni siquiera coherente.
Ambos arriban al gobierno con coaliciones integradas por fuerzas adversarias dentro de sus respectivos sectores. Recordemos la arquitectura del gobierno que se despide: Boric contó con dos anillos en su alianza de adversarios, uno más próximo a él (Frente Amplio y su aliado más próximo, el PCCh) y otro más alejado (generacional e ideológicamente) conformado por el progresismo del Socialismo Democrático (PS y PPD en lo fundamental).
Durante cuatro años asistimos al espectáculo de cómo ambos anillos lucharon por la hegemonía del sector, compitiendo por la influencia de sus ministros y subsecretarios y desgastando la autoridad presidencial en disputas de “alma” versus “responsabilidad”; ética de valores frente al ethos del deber. Hasta hoy esa dualidad se mantiene y no desaparecerá con el cambio de gobierno. Al contrario, tenderá a profundizarse con la derrota de las izquierdas, como veremos en las próximas semanas y meses.
A su turno, Kast tendrá un bloque similarmente complicado de administrar. Su estructura de poder se asemeja a un sistema planetario inestable compuesto por tres anillos.
Primero, un anillo íntimo —de republicanos y socialcristianos—, donde reside la lealtad doctrinaria y el núcleo duro del Presidente electo. Ahí el cemento moral es granítico: Dios, patria y familia. Valores del occidente cristiano versus el mundo secularizado; jerarquía de pensamiento, status y cultura contra una (pos)modernidad descarriada. Esta doctrina de vieja raigambre hispánico-reaccionaria es heredada en el caso de republicanos a través del pensamiento político de Jaime Guzmán, el Kronjurist de la dictadura chilena como lo llama Renato Cristi, su más lúcido e incisivo estudioso.
Segundo, el anillo libertario de Johannes Kaiser (situado a la diestra de Kast, si se quiere), una fuerza centrífuga que desprecia el Estado que ahora debe administrar. Este segundo anillo es el de las “batallas culturales” que Kaiser define en su programa —eruditamente y con una fuerte impronta gramsciana— de la siguiente forma:
“Utilizamos el concepto ‘Batalla’, no como una simple disputa, escaramuza, o refriega de corte intelectual, porque batalla es en rigor, una lucha o Combate A Gran Escala, que requiere de acción racional, y, sus objetivos y medios se despliegan estratégica y tácticamente en el espacio y tiempo, frecuentemente enmarcados en una guerra. En nuestro caso, lo reconocemos como Batalla porque es un conflicto de magnitud, en que, lo que está en juego, no es el natural ajuste, cambios o reformas que toda cultura o comunidad humana conlleva en sí misma, sino un cambio cultural significativo, artificialmente impuesto, una ‘ingeniería social’. En el que efectivamente se está desarrollando un combate por los aspectos esenciales de la cultura, los más relevantes. Y ‘Cultural, porque opera dentro de la propia esfera cultural. Aquí, la ‘cultura’ no es simplemente la causa final, el objetivo de la contienda, sino también, es su propio medio, se da por sus medios y dentro del dominio de la esfera ‘cultural”.
En breve, a partir de ahora, el Presidente electo tendrá que administrar, entre otras cosas, a su falange de guerreros culturales, extraña mezcla de libertarios con “ingenieros de almas”, dispuestos a imponer una refundación cultural de la sociedad que el propio Kast propició mediante el fallido intento de restaurar un orden constitucional conservador cristiano el año 2023. Una Constitución “de la seguridad, ethos conservador, libertad de mercados y una democracia protegida frente a los riesgos de sus propios excesos y el desborde de las demandas y las fantasías populares” según escribí en esa época, en este mismo lugar. Este mismo filón —de antropología y filosofía cristiano-católica como gusta decir el círculo cercano a Kast— inspiró también la campaña del Presidente electo, tal como señala con orgullo un artículo reciente.
En cuanto al teatro de guerra previsto por el Programa de Kaiser, incluye las siguientes órdenes de batallas (citas directas, pero abreviadas a lo esencial):
- Recuperar el lenguaje tradicional, sin deformaciones progresistas; rechazar sin dudar el supuesto “lenguaje inclusivo”, “de género” o “neutro”, rupturista contracultural.
- Defender la familia, como núcleo civilizatorio; reafirmar el valor del matrimonio religioso y la autoridad de los padres junto con rechazar la intromisión del Estado en la crianza, en la educación y la enseñanza.
- Defender la vida, un don que nos ha regalado Dios, que debemos proteger y defender.
- Defender la propiedad privada, lo propio y lo del otro, señorío sobre la propia vida y base de “justas desigualdades”.
- Limitar el Poder del Estado a un carácter no totalitario, sin imponer una visión del mundo secular, laicista, por muy “neutral” que parezca.
- Relegar todo rastro de la ideología de género, incorporado en forma de sesgos, discriminación positiva, privilegios, cupos reservados, etc.
- Volver a la Meritocracia en que los individuos son seleccionados, recompensados y avanzan en función de su mérito personal,
- Recuperar el rol de formación integral del sistema educativo, erradicando el adoctrinamiento ideológico en colegios y universidades, impuesto por el currículo Estatal.
- Estimular la participación Privada en la Cultura, comenzando la migración de la dependencia Estatal del aparato cultural a la responsabilidad e iniciativa de la gente, de los vecinos.
- Revisaremos la oferta literaria en bibliotecas de todo Chile para garantizar una real diversidad de la mirada histórica, reciente y antigua, para eliminar el sesgo ideológico. Aquellos libros expresamente para niños y adolescentes con contenido ideológico, sexual y corrompido serán descatalogados.
Juntos, ambos anillos —el de Kast y el de Kaiser— conforman la parte mayoritaria de la “derecha dura” chilena. Pero el bloque que apoya al Presidente electo cuenta adicionalmente con un tercer anillo integrado por un trasquilado Chile Vamos (UDI, RN y Evópoli), más los remanentes de Demócratas y Amarillos.
Este último, heterogéneo, conglomerado se haya recorrido, a su vez, por tensiones entre un polo UDI, indistinguible doctrinariamente de republicanos, y un variopinto “polo piñerista” que se imagina a sí mismo liberal-centrista-moderado. Si bien mantiene un ininterrumpido lazo de “complicidad pasiva” con la dictadura de Pinochet, sin embargo, suele recordar con orgullo, no los “años de plomo” del autoritarismo cívico-militar, sino su participación en los acuerdos que hicieron posible la transición, recuperación y consolidación de la democracia.
Sin duda, un bloque como este con sus tres anillos de naturaleza adversaria —en lucha por la hegemonía del sector y entre los líderes y las corrientes al interior de cada uno— será difícil de gobernar. Hace pocos días, una analista del sector lo expresaba así:
«Si (Kast) llega a La Moneda, deberá gobernar con una coalición inevitablemente heterogénea. A su izquierda política estará Chile Vamos, con liderazgos como Evelyn Matthei, portadores de una derecha más institucional, pragmática y con experiencia de gobierno. A su derecha estarán los libertarios de Johannes Kaiser, con una lógica más confrontacional, menos dispuesta a transacciones y con incentivos permanentes a presionar por coherencia ideológica».
«La clave no será eliminar esas tensiones, porque es imposible, sino ordenarlas. Kast no podrá gobernar como si Chile Vamos fuera oposición ni como si los libertarios fueran simples aliados circunstanciales. Ambos serán necesarios para sostener mayorías, pero también contener potenciales focos de desestabilización«.
«Si no existe una jerarquía clara y una arquitectura política bien definida, el proyecto colapsará«.
Resulta sorprendente que, a lo largo de los últimos meses, ni la capa intelectual ni la capa estratégica del kastimo republicano hayan atendido a esta cuestión fundamental de arquitectura de la gobernanza de la propia coalición, condición elemental para luego ofrecer gobernabilidad al país. Es evidente que al interior de esta “gran coalición” hay una sorda lucha por el control y la hegemonía del sector. Hasta el momento, la derecha dura articulada en torno a republicanos lleva la mano ganadora, habiendo sometido cultural, electoral y tácticamente a la derecha tradicional conservadora-liberal y, en particular, al “polo piñerista”. Difusa hasta hoy es la alianza con Kaiser y sus nacional-libertarios, al parecer más útiles para “centrar” la imagen de campaña del candidato Kast que para ser incorporados al gobierno.
Pero Kast —si desea ir más allá de su núcleo histórico— necesitará asociar a los tres anillos y sus liderazgos y fracciones internas, incluyéndolos en su diseño de gobernanza si no desea quedar atrapado, desde el primer día, por la “cuestión sucesoria” y el debate de los delfines.
Cuenta para este efecto con una ventaja comparativa que consiste en su cercanía social, histórica, biográfica y formativo-cultural con la UDI, cosa que no tuvo Boric en relación al PS al momento de diseñar su gobierno. Al contrario, el líder frenteamplista y su círculo intimo carecían de lazos vitales y de complicidades subterráneas con la generación política que le precedía. Más aún, él y sus seguidores habían juzgado y condenado al PS y la Concertación, a quienes consideraban meros herederos y administradores del “modelo neoliberal”.
Al contrario, Kast habla un mismo idioma y comparte unos mismos códigos con la élite gremialista (UDI), de la cual se proclama fiel sucesora; una copia más fiel que el original.
De hecho, el segmento más afiatado del núcleo Republicano, así como un número importante de sus cuadros intermedios, provienen de la UDI y son descendientes de la misma matriz gremialista, de la irradiación ideológica del pensamiento de Jaime Guzmán y de una tryectoria política que arranca del régimen dictatorial de Pinochet.
Del lado de la UDI, su vieja guardia y nuevos cuadros directivos, existe esa misma sintonía con la actual situación histórica. Según decía en días pasados Pablo Longueira, su más destacado figura, un “coronel” ya retirado:
“Tenemos que hacernos cargo que en nuestro mundo existe diversidad. El fondo, es cómo la estructuras y la organizas para poder construir un Gobierno que le ofrezca al país un camino de unos 12 años, porque creo que los países no progresan si se van alternando [los gobiernos] cada cuatro años”. Para él, este es un momento crucial: “¿Vas a ser un gobierno en la expresión más dura de la derecha? Eso te va a durar cuatro años y, lo más probable, es que no puedas cumplir las expectativas que se han generado. Necesitas una nueva mayoría, un nuevo conglomerado, que acompañe en este desafío que tiene la derecha chilena. Y si no son capaces de construirlo con amplitud, [tampoco] puedes construir un cambio político que perdure en el tiempo [será] una aventura de cuatro años”.
Ideología oculta y redes globales
En perspectiva de la gobernabilidad, Kast representa, igual que Boric ayer, un compendio de heterogéneas ideologías de su sector; en su caso, aquellas expresadas en los tres anillos que acabamos de visitar. Su programa de gobierno 2026-2030, titulado convenientemente de “Emergencia”, esconde de manera cuidadosa la identidad ideológica más profunda de su programa anterior (aquel de 2021), denominado “Atrévete”, el que formulaba un abierto llamado a la guerra cultural.
No dejemos que este ocultamiento táctico se confunda con un vacío, sin embargo. Como acabamos de ver, es ocupado por antiguas y renovadas declaraciones del propio Kast y por el segundo anillo —Kaiser y su movimiento nacional-libertario— que ahora enarbola con entusiasmo las banderas de la batalla cultural, acompañada de un programa económico más libertario que neoliberal.
Por su lado, ambas corrientes de derecha dura que desde el domingo aparecen como los pilares del gobierno de Kast, encarnan nítidamente una ideología de derechas radicales, extremas o ultras a nivel internacional. Dichas corrientes no son, en efecto, un fenómeno aislado o puramente chileno; al contrario, son parte de una ola creciente que recorre el mundo de las democracias capitalistas. El propio Kast, y últimamente Kaiser también, participan activamente en las redes y los circuitos internacionales de ese movimiento donde se hallan presentes personajes tan distintivos como Bukele y Trump, Orbán y Meloni, Milei y los anarcocapitalistas de las derechas radicales.
Con todo, para efectos de nuestro análisis, el modelo del “trumpismo” es el más próximo y el de mayor irradiación; un régimen de “autoritarismo competitivo” como lo llaman Levitsky, cientista político de la Universidad de Harvard, y sus colaboradores.
¿En qué consiste?
Sus principales características identificadas por los autores en dos artículos publicados en la revista Foreign Affairs (2025) son los siguientes:
- Es un régimen donde se mantiene una competencia electoral “real pero injusta”: hay regularmente elecciones multipartidistas y la oposición es legal, pero el incumbente inclina la cancha a su favor mediante el abuso del poder estatal.
- No es una “dictadura clásica”, pero sí representa un quiebre con la democracia liberal: no desaparece la Constitución ni se eliminan las elecciones, pero el régimen deja de cumplir estándares de democracia liberal (elecciones libres/justas y libertades civiles amplias).
- Purga y llena el Estado con leales: debilitamiento del servicio civil y reemplazo de profesionales por operadores políticamente leales; con ello se “convierten en armas” agencias clave (Justicia, FBI, IRS) para usos antidemocráticos.
- Judicialización selectiva y acoso administrativo: fiscalías, agencias tributarias y otras burocracias se emplean para investigar/procesar adversarios por faltas menores; aun sin condenas, la investigación funciona como castigo (costos, tiempo, reputación).
- Blindaje de aliados e incentivo a la impunidad: un sistema de justicia también “convertido en arma” protege a operadores oficialistas, tolerando actos ilegales si son “en favor” del gobierno, incluso con indultos cuando es necesario.
- Asedio y cooptación de la sociedad civil organizada: presión sobre universidades, académicos y grandes oficinas de abogados; investigaciones, congelamiento de fondos y amenazas contractuales/administrativas que debilitan organismos cívicos y desalientan la protesta.
- Control indirecto del espacio público (medios de comunicación y redes sociales): demandas e investigaciones regulatorias elevan el costo de informar críticamente, fomentan la autocensura y habilitan capturas/realineamientos empresariales de medios. Hasta los humoristas sufren persecución.
- Sesgo material de la competencia: intimidación a donantes y financistas (amenaza de investigación/hostigamiento) produce retraimiento de aportes y ventaja recaudatoria para el oficialismo, inclinando la cancha sin necesidad de prohibir partidos.
- Politización del aparato coercitivo y erosión de la legalidad, “convertir en arma” las fuerzas de seguridad, militarización de calles y ciudades y una intensa retórica de “enemigo interno”.
- Subversión rutinaria de la separación de poderes mediante decisiones ejecutivas fuera del marco legal ordinario; en la práctica, “gobierno de emergencia”.
- Efecto agregado clave: más que una represión frontal, el mecanismo decisivo es subir el costo de oponerse para inducir retraimiento, autocensura y desmovilización, que termina consolidando la asimetría competitiva.
En el caso chileno, puede especularse, razonablemente estimo yo, que los anillos primero y segundo del futuro gobierno (republicanos y social cristianos, más nacional libertarios de Kaiser se aceran, con todas las peculiaridades del caso (y de las herencias ideológicas del caso) a una ideología del tipo ideal “autoritarismo competitivo”. La que, agreguemos de inmediato, tampoco es ajena a algunos grupos de Chile Vamos.
Esta es una hipótesis, una conjetura, si se quiere; no una constatación ni una profecía. ¿Por qué?
Porque en Chile tal ideología de gobierno está in nuce, en estado embrionario, recién empezando a estrenarse y a entrar en operación. Quizá aquí resultaría más correcto y acorde con los usos lingüísticos nacionales llamarla una ideología de “democracia protegida”, iliberal, portadora de una propuesta securitaria (de seguridad nacional y guerra cultural interna), fuertemente anticomunista, que aspira a un “gobierno de emergencia” y a ejercer una administración de “mano dura”, de fronteras e infraestructuras militarizadas y de alineamiento internacional con gobiernos like-minded de derecha radical, especialmente en su versión Trump.
Un trasborde ideológico advertido
Particular interés posee para mí un fenómeno sociológico que ha estado ocurriendo durante los últimos meses, consistente en una verdadera “migración ideológica” al interior de la esfera ideológica-intelectual de las derechas. Figuras opinantes del sector, centros de estudio, columnistas de alto vuelo, editorialistas y comunicadores de las redes fácticas del poder, que hasta ayer se proclamaban orgullosamente liberales (no eran muchos, pero los había), han ido trasladándose sigilosa o llamativamente —con todo su poder legitimador— hacia las posiciones de derecha dura más próximas a Kast y Kaiser.
La justificación de este corrimiento ideológico, entregada me imagino, de buena fe, aunque algo ingenua, dice así: “aquí todos somos liberales, estamos bajo un mismo frondoso árbol de muchas ramas, pero un solo un tronco; en suma, Kast y Kaiser son esencialmente lo mismo que Piñera y que Briones, sólo que se manifestan con un distinto verdor”. No habría pues tres derechas, como sí sostienen unos pocos comentaristas del sector, sino un solo universo ideológico liberal con múltiples expresiones supuestamente intercambiables.
Esta maniobra semántica suprime pues las evidentes diferencias que hasta ayer se expresaban en la confrontación entre Matthei, Kaiser y Kast. Algunos van todavía más allá, sumando al sector de las derechas alineado hoy con Kast al candidato Parisi y a una parte de los cuadros del PDG y restos del centro ex-concertacionista.
En breve, la metáfora del gran árbol empleada para cobijar y neutralizar esa migración ideológico-intelectual suprime las múltiples diferencias que separan a los extremos duro y blando del sector, ultramontano y cismontano, conservador y reformador, católico y laico, tradicionalista y progresista, nacionalista y cosmopolita, absolutista y relativista, populista y elitario, piñerista y gremialista, reuniendo a todas las partes bajo una misma ancha nomenclatura liberal. De J.S. Mill a I. Berlin se escucha el crujir de dientes.
Pero para estirar todavía más el término “liberal” —hasta el extremo de cubrir toda la extensión de las derechas— se ofrece una justificación adicional, igualmente engañosa. Puede enunciarse de este modo: “nuestras diferencias dentro de la gran familia liberal, allí donde existen, son de cualquier forma insignificantes frente al profundo abismo que nos separa del ‘jarismo-marxismo-leninismo-chavismo comunista’ brutal y empobrecedor”.
Así las cosas, ¿por qué sorprenderse, entonces, de que nuestros liberales bienpensantes de ayer -columnistas y editorialistas, abogados de la plaza y respetados economistas, escritores y académicos, doctrinarios y ensayista- opten por trasladarse y engrosar las filas ideológicas de Kast y sus dos anillos, sin siquiera expresar reservas, remarcar distancias, reclamar por sus propios fueros y exigir garantías programáticas para preservar un mínimo común denominador liberal?
Contexto: de la emancipación al Leviatán
Como sea, las similitudes entre Kast y Boric en cuanto a sus respectivos accesos al gobierno se ven compensadas, a su turno, por diferencias igualmente importantes del contexto en que se desenvuelven estos procesos.
Primero que todo, hay contextos previos a la elección radicalmente distintos en uno y otro caso. El 18-O y sus secuelas marcaron el ascenso de Boric literalmente “a sangre y fuego”, llevando a los suyos a imaginar, por un instante, la posibilidad cierta de una refundación de la nación. En cambio, el contexto en que Kast asciende al poder es el de un país volcado a las necesidades básicas de Maslow —materialidad in crescendo y seguridad— lo que tiñe el panorama de ansiedad y temor.
Parte importante de la campaña del miedo contra Jara y su anacrónico ‘comunismo’ tiene que ver precisamente con la recuperación del “estallido” como un “golpe blanco de Estado” y un nuevo parteaguas que vendría a sustituir el antiguo clivaje dictadura/ democracia; el Si y el No de la Concertación.
Esta doble reescritura de la historia, a la cual —según veo— se han plegado también varios exliberales, produce un desplazamiento tectónico en la autocomprensión cultural de la sociedad chilena. En efecto, una derecha identificada con la dictadura, enfrentada a una izquierda renovada por la democracia, es desplazada ahora por la escena de una izquierda violenta identificada con un golpe implícito de Estado (del 18-8) enfrentada a una derecha que busca restaurar (refundar) el orden y la seguridad quebrantados.
Asimismo, hemos transitado desde un contexto donde se reclamaba un cambio constitucional urgente y apasionado (nuestro “momento constitucional”), hacia un estadio donde la Constitución reformada de 1980 quedó ampliamente ratificada por sendos plebiscitos que sepultaron los dos intentos —uno de izquierda extrema y el siguiente de extrema derecha— de dar una nueva carta fundamental a la República, cada una con un sello ideológico distinto.
Asimismo, las calles de las ciudades agitadas políticamente por manifestaciones, protestas masivas y erupciones de violencia lumpen-anárquica en octubre de 2019 pasaron a ser las calles desiertas y dolientes de la pandemia y luego mudaron hacia las calles atemorizadas por el crimen organizado y los delitos cotidianos. Con ello, el clima cultural de la polis (la ciudad política) cambió por completo a lo largo de tres fases sucesiva. Desde una suerte de liberación volcánica de fuerzas colectivas subterráneas reprimidas, a la sublimación pandémica de la libido colectiva durante el “gran encierro” del Covid, a una fase final (¡por ahora!) donde una mayoría de la población ciudadana —a lo largo del territorio nacional—reclama “mano dura”, orden, jerarquía, autoridad, protección y seguridad.
De modo tal que el contexto pre-Boric fue virulentamente movimientista, de agitación social, de muchedumbres exaltadas, de lucha de identidades, de batallas contraculturales y enemización de las figuras del poder en todos los ámbitos: Estado, FF.AA., Carabineros, iglesias, banca, monumentos y la historia colonial y portaliana. Todo esto desembocó aluvionalmente en la Convención Constitucional que imaginó (para sí) una comunidad emancipada de iguales, plurinacional, paritaria, descentralizada, de territorios y bienes comunes libres de dominación, explotación, extractivismo y valor mercantil.
Exactamente opuesto fue el contexto pre-Kast. Las instituciones más confiables para la opinión pública encuestada volvían a ser las FF.AA. y de Orden (el Leviatán hobbesiano) y las universidades (símbolo de movilidad social, ciencia y mérito). Los movimientos contenciosos de punta -estudiantiles, feministas, de minorías, contra las AFP, el lucro y los abusos- se esfumaron. Creció una cultura angustiosa de seguridad en 360º, de control familiar y de la autoridad en todos los planos, de sanciones y expulsiones, del cierre y la pureza. El anticomunismo y el iliberalismo (entrelazados) se convirtieron en un nuevo sentido común, gestado a partir del plebiscito del “gran rechazo” de septiembre de 2022 y que acaba de desembocar en el triunfo de Kast. Todo esto, con el aplauso de los mercados y los poderes fácticos, aliviados por la sensación de que el fantasma octubrista había sido finalmente conjurado.
Los desafíos de Virtù y Fortuna
¿Qué tiene Kast por delante?
En lo inmediato, empezar a construir su “figura presidencial”, a partir de una previa trayectoria regular, paciente sin grandes carismas; de vida familiar y ejercicio público marcado por una admirable perseverancia política y constancia organizacional. Ahora deberá dejar de ser meramente el irreductible opositor al gobierno Boric para transformarse en jefe de Estado, líder de un proyecto restaurador-refundacional y en “Presidente de todos los chilenos”, como es “costumbre republicana” prometer la noche de la victoria electoral.
Por lo demás, como han dicho analistas y expertos en desmenuzar el voto, esa victoria —expresada por una mayoría asaz heterogénea—no admite postular que los sufragios de los tres anillos de derechas en torno a Kast constituyen automáticamente un arrollador respaldo a un “gobierno de emergencia”, “democracia protegida” y “guerra cultural”. El Presidente Boric, en su momento, aunque en circunstancias muy distintas, cometió precisamente ese (mismo) error de lectura y pronto debió pagar el precio al descubrir que, en el mejor de los casos, contaba con el apoyo de un tercio del pueblo encuestado.
Enseguida, Kast deberá abocarse al armado de su equipo y elaboración de su plan, corazón y mente del gobierno entrante. Boric tuvo grandes dificultades a la hora de estrenarse como joven Presidente pues su equipo inicial fue incongruente y su programa apenas duró un semestre, antes de ser aplastado y desahuciado por el plebiscito del 4-S.
Esta vez, según vimos, Kast tendrá que formar su equipo sobre la base de un variopinto bloque de anillos adversarios entre sí y en búsqueda de sus propios equilibrios internos, reclutando figuras representativas, eficaces y políticamente hábiles; antes que todo, para integrarlas a su gabinete de ministros y al “centro de gobierno”, que en Chile llamamos “2º piso de La Moneda”, núcleo asesor estratégico del Presidente. Cada área funcional de carteras ministeriales planteará difíciles desafíos a Kast y su núcleo:
* Área del Estado hobbesiano: Seguridad, Interior, Justicia y Defensa — que tendrá a su cargo la gestión del orden securitario y la “emergencia” del crimen, la inmigración y las fronteras, la anomia anarquizante, clave en las promesas inmediatas de Kast y los republicanos.
* Área del motor de crecimiento: Hacienda, Economía, Obras Públicas, Minería, Agricultura, Transporte, Comunicaciones, Medio Ambiente y Ciencia y Tecnología — segundo grupo clave de secretarías, encargado de liberar y alimentar los animal spirits, reducir permisología e impuestos, satisfacer a nacional-libertarios y tecnócratas del tercer anillo, desencadenando un ciclo de rápido crecimiento con empleo formal y sin dañar los entornos naturales, concentrar más poder en los oligopolios, favorecer las colusiones y ensanchar las desigualdades.
* Área del bienestar social: Salud, Educación, Trabajo y Previsión, Vivienda y Desarrollo Social — donde el gobierno enfrentará los mayores retos y riesgos de resistencia frente a la insuficiencia e inefectividad de los respectivos servicios, las interminables colas y los problemas de accesibilidad, la pobreza y los campamentos, los jóvenes Ni Ni, la penetración de la robótica y la IA, las tensiones entre élites y masas, la expansión de los derechos y la falta de recursos o su gestión ineficiente.
* Área de la torre de mando: léase, el gabinete político —Interior con su nuevo perfil aún no bien configurado, más las Secretarías de la Presidencia, Segegob, Cancillería y el “segundo piso”— que, en breve, conforma el núcleo vital del Ejecutivo, la conducción del Gobierno, sus relaciones con un Congreso sin mayoría consistentes, la comunicación oficial con las élites y la población, el manejo de crisis y la reacción oportuna 24×7. Tanto el último gobierno Piñera, como el gobierno Boric, mostraron debilidades en este frente, fallos y atrasos en nombramientos estratégicos, poca claridad y coordinación, y ensamblajes poco efectivos con el resto de los ministerios.
En cualquier caso, llenar acertadamente estas posiciones superiores de la máquina política del Estado, incluyendo cerca de tres mil cargos de confianza presidencial, puede contribuir sólo en algo así como un 50% del resultado de su gobierno (la virtù), mientras la otra mitad, según el gran Maquiavelo, depende exclusivamente de la (caprichosa) diosa Fortuna.
Y todavía cabe computar otra dificultad adicional; en efecto, incluso el 50% debido al esfuerzo y la virtud del Presidente y su equipo estarán sujetos a una serie de elementos imponderables: atractivo de la figura (pública) y el carisma del Presidente, su estilo de liderazgo, su inteligencia política, su capacidad y habilidades, sus ideas e ideología, sus valores (operativos y no sólo mentados), su perspicacia y empatía y, sobre todo, su comprensión de la sociedad, del Estado y del mundo que nos rodea, en especial de EE.UU. y China y de la nueva geopolítica global.
Qué sabemos de Kast
Muy poco de todo eso sabemos de Kast y de cómo evolucionará su figura bajo el peso y la presión del cargo. Efectivamente, de poco sirvieron los debates y entrevistas, menos aún la publicidad, para revelarnos algo de su personalidad y cultura, de su visión de mundo y conocimiento técnico. Todo eso fue celosamente guardado por diseño estratégico y cálculo durante la campaña, sin revelar nada a la ciudadanía respecto de sus actuales creencias y convicciones, entendimiento de la historia del país durante las últimas décadas y visión del futuro que aspira construir. Solo conocemos, tras meses de exposición pública, su loable (y sorpresivo) propósito de frenar y mitigar la contaminación lumínica de los cielos astronómicos del norte de Chile.
A parir de ahora se irán descubriendo cuáles son sus reales intenciones e ideas, su plan efectivo de gobierno (no el mero programa declarativo), y en qué consistirá su anunciado “gobierno de emergencia”. ¿Abrirá este las puertas a un “autoritarismo competitivo” del tipo estudiado por Levitsky o será meramente buscará incrementar la efectividad de la administración?
Efectivamente, será ahí —en el seno del gobierno— donde se librará la lucha por el alma ideológica del mismo: su nivel de liberalismo e iliberalismo, su carácter refundacional y restaurador, su vocación autoritaria o democrática, el ethos tras la “mano dura” y la autenticidad (o mera publicidad) del discurso de “unidad nacional”. Asimismo, la voluntad de forjar acuerdos o de imponer medidas unilateralmente, el trato hacia a los anillos internos y hacia las fuerzas opositoras, la opción de usar la guerra cultural o el respeto y cultivo del pluralismo
También podremos saber cuánto y cómo Kast incorpora las demandas extremas de los hermanos Kaiser, las reivindicaciones (por tenues que resulten a estas alturas) de Demócratas y Amarillo y qué lugar ocuparán la UDI y RN en la conducción del gobierno. Y conoceremos, por fin, cómo el gobierno pretende expulsar inmigrantes y controlar las fronteras, frenar el crimen/y conducir las relaciones con los países vecinos, equilibrar los intereses nacionales frente a China y EE.UU.
Por último, sabremos también qué hará el nuevo gobierno a partir de marzo con la educación: si una gran contrarreforma como desean algunos dentro de su coalición o, por el contrario, un perfeccionamiento de políticas y prácticas según proclaman segmentos técnicos y moderados del sector. Lo mismo con la salud, la previsión, la vivienda, los campamentos, la violencia en La Araucanía. También cómo, cuándo, dónde y cuánto recortará Kast el gasto público, invertirá en la modernización del Estado en capacidades productivas e infraestructura crítica y —junto con el sector privado— en las artes y la cultura, en investigación científica e innovación tecnológica.
Por lo mismo, nada autoriza por el momento a anticipar conclusiones ni acempujar profecías autocumplidas. Chile no está condenado mecánicamente ni al “autoritarismo competitivo” ni a una restauración conservadora sin contrapesos. Al final, el desenlace dependerá menos de los programas escritos (o sus ocultamientos) que de las prácticas efectivas del poder. Es decir, del modo en que el Presidente electo jerarquice a sus anillos, procese el disenso interno, se relacione con la oposición y administre los límites siempre frágiles entre autoridad legítima y pulsión iliberal. La historia reciente enseña que los gobiernos que confunden un triunfo electoral heterogéneo con un mandato ideológico total terminan erosionando rápidamente su propia base de legitimidad. Por lo mismo, desde ya nos cabe a quienes miramos con escepticismo los programas maximalistas y desconfiamos de los propósitos y estrategias de las derechas duras, deliberar en público y de esa manera contribuir a la conversación sobre el gobierno elegido por la mayoría. (El Líbero)
José Joaquín Brunner



