En su novela 1984 George Orwell describe una herramienta clave del poder totalitario instaurado por el Ingsoc, el partido único que dirige los destinos de la ficticia Oceanía. Se trata de la “Neolengua” (Newspeak) cuya finalidad es eliminar toda capacidad crítica dándole nuevo sentido a las palabras, inventando nuevas o invirtiendo el significado de las antiguas. Ejemplo de ello es el lema del partido: “Guerra es paz, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza”. A esta célebre trilogía deberíamos agregar, para hacerla completa, el brillante aporte del Partido Comunista: “Dictadura es democracia”.
Este aporte va, sin embargo, más allá de esta simple frase. A la palabra democracia se le agregan los calificativos de “verdadera”, “cualitativamente superior”, “avanzada”, “popular” etcétera, para marcar la distancia que media respecto de la otra democracia, la “falsa”, “procedimental” o simplemente “burguesa”, que no sería sino la dictadura encubierta de los explotadores de turno. Así se descalifica a la democracia liberal pluripartidista, que no sería más que una forma defectuosa, inferior o aparente de democracia. En fin, en la neolengua comunista dictadura es democracia y democracia es dictadura.
A este respecto la camarada Jara ha hecho un aporte que no debe ser desmerecido y que, sin duda, debe haber molestado a los sectores más ortodoxos del partido. Ella habla ahora de la dictadura cubana como una “democracia distinta”. Se trata de una notable desvalorización de aquel régimen que el partido en sus declaraciones oficiales ha calificado como “faro que ilumina” y modelo de “la verdadera democracia y el socialismo”. Por supuesto que es absolutamente impresentable calificar a la dictadura más longeva y probablemente la más brutal de la historia latinoamericana como una “democracia distinta”, pero aún más escandaloso es calificarla de “democracia verdadera”.
Recordemos, para entenderlo en plenitud, algunos datos de la barbarie castrista registrados por el Archivo Cuba hasta fines de 2023: 4.399 ejecuciones judiciales o extrajudiciales, 1.220 desaparecidos y otras 2.518 muertes atribuibles a la acción del Estado. A ello deben sumársele los cerca de 80.000 balseros ahogados durante el intento de dejar la isla, esto para no nombrar los cerca de 2,5 millones de cubanos que han abandonado Cuba huyendo de la dictadura comunista, los miles de presos políticos o los campos de trabajo forzado en que se internaron más de 30.000 homosexuales, personas religiosas y otros disidentes en los tiempos, los años sesenta, en que el PC chileno hablaba con entusiasmo de que en el futuro cada país de América Latina se transformaría en una nueva Cuba.
Con todo, no se puede negar que el aporte neolingüístico de la camarada Jara es una novedad respecto de la ortodoxia comunista iniciada ya a fines de la década de 1910 por el mismo Luis Emilio Recabarren. Fue él -ya antes de la transformación en 1922 del Partido Obrero Socialista (POS) en sección de la Internacional Comunista con el nombre de Partido Comunista de Chile (PCCh)- quien instauró el paradigma neolingüístico que de allí en adelante caracterizaría el hablar de los comunistas chilenos.
Hagamos un poco de memoria al respecto. Será a comienzos de 1918 que Recabarren describirá, en el periódico Adelante de Talcahuano, la dictadura bolchevique instaurada por Lenin en Rusia como “el más formidable baluarte de la verdadera democracia, de la democracia del pueblo honrado y trabajador”. Agrega, además, que para lograr algo tan extraordinario y “cimentar su verdadera y auténtica revolución, el pueblo ruso no ha necesitado hacer funcionar ninguna clase de patíbulos”. Este es otro componente esencial del paradigma comunista acerca de sus admiradas dictaduras hermanas: negar el terror que las mismas sin excepción han desplegado. En este caso, estamos hablando del régimen que ya por entonces había reimplantado la censura, creado una temible policía política con poderes prácticamente ilimitados, clausurado por la fuerza la Asamblea Constituyente democráticamente electa, iniciado una política terrorista de requisas y que pronto instauraría oficialmente el “terror rojo”.
Recabarren definirá luego otro de los componentes clave del paradigma neolingüístico comunista: definir a la democracia existente como falsa, en realidad una dictadura encubierta de las clases dominantes. En el folleto La Rusia obrera y campesina publicado en 1923 escribe: “Cuando se dice que Chile es un país donde la DEMOCRACIA es una costumbre establecida, se dice una mentira exacta. En Chile no hay democracia (…) La DEMOCRACIA es algo así como un juguete con que el explotador capitalismo ilusiona y entretiene al pueblo para calmar sus furores y para desviar su atención”. Y luego agrega, definiendo la política insurreccional que el partido sustentará en diversos períodos: “En Rusia los trabajadores no creyeron JAMÁS en las mentiras de la democracia y fueron derechamente por el camino de la REVOLUCIÓN que es más corto y MÁS SEGURO, y eso les ha dado la victoria que nosotros los comunistas celebramos”.
Ese mismo año, Recabarren se decantará abiertamente por la instauración de una dictadura -la “dictadura del proletariado”– en Chile: “Mi breve estadía en Rusia de los Soviets me ha confirmado en todas mis ideas respecto de la necesidad de la violencia revolucionaria y de la dictadura proletaria. He comprendido perfectamente que sin esa dictadura de la clase obrera la revolución social no puede ser conducida a buen término”. Y en un texto de noviembre de 1923 que lleva el significativo título de La dictadura preferible dirá: “Es el caso de escoger entre la dictadura obrera y burguesa. La dictadura burguesa ya la conocemos es el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. La dictadura obrera, es la fuerza que destruye el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua”.
Esa es la herencia del tan alabado fundador del comunismo chileno. Estos planteamientos se repetirán incansablemente a continuación, incluso cuando el régimen soviético ya había pasado a la historia. Así, Luis Corvalán, el histórico líder comunista, escribirá lo que sigue en su libro de 1993 titulado El derrumbe del poder soviético: “El poder soviético surgió como un poder democrático, como una dictadura de la mayoría sobre la minoría, como una democracia cualitativamente superior a la que se conocía en Occidente, donde la minoría domina sobre la mayoría, generalmente con métodos sutiles que le permiten mantener a mucha gente en el engaño”.
La Unión Soviética será no sólo el faro que iluminará el derrotero de los comunistas chilenos desde 1917 hasta su hundimiento en 1991, sino su hogar o simplemente “la Casa”, como ellos cariñosamente la denominaban. Las políticas diseñadas en Moscú eran seguidas perrunamente por los comunistas chilenos, incluso promoviendo u organizando intentonas insurreccionales o golpistas en Chile que costaron mucha sangre, como ocurrió por ejemplo durante la primera mitad de los años 30. Como lo reconocerá francamente Luis Corvalán en 1967: “Durante varios años los comunistas chilenos sustentamos la consigna de la instauración inmediata de la dictadura del proletariado, de la constitución del Poder Soviético”.
Esta es la simple verdad de las mentiras que tan a menudo escuchamos de parte de los voceros comunistas, para no nombrar el apoyo infatigable prestado por el partido a las más diversas “dictaduras amigas” (desde Rusia y Corea del Norte hasta Cuba y Venezuela), así como a las “invasiones solidarias” (Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, Afganistán en 1979) y golpes de Estado (Afganistán 1979, Polonia 1981). Por ello resulta tan chocante leer o escuchar las recientes declaraciones del partido afirmando que “el Partido Comunista de Chile conmemoró sus 113 años de historia, destacando su legado de lucha por la justicia social y la democracia plena en el país”. O aquellas formuladas por su actual presidente, Lautaro Carmona, afirmando que desde su fundación en 1912 “la política del Partido Comunista se consagra en la lucha por las causas democráticas más nobles y libertarias”. O cuando el Presidente Gabriel Boric alaba al Partido Comunista por “su larga tradición institucional y democrática”. Nada puede, de hecho, estar más lejos de la verdad.
Todo esto, sin embargo, no es historia. El partido, tal como se puede comprobar en el Informe de Resoluciones del XXVII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile de enero de 2025, sigue reivindicando su herencia leninista y su visión de la “democracia burguesa” como una democracia falsa que debe ser superada. No por casualidad este documento se inicia con las mismas frases de Lenin -el primer gran criminal político del siglo XX durante cuyo gobierno, de 1918 a 1922, se ejecutaron en promedio 28.000 personas al año- que Lautaro Carmona citó en su intervención ante el congreso: “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía”.
Quepa eso sí hacer notar que, con la desprolijidad que caracteriza a la actual izquierda chilena, se datan estas frases en junio de 1919, cuando en realidad provienen del ¿Qué hacer?, obra central del leninismo publicada en marzo de 1902 (ver Editorial Progreso, Obras Completas, tomo VI, página 182). Es la obra donde Lenin propone la teoría del partido revolucionario siguiendo el modelo de las organizaciones populistas-terroristas rusas y hace escarnio de todos los que creen en la “democracia burguesa”.
En el informe del XXVII Congreso se lanza un ataque directo contra la democracia “formal”, es decir, falsa, que hoy existiría en Chile: “El modelo neoliberal ha erosionado los valores democráticos, transformando a la democracia en un instrumento formal y burocrático que no responde a las demandas populares (…). La democracia representativa heredada de la dictadura ha fracasado en cumplir los anhelos populares, generando apatía y desconfianza en la ciudadanía”.
Por ello se concluye, en un ejercicio neolingüístico muy propio del partido, afirmando: “El Congreso subraya la necesidad de redefinir la democracia como un instrumento de liberación del pueblo. Frente a la tecnocracia y elitismo de la democracia neoliberal, se propone una democracia que sea participativa, inclusiva, vinculante y enraizada en las comunidades. Este modelo debe ser capaz de avanzar hacia la justicia social, promoviendo una organización basada en la solidaridad y la cooperación para avanzar hacia el socialismo”.
Ya sabemos lo que todo este palabrerío significa. El socialismo sería, según el partido, “la más alta expresión de la democracia”, como en Cuba, que es nombrada como un ejemplo destacado de los “países que impulsan proyectos transformadores”. Por ello, “el Congreso subraya la necesidad de redefinir la democracia como un instrumento de liberación del pueblo.” El llamado es a “profundizar la democracia” lo que en la neolengua comunista significa instaurar una “democracia superior” o, para decirlo con franqueza, una dictadura de partido único.
En fin, poco nuevo bajo el sol comunista. Por ello es que la novedad lingüística de la camarada Jara no deja de ser interesante. Pero claro, quien ha sido formada en los principios del marxismo-leninismo sabe que “todas las formas de lucha” son necesarias, incluso las que incluyen la mentira para no mencionar la dictadura y el terror como afirmaba sin tapujos Lenin. (El Líbero)
Mauricio Rojas



