El meteórico avance de la inteligencia artificial (IA) en los últimos meses ha llevado a un aumento en su capacidad para reemplazar a las personas en diversas tareas. A medida que los algoritmos de IA se vuelven más sofisticados, pueden realizar tareas que antes sólo podían ser realizadas por humanos, como el análisis de datos complejos, la toma de decisiones y la realización de tareas físicas. Esto ha generado preocupaciones sobre la posible pérdida de empleos en varios sectores, lo que podría tener un impacto significativo en la economía y en la sociedad en general. Es importante que se aborden estos desafíos de manera proactiva, considerando la reeducación y el reciclaje laboral para los trabajadores que puedan verse afectados, así como la implementación de políticas y regulaciones para garantizar que la IA se utilice de manera responsable y ética. Además, se deben explorar formas en que la IA puede complementar el trabajo humano, en lugar de reemplazarlo por completo, para crear nuevas oportunidades de trabajo y mejorar la eficiencia en varios sectores.
¿Cree usted que estoy exagerando? Un solo ejemplo: el párrafo anterior fue íntegramente escrito por ChatGPT, la joyita de la IA que tiene sorprendido a muchos. Y si bien no es exactamente mi pluma (yo nunca antes había utilizado el concepto de “reciclaje laboral”, aunque reconozco que me sedujo bastante) sí se acerca bastante a un resultado, al menos, decente. Y lamentablemente, en las relaciones comerciales, lo decente-pero-gratis alcanza una peligrosa relación positiva de precio versus calidad. Complejo.
Hace algunos días, un programador computacional holandés llamado Remmelt Ellen contó en Twitter la historia de una escritora -no aparece el nombre, y a decir verdad, no podemos asegurar la veracidad del contenido- que perdió a un cliente que le pagaba US$80 la hora, por culpa de ChatGPT. Lo peor, según cuenta la narración, es que el cliente le había reconocido que los resultados del chat no eran tan buenos como la pluma humana, pero era imposible ignorar el margen de utilidad. Su mensaje final es desgarrador: pensamos que la IA no sería una amenaza si eres bueno en lo que haces; pero evidentemente sí lo es.
¿Qué nos enseña esto? Incluso aunque la historia no sea verídica, es absolutamente plausible, y puede estar pasando más de lo que creemos: en el futuro cercano, muchas labores podrán ser automatizadas por la IA, a pesar incluso de entregar una resultado mediocre. Y esto es malo por dos sentidos: por un lado, por la gente que “queda atrás”, que perderá sus fuentes de trabajo e ingresos; y por otro lado, porque perderemos el valor agregado que puede otorgar el ser humano, y que a pesar de poder ser valioso, podrá ser tremendamente caro para algunos.
La disruptiva llegada de la inteligencia artificial tiene, además, dimensiones éticas que es imposible desconocer. No es un ilícito que yo haya ocupado ChatGPT para escribir el primer párrafo de esta columna (al menos lo estoy reconociendo) pero sí atenta contra la ética hacerse pasar por autor de un texto generado por la máquina, y de hecho, ya hay discusiones sobre si se puede utilizar ChatGPT en la academia, y cómo se podría citar. Y para qué hablar de los aspectos pedagógicos: si un estudiante tiene el encargo de hacer un ensayo, lo que se busca es que aprenda a buscar fuentes, criticar el contenido, sistematizar y sacar conclusiones. No que apriete un simple botón y logre sacar un texto que ni siquiera llegará a leer. Esta es la razón por la que varios colegios y universidades en diversas partes del mundo están prohibiendo el uso de la IA, e incluso en algunos países como Australia, se ha determinado volver al lápiz y al papel.
Pese a lo anterior, no se trata de tapar el sol con un dedo y pretender que en el futuro tendremos universidades o empresas “Amish”, sin contacto con la realidad virtual ni las oportunidades que ofrece la inteligencia artificial.
Tenemos que asumir que es un monstruo que llegó para quedarse, y aunque puede provocar ansiedad tanta incertidumbre, hay que aprender a utilizar las herramientas que nos permitan sacarle el jugo a esta nueva forma de inteligencia. Mientras escribo estas líneas estoy en Estados Unidos, y prácticamente toda la publicidad que me aparece en Instagram tiene que ver con emprendimientos que señalan apps innovadoras relacionadas con la IA.
La conclusión, entonces, parece ser clara: la inteligencia artificial nos obligará a repensar la sociedad tal como la conocemos, y así como terminará con muchas industrias, hará nacer otras. Lo importante, entonces, es no perder la calma y comprender que nosotros tenemos algo que siempre nos diferenciará de las máquinas: la inventiva humana. Ya le pasó a Hal, el recordado megacomputador de “2001 Odisea del Espacio”. Si Hal no logró salirse con la suya y fracasó en su intento de matar a toda la tripulación, fue porque el ser humano logró hacer algo que la máquina nunca podrá hacer: improvisar. (El Líbero)
Roberto Munita



