Escribo estas líneas mientras inicio un largo vuelo desde San Salvador a Santiago. Es martes en la noche, pero esta columna sólo verá la luz el jueves en la mañana. Es evidente que sólo hay un tema del cual puedo escribir, y es evidente también que cuando el lector lea esto, ya mucho se habrá dicho.
A esta altura, ya se deben haber repasado los principales hitos de su vida, su emprendimiento profesional y su carrera política. Ya se habrá dicho que fue un hombre brillante, republicano y estoico como pocos, especialmente en los momentos más duros, como cuando 33 mineros quedaron encerrados en una mina en el norte, o cuando un grupo de ciudadanos mal intencionados pensó que sería buena idea comenzar a quemarlo todo, o cuando un virus sin precedentes amenazaba con quitarle la vida a nuestros compatriotas apenas por respirar.
Podría apostar que se ha reconocido que, en aquellos momentos es cuando surgía “el mejor Piñera”. Y no sería primera vez. En su libro “La vuelta larga”, Gonzalo Blumel lo explica mejor que nadie: “Sebastián Piñera está muy lejos de ser un político perfecto, pero tiene varios rasgos excepcionales. Inteligencia, capacidad de gestión, don de mando y, por decirlo así, gran dominio de los atributos duros del liderazgo”. Y Eugenio Tironi, en una recordada columna a propósito de la primera acusación constitucional que el Presidente debió enfrentar, señaló: “En las semanas pasadas podríamos haber perdido la democracia. Una vacilación suya habría bastado para abrir una grieta sin retorno. Cuando se hace el balance de la conducta de un líder ante una crisis, lo que hay que juzgar no es solo lo que hizo, sino aquello que no hizo, a lo que renunció, lo que evitó que se hiciera. Desde este punto de vista hay que ser justos con el Presidente Piñera”.
Seguramente, a esta altura, el lector ya está aburrido de leer panegíricos similares, por gente con mejor pluma que yo y que, quizás, lo conoció mejor que yo.
¿De qué hablar entonces?
Bien puedo hablar del Sebastián Piñera que yo conocí. O más bien, del que me conoció. Lo que sí recuerdo, como si fuera ayer, fue cuando en 2015 recibí una invitación a conversar con él sobre marketing político. Yo venía llegando de hacer el Master en Gestión Política de la George Washington University, lo que llegó a oídos del Presidente. Me invitó a su oficina, y recuerdo que estuvimos conversando una hora, quizás más, sobre campañas. El Presidente anotaba todo como si fuera una clase particular.
También recuerdo que a la salida de aquella reunión me topé con Gonzalo Blumel, en ese momento director de Avanza Chile, quien que posteriormente sería mi jefe en la Segpres. Nos quedamos conversando y, aunque Piñera estaba muy lejos de ser candidato aún, yo le insistí a Gonzalo que había que generar un relato no en torno a su primer mandato sino hacia el futuro, ya que “la gente vota pensando en lo que viene, no en lo que ya pasó”. Blumel me dijo que estaba de acuerdo conmigo, y me confidenció que ya se preparaba el libro “La historia se escribe hacia adelante”, que pocos meses después vería la luz.
Lo que sigue fue una montaña rusa. Llegué a La Moneda como Jefe de Estudios de la Segpres el 11 de marzo de 2018, y a partir de entonces las reuniones y asuntos con Sebastián Piñera se convirtieron siempre en grandes desafíos. Todos los viernes, mi equipo (la Divest) preparaba un largo informe para lectura del Presidente durante el fin de semana. El Presidente no sólo los leía y nos hacía ver lo útiles que eran, sino que no aguantaba el más mínimo desacierto. Recuerdo especialmente una vez que me llamó desde Antofagasta para subirme y bajarme por un dato erróneo. Fue tan categórico en su exigencia, que yo revisaba dos o hasta tres veces los informes antes de ir a dejárselo a su escolta.
Y para qué hablar de las Bilaterales. Todos los funcionarios, asesores y colaboradores que pasamos por las administraciones Piñera sabemos su relevancia. Eran verdaderos exámenes de grado. No sólo había que manejar cada norma y dato a la perfección; también había que ser persuasivo y conciso al momento de hablar. El Presidente sabía que el tiempo es el recurso más escaso, y cada minuto valía oro.
Seguro que, en estos días, se publicarán diversas columnas comentando éstos y otros sabrosos datos, tanto de sus partidarios como de sus detractores. Podrá ser justicia divina para quien, de forma absolutamente injusta, fue acusado constitucionalmente dos veces en su mandato. O una forma de reconocer que, lejos de ser parte de lo que algunos llaman “la derechita cobarde”, su imperturbable estampa democrática permitió evitar un enfrentamiento entre civiles durante el estallido, que le podría haber costado la vida a cientos o miles de compatriotas.
Puede que para algunos sea un mea culpa; puede que para otros sea oportunismo. Pero quizás es algo mucho más virtuoso. Quizás episodios como el terrible accidente de Lago Ranco nos demuestran que podemos tener diferencias políticas, pero que siempre debemos valorar a nuestras autoridades. Es lamentable que sólo nos demos cuenta después de estar frente a la muerte, pero bueno, es la mejor demostración de que, al final de cuentas, la historia sí se escribe hacia atrás. (El Líbero)
Roberto Munita



