No hay que ponerse conmemorativos al cometer errores
Hay que tener mucho cuidado al invocar tormentas porque pueden hacerse realidad.
Hace poco más de un siglo, en 1920, una elección presidencial motivó al gobierno a simular una supuesta amenaza de guerra con Perú y Bolivia para evitar la victoria del candidato liberal Arturo Alessandri, versión progresista de la época.
A este episodio se le conoce como “la guerra de don Ladislao” por el nombre de pila del ministro de la Guerra que se prestó para un engaño que terminó por quedar en evidencia. Fue una bochornosa oportunidad en que el interés nacional fue subordinado por un sector político a sus objetivos electorales.
En esa ocasión fue el ejército chileno el que fue movilizado a la frontera para evitar que entrara una amenaza externa inexistente. Por fortuna, el estado de ánimo delirante no contagió a otros países y una falsa alarma pasó rápidamente al olvido.
Lo que vemos ahora es bien distinto en la superficie. Los casos son muy diferentes entre el inicio del siglo XX y la actual alarma en la zona norte con la salida de migrantes. Pero se parecen en lo esencial: la subordinación del interés nacional permanente a la contingencia electoral.
Es cierto que las primeras informaciones podían interpretarse como una oportunidad para la campaña presidencial de Kast. Acomodándose un poco los hechos, podía interpretarse como una movilización anticipada de migrantes ante la cuenta regresiva que les ponía el republicano para que aprovecharan de salir del país por propia voluntad y no exigidos luego por circunstancias más apremiantes.
Sin embargo, y tal como podrá seguir produciéndose en el futuro, la sobrerreacción fue un error que ha costado cada vez más esfuerzo mantener en pie. En este episodio la actuación más desacertada ha sido la del gobernador Diego Paco (RN) quien avaló que la situación producida era de un creciente descontrol.
Paco informó erradamente que los migrantes irregulares se estaban acumulando en la frontera porque el ejército peruano les impedía trasponerla. El gobernador lo presentó como un caso de ineptitud contumaz del gobierno, pese a sus sensatas advertencias. No era lo que estaba pasando, pero precipitó la sobrerreacción de su sector político, de la que le ha sido cada vez más difícil desmarcarse.
La normalidad como mala noticia
No estamos ante hechos, sino ante una interpretación interesada de los hechos que no correspondía a lo que se podía verificar en la frontera.
Estamos en temporada alta y en el cruce fronterizo por el paso Chacalluta el flujo hacia Perú va de las 3.000 a las 5.000 personas según si se trata de días laborales o fines de semana. En las jornadas previas a la Navidad esa cantidad aumenta a las 6.000 personas. Esa es la normalidad y lo que se ha verificado hasta ahora.
La dificultad mayor para el cruce la tienen las personas sin documentos al día y, como lo saben muchos, esperan la noche y atraviesan la frontera tras un pago a la policía del país vecino. Por eso al día siguiente el grupo no es el mismo y se repite la escena con nuevos protagonistas.
Incluso en los días de menor tráfico hasta el país vecino, hacen el trámite entre mil y dos mil personas. Así que se entenderá que una docena o medio centenar de personas no constituyen una “crisis migratoria”.
Lo que ha variado recientemente es una decisión del nuevo gobierno del Perú y la presencia de prensa destacada en el área alertada de una situación anormal, buscando imágenes no encontradas que justifique una alarma especial.
En el vecino país no están reaccionando a lo que ocurre con el nuestro, sino a su propia realidad política. Para que esto quede en evidencia basta tomar nota de algunos datos básicos.
El Perú ha tenido ocho presidentes en menos de una década, de los cuales cinco han sido destituidos o han debido renunciar antes del término de su período. El actual mandatario, José Jerí, que asumió hace menos de dos meses, ha decidido reforzar la presencia militar en todas sus fronteras, que corresponde a cinco países, y eso ha obligado a una coordinación especial entre nuestros dos gobiernos.
Desde Lima se reacciona ante la situación interna de su país y no se relaciona con nuestra segunda vuelta. En Perú tienen elecciones presidenciales el año que viene, porque los mandatarios suelen completar el período que otros no alcanzan a ejercer por completo. No es extraño que quien recién llega al puesto busque hacerse notar con medidas más vistosas que efectivas.
El problema con un país inestable es que todo se ve tratado como tema de contingencia y así es como se pierde la visión nacional de largo plazo. No se entiende por qué tengamos nosotros que imitar semejante comportamiento.
Cuando se distorsiona la realidad, se distorsiona la política
La voz de la cordura la han puesto seis excancilleres que han pedido no apartarse de las obligaciones internacionales asumidas por Chile y no desmarcarse del respeto del Estado de Derecho. La sensatez a encontrado quien la recuerde.
El fin no puede justificar cualquier medio. Kast a graficado la “crisis migratoria” empleando una foto de años atrás, correspondiente a migrantes venezolanos en la frontera con Perú. Es porque no había un equivalente entre Chile y su vecino.
Tampoco se están “aglomerando” en la frontera porque, como es habitual, de un modo u otro pasan la frontera a Perú, de noche particularmente. A medida que se suceden los días las afirmaciones sobre un número indeterminado de migrantes saliendo ahora que pueden ante un triunfo de Kast es cada vez más una afirmación sin base ni evidencia. Pero buscar hechos ha dejado de importar y se estima posible producir una atmosfera irreal, pero creíble hasta la elección.
Esto tiene la apariencia de una operación comunicacional salida de control por exceso de entusiasmo de los encargados. Pero si se arrastra a la campaña a respaldar afirmaciones irreales producirá muchos más efectos de los imaginados.
Se están dando pasos riesgosos, lo que entra en contradicción con lo que ha sido la estrategia de campaña del republicano hasta hace poco. Los candidatos que se consideran seguros se mantienen en terreno conocido y controlado.
Kast asume la actitud agresiva del que necesita asegurar el resultado de la elección. Una crisis fronteriza de fantasía, el envío de un representante a la “zona de conflicto”, la defensa a todo evento de Quiroz, la imprecisión en las respuestas del debate de Archi no son una buena combinación.
Se están invocando tormentas y parece que no se piensa que las acciones producen reacciones que no se controlan. No todo está permitido. La estabilidad institucional no es algo para desgastar. Demasiado simplismo para gobernar un país complejo. (El Líbero)
Víctor Maldonado



