La generación perdida-Claudio Hohmann

La generación perdida-Claudio Hohmann

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La renuncia de Carolina Tohá para asumir una candidatura presidencial tiene consecuencias políticas de primer orden. Desde luego, está el hecho de que entra al escenario una figura política de fuste, experimentada, con una vida política y nutrida experiencia en el sector que ahora se da a llamar Socialismo Democrático. Su adhesión a la propuesta de la Convención Constitucional -que ha de resultarle ahora una carga para la campaña que se apronta a iniciar-, y su participación protagónica en el gobierno de Gabriel Boric, no parece que vayan a afectar seriamente sus posibilidades de erigirse en una candidata competitiva en la primera vuelta de la elección presidencial.

Por otra parte, su candidatura supone el eclipse de una estrella fulgurante en el firmamento de la política chilena, que ha ocupado un lugar central en ese espacio desde que Michelle Bachelet fuera elegida para gobernar el país a finales de 2005. Bachelet, la mejor carta de presentación que ha tenido el progresismo en las últimas dos décadas -un protagonismo que quizá sea irrepetible-, dejará finalmente ese lugar privilegiado que ocupó sin descanso ni respiro, incluso después del malogrado segundo mandato que presidió en la década pasada.

La generación perdida, esa de los jóvenes políticos progresistas que no pudieron resplandecer a la sombra de los líderes de la transición, tendrá finalmente a uno de los suyos -Carolina Tohá fue como ninguno su mejor exponente- para asumir la tarea más noble y exigente de la política; la de competir por el sillón presidencial de La Moneda.

Pero la candidatura de Tohá pone a otra generación perdida en escena: la de los jóvenes políticos que transitaron en el curso de una década desde las aulas universitarias a posiciones de poder en el sistema político, ni más ni menos que para ocupar la más alta magistratura de la nación. Perdida, no solo porque no ha sido capaz de erigir esta vez una candidatura presidencial para competir por su continuidad en La Moneda -con el severo riesgo de discontinuar el protagonismo político del que ha gozado- sino que sobre todo por la equivocada noción de país que construyó desde que saltó triunfante del movimiento estudiantil de 2011 a las grandes lides.

Para el Frente Amplio, Chile era un país que debía ser refundado, el mismo que asomaba en los primeros lugares de casi cualquier ranking de naciones latinoamericanas (pobreza, desarrollo humano, calidad de la democracia, salud, por nombrar algunos de los más conocidos). Esa errada presunción, no hay como considerarla de otra manera, que descartaba el reformismo inherente al régimen democrático -la infame, para ellos política de los acuerdos-, fue la base de su acción política, que lo llevó a entusiasmarse con el estallido social y a apoyar decididamente la disparatada propuesta de la Convención Constitucional.

Ahora que el neoliberalismo está recediendo entre nosotros y que la desigualdad se va reduciendo a ojos vista -en los próximos años podría alcanzar el umbral de la desigualdad aceptable, equivalente al coeficiente Gini de 0,4-, la nueva izquierda se va quedando de pronto sin los impulsores fundamentales que le dieron vida hace poco más de quince años, obligándola a reformular drásticamente su ideario político. Podría ser la nueva generación perdida que se apresta a dejar el gobierno sin pena ni gloria en un año más, ausente en la segunda vuelta y en las posiciones de liderazgo en el Parlamento. (El Líbero)

Claudio Hohmann