La eutanasia y las razones

La eutanasia y las razones

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¿Hay razones en favor de la eutanasia o son más fuertes las razones en contra? Es imprescindible explorar alguna respuesta a esa pregunta ahora que el proyecto que la permite ha sido, en principio, aprobado.

Para hacerlo es necesario despejar algunos malentendidos.

Desde luego, y a pesar de lo que suele creerse, los médicos carecen de ventajas epistémicas a la hora de responder esa pregunta. El saber médico conoce los intersticios de la vida biológica, pero no provee de un especial saber acerca del valor de la vida. La vida es un hecho biológico, cuando se la mira desde el saber médico, y el valor de un hecho no es un hecho, según hace ya casi un siglo insistió Wittgenstein. Por supuesto los médicos pueden, como todos, adherir a un credo o poseer algún punto de vista acerca de la condición humana; pero ni ese credo, ni estos puntos de vista están avalados por el saber médico.

Pero —se dirá— la profesión médica tiene un ethos o unos principios que obligan a quien la ejerce, a respetar la vida a ultranza y a no causar daño. Aceptemos eso; pero en tal caso no hay más que dos alternativas: o esa ética es parte de la reflexión moral más general (en la que, como queda dicho, los médicos carecen de ventajas epistémicas frente a los ciudadanos) o se trata de una ética profesional (que por eso solo atinge a quienes ejercen la profesión del caso).

En fin, suele decirse, como lo hizo monseñor Chomali, que causar la muerte no es un acto médico y que por eso los médicos no podrían participar de ella; pero es tan obvia la petición de principio (consistente en derivar una conclusión que ya estaba contenida en la definición del problema) que no vale la pena detenerse en ese argumento.

Así entonces no hay duda. Los médicos (para repetir una frase de Aristóteles) saben cómo nacemos o morimos; pero no saben por qué, ni si es valioso o no que una u otra cosa ocurra.

Y es que el tema de la eutanasia es un típico tema moral, relativo al sentido o significado de la condición humana.

Usted puede pensar (el argumento está de algún modo en Santo Tomás) que como nadie puede darse el ser a sí mismo, somos creaturas. Y si somos creaturas, continúa el argumento, nos debemos al creador y no a nosotros mismos. De ahí se seguiría entonces que la vida es indisponible y usted estaría atado a su destino así le toque en suerte el sufrimiento indecible o el dolor insoportable. Las pedradas y las flechas del destino, incluso dolorosas y aunque le parezcan un sinsentido, no le autorizarían a poner fin a su existencia. Pretender que el sufrimiento autoriza la eutanasia sería contradictorio con el mensaje cristiano, ¿acaso el calvario de la cruz no enseña que el sufrimiento tiene un sentido?

Pero —descontado el argumento de la fe— debe concluirse que el sentido de la existencia está atado a la propia conciencia del sujeto que la vive. El sentido de la vida (no de la vida abstracta, sino la vida concreta, la suya o la mía) debe provenir desde dentro de quien la vive. Por eso es el sujeto viviente el único que puede insuflar un sentido y una finalidad a la existencia sufriente. Decir a alguien que la experiencia del dolor indecible tiene un sentido e imponerle ese punto de vista de manera coactiva, es incurrir en un grave error puesto que un sentido o significado impuesto no es un significado en absoluto. El sentido del dolor sin esperanza razonable de recuperación (no el sentido de la vida doliente en abstracto, sino de la vida suya o mía atrapada por el dolor) no puede ser impuesto. El sentido de un útil o instrumento viene de fuera del mismo; pero ello no puede ser así tratándose de un individuo humano.

Por otra parte, esos rasgos que presenta el problema de la eutanasia son muy distintos a los del aborto y no debe confundírseles.

Si bien el aborto y la eutanasia dicen relación con el valor de la vida, basta un breve discernimiento para advertir las diferencias. En el aborto ha de admitirse, incluso por quienes se inclinan por permitirlo, que existe una vida en potencia que conforme avanza el embarazo se hace más flagrante y digna de protección; pero en la eutanasia hay una vida que se apaga y su horizonte, salvo para el creyente, carece de luz. Un mínimo discernimiento indica que se trata de situaciones con distinto peso moral.

Ahora bien, existe otro argumento ya no moral sino utilitario que suele esgrimirse en contra de la eutanasia. Permitir el aborto o la eutanasia —se arguye— desvaloriza la vida en su conjunto, arriesgando deslizarse hacia el desprecio de los débiles o de aquellos que se crea son una carga. Es un argumento atendible; pero tiene tanto peso como el argumento opuesto según el cual admitir la eutanasia favorece la expansión de la autonomía personal que, no hay que olvidarlo, es la base de una sociedad abierta. (El Mercurio)

Carlos Peña